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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pactar o no pactar: ni intransigencia, ni prisas

En política, la propensión al pacto, a la transacción y al acuerdo tiene mejor prensa de lo que debería. Aunque parezca una obviedad, conviene insistir en que pactar es bueno cuando es bueno lo pactado. O al menos, cuando es lo menos malo de entre lo posible. Y en cuanto a la predisposición hacia el pacto, tan mala es la incapacidad de transigir y llegar a acuerdos, como la obsesión por conseguirlos a costa de lo que sea. Así que sería bueno también en esto volver un poco a los clásicos y recuperar virtudes como el equilibrio y la mesura. En política, como en la vida en general, lo difícil es saber en qué medida se debe transigir y a partir de dónde no conviene hacerlo. Lo bueno no es la predisposición genérica a pactar, sino la capacidad de pactar contenidos legítimos y oportunos, siguiendo procedimientos legítimos y oportunos.

Vayamos un paso adelante y aterricemos en el nuevo clima en las relaciones entre Unidos Podemos y el PSOE, tras el fracaso del golpe contra Pedro Sánchez. Sólo cabe valorar dicho nuevo clima como positivo. No tiene sentido mantener los muros artificialmente levantados entre dichas organizaciones y la demonización mutua entre sus respectivas direcciones y líderes; cuando lo cierto es que el PSOE gobierna en algunas autonomías con el apoyo de Unidos Podemos o de sus confluencias y estas gobiernan en algunas ciudades con el apoyo del PSOE. Luego un cese de hostilidades y la recuperación de un clima de normalidad y respeto mutuo es una buena noticia. Pero recuperar las buenas formas es una cosa y otra muy distinta gobernar juntos.

La propuesta del PSOE a Unidos Podemos de que se integre en el gobierno de Castilla-La Mancha ha generado menos polémica en el primero que en el segundo. Lo que es normal, teniendo en cuenta que los más reticentes al deshielo dentro del PSOE no están en su mejor momento. En cuanto a Unidos Podemos, corren riadas de tinta sobre si debe haber acercamiento y hasta dónde. Podemos simplificar las posiciones en los partidarios del sí, los del no y los del depende.

Entre los partidarios a ultranza de llegar a acuerdos de gobierno con el PSOE, el principal argumento es el de la dificultad de combatir los discursos y las políticas hegemónicas desde las limitaciones que lleva implícitas el hecho de estar en la oposición y tener vedado el acceso a determinados instrumentos de poder. Piensan, como hacía Andreotti, que “el poder desgasta, sobre todo, cuando no se tiene”.

En el otro extremo, entre los reticentes a ultranza, se alega la supuesta imposibilidad de que el PSOE rectifique algunas de sus rutinas y lo negativos que fueron en el pasado los acuerdos de gobierno firmados por otras fuerzas con ese partido, sobre todo en determinados territorios.

En tercer lugar, están los defensores del “sí, pero”. Ven que la decisión conlleva peligros, a la vez que abre oportunidades y creen que no valen predisposiciones genéricas, sino que hay que evaluar caso por caso en qué medida un acuerdo de esta naturaleza puede facilitar el cambio político o ralentizarlo.

Me parece bueno preocuparse por el “qué”, pero también es importante hacerlo por el “cómo”. Por supuesto que es legítimo que cada una de las organizaciones intente aprovechar la oportunidad para reforzar sus “posiciones competitivas en el mercado electoral”. Pero no que ese sea el criterio principal. El cambio político no lo van a propiciar los procedimientos de vieja política. Hace falta mucho debate, hacen falta negociaciones públicas y transparentes y hace falta que las bases de las organizaciones se impliquen realmente, no sólo formalmente. Igual que los muros que se habían levantado entre ambas organizaciones tenían mucho de artificial, creo que también se corre el peligro de abrir boquetes en el muro artificialmente.

Siendo importante la cuestión de las formas, no lo es menos la de los contenidos. Y creo que en esta cuestión, es imprescindible también hacer pedagogía del cambio. Tradicionalmente, en nuestro país, se han justificado demasiado fácilmente los acuerdos de gobierno en base a concesiones presupuestarias. La izquierda tradicional ha tendido a vender su implicación en responsabilidades de gobierno en base a haber conseguido el engorde de las partidas sociales del presupuesto. Considero que este puede ser un criterio añadido, pero nunca el elemento que justifique el pasar del apoyo parlamentario a compartir responsabilidades de gobierno, al menos creo que no debería serlo para fuerzas políticas que pretenden ser de transformación y no de mera reproducción del status quo. Lo fundamental es valorar si el cogobierno supone un trampolín o un lastre para la efectividad del cambio político y de la transformación social. Si altera culturas políticas, agendas y prioridades. Si empodera mínimamente a la ciudadanía. Si inquieta en algo a los poderes fácticos. Si incrementa derechos. Si limita privilegios. Si dificulta que los poderosos puedan seguir eludiendo las leyes.

En política, la propensión al pacto, a la transacción y al acuerdo tiene mejor prensa de lo que debería. Aunque parezca una obviedad, conviene insistir en que pactar es bueno cuando es bueno lo pactado. O al menos, cuando es lo menos malo de entre lo posible. Y en cuanto a la predisposición hacia el pacto, tan mala es la incapacidad de transigir y llegar a acuerdos, como la obsesión por conseguirlos a costa de lo que sea. Así que sería bueno también en esto volver un poco a los clásicos y recuperar virtudes como el equilibrio y la mesura. En política, como en la vida en general, lo difícil es saber en qué medida se debe transigir y a partir de dónde no conviene hacerlo. Lo bueno no es la predisposición genérica a pactar, sino la capacidad de pactar contenidos legítimos y oportunos, siguiendo procedimientos legítimos y oportunos.

Vayamos un paso adelante y aterricemos en el nuevo clima en las relaciones entre Unidos Podemos y el PSOE, tras el fracaso del golpe contra Pedro Sánchez. Sólo cabe valorar dicho nuevo clima como positivo. No tiene sentido mantener los muros artificialmente levantados entre dichas organizaciones y la demonización mutua entre sus respectivas direcciones y líderes; cuando lo cierto es que el PSOE gobierna en algunas autonomías con el apoyo de Unidos Podemos o de sus confluencias y estas gobiernan en algunas ciudades con el apoyo del PSOE. Luego un cese de hostilidades y la recuperación de un clima de normalidad y respeto mutuo es una buena noticia. Pero recuperar las buenas formas es una cosa y otra muy distinta gobernar juntos.