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Un esfuerzo más en el tramo que ha de ser el final de la pandemia

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Desde el mes de febrero del año pasado, la pandemia -que fue declarada así por la OMS en el mes de marzo y que supuso que en Euskadi declaráramos emergencia sanitaria el 13 del mismo mes- ha generado una situación inédita, desconocida, inesperada e impredecible. En Euskadi -y en todo el mundo- estamos viviendo en la zozobra de la curva pandémica. La situación más grave la padecimos en la primavera de 2020, en los meses de marzo, abril y mayo. Tras aquella primera ola, las tasas de incidencia se redujeron hasta niveles mínimos en los meses de junio y julio. En aquel momento consideramos, equivocadamente, que habíamos controlado y superado la situación. Sin embargo, nos esperaba una segunda ola que obligó a volver a declarar la emergencia sanitaria en Euskadi el día 17 de agosto.

La segunda ola se ha desarrollado en tres picos epidémicos sucesivos. El primero, en el mismo mes de agosto; el segundo entre octubre y noviembre; el tercero en el mes de enero del presente año, alcanzado su máxima incidencia a finales de abril. A partir de ese momento, estábamos logrando mantener una tendencia general descendente.

Llegó el final del estado de alarma que había servido de garantía ante los autos y respuestas del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco (TSJPV) a las medidas propuestas por el Lehendakari como autoridad del Plan de Protección Civil en Euskadi. Llegó el final del uso obligatorio de la mascarilla en el exterior como consecuencia de un decreto-ley del Gobierno español.

Ha llegado el verano y, aun dicho lo anterior, nos encontramos en una situación que, en cierto sentido, recuerda a la padecida el año pasado. Es cierto que el avance del proceso de vacunación se presenta como una esperanza. Pero es necesaria la vacunación global en todo el planeta. Quizás en esto también hayamos de afinar en el discurso debido a que hablamos de inmunidad global cuando deberíamos hablar de vacunación global a la espera de su efectividad ante las diversas y diferentes variantes del virus que surgen mientras tanto. Y no debemos relajarnos.

Se mantiene la incertidumbre y el temor a un nuevo pico epidémico por la mayor interacción social, la relajación de las medidas de protección y la incidencia de las nuevas variantes del virus. Un virus mutante. Un virus que encuentra “terreno abonado” si no cumplimos con rigor las medidas esenciales: higiene personal-lavado de manos, distancia interpersonal, limitación a “burbujas” permanentes en grupos reducidos en la interacción social, uso de la mascarilla en todo lo que no sea posible cumplir lo anterior en el exterior y de manera obligatoria en el interior de toda instalación, así como la aireación de los interiores.

El concepto de “fatiga pandémica” refleja el sentimiento de la sociedad ante esta situación. El estado de ánimo fue muy crítico en el inicio, dada la incógnita y el desconocimiento en relación a la duración y las consecuencias del virus. En aquel momento inicial se pudo hablar de un “eclipse covid”, dado que la pandemia ocupaba todo el espacio, la atención y la preocupación social.

Este estado de ánimo se resiente en la actualidad. La pandemia ha afectado a todos los aspectos de la vida en todo el mundo. La sociedad en general está sabiendo sobrellevar esta situación. Quizá la juventud es el grupo más afectado por la “fatiga”, dado que se ve menos afectada en las consecuencias que la enfermedad ha supuesto para otros segmentos de edad superior. Sin embargo, hago un llamamiento a la juventud. Es constatable, sí, la diferencia hasta ahora en la incidencia en función de la vacunación y la repercusión en la presión asistencial sanitaria si analizamos colectivos de personas mayores de 65 años o menores.

No obstante, no hemos de confiarnos en ello y hemos de saber que en estos momentos estamos viviendo días en los que los datos reflejan que el 85% de los casos positivos se dan en los menores de 39 años, de los cuales el 72% se dan en la franja de edad de entre 19 y 39 años.

Asimismo es necesario reflejar que el porcentaje de contagios de menores de 39 años lleva más de diez días siendo superior al 70% respecto del total de contagios diario y que refleja máximo de tendencia cada día, certificando el efecto positivo de la vacunación en los colectivos de edad superior. Pero… -reitero- nos hallamos ante un virus mutante.

La situación ha ido mejorando, por lo tanto, en lo relativo a la presión asistencial sanitaria y es destacable el alto grado de comprensión y compromiso social con las medidas de restricción que se han debido de ir adoptando en cada momento. En todo caso, la preocupación ante la situación actual merece una reflexión. Hemos realizado un gran esfuerzo a lo largo de 15 meses, nos encontramos en el tramo que ha de ser el final y debemos autoexigirnos un esfuerzo más.

Dije en una entrevista publicada en mayo en el número 66 de la revista 'Hermes' que “si sabemos encauzar a las nuevas generaciones en el sufrimiento y la solidaridad seremos una sociedad mucho mejor”. No se trata, pues, de una cuestión que corresponda solo a un colectivo de edad sino al conjunto de la sociedad en saber transmitir y aplicar el significado de compromiso individual y colectivo, esfuerzo, rigor, responsabilidad individual y corresponsabilidad, solidaridad. Una actitud consecuente con las lecciones aprendidas.

Sabemos por experiencia vivida que el tiempo de verano debe conllevar un mayor rigor y cautela porque crece la movilidad y son momentos propicios para el encuentro familiar y social, con mayor contacto con personas no habituales en nuestra burbuja de relaciones.

Ante esta situación tenemos una única alternativa: evitar una nueva transmisión comunitaria que acabe multiplicando la tasa de incidencia acumulada en muy pocos días. La alternativa eficaz es mantener la tensión para evitar una vuelta atrás. Nos corresponde poner en valor todo el esfuerzo realizado y mantener el compromiso. Debemos evitar la interacción social con personas que no formen parte de nuestro círculo de convivencia. Debemos mantener la distancia interpersonal. Cumplir con el número máximo de personas por agrupamiento. Debemos evitar espacios cerrados, mal ventilados y con concurrencia de personas. Utilizar siempre la mascarilla como elemento de protección personal y recordatorio permanente de la situación que estamos padeciendo. Debemos evitar la movilidad no imprescindible. Comunicar la relación de personas de contacto en los casos positivos y guardar el periodo de cuarentena obligado. Debemos asumir que la administración de la vacuna exige seguir cumpliendo todas las medidas de prevención y autoprotección.

En el tramo que ha de ser el final de este largo túnel pandémico, apelo a realizar un esfuerzo más que ojalá haya de ser el último. Este compromiso, personal y colectivo, constituye nuestra mayor certeza y el medio realmente eficaz para contener el virus, preservar la salud pública y salvar vidas.

Desde el mes de febrero del año pasado, la pandemia -que fue declarada así por la OMS en el mes de marzo y que supuso que en Euskadi declaráramos emergencia sanitaria el 13 del mismo mes- ha generado una situación inédita, desconocida, inesperada e impredecible. En Euskadi -y en todo el mundo- estamos viviendo en la zozobra de la curva pandémica. La situación más grave la padecimos en la primavera de 2020, en los meses de marzo, abril y mayo. Tras aquella primera ola, las tasas de incidencia se redujeron hasta niveles mínimos en los meses de junio y julio. En aquel momento consideramos, equivocadamente, que habíamos controlado y superado la situación. Sin embargo, nos esperaba una segunda ola que obligó a volver a declarar la emergencia sanitaria en Euskadi el día 17 de agosto.

La segunda ola se ha desarrollado en tres picos epidémicos sucesivos. El primero, en el mismo mes de agosto; el segundo entre octubre y noviembre; el tercero en el mes de enero del presente año, alcanzado su máxima incidencia a finales de abril. A partir de ese momento, estábamos logrando mantener una tendencia general descendente.