Este blog pretende unir cine y memoria histórica destacando aquellas producciones que pueden promover una reflexión en el lector, enlazar con las biografías de nuestro proyecto 'Fighting Basques' y mostrar otros materiales relacionados con el audiovisual, incluyendo proyectos más modestos, como los propios de la Asociación Sancho de Beurko, cine amateur, etc. El lector podrá encontrar artículos con análisis cinematográfico y crítica siempre bajo el prisma de la memoria de la generación del período 1936-1945. Puedes leer aquí más contenidos de 'Fighting Basques'.
'Casablanca' (Michael Curtiz, 1942) o de cómo Rick Blaine encarnó al exiliado republicano del norte de África sin pretenderlo
Idealista descreído con tintes de rebelde sin causa y una máscara de cínico, el Rick Blaine que interpretó Humphrey Bogart era un aventurero que podía haber estado en Casablanca entre 1940 y 1942 como en otras ciudades norteafricanas, Tánger, Orán, etc. El hecho de que hubiese llegado hasta allí huyendo del París ocupado por los nazis podía parecer tan casual como el decorado que Hollywood reutilizó para esta producción de bajo presupuesto que no era más que otro producto patriótico y propagandístico realizado sobre la marcha en un momento en el que los grandes directores de la industria, con John Ford a la cabeza, daban un paso al frente y se iban a la guerra. Tal es así que su estreno (el 26 de noviembre de 1942 en Nueva York) prácticamente coincidió con el desembarco aliado en el norte de África. Pero el mérito del personaje de Blaine, con su pose de gangster y buscavidas amargado que podía conectar con el público estadounidense, es que su vitola de antihéroe puede servir hoy en día a los fines de la memoria como en su día sirvió al esfuerzo bélico del gobierno de Franklin D. Roosevelt, aunque todo sea por la conjunción de una serie de felices casualidades, ya que en él se han mezclado tal cantidad de ingredientes que incluso se nos asemeja al mismísimo Ernest Hemingway, como acertadamente señala Encarna Lorenzo (1). De hecho, la posibilidad de que Warner hiciese una secuela en 1943, que llegó a ser anunciada, con Blaine y el señor Ferrari (Sidney Greenstreet) uniéndose a los servicios de la inteligencia aliada en Brazzaville, convertiría a nuestro Rick casi en un sosias del famoso escritor y periodista estadounidense, que también ejerció de espía, pero jamás se hizo.
La fortuna y el hecho de que los diálogos funcionasen tan bien quisieron que aquella historia de amor imposible con Ilsa Lund (Ingrid Bergman), esposa del resistente checo Victor Laszlo (Paul Henreid) ambientada en el protectorado francés de Marruecos, bajo control del régimen de Vichy, se convirtiese en una obra maestra casi desde el principio. A pesar de que ninguno de los actores principales se sentía especialmente entusiasmado durante el rodaje, una conjunción de casualidades y cambios de guion, incluyendo la imposibilidad de mostrar a una mujer abandonando a su marido por otro hombre (2), consolidaron finalmente la leyenda de esta película inimitable que partía de la suma de personajes tan llenos de matices como predecibles, ya que no faltan ni el cantante de cabaret negro ni, por supuesto, unos alemanes malísimos y apenas dibujados por los guionistas. Pero lo verdaderamente increíble de todo es que este microcosmos pudo existir realmente en un local nocturno de la Riviera francesa, sirviendo de inspiración para Murray Burnett y Joan Allison, autores de “Todo el mundo viene a Rick´s”, obra de teatro en la que se basó el film de Michael Curtiz (3). Un eficaz cineasta judío cuyos familiares habían quedado en peligro en su Hungría natal, un país que había decidido unirse a las potencias del Eje y por tanto era beligerante con el Gobierno de Roosevelt. Curtiz, que estaba influenciado por el expresionismo alemán que impregna algunas de las más recordadas escenas de esta película (un verdadero 'film noir'), era el típico director del sistema de estudios de Warner que rodaba entre cuatro y cinco cintas al año. Debido a su carácter tenía mala fama entre los actores, a los que maltrataba hasta el punto de que Bogart le amenazó con abandonar el rodaje de 'Casablanca'.
Pero volviendo a lo que aquí nos interesa, las vinculaciones de Blaine con la República Española, con la que combatió al fascismo —algo que sería suprimido en la versión exhibida en los cines de este país en 1946 gracias a una censura que no perdonaba-, y con la Abisinia del emperador Haile Selassie “el Negus”, no eran sino ingredientes aportados por los diferentes guionistas que tomaron parte en el proyecto (hasta siete, incluyendo a los hermanos Julius y Phillip Epstein y Howard Koch), quienes al crear los personajes que uno se podría encontrar en aquel figurado local de Casablanca llamado Rick´s Café omitieron incluir, entre una pléyade de refugiados europeos que huían de los nazis, a los exiliados republicanos, exhibiendo un gran desconocimiento de la realidad de las colonias francesas del norte de África, donde la población de origen español, especialmente en Marruecos y Argelia, era muy numerosa y se había visto notablemente ampliada con la derrota de 1939, lo que conocemos gracias al trabajo de nuestra amiga Eliane Ortega Bernabeu y otros investigadores (4). La única posible referencia hispana podría estar en el personaje de Guillermo Ugarte (Peter Lorre), pero se nos aparece como oriundo de Italia, una potencia enemiga, evitando así que con semejante nombre pudiera ofenderse algún país sudamericano, y ni que decir de la España franquista, demasiado lejana entonces para el público estadounidense.
La película comienza con una introducción en la que se habla de aquellos que esperaban en Casablanca un visado para marchar al “Nuevo Mundo” a través de Portugal, pero se trataba de un refugiado del que no se nos muestra más que procede de países como Alemania o Bulgaria, omitiendo su credo, aunque se intuye que es judío. El acertado montaje con el que se abre 'Casablanca' es obra del director de la segunda unidad, Don Siegel, hebreo como los hermanos Epstein y Howard Koch, quienes llevaron el peso del guion, y compone un fresco de plena actualidad en 1942 en el que la referencia a la libertad que simbolizaba América se convertía en un importante elemento de propaganda para el Gobierno estadounidense. Y es precisamente este carácter 'judío' de 'Casablanca' (además de su director Curtiz, su productor Hal B. Wallis, el compositor de su música Max Steiner, etc. [5]), el que puede llevar a pensar que la película carece de compromiso al mostrarnos a los refugiados sólo como centroeuropeos que huían de los nazis. Pero el mensaje implícito está ahí, bajo la superficie, acentuado por la presencia de actores que no tendrían que forzar mucho su extraño acento y ser igualmente creíbles en aquella Babel en que se había convertido la ciudad norteafricana, pues ellos mismos eran refugiados de origen hebreo, como Paul Henreid y Peter Lorre, cuyos personajes son la antítesis el uno del otro, nobleza versus iniquidad, lo que nos llevaría a un terreno demasiado embarazoso e inquietante en el caso de que aceptásemos que Laszlo y Ugarte fuesen igualmente judíos... Por cierto, el nombre real de Peter Lorre era Laszlo Löwenstein. En cualquier caso, en 1942 no eran aún del dominio público los crímenes del nazismo, ni tampoco el carácter genocida de aquella ideología y no olvidemos que los estadounidenses habían sido aislacionistas hasta el ataque japonés a la base aeronaval de Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941 (6). Aparte de que el Gobierno de Roosevelt no era, ni mucho menos, tan anti-Vichy como podría hacernos pensar esta película, ya que su política con respecto a Francia podía resumirse en la frase “cualquiera menos De Gaulle” (7).
Lo verdaderamente paradójico de la ignorancia del exilio republicano —que no puede extrañarnos en un guion adaptado a trompicones y con los condicionantes de un escenario estratégico cambiante como era el africano, donde alemanes e italianos aún no habían sido derrotados-, es que la magia del cine también puede servir para visibilizarlo. En aquella Casablanca convertida en refugio de tanta gente que esperaba sine die la llegada de un barco no sería difícil que los refugiados españoles se viesen atraídos por un brigadista como Rick Blaine, un camarada con el que compartieron los años de la Guerra Civil. Y es que estar cerca del Rick´s Café, a pesar de la vigilancia de la policía francesa, podía marcar la diferencia, y su dueño no podría negarse, favoreciendo a sus antiguos compañeros de trinchera antes que a ningún otro, o al menos es lo que nos gustaría pensar. Pero hay que esperar hasta la apoteosis de la película de Curtiz para visibilizar a estos desesperados sin nombre, que no pueden resistir por más tiempo la humillación de ver cantar a sus opresores, un grupo de militares alemanes, y se ponen de pie para sumar sus voces en el momento en que suena La Marsellesa
Aquí se incluyen dos emocionantes primeros planos de una jovencísima actriz francesa, Madeleine Lebeau, que había llegado a Hollywood recientemente junto a su marido, el también actor Marcel Dalio, que huía de los nazis por ser judío y también compartía con ella set en “Casablanca” (8). Es precisamente esta autenticidad del refugiado la que da credibilidad a toda la escena, conformando un grito de libertad surgido desde lo más profundo de las entrañas que nos permite entender como se forjaban las amistades en locales como este, donde confluían aquellos que buscaban un salvoconducto para poder huir hacia un lugar seguro. Y fue precisamente ahí, al imaginarnos esto mismo en Orán, cuando quisimos ver al protagonista de un artículo en el que estamos trabajando para Euskal Kultura. Se trata del donostiarra José Díez Jaurrieta, que seguro que frecuentó cafés de este tipo antes de partir hacia los frentes europeos con la mítica Nueve para tomar parte en la liberación de París.
Y nos hemos tomado esa libertad porque 'Casablanca', como genuino producto propagandístico que es, recrea un escenario en el que cualquier espectador podía situarse en 1942, cuando no cabía quedarse indiferente ante el auge de los totalitarismos que amenazaban al mundo, es decir, poniéndose del lado correcto de la historia. De ahí que todos quepan en el Rick´s Café. El cine se revela aquí como una poderosa herramienta para construir un relato que perdurará en el imaginario colectivo, y da igual que haya tal o cual anacronismo. En el momento en que se nos muestran aquellas vidas rotas mientras Sam (Dooley Wilson) canta “As times goes by” podemos entender cuales eran sus sentimientos y que lazos eran capaces de tejer en semejantes circunstancias.
Y si seguimos echándole imaginación, además de a José Díez, quizás podamos ver en un rincón del local a otros olvidados de los campos, de los Grupos de Trabajadores Extranjeros o de la Legión Extranjera, que siempre contarían con el apoyo de los Rick Blaine de este mundo. Líderes emblemáticos de una comunidad de expatriados como Miguel Buiza, Antonio Van Baumberghem “Bamba”, Miguel Campos o Amado Granell, que participarían en la reacción contra las fuerzas del Eje, ya fuese en Túnez, Normandía, París o Alsacia (9). El séptimo arte acude en nuestra ayuda como investigadores en un momento (el de su estancia en las colonias norteafricanas) en el que sus vidas se vuelven opacas para la historiografía por la escasez de fuentes, y es así como podremos comprenderlos. Si, como dice Julio Montero, el cine participa en el “debate que configura en cada momento el discurso histórico en perpetua construcción”, hoy, cuando han pasado tantos años, quizás podamos valorar a través de él la parte más emocional y empatizar con aquella generación y sus sentimientos (10). Ese es el regalo que nos hacen películas como 'Casablanca'.
Cartel de la película “Casablanca” de 1942 (vía autor).
Idealista descreído con tintes de rebelde sin causa y una máscara de cínico, el Rick Blaine que interpretó Humphrey Bogart era un aventurero que podía haber estado en Casablanca entre 1940 y 1942 como en otras ciudades norteafricanas, Tánger, Orán, etc. El hecho de que hubiese llegado hasta allí huyendo del París ocupado por los nazis podía parecer tan casual como el decorado que Hollywood reutilizó para esta producción de bajo presupuesto que no era más que otro producto patriótico y propagandístico realizado sobre la marcha en un momento en el que los grandes directores de la industria, con John Ford a la cabeza, daban un paso al frente y se iban a la guerra. Tal es así que su estreno (el 26 de noviembre de 1942 en Nueva York) prácticamente coincidió con el desembarco aliado en el norte de África. Pero el mérito del personaje de Blaine, con su pose de gangster y buscavidas amargado que podía conectar con el público estadounidense, es que su vitola de antihéroe puede servir hoy en día a los fines de la memoria como en su día sirvió al esfuerzo bélico del gobierno de Franklin D. Roosevelt, aunque todo sea por la conjunción de una serie de felices casualidades, ya que en él se han mezclado tal cantidad de ingredientes que incluso se nos asemeja al mismísimo Ernest Hemingway, como acertadamente señala Encarna Lorenzo (1). De hecho, la posibilidad de que Warner hiciese una secuela en 1943, que llegó a ser anunciada, con Blaine y el señor Ferrari (Sidney Greenstreet) uniéndose a los servicios de la inteligencia aliada en Brazzaville, convertiría a nuestro Rick casi en un sosias del famoso escritor y periodista estadounidense, que también ejerció de espía, pero jamás se hizo.
La fortuna y el hecho de que los diálogos funcionasen tan bien quisieron que aquella historia de amor imposible con Ilsa Lund (Ingrid Bergman), esposa del resistente checo Victor Laszlo (Paul Henreid) ambientada en el protectorado francés de Marruecos, bajo control del régimen de Vichy, se convirtiese en una obra maestra casi desde el principio. A pesar de que ninguno de los actores principales se sentía especialmente entusiasmado durante el rodaje, una conjunción de casualidades y cambios de guion, incluyendo la imposibilidad de mostrar a una mujer abandonando a su marido por otro hombre (2), consolidaron finalmente la leyenda de esta película inimitable que partía de la suma de personajes tan llenos de matices como predecibles, ya que no faltan ni el cantante de cabaret negro ni, por supuesto, unos alemanes malísimos y apenas dibujados por los guionistas. Pero lo verdaderamente increíble de todo es que este microcosmos pudo existir realmente en un local nocturno de la Riviera francesa, sirviendo de inspiración para Murray Burnett y Joan Allison, autores de “Todo el mundo viene a Rick´s”, obra de teatro en la que se basó el film de Michael Curtiz (3). Un eficaz cineasta judío cuyos familiares habían quedado en peligro en su Hungría natal, un país que había decidido unirse a las potencias del Eje y por tanto era beligerante con el Gobierno de Roosevelt. Curtiz, que estaba influenciado por el expresionismo alemán que impregna algunas de las más recordadas escenas de esta película (un verdadero 'film noir'), era el típico director del sistema de estudios de Warner que rodaba entre cuatro y cinco cintas al año. Debido a su carácter tenía mala fama entre los actores, a los que maltrataba hasta el punto de que Bogart le amenazó con abandonar el rodaje de 'Casablanca'.