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Las mil y una definiciones del hambre: desde las colas para conseguir una cena caliente hasta el abandono escolar

Jean Pierre Richard, de 72 años, depende de ayudas sociales para poder comer

Rubén Pereda

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En Guatemala, a una joven de 17 años que padece anemia le resulta complicado amamantar a su hijo de apenas once meses. En Francia, en el XIII arrondissement de París, siete centenares de estudiantes universitarios se agolpan en una cola que nace de una asociación solidaria a la espera de una cesta de alimentos gratis. Son tan solo dos de las caras del hambre que la fotógrafa y periodista Lys Arango ha plasmado en una exposición fotográfica que se puede visitar a las afueras del palacio de congresos Europa de la ciudad de Vitoria. “El hambre ha sido desde siempre causa de revoluciones y cambios sociales”, explicaba la fotógrafa, que ha querido inmortalizar con sus fotografías una problemática que en Guatemala deja a la mitad de los niños con una desnutrición crónica y que en Francia aboca a hasta ocho millones de personas a la precariedad alimentaria.

Son, según cuenta Arango en el texto que acompaña a las fotografías de la exposición, más de 800 millones las personas que a lo largo y ancho del planeta viven en una situación de inseguridad alimentaria, y la cantidad no deja de aumentar por culpa de las guerras y de la inflación. Cada una de esas personas, con sus particularidades y un hambre que se explica por diferentes motivos, tiene una historia diferente, con su nombre y sus apellidos. Uno de esos nombres es Nagbe, que, acompañado del apellido Ballok, es el de una mujer de 67 años, originaria de Costa de Marfil y que desde 2020 vive en una habitación de un hotel social de París, parca en metros cuadrados. Ha de cocinarse la comida allí mismo, en condiciones precarias, pues no tiene acceso a una cocina. En una situación similar se encuentra una mujer beninesa, que hace su vida en otra habitación social y que, además de alimentarse ella misma, ha de dar de comer a otras dos bocas, las de sus dos hijos. En el encuadre captado por Arango, la sangre del pescado, ya troceado, se desliza por los bordes de un lavabo en el que los platos y los cubiertos encajan como piezas de un tetris que se repite cada día.

Arango, que siempre pone el foco —ya sea a través de las fotografías o de las palabras— sobre asuntos sociales, ha abordado con sus trabajos un abanico tan amplio de temas como la migración climática en Guatemala, los efectos del conflicto armado sobre la población de la República Centroafricana o las limitaciones a la movilidad que se impusieron en España con motivo de la pandemia de COVID-19. En esta última exposición, ha aunado instantáneas tomadas en dos lugares tan lejanos como Francia y Guatemala, pero al mismo tiempo acercados por un problema tan universal como es el hambre.

En Guatemala, el problema del hambre está muy ligado a otras de las preocupaciones que asolan al país. Entre las fotografías de Arango, se puede ver a un bebé que duerme solo en el suelo de una casa de una región cafetera mientras su familia trabaja y también a una madre joven, de apenas 17 años, a la que la anemia le hace complicado amamantar a su joven hijo. Esos problemas se arrastran con la edad. A unos pocos metros, como si esa distancia representara el salto de unos pocos años, un niño de 9 años, de nombre Marcos Alexander, carga leña de camino a casa. “El abandono escolar en el Corredor Seco [una región de Guatemala] es muy alto y se debe sobre todo a las consecuencias de la desnutrición: disminuye la capacidad de concentración de los niños, que terminan dejando la escuela. En Guatemala, el 49,8% de los niños sufre desnutrición crónica, esto es, uno de cada dos”, explica Arango con palabras.

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