Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La futura ingeniera
El fundido en negro de la imagen da paso a unas notas de piano que nos acercan a un tranquilo bar. Aparentemente nos encontramos al final de una jornada laboral. En la barra, dos cuarentones se toman una copa, mientras entablan la siguiente conversación:
—(Suspiro) La pequeña, que me quiere estudiar ingeniería
—(Rostro de sorpresa) ¡Anda ya! ¿En serio?
—(Resignación) Ya le he dicho que me haga una cosa más normal, más de chicas.
—Enfermería
—Sí, o lo que sea, lo que ella quiera
—Informática
—(Estupor) ¡No, joder! Es peor. ¿Dónde has visto tú una mujer informática?
—…
—¿Qué pasa?
—(Abatimiento) La mía, la mayor, quiere hacer Informática
—(Más sorpresa) ¿No! ¡Joder! ¡Lo siento mucho! ¿Cómo lo lleváis?
—(Encogimiento) ¡Marta está destrozada!
—¿Y no se puede hacer nada?
—(Síntomas de recuperación) Hablé con ella. Le dije que la informática no es para mujeres. Si quiere, le compro una impresora de esas grandes, con tonner y todo. Pero que se lo tome como un hobby. (Cada vez más animado) Lo que tiene que hacer es estudiar —Derecho o eso de animales…
—¿Veterinaria?
—¡Eso! Pero me ha dicho que hace eso o… ¡hace Física!
(Silbido prolongado, mientras coloca una mano sobre el hombro de su desesperado amigo)
(Vuelve a oírse la música al piano, mientras los dos amigos se ensimisman en los enormes problemas familiares que tienen delante).
Esta expresiva escena fue recordada y visionada hace unos días por la ponente Elena Vázquez, profesora de Geometría y Topología de la Universidad de Santiago, dentro de la jornada que CCOO dedicó al Proyecto Orienta. Este es una apuesta de las federaciones de Industria y Enseñanza para superar las desigualdades de género a la hora de elegir y/o acceder a estudios considerados tradicionalmente de un único sexo y que siguen jalonando porcentajes absolutamente desproporcionados en pleno siglo XXI.
El video aludido es una pequeña joya, de escasos dos minutos de duración, editada por la Cátedra de Cultura Científica de la UPV-EHU en 2019 con motivo de la celebración del Día internacional de la mujer y de la niña en la Ciencia. Probablemente la conversación de la pareja de amigos se ha extremado para provocar la sonrisa fácil, no exenta de la necesaria reflexión posterior, ya más seria: este es aún el mundo que estamos organizando para nuestros hijos e hijas.
Estas fechas próximas al 8M se cargan de un simbolismo especial. Debemos aprovechar cada una de las efemérides socialmente aceptadas, para seguir trabajando en clave de búsqueda de la igualdad, cada día más cuestionada. Porque no se trata únicamente de insistir en la denuncia del vergonzoso desequilibrio salarial ante un mismo desempeño laboral. Hay muchas más reivindicaciones pendientes que necesitan ser eliminadas.
Uno de tales recordatorios es de la mujer invisible. La Historia aprendida -y, desgraciadamente, la que aún se enseña en muchos centros escolares de nuestro país, ignora el papel que las mujeres han ocupado en todas las actividades del ser humano. Llevamos décadas reconstruyendo nuestro pasado e ignorando la acción, el paso por la vida del 50% de la humanidad. Algunas, las más atrevidas, lucharon contra esa invisibilidad, ocupando el espacio reservado por el poder masculino, transformándose. Así, Amantina Dupin tuvo que convertirse en George Sand, Mary An Evans en George Eliot, las hermanas Brontë en “los” Bell y Cecilia Böhl de Faber en Fernán Caballero para conseguir triunfar en el complicado mundo de las letras. Hasta todo un fenómeno de masas, como la archiconocida autora de Harry Potter, con más de 600 millones de ejemplares vendidos, fue aconsejada por su editor para que sustituyera su nombre, Jane, por el impersonal J.K Rowling, si deseaba triunfar entre los novelistas. En pleno siglo XX.
La excepción a esta usurpación constante de funciones la narra Luis Landero en su último libro, para destacar el básico papel protagonista de la mujer frente al hombre. Relata el autor en el que los críticos consideran su mayor obra autobiográfica:
“Veréis, yo tengo una prima hermana (…) que va diciendo por ahí desde hace mucho tiempo que yo no he escrito los libros que he escrito (…) Argumenta y sostiene que los libros me los escribe mi mujer y que luego yo los firmo y me llevo el mérito y la fama. Pero no hay mala intención en sus palabras (…) sino que lo dice como la cosa más natural del mundo, porque los negocios entre hombres y mujeres siempre fueron así. Eran ellas las que se atareaban en la sombra, las que se afanaban a escondidas, las que hacían los incontables trabajos de diario con tan menudo ahínco que nadie reparaba en ello, sino que parecía que las cosas se resolvían por sí solas (…) Por eso mi prima Antonia pensaba que la idea de escribir libros sería mía, sí, y que acaso yo los tenía inventados en la cabeza, pero que quien los había hecho de verdad era mi mujer, como venía ocurriendo desde siempre”.
Queda aún mucho camino por desbrozar; muchos 8M por celebrar; innumerables historias por conocer, cientos de mujeres por descubrir y muchas gaitas aún por templar
No fue la literatura el único espacio fraudulento de identidades. A las innumerables científicas o artistas que debieron esconderse tras atributos masculinos, no les fue mejor, cuando deseaban dedicarse a sus actividades elegidas. Algunas de ellas, las menos, por cierto, han podido ser rescatadas del anonimato, recientemente, a través de películas que les devuelven -siempre con retraso- un honor negado en vida. Así, “Bi Eyes”, de Tim Burton, que recuperaba el pasado angustioso de la pintora Margaret Keane, autora de innumerables personajes de grandes y tristes ojos, eclipsada obsesivamente por su marido Walter. También “Figuras ocultas”, de Theodore Melfi, quien hacía justicia tardía con Katherine Johnson y el resto de mujeres científicas negras en los inicios de la carrera espacial estadounidense, durante aquellos años sesenta tan convulsos en materia racial.
Estos ejemplos no dejan de ser granos de arena en una inmensa playa de ignorancia y desinterés. La investigadora de la Universidad de Valencia, Ana López Navajas, recordaba que la presencia de las mujeres en los libros de Secundaria española no roza el 10%. Así es difícil que la mujer forme parte del bagaje cultural que la sociedad debe asumir. A medida que los contenidos se iban complicando -de la ESO al Bachillerato- esta presencia femenina iba descendiendo paulatinamente, reforzando ese criterio no escrito, pero asumido colectivamente que supone que las mujeres desaparecen de la contemporaneidad. Según esta investigadora, este desajuste de los contenidos acaba determinando una visión del mundo sin mujeres, algo que tenemos naturalizado. Y no debemos olvidar -en plena y feliz obsesión de las familias por una educación a la altura de los tiempos que nos toca vivir- que los estereotipos de género en el ser humano se consolidan entre los 5 y los 7 años.
Recientemente Elena Simón nos incitaba e invitaba a la vez. Cuidado con caer en el error de pensar que con la proliferación de actos reivindicativos estamos provocando un exceso de visibilidad. En esa imagen equivocada podría generarse la idea de que las mujeres ya están en todas partes, que lo hacen a partes iguales con los hombres e incluso en algunos lugares de forma preferente. Pero sabemos que no es cierto. Es una burbuja que tenemos que ayudar a explotar.
Queda aún mucho camino por desbrozar; muchos 8M por celebrar; innumerables historias por conocer, cientos de mujeres por descubrir y muchas gaitas aún por templar. Que se lo digan si no a esos hombres que, ante el video mencionado al comienzo de estas líneas, solo eran capaces de exclamar:
“No sé de qué nos quejamos; hace treinta años, las mujeres únicamente tendrían acceso a estudios administrativos. ¡Algo ya hemos avanzado! ¿No?”
(…) Sin comentarios.
El fundido en negro de la imagen da paso a unas notas de piano que nos acercan a un tranquilo bar. Aparentemente nos encontramos al final de una jornada laboral. En la barra, dos cuarentones se toman una copa, mientras entablan la siguiente conversación:
—(Suspiro) La pequeña, que me quiere estudiar ingeniería