Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
¡Esto es la guerra, amigos!
Con estas palabras finaliza una de las escenas más hilarantes de la recomendable película Sopa de ganso, de los hermanos Marx. Recuerdo esos reconfortantes minutos. Groucho, transformado en presidente de Libertonia, se encuentra a la espera de recibir al embajador de Sylvania, país con el que está a punto de comenzar una guerra. Mientras dialoga con la acaudalada dama que ha propiciado el encuentro que busca la paz, se imagina que probablemente le dejen en ridículo y no quieran estrechar su mano. Su furor va en aumento y en plena espiral de autoenfado, cambia su estrategia y cuando aparece el embajador -ajeno a la digresión de su anfitrión, risueño y en son de paz- recibe una bofetada y la declaración de guerra. En ese momento, el embajador, confundido y ofendido a la vez, exclama dirigiéndose a la dama la célebre frase: “¡Esto es la guerra, amigos!”
Traigo la escena a propósito de la excepcionalidad que el Coronavirus ha introducido en nuestras vidas y en una sociedad examinada, prácticamente sin entrenamiento ni tiempo de reacción. Y es que ya hay quien ha decidido tomárselo en plan de guerra total. El brutal impacto de esta enfermedad en un par de semanas ha paralizado el país en una situación totalmente novedosa para la mayoría de la población. La rápida extensión del virus, la ausencia de vacuna efectiva, así como una corregible descoordinación de información de distintas instituciones han provocado el estallido del temor social y ha aflorado algunas actitudes humanas poco edificantes.
Una de ellas, consecuencia del humano miedo a lo desconocido, ha sido la ola irracional de consumo exacerbado que está provocando desabastecimientos masivos en comercios de alimentación, de forma absolutamente innecesaria. No están sirviendo las continuas llamadas a la compra responsable, a la tranquilidad, para que la fiebre del papel higiénico se reduzca y entre en porcentajes habituales de venta. El anuncio de las autoridades sanitarias del aislamiento en domicilio, con el fin de evitar la propagación del virus, ha desatado todas las alarmas y propiciado la conquista de los supermercados, antes de que el fin del mundo encuentre a algunos/as con las despensas semivacías. Hasta el momento, los consejos de normalidad en el abastecimiento han caído en saco roto y quien más quien menos, aproximadamente cada hora y media, reabre armarios y arcones en busca de ese producto insustituible que se ha olvidado apuntar en la lista de la compra.
Otra situación inexplicable se ha producido con la salida masiva de personas desde sus ciudades superpobladas hacia las zonas costeras y parques naturales, en una búsqueda infructuosa de una seguridad inexistente con tal medida. Lo que ha provocado tal éxodo es, además, un efecto contrario: trasladar la propia contaminación vírica hacia zonas, hasta ese momento poco infectadas.
Y así comprobamos con desagradable certeza que es en estos momentos de emergencia social cuando algunas personas muestran la faz más indeseable del ser humano, la del egoísmo y la insolidaridad, la que prioriza el yo sobre el nosotros; la que, desatendiendo las llamadas a la responsabilidad, busca exclusivamente el beneficio personal. Confiemos en que la cordura mayoritaria del resto -y las medidas coercitivas que los gobiernos se vean obligados a adoptar- hagan reflexionar a tanto ser irresponsable.
Más grave resulta, sin duda, la incontinencia verbal de algunos políticos que teniendo la oportunidad de permanecer callados o expresando mensajes tranquilizadores, prefieren incendiar redes sociales con declaraciones extemporáneas. Uno de ellos, Toni Cantó, portavoz de Ciudadanos en las Cortes valencianas, reaccionó con un deplorable mensaje ante la noticia del positivo en Coronavirus de Irene Montero. Que, de paso, fuese implícito un mensaje crítico a las celebraciones de las manifestaciones del 8M, no es casualidad. Debió de pensar aquello de que es mejor matar dos pájaros de un tiro.
Mezclar churras con merinas, decía mi madre, sólo puede ser señal de desconocimiento o de analfabetismo puro y duro. Desconozco las cualidades políticas de Cantó, más allá de su camaleónico ir y venir de partido en partido, pero como ser humano debería haber entendido que la crítica política cuando entra en el terreno de la descalificación personal deja de ser un elemento generador de simpatías para enrocarse en calificativos negativos del ser humano, como son la falta de empatía y de solidaridad. Cada cual que elija lo que considere más conveniente para calificar la impresentable falta de respeto mostrada hacia la mujer, ahora ministra de Igualdad.
El otro político que ha buscado generar protagonismo ahondando en su propia miseria ha sido el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page. El pasado jueves, en la primera rueda de prensa que ofreció para explicar las medidas que su gobierno había tomado, prefirió minimizar el alcance de la pandemia ridiculizando las instrucciones que otras CCAA habían tomado en sus territorios y menospreciando, entre otras personas, al rector de la Universidad manchega por no seguir la disciplina impuesta por su gobierno y agudizarlas, según su inexplicable opinión.
En el colmo del paroxismo caciquil y reafirmándose en una postura demencial, García-Page, en vez de asumir cierta vergüenza política y rectificar, culminó sus diatribas con una crítica al personal de sus centros educativos que le demandaban la interrupción de las clases, en la misma línea que ya habían dispuesto otros territorios, acusándoles de desear “15 días más de vacaciones”.
Como no cabía esperar de otro modo, el presidente recibió casi inmediatamente el consiguiente correctivo, tachándole de irresponsable y recordándole el carácter de servicio público que las personas educadoras tienen en cualquier circunstancia, incluida la de máxima alerta social por la que este país está pasando. Y es que es sumamente grave que el máximo mandatario de un gobierno introduzca públicamente la sospecha de que el personal dependiente de su gestión no se encuentra a la altura de las circunstancias, que no es capaz de entender la gravedad del asunto que tenemos entre manos.
La pretensión de inocular el virus de la desconfianza hacia el personal docente, de subirse al carro populista para tapar inacciones gubernamentales buscando siempre culpabilidades en el otro, no es propio de un gestor público, aún menos de una persona sensata y cabal.
Afortunadamente no todo es negro en estos momentos. La actual sensación de guerra larvada que produce el confinamiento en nuestras viviendas deja también escenas bienintencionadas, de compañerismo humano, de ayuda a los seres más vulnerables. Han comenzado a surgir ofrecimientos desinteresados de personas jóvenes, dispuestas a colaborar con personas mayores solitarias, las redes anuncian -entre fake news desafortunadas, hay que recordarlo también- revistas gratuitas, listados de libros de edición libre, se promueven actos de agradecimiento hacia nuestros/as sanitarios/as…
Probablemente si Louis Calhern (el apesadumbrado embajador de Sylvania en la película citada que ve perder una guerra no deseada) levantara la cabeza, sonreiría con satisfacción: el mundo de la solidaridad parece que empieza a despertar.
Con estas palabras finaliza una de las escenas más hilarantes de la recomendable película Sopa de ganso, de los hermanos Marx. Recuerdo esos reconfortantes minutos. Groucho, transformado en presidente de Libertonia, se encuentra a la espera de recibir al embajador de Sylvania, país con el que está a punto de comenzar una guerra. Mientras dialoga con la acaudalada dama que ha propiciado el encuentro que busca la paz, se imagina que probablemente le dejen en ridículo y no quieran estrechar su mano. Su furor va en aumento y en plena espiral de autoenfado, cambia su estrategia y cuando aparece el embajador -ajeno a la digresión de su anfitrión, risueño y en son de paz- recibe una bofetada y la declaración de guerra. En ese momento, el embajador, confundido y ofendido a la vez, exclama dirigiéndose a la dama la célebre frase: “¡Esto es la guerra, amigos!”
Traigo la escena a propósito de la excepcionalidad que el Coronavirus ha introducido en nuestras vidas y en una sociedad examinada, prácticamente sin entrenamiento ni tiempo de reacción. Y es que ya hay quien ha decidido tomárselo en plan de guerra total. El brutal impacto de esta enfermedad en un par de semanas ha paralizado el país en una situación totalmente novedosa para la mayoría de la población. La rápida extensión del virus, la ausencia de vacuna efectiva, así como una corregible descoordinación de información de distintas instituciones han provocado el estallido del temor social y ha aflorado algunas actitudes humanas poco edificantes.