Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Contra el olvido de los mayores que se llevó la COVID-19 y el sistema no ha sabido paliar
Este 8 de marzo se han cumplido tres años exactos desde la primera cuarentena en una residencia de España, la de Sanitas en el barrio de San Martín de Vitoria. Esto es, se conmemoran tres años desde que el coronavirus entrase en las residencias. La invitación a esta reflexión es para dar testimonio, rememorar y pensar si verdaderamente sirvieron para algo aquellos acontecimientos, si el cambio ha llegado o tiene visos de hacerlo a estos espacios. O si, en el peor de los casos, prácticamente todo sigue igual.
Uno y todos estamos ya cansados. Queremos olvidar. A veces sufrimos amnesia y, otras, anestesia por lo que pasó, por muy cercano que nos tocara y aunque en el camino hayamos visto cómo morían tantas y tantas personas anónimas para el sistema pero con voz propia para sus familiares y amigos o, simplemente, por el mero hecho de existir.
Es una constante que, como sociedad, hemos pasado en tres años de estar encerrados como ovejas y carneros que somos a volver a preparar las vacaciones a uno y otro confín con fruición y entusiasmo, recuperar el ocio y la alegría que da la fiesta del vivir. Da la impresión de que la vida sigue como si nada hubiera acontecido. Como si nada tuviéramos que aprender. Porque mirar hacia otro lado sigue siendo el deporte rey, aunque el título práctico se lo lleve el balompié. Podemos llamarlo ‘la supervivencia del olvido’.
Tuve la ocasión de escribir en este mismo foro con motivo de otro aniversario de la ‘solución final’ que supuso el coronavirus y el sistema que estamos construyendo entre todos para contribuir a llevarse de nuestras vidas a miles de personas mayores que en este país, mundo y planeta se fueron solas y sin el acompañamiento necesario de sus seres queridos y el debido seguimiento del sistema asistencial y sanitario.
Tampoco tiene sentido repetirse en los argumentos. Lo hago ahora meramente desde las sensaciones que porto profundo, sin recurrir a los datos, a las marcas de las grandes empresas del negocio residencial, que a menudo suelen coincidir con la Sanidad privada y lo harán aún más. Además de haber perdido meses de vida por la tristeza y la angustia acumulada, no deseo contribuir a tener que pasar de forma innecesaria por sede judicial, un lugar, por cierto en el que aún no se ha podido demostrar negligencia ni responsabilidad alguna de autoría ninguna.
Las malas nuevas
El 24 de abril del año pasado, elDiario.es publicaba en un titular que, tras “Dos años de la crisis en las residencias de Madrid, sin rastro de sanciones por la gestión de la primera ola de la COVID-19”. A día de hoy, todavía es peor. La actualidad nos ha dejado sin esperanza. Fue noticia el pasado sábado, 4 de marzo, y publicado por este mismo medio digital que “La Audiencia Provincial de Madrid ha determinado que la Comunidad de Madrid priorizó el criterio clínico en las derivaciones a hospitales de residentes de centros de mayores durante el inicio de la pandemia frente a los protocolos de actuación vigentes en la época más dura de la COVID-19”. Es decir, se desestima así el recurso de apelación interpuesto por las hijas de dos residentes fallecidos arguyendo la Justicia que Madrid actuó correctamente al no derivar a ancianos a hospitales durante la pandemia. Incluso hay un informe pericial que indica que “no se puede garantizar que, de haber sido derivados a un centro hospitalario, el resultado final hubiera sido otro”. Y la Judicatura se queda tan ancha. Está claro que nadie le quiere poner el cascabel al gato a lo que ocurrió. Ni se lo pondrán.
No se piensen que en la comunidad del País Vasco ataron los perros con longanizas, con perdón para la nueva Ley de Bienestar Animal. El mismo patrón que se desarrolló en Madrid se utilizó en algunas residencias vascas y resoluciones como éstas les dan la razón. Pensaba yo que, cuando estabas enfermo, tenían que llevarte al hospital. Pero veo sorprendido que no. “Que nadie puede garantizar que el resultado” sea el adecuado por ello. Espero que no hagan extensiva este mismo razonamiento al resto de la población. O sí. Así terminaremos todos por pasarnos a la Sanidad privada. Aunque visto lo oído, ni siquiera sea necesario.
El cambio que no llega
En algún momento parecía que el coronavirus podía haber cambiado algo las arcas del sistema y la sociedad. Más aún, como concepción vital de cada cual. Solo cada uno puede responderse a sí mismo si la COVID-19 le cambió en algo o simplemente le jodió un poco más la vida. Si solo le metió el miedo en el cuerpo como una noticia negativa más, si le anuló la esperanza o tal vez le hizo mejor persona.
Por la experiencia que me otorga mi paso por el sistema residencial, a tres años vista del horror, los hechos me llevan a certificar que todo sigue parecido o igual a la llegada de la COVID-19. Es palpable que el control del virus parece ser una realidad y que técnicamente le tratamos ya de tú a tú. Así visto, da tranquilidad, aunque al haber desaparecido el problema del entramado comunicativo, corre el peligro de generar incertidumbre.
Acabo de decir adiós a una tía querida en la residencia Sanitas San Martín de Vitoria-Gasteiz, donde contaba con una plaza concertada por el Departamento de Bienestar Social de la Diputación Foral de Álava. Formaría parte de otra reflexión trasladarles a ustedes, lectores, la lucha que he mantenido de la mano de otros familiares y de forma personal frente a los responsables del propio establecimiento, el Servicio de Atención al Cliente de esta ‘gran pequeña’ marca y las comunicaciones y entrevistas mantenidas con el servicio de la institución al que solicité la plaza residencial para mi familiar.
Como acompañante constante y supervisor diario de las evoluciones de la persona a la que he acompañado en este tramo de su vida, puedo afirmar que son muy pocas, prácticamente inexistentes, las mejoras o evoluciones que han protagonizado las residencias y el sistema sanitario de Osakidetza en la era poscoronavirus.
Grandes profesionales y otros
Siendo justo con la verdad, he convivido con grandes profesionales y otros que dejaban mucho que desear. También he comprobado la impotencia de los responsables técnicos de Diputación, que hacen lo que puede porque las residencias concertadas cumplan con lo firmado pero que no pueden controlar como quisieran el desgobierno que se produce en ellas, dotadas de poco personal, poco experimentado y no tan bien preparado como debiera.
He sido testigo de cómo una persona en el tramo final de su vida es trasladada de la residencia a las urgencias hospitalarias en un incesante camino de ida y vuelta del que nadie quiere hacerse responsable y he portado conmigo la impotencia de poder hacer casi nada. A la clase política se les lleva la boca de agua a la hora de hablar del ‘sistema de cuidados’, pero pocos cuidados puede haber con pocos recursos o si estos son insuficientes en una sociedad cada vez más envejecida y con más personas viviendo solas.
Morirse a veces se torna complicado y el sistema sigue ayudando escasamente. Volviendo al principio, organizaciones como Amnistía Internacional seguían denunciando hace un año “la opacidad de la Fiscalía y las instituciones en los procesos judiciales de las víctimas, y exigen que las autoridades reconozcan públicamente lo sucedido durante la pandemia”. Hoy mismo se puede leer en su web corporativa el titular siguiente: “Residencias: Después de 35.000 muertes de personas mayores, las víctimas y familiares solo han recibido opacidad por parte de la Fiscalía y ausencia de justicia en los tribunales”. O, lo que es mismo: la vida sigue igual. Menos para los que ya no están y quienes no les pudieron acompañar en su tramo final.
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