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Yolanda Díaz nos promete la gloria...

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En la política —quiero decir en su 'mundillo' y costumbres—, el sentido de la oportunidad es muy importante. Suele ocurrir que, de pronto, el patinazo de un líder arrastra consigo al partido entero, y si los otros líderes están atentos, y aprovechan las oportunidades, se producen situaciones en las que los líderes se empeñan en 'autoalabarse' a costa del descrédito ajeno. El debate oportunista ha alcanzado tal descaro que los líderes políticos hablan más de los otros líderes que de ellos mismos. Es mucho más eficaz, en la lucha política, profundizar en los errores ajenos que presentar las ideas propias aunque, como es lógico, consideremos tales ideas infalibles. Por otra parte, en los tiempos que vivimos, resulta más eficaz y productivo alegrar los oídos de quienes nos escuchan que arriesgar nuestro crédito con ideas que puedan ser interpretadas de modo perjudicial para nosotros mismos.

Alguien estará pensando, llegados a aquí, que este escrito echa más leña al fuego en que el PP se está autodestruyendo, pero no es eso lo que pretendo porque, como no soy del PP, no deseo aprovecharme de la desgracia ajena ni hacer leña del árbol caído. En todo caso se trata de reflexionar sobre unas frases, pronunciadas por Yolanda Díaz, cuya ambigüedad oculta intenciones arteras que sería bueno desentrañar con valentía, máxime en estos tiempos en que la política empieza a mostrarse no como el arte de gobernar los pueblos (las comunidades humanas), sino como la habilidad para doblegarlos y para que quienes gobiernan dobleguen esas voluntades sin atraer las conciencias ni crear complicidades nobles.

Desde hace algún tiempo Yolanda Díaz, que es Vicepresidenta de España, huye del único calificativo que la puede definir políticamente. Yolanda es comunista, del Partido Comunista para más señas… y lo es con un rostro amable y una sonrisa agradable que contrasta con los semblantes algo ariscos de los viejos comunistas que, quizás por provenir de las capas sociales cuyas vidas solían ser algo más penosas, mostraban facciones algo más ariscas. Pero a mí, que siempre me gustaron aquellos rostros, marcados por el rigor y las penalidades, ya no me gustan las muestras de dolor, perpetuas y acusadoras, porque los tiempos han cambiado y las mentes humanas van por derroteros más benignos. Lo cierto es que Yolanda Díaz está haciendo experimentos, lo cual no es propio de las mentes ideologizadas de las gentes de izquierdas que deben esmerarse en 'catequizar' a sus semejantes. La izquierda es eficaz cuando no se queda en el marco teórico, y acude a los foros en los que sus militantes protestan contra las ilegalidades y desigualdades; cuando provoca reflexiones y anima discusiones; cuando descubre la maldad que se oculta bajo los discursos complacientes pero falsos e incompletos con los que las derechas solo persiguen alegrar nuestros oídos… Y bien, ¿a qué venía todo esto? Solamente a subrayar, siquiera tenuemente, que el debate ideológico requiere mucho rigor, y dotarle de fortaleza suficiente para que quienes lo escuchen no solo se queden con la dulce melodía, sino con el rigor de las voces contundentes y las palabras significativas.

Volviendo a lo más trascendental, ahora que los partidos políticos se tambalean, que los liderazgos no se sostienen ni se soportan unos a otros supeditando sus fortalezas a las debilidades de sus contrarios y poco más, ahora que las ideologías han cedido ante las estrategias supeditadas a la conquista del poder y nada más, ahora que los partidos sólo son poco más que conglomerados de gente —sí, gente—, que suele ponerse de acuerdo para destruir, mucho más que para construir… Ahora es bueno que los liderazgos no se construyan en base a ambigüedades y pensamientos basados en la provisionalidad. Porque se trata de gobernar con rigor, y Yolanda Díaz siempre dio la impresión de que actuaba con él, pero el tiempo nos trae nuevas noticias, también de Yolanda Díaz, que ahora nos anuncia nuevos experimentos, eso sí, sumidos en una ambigüedad que apenas sirve para preservarla de la fatuidad que tiene contagiados a los partidos políticos, a los líderes y a los ciudadanos (unos pocos) algo preocupados por el devenir.

Acabemos. Yolanda ha dicho en los medios de comunicación, con sus ojos vivarachos y encendidos, con su sonrisa luminosa, que inicia una fase, -que yo tildaría como “esplendorosa” a tenor del modo como la ha definido-, que durará seis meses hasta que tome una decisión sobre su futuro. Pues bien, esto es ser oportunista, máxime teniendo en cuenta que se concede a sí misma seis para tomar una decisión sobre lo que hará. ¿No son demasiados meses, a tenor del cargo que ocupa en la Administración Pública? El texto que explica sus intenciones no puede ser más extraño: “[...] …en primavera iniciará un proceso de escucha activa para impulsar un nuevo proyecto de país amplio, novedoso, moderno, democrático y diferente”, que aporte un “horizonte de esperanza”.

O sea que serán seis meses llenos de incertidumbre en los que deberá compaginar su labor gubernamental con su “proceso de escucha activa”, como si pudiera haber un proceso de escucha pero inactiva. ¡Querida Yolanda, nos tendrás en un 'ay', al menos durante estos seis meses, sumidos en un horizonte de esperanza…! Mucho me temo que para que todo eso se cumpla no serán de gran utilidad los apoyos de tus 'amigos' de Unidas Podemos…Ni los paseos por el cosmos ni las estrellas…

A todos, incluía tú, nos conviene que aligeres la toma de tu decisión.

En la política —quiero decir en su 'mundillo' y costumbres—, el sentido de la oportunidad es muy importante. Suele ocurrir que, de pronto, el patinazo de un líder arrastra consigo al partido entero, y si los otros líderes están atentos, y aprovechan las oportunidades, se producen situaciones en las que los líderes se empeñan en 'autoalabarse' a costa del descrédito ajeno. El debate oportunista ha alcanzado tal descaro que los líderes políticos hablan más de los otros líderes que de ellos mismos. Es mucho más eficaz, en la lucha política, profundizar en los errores ajenos que presentar las ideas propias aunque, como es lógico, consideremos tales ideas infalibles. Por otra parte, en los tiempos que vivimos, resulta más eficaz y productivo alegrar los oídos de quienes nos escuchan que arriesgar nuestro crédito con ideas que puedan ser interpretadas de modo perjudicial para nosotros mismos.

Alguien estará pensando, llegados a aquí, que este escrito echa más leña al fuego en que el PP se está autodestruyendo, pero no es eso lo que pretendo porque, como no soy del PP, no deseo aprovecharme de la desgracia ajena ni hacer leña del árbol caído. En todo caso se trata de reflexionar sobre unas frases, pronunciadas por Yolanda Díaz, cuya ambigüedad oculta intenciones arteras que sería bueno desentrañar con valentía, máxime en estos tiempos en que la política empieza a mostrarse no como el arte de gobernar los pueblos (las comunidades humanas), sino como la habilidad para doblegarlos y para que quienes gobiernan dobleguen esas voluntades sin atraer las conciencias ni crear complicidades nobles.