Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Pornografía emocional para la paja política
Las redes sociales han producido una politización masiva elevada a la máxima simpleza. La figura del tuitstar es, en gran parte, responsable de ello. Hay cientos de internautas hábiles en el uso de las palabras y los silencios, de la ironía y los zascas. La comunicación política hoy es una apelación desesperada a los sentidos más primarios del público a través de videoselfis y tweets. En todo caso, el problema en sí no es el formato que ha provocado este fenómeno; sino su contenido. En concreto, me gustaría llamar la atención sobre su expresión más sofisticada, su reverso esponjoso: la aparición de una nueva demagogia tan descarada que ha incluido en su retórica besos, cariños y abrazos como si fueran elementos ideológicos. Nos tiran bellotas y allá que vamos los cerdos.
Esta búsqueda indisimulada del apoyo popular mediante el chantaje emocional más zafio y otras técnicas de confusión compromete la libertad política y la igualdad social (o más bien su posibilidad), tal y como denunció Aristóteles en su Política hace ya veinticuatro siglos. Ni nos hace más libres ni aumenta la participación de la gente; al contrario, nos hace esclavos de los aduladores y adictos al mensaje reconfortante que legitima nuestros prejuicios. La conciencia se convierte en un osito de peluche al que abrazarnos para no sentirnos solos, la política en un libro de la sección de autoayuda: nuestra autoestima como objeto de transformación.
Feminizar la política consiste en reconocer los trabajos ligados a la esfera reproductiva, publificándolos y reconociendo todos los derechos de las mujeres que los desempeñan
Lo realmente perverso de este método es que pretende el monopolio de la sensibilidad. Pero la verdad es que hasta el enemigo más intransigente se da besitos y abrazos. O sea, los de Vox también necesitan mimitos. A algunos esto les parecerá inconcebible, pero: son nuestras razones políticas y no la capacidad de amar lo que nos separa de la ultraderecha. Utilizar los sentimientos como un anzuelo político, de forma partidaria, tal y como haría un antiabortista cualquiera, es jugar sucio.
A menudo, la ternurización del lenguaje político se vincula a la feminización de la política, una versión menos beligerante, desprovista de agresividad, que se contrapone a la concepción conflictiva de la misma y que viene a sustituir esa pelea de gallos que, históricamente, ha sido atribuida al género masculino. El problema es que este concepto de política es una trampa para las mujeres; y es que, justo cuando las mujeres se abren un hueco a codazos en el debate público se las pretende reducir a su parcela estereotipada. Resulta que, según esta idea tergiversada de feminización de la política, ellas deben hacerlo “de otra manera”: de una manera acorde a su género, al rol de mujer complaciente que les asigna el patriarcado. Ellas no deberían levantar la voz y pegar un puñetazo encima de la mesa. No. Porque subyace la idea machista según la cual su papel es rebajar la tensión, descansar a los guerreros. Decía una diputada de izquierda: “Quizá sea una lectura feminista de la historia, pero con las batallas perdemos todos”. Umm… No. Eso no es una lectura feminista. De hecho, es todo lo contrario.
Feminizar la política consiste en reconocer los trabajos ligados a la esfera reproductiva, publificándolos y reconociendo todos los derechos de las mujeres que los desempeñan. Los trabajos de cuidados son, en su mayoría, ocupados por mujeres como resultado de la división sexual del trabajo. Acabar con esa división y darles la importancia que merecen, tal es el objetivo de la izquierda. En la escuela infantil, en la residencia de ancianos y en el propio hogar. Porque son indispensables para el desarrollo de las personas, porque son los que nos permiten sobrevivir como especie. Nos va la vida en ello. Se trata, pues, de tratar a las mujeres como mayores de edad, no de tratar a los adultos como si fuéramos bebés.
Cuán fácil empatizar con un neoliberal como Rivera porque exhibe un cachorrito
Mas allá de esa visión paternalista sobre las mujeres, a quienes parece que se les conceda legitimidad como interlocutoras siempre y cuando no monten follón; sustituir la argumentación política honesta por la manipulación de los afectos no es una buena idea. Por ejemplo, sería fácil que nos estremeciéramos escuchando una historia lacrimógena de un empresario que tiene que vender la empresa y mudarse a su segunda residencia, mientras nos presentan a los que se mueren de hambre como una masa enardecida desprovista de compasión que hace huelgas. Cuán fácil empatizar con un neoliberal como Rivera porque exhibe un cachorrito. Solo un análisis racional de las causas objetivas de la historia puede acercarnos a la verdad y evitar tanto la victimización del verdugo como el trastorno de la naturaleza del bien. Porque las emociones se pueden manipular en todos los sentidos y por todos los partidos. Subordinarnos a ellas sin racionalizarlas nos aborrega, nos conduce al error, y tiene consecuencias políticas.
La consecuencia política más importante es el abandono de posiciones políticas firmes (que no dogmáticas). La supeditación de nuestras ideas a “otra forma de hacer política” basada en el consenso a toda costa y en la evitación de la confrontación pone en riesgo la materialización de aquello por lo que luchamos. Y es que hay cosas que no permiten modulación. La igualdad efectiva entre los sexos, el fin de la explotación, que todo el mundo tenga derecho a una vivienda, a la salud y a la educación en las mismas condiciones. Todas estas son cuestiones innegociables y no pueden ser esponjizadas. Pero tampoco pueden ser justificadas mediante la utilización (en muchas ocasiones pasivo-agresiva) de nuestros sentimientos. Porque decir que las emociones humanas nos pertenecen a todos por igual también es reclamar la redistribución de la riqueza, e incluye tratar tanto a partidarios como a detractores con respeto, como a personas adultas.
Las redes sociales han producido una politización masiva elevada a la máxima simpleza. La figura del tuitstar es, en gran parte, responsable de ello. Hay cientos de internautas hábiles en el uso de las palabras y los silencios, de la ironía y los zascas. La comunicación política hoy es una apelación desesperada a los sentidos más primarios del público a través de videoselfis y tweets. En todo caso, el problema en sí no es el formato que ha provocado este fenómeno; sino su contenido. En concreto, me gustaría llamar la atención sobre su expresión más sofisticada, su reverso esponjoso: la aparición de una nueva demagogia tan descarada que ha incluido en su retórica besos, cariños y abrazos como si fueran elementos ideológicos. Nos tiran bellotas y allá que vamos los cerdos.
Esta búsqueda indisimulada del apoyo popular mediante el chantaje emocional más zafio y otras técnicas de confusión compromete la libertad política y la igualdad social (o más bien su posibilidad), tal y como denunció Aristóteles en su Política hace ya veinticuatro siglos. Ni nos hace más libres ni aumenta la participación de la gente; al contrario, nos hace esclavos de los aduladores y adictos al mensaje reconfortante que legitima nuestros prejuicios. La conciencia se convierte en un osito de peluche al que abrazarnos para no sentirnos solos, la política en un libro de la sección de autoayuda: nuestra autoestima como objeto de transformación.