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Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

La solución inuit

Todo el mundo ha oído que los inuit distinguen un montón de tonos de blanco, aunque casi nadie sabe si esto es cierto porque, en fin, casi nadie tiene esquimales en su entorno más cercano. Pero la verdad, en este caso, importa poco. La relación de los inuit con el blanco nos sirve de metáfora para tantas cosas que sería una pena dejar que la verdad nos la fastidiase. Nos sirve, por ejemplo, para ilustrar la forma en que los vascos concebimos la relación con el Estado.

Nunca como en estas elecciones habíamos tenido los votantes un abanico tan repleto de opciones a este respecto, desde el PP y su centralismo inquebrantable hasta el innegociable independentismo de Bildu pasando por modelos federales, el sí pero no del PNV y el no pero sí de Podemos.

Hace años, cuando todavía abría la puerta a desconocidos, fui asaltado por una encuestadora del Euskobarometro. Tan bien adiestrada estaba que, antes de que pudiese inventarme alguna excusa, ya estaba yo sentado en el sofá rellenando un formulario sobre mis percepciones y preferencias políticas. Si no lo ha hecho nunca quizá desconozca que, en plena selva de números, se incluye una pregunta donde el encuestado debe colocar una bolita en el punto exacto de su vasquitud (y, por tanto, de su españolidad), siendo el 0 un sentimiento única y puramente vasco y el 10 una entrega total y abnegada al centralismo.

Cuando llegué a esa pregunta, me quedé literalmente trabado. Descarté de inmediato los extremos porque de siempre he sido yo muy aristotélico, ¿pero qué son los extremos en una línea del 0 al 10? Opté por centrar mis dudas en el tramo que iba del 3 al 7. ¿Pero cómo reducir lo que uno siente por su tierra, por su país y sus gentes a un frío valor ordinal? ¿Qué diferencia, por ejemplo, el 4 del 6? Es complicado. Más que eso, es imposible.

De ahí que el caso inuit nos venga, también aquí, como anillo al dedo. Los vascos deberíamos tomar ejemplo de los esquimales y ponerle un nombre a cada grado de relación con el Estado tal y como hacen ellos con la nieve. Diez palabras, diez neologismos que abarquen esa rica gama sentimental. Si se nos hubiese ocurrido antes, hace uno o dos meses, esta campaña habría sido mucho menos confusa. Claro que, por otra parte, quién quiere claridad pudiendo tener políticos.

Todo el mundo ha oído que los inuit distinguen un montón de tonos de blanco, aunque casi nadie sabe si esto es cierto porque, en fin, casi nadie tiene esquimales en su entorno más cercano. Pero la verdad, en este caso, importa poco. La relación de los inuit con el blanco nos sirve de metáfora para tantas cosas que sería una pena dejar que la verdad nos la fastidiase. Nos sirve, por ejemplo, para ilustrar la forma en que los vascos concebimos la relación con el Estado.

Nunca como en estas elecciones habíamos tenido los votantes un abanico tan repleto de opciones a este respecto, desde el PP y su centralismo inquebrantable hasta el innegociable independentismo de Bildu pasando por modelos federales, el sí pero no del PNV y el no pero sí de Podemos.