Guibert, el empresario secuestrado 17 días en una cueva tras una vida de amenazas: “Ni odió ni nos educó en el rencor”

Maialen Ferreira

Bilbao —
16 de junio de 2024 21:45 h

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El último de los 17 días de secuestro en una pequeña cueva de tres metros y medio de largo en la que no cabía de pie, Jesús Guibert le dijo a sus secuestradores la siguiente frase: “Si decidís dejar esto, nos vemos en las sidrerías y bodegas”. Guibert conocía las amenazas y los insultos. Los sufrió antes, pero también durante el cautiverio que tuvo lugar entre el 21 de marzo y el 7 de abril de 1983 en el que los Comandos Autónomos Anticapitalistas, una organización escindida de ETA, lo retuvieron en una cueva de un lugar recóndito de Gipuzkoa, en el monte Arauntza cerca de Régil.

Gerente durante gran parte de su vida del Grupo Marcial Ucín, empresa a la que entró en 1958 tras casarse con la hija del fundador, Elena Ucín, Guibert conocía de cerca la campaña de la banda terrorista contra el empresariado vasco. Esta se basaba en cartas amenazantes en las que se les exigía el pago del denominado “impuesto revolucionario” para financiar su actividad terrorista. Una extorsión que llegó a más aquel 21 de marzo cuando el empresario se dirigía desde su domicilio a su trabajo en la localidad guipuzcoana de Azpeitia y fue capturado.

Las negociaciones duraron 17 días en las que los secuestradores tenían claro que Guibert valía más vivo que muerto. Momentos de agonía que la familia vivió y que el hijo del empresario, José María Guibert, ha recopilado en el libro 'La caverna. Diario del secuestro de un empresario vasco' que cuenta con testimonios de la familia y documentación que ni ellos mismos conocían hasta la fecha. “Tenía ganas de contar lo que pasó para que no se olvide. Recopilar la información que existía en aquella época y los testimonios de quienes vivieron el secuestro no de una forma positiva, pero sí esperanzadora”, reconoce José María Guibert, el que fuera rector de la Universidad de Deusto, a este periódico.

Durante los 17 días en los que su padre estuvo encerrado, Guibert hijo era consciente de las negociaciones, aunque según detalla, no le contaban todo. “Mi padre no se enteró de nada porque estaba dentro, encerrado en un agujero con otras dos personas. Él lo único que hacía era esperar y esperar. Fuera, las negociaciones fueron duras, llenas de amenazas e insultos, utilizaban cualquier medio para meter miedo. La familia vivió angustia e incertidumbre, jugaban con el valor de una persona como si fuera un coche que querían vender. Sabían que pagaríamos mucho más si lo soltaban que por su cadáver. Fue algo humanamente inaceptable, muy duro”, confiesa.

Y así, hasta que decidieron soltarlo. “Realizaron el pago, creo que por la zona de Francia y lo soltaron cerca de Zarautz, en el monte. Mi padre aguantó fuerte hasta el último día, en el que el enlace que tenían los secuestradores fuera, llevó a la cueva muchísima comida. Ahí se derrumbó al pensar que pasaría más tiempo encerrado y lloró”, sostiene.

Sabían que pagaríamos mucho más si lo soltaban que por su cadáver. Fue algo humanamente inaceptable

Guibert entró en su casa con sus propias llaves -los secuestradores le devolvieron todas sus pertenencias al dejarle ir- sobre la una de la madrugada. Se fue directamente al baño. Se duchó y afeitó. Y después, vio a la familia. “Fueron momentos de muchos nervios y dudas, pero al verlo llegó la alegría. Cuando pudimos verlo todos estábamos contentos y tranquilos, relajados. Nos quitamos un gran peso de encima”, reconoce su hijo.

Después de aquello, la vida de Guibert no cambió mucho. “Algunas personas después de ser secuestradas acaban mal psicológicamente, pero él tenía una gran capacidad de aguantar la presión y pudo soportar la incertidumbre. Tenía 55 años en el momento del secuestro y su vida después no cambió mucho”, detalla.

A pesar de lo vivido y como en el libro se recoge, Guibert no transmitió odio ni rencor a sus hijos. “Claramente estuvo mal lo que le hicieron, pero él nunca odió ni nos transmitió rencor. Él mismo les da la mano a los secuestradores y en esa frase en la que les dice que les espera cuando dejen el camino de la violencia, tiene una postura de perdonar o de pensar en positivo, en un reencuentro. Eso siempre me ha llamado la atención y creo que es importante llevar ese mensaje al libro”, explica.

Es evidente que todavía hay muchas heridas abiertas, pero mi intención es que haya una reconciliación, que haya paz

Para Guibert hijo, es significativo que “en una época en la que tenemos cada vez más extremismos y polarización” se destaquen planteamientos humanos. “En casa, puede ser por los valores cristianos que hemos tenido siempre, nos han educado en el perdón, en la convivencia. No hemos tenido una educación basada en extremismos, sino en mirar la parte buena del otro, porque todos somos humanos. A eso se llega con una fuerza humana psicológica muy fuerte y mi padre la tenía y es lo que nos ha transmitido siempre”, recuerda.

El objetivo del que fuera rector de la Universidad de Deusto, es que la sociedad recuerde lo que pasó, pero con un mensaje reconciliador. “Quiero que se de a conocer lo que ocurrió, pero no para meter el dedo en la llaga ni para criticar. Es evidente que todavía hay muchas heridas abiertas, pero mi intención es que haya una reconciliación, que haya paz. Es como cuando hablamos de la Guerra Civil española, de algo que ocurrió hace 80 años y hablamos de ella como si fueran dos frentes o dos muros inamovibles. Lo que busco o me gustaría es que hubiera más acuerdo entre unos y otros, que la gente conozca la historia, pero que a pesar de la crudeza del dolor y de las heridas abiertas se mantengan los valores positivos”, detalla.

Si Guibert tuviera la oportunidad de hablar con los que secuestraron a su padre, tiene claro que utilizaría el mismo tono que él. “Les diría algo parecido, que nos podríamos ver lejos de la violencia. Ha habido en Euskadi unos encuentros restaurativos en los que los victimarios quieren estar con las víctimas y pedirles perdón en persona. Es importante escuchar cómo te piden perdón a la cara para vivir con menos dolor y puede ser beneficioso a nivel psicológico, mental y de derechos humanos”, concluye Guibert.

elDiario.es/Euskadi

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