Septiembre de 2017 (siglo XXI). Una cuadrilla de vendimiadores se baja de un autocar procedente de Galicia en la estación de Logroño. Son las 23.00 horas de la noche. En la terminal les espera un hombre. Es joven, alto y atlético. Luce muchos tatuajes. Uno de ellos es el logotipo de una conocida revista pornográfica. Lo lleva detrás de la oreja. Es su intermediario, quien les ha prometido un empleo de calidad y alojamiento durante la vendimia en una de las regiones más reconocidas en el mundo del vino: la denominación de origen Rioja, que abarca no sólo a la comunidad autónoma del mismo nombre sino también al Sur de Álava y a una parte de Navarra.
Pero aquel hombre no era su aliado. Aquello fue en realidad el inicio de una pesadilla para unos jóvenes que, como otros temporeros, se ven atrapados en muchos casos en una red de precariedad, explotación y semiesclavitud. Se ven atrapados por la “mafia” que rodea a la vendimia.
Miguel Ángel –nombre ficticio- cuenta 33 años y suma en su ‘curriculum vitae’ experiencia como vendimiador en campañas de su Galicia natal, en la Champaña francesa, donde se producen los mejores espumosos del mundo, y en otras regiones vinícolas. 2017 ha sido un mal año para la vid en todo el norte de España y el trabajo no ha abundado, así que optó por intentar buscar un hueco para él y para su cuadrilla en La Rioja, donde nunca falta el trabajo por muy mal dadas que vengan. Para ello, publicó un anuncio en un conocido portal de empleo de Internet. “A las 24 horas llamaron. Decía que era de una empresa que necesitaba personal en las bodegas”, recuerda. Era el hombre de los tatuajes. “Las condiciones sonaban bien”, reconoce Miguel Ángel, que confió en su interlocutor.
Este temporero conoce bien sus derechos. El convenio colectivo del sector marca un mínimo de salario por hora (7,45 euros en La Rioja) y también que el empresario proporcione alojamiento a los temporeros que vengan de fuera. En la Rioja Alavesa se define ese ‘fuera’ como aquel lugar a más de 40 kilómetros de la viña, por ejemplo. En la oferta todo eso parecía garantizado. ¿Qué podía salir mal?
Comida en cuencos para perros
Miguel Ángel y su cuadrilla acabaron su primera noche en Logroño en la oficina de una ETT, donde firmaron un documento contractual. A partir de ahí, se ponían a disposición del intermediario, que iría ubicándolos en distintas bodegas en función de la demanda. Es una práctica habitual. Un día aquí, otro allá.
Pero los problemas no tardaron en aflorar. Fueron una docena de días tan duros que en la memoria de Miguel Ángel quedarán más grabados que las marcas que deja el trabajo manual en el campo. En una región multipremiada y que cada vez atrae más turismo por la calidad de sus caldos han trabajado en las parras, explica, sin material adecuado y a destajo. Les han dado de comer “en cuencos para perros”. Y, sobre todo, han tenido que dormir en la calle. “Si llovía, con un toldo debajo de las mesas de un merendero”, detalla. Por supuesto, no han visto un céntimo de euro por el trabajo realizado. Se lo ha quedado el intermediario. Unos 400 euros por persona.
Unos cientos de kilómetros al norte de los paisajes de las viñas, en un despacho de Bilbao, trabaja en la actualidad uno de los fiscales que, en 2008, impulsó la denominada ‘operación Libertad’. Fueron “casi tres años” de trabajo contra las mafias de la vendimia, que operaban desde Portugal. Ello motivó un operativo internacional coordinado por Eurojust, el primero en la zona.
Villas en Portugal con el dinero de los temporeros
Los investigadores hallaron entonces pruebas de que estos grupos “captaban” la mano de obra para ponerla a disposición de los bodegueros a cambio de quedarse con parte de su salario y de someter a condiciones de semiesclavitud a los temporeros. La Policía llegó a decomisar armas cortas a estos grupos.
Se estimó en 3.000 el número de víctimas de esta red y los arrestados fueron finalmente condenados por “secuestro, esclavitud, tráfico de personas, asociación criminal y blanqueo de dinero”. Lujosas villas en el norte de Portugal eran el destino de ese dinero negro. “Para los empresarios es más cómodo -y más barato- contratar personal a través de ellos”, explica este fiscal.
Quienes atienden a los temporeros durante las semanas de vendimia conocen bien esta realidad. La macrooperación de 2008 no eliminó el problema, asumen, aunque las fuentes consultadas destacan que desde aquellos años hasta ahora las organizaciones han perfeccionado sus ‘servicios’. Ahora actúan a través de empresas pantalla a modo de una ETT. Los menos son como Miguel Ángel, españoles. Se nutren fundamentalmente de jóvenes extranjeros, algunos menores y los más sin la documentación en regla. Si el convenio marca 7,45 euros la hora, algunos no ven ni la mitad.
Durante esta vendimia, Miguel Ángel y sus compañeros han pasado por tres localidades, una en La Rioja y dos en la Rioja Alavesa. Con el primer “patrón” las cosas ya fueron muy mal. “Pero queríamos trabajar y no meternos en líos”, explica. Pasaron a la segunda bodega y nada mejoró. Más de lo mismo.
“El lado oscuro del lado oscuro”
La tercera fue, en palabras del temporero, “como salir del cazo para caer en la sartén”. “El lado oscuro del lado oscuro”, lo califica. Los hechos se produjeron en el que es considerado como uno de los pueblos más bellos de España. Ha adquirido prestigio mundial por su cultura del vino. Se halla en Álava. Allí Miguel Ángel fue testigo de cómo sus compañeros sin la documentación en regla se ocultaron bajo tractores durante una inspección. Y cómo en otra ocasión se los llevaron encerrados en una furgoneta para evitar los controles. No es nada que sorprenda en los servicios sociales.
Lo peor llegó cuando quisieron cobrar. “¡Nos quisieron pasar encima con un tractor!”, denuncia Miguel Ángel. Fue un punto de no retorno. Cogieron su petate y se fueron a pie hasta Logroño. Fue una larga caminata, pero pudieron llegar a una comisaría de la Policía Nacional para interponer una primera denuncia. Finalmente, concluyeron que lo operativo era hacerlo también ante la Ertzaintza. De hecho, unos agentes autonómicos les ayudaron a rescatar algunos objetos que se habían dejado en la bodega en medio de una gran bronca.
“¿Pero por qué cojones nos llamas a nosotros?”, protesta al teléfono uno de los dueños de las bodegas por las que ha pasado esta cuadrilla. El empresario despacha las preguntas sobre las denuncias asegurando que allí “no pasó nada” y que los intermediarios “nunca han causado ningún problema”. Fin de la conversación.
“Víctima es el que no denuncia”
En realidad, la presión sobre la vendimia es muy intensa. Hay tres cuerpos policiales encima: la Ertzaintza en Álava y la Policía Nacional y la Guardia Civil en La Rioja. No es extraño que un helicóptero sobrevuele las viñas en temporada alta. También la Inspección de Trabajo, la vasca y la riojana, tiene personal de control. “Pero todos los años tenemos problemas de este tipo. Se comenta en la comisaría: es obvio que hay mafias”, apunta un agente de la Ertzaintza, que tiene una comisaría en Laguardia que atiende a toda la comarca. En la jefatura recuerdan redadas todos y cada uno de los años y avisan: “Y esto ocurre aquí, con mejores condiciones [que en otros lugares donde se recoge fruta]”.
A principios de octubre, en Logroño, la federación de Industria, Construcción y Agro de la UGT en La Rioja denunció en una rueda de prensa la existencia de “mafias” en la campaña de la vendimia. La noticia no trascendió de los medios de comunicación locales. “No se puede generalizar, muchos agricultores cumplen. Pero otros no lo hacen y permiten que sus trabajadores en la época de vendimias duerman en la calle”, reseñan desde el sindicato.
“Tienen miedo a las consecuencias”, coinciden varias fuentes preguntadas por el escaso número de denuncias. Pero para Miguel Ángel era importante hacerlo. “Recuerdo a un chico magrebí de 17 años que estaba con nosotros. Los traen engañados. Se juegan la vida para esto. Y no podemos dejarlo pasar”, razona. Ahora, ya está de regreso a Galicia, adonde él y sus compañeros pudieron viajar gracias al apoyo de Cáritas. “Una víctima es la que no lucha”, reivindica.