Entre las paredes de uno de los edificios que se yergue en la entrada occidental de Vitoria se tomaron decisiones que tendrían gran trascendencia en el devenir de los episodios bélicos que acuciaron a Europa en la primera mitad del siglo XIX. Su nombre, ‘Etxezarra’ —‘casa vieja’, en euskera—, da una idea de la condición de este edificio, que fue testigo y figurante de la guerra que libraban entonces españoles y franceses. Aunque ahora hace las veces de restaurante, al acercarse se va vislumbrando la figura de un personaje histórico, que se asoma por la ventana. Sobre uno de los ventanales, se puede leer también una inscripción, que dice, en latín: “HIC NAPOLEO I IMPERATOR. HABITAVIT ANNO MDCCCVIII”. O lo que es lo mismo: “El emperador Napoleón I se instaló aquí en el año 1808”. Fueron apenas cinco días y cuatro noches, del 5 al 9 de noviembre, pero allí, acompañado el ‘petit caporal’ de sus generales más estrechos, se fraguaron varias operaciones y se trazaron los planes que conducirían a los franceses a cosechar victorias desde A Coruña hasta Zaragoza, pasando por Gipuzkoa y Tudela.
La clave para entender cómo Napoleón, de cuyo fallecimiento en el destierro en la isla de Santa Elena se cumplen ahora dos siglos, acabó en Vitoria pasa por su hermano, José. Coronado rey de España a comienzos de junio de 1808, cayó derrotado sin embargo en la batalla de Bailén apenas un mes después. Asustado, emprendió una huida de Madrid que lo llevó a Baiona y Tolosa, para finalmente acabar en Vitoria. Allí contaba el francés con la amistad y el favor de Ortuño Aguirre del Corral, conde de Montehermoso, y su esposa, María del Pilar Acedo y Sarriá, de la que el monarca galo era íntimo. De hecho, le habría gustado que lo coronasen emperador en esa ciudad. “Quiere que se le proclame en Vitoria. No llegó a estar, pero el Ejército obligó a que la proclamación se hiciera en la plaza, ante un dibujo suyo”, cuenta el historiador Patxi Viana. “Desde agosto [de 1808] hasta noviembre, la capital está en Vitoria. Todo su gobierno, todos sus ministros, toda la burocracia está aquí”, añade. A Napoleón no le quedó otra opción que acudir con el grueso de su ejército a auxiliar a su hermano, que, además de haber caído derrotado en Bailén, se había percatado para entonces de que no contaba con el favor del pueblo.
El emperador llegó a Vitoria, donde, según algunas crónicas de la época, se le recibió con el disparo de setenta cañones. ¿Por qué, pudiendo hospedarse en el mismo palacio de Montehermoso en el que se alojaba su hermano, optó por una casa a las afueras, propiedad de un banquero? Según cuenta José Ortega Munilla —padre del filósofo Ortega y Gasset— en un artículo que se publicó en la revista ‘La Esfera’ en la primera mitad del XX, ‘Pepe Botella’ dispuso los aposentos para que a su hermano no le faltase de nada. Recurre a las memorias de un coronel francés para mostrar que le preparó incluso los volúmenes que más le gustaba leer —incluidos unos ‘Comentarios de César’ y el ‘Poema del Cid’— para que se sintiera bien recibido. “Napoleón no se entendía con su hermano”, razona Ortega. “Cuando la derrota de Bailén, José se espantó y se puso en fuga, lo cual no le perdonó jamás el emperador. Y ahora iban a verse el fuerte y el pusilánime en el país de la resistencia inopinada”, abunda. “Si hubiera nacido un siglo antes, hubiera sido un gentil abate cortesano. Gusta de las mujeres, de los perfumes y de la música. La lucha es ajena a su condición. Mi campaña española fracasó porque mi hermano José estuvo siempre de parte de mis enemigos, no por traición a mí, sino por debilidad”, llegó a decir Napoleón de su hermano, según Ortega.
Cuando la derrota de Bailén, José se espantó y se puso en fuga, lo cual no le perdonó jamás el emperador. Y ahora iban a verse el fuerte y el pusilánime en el país de la resistencia inopinada
Lo cierto es que Napoleón no aceptó la oferta y acabó pernoctando en el edificio sito en lo que doscientos años después es el Portal de Castilla. Viana, que también preside la Asociación Histórica Vitoria 2013, disiente y considera que la relación —con sus tiranteces, que las había— no fue la causa de la decisión. “Claro que tenía enfado, porque el ímpetu que tenía Napoleón no coincidía con el de su hermano. Tenían una relación de amor-odio: el uno era militar; el otro, político”, apunta, pero no coincide en el diagnóstico de Ortega: “El problema es la cantidad de gente que había”. En una ciudad que por aquel entonces no superaba los 6.000 habitantes, sitúa a otros tantos soldados, más los que se agolpaban en las inmediaciones. “Estaban, lógicamente, todos los palacios ocupados, y, además, Napoleón venía con sus diez u once mariscales. Vitoria estaba apestada, estaba imposible. Entonces, inteligentemente, él solicitó una casa a las afueras”, explica Viana.
Ortega vuelve a recurrir al coronel francés para ilustrar las noches que Napoleón pasó en Vitoria: según sus memorias, fueron “de insomnio y de angustia” para él. “Pocos saben —prosigue Ortega— que en aquel hogar humilde pasó una noche el emperador, y que allí se decidió la campaña dolorosísima en que los españoles probaron su energía y prodigaron su esfuerzo. [...] Y ya que el silencio de la piedra sea rebelde a toda investigación, he querido que sea conocido el lugar en que Napoleón pensó nuestra destrucción y desde donde dijo: ‘País de frailes… Yo te dominaré’”.
La impronta de los Bonaparte en Vitoria es incluso mayor que la que la ciudad tuvo en los dos hermanos. Si bien Napoleón, tras los cinco días y las cuatro noches, marchó de Etxezarra aquel 9 de noviembre —“sería a mediodía, porque tuvo que hacer por la mañana varias cosas”, dice Viana—, rumbo a Madrid aunque con parada en Armiñón, sus tropas aún tendrían que librar en Vitoria, el 21 de junio de 1813, la última batalla de la guerra. En la plaza de la Virgen Blanca, en pleno centro de la ciudad, un gran monumento recuerda aquel enfrentamiento en el que las tropas napoleónicas cayeron derrotadas ante las aliadas lideradas por el duque de Wellington.
Cuando Ortega visitó Vitoria en la primera mitad del XX para escribir sobre la ‘casa de Napoleón’, disfrutó de la compañía de Guinea, el fotógrafo que ilustró lo que aquel plasmaba con su pluma. En una imagen en blanco y negro, bajo la circunspecta mirada del emperador, se ve un edificio mucho más liberado que el actual, con más aire a cada uno de los cuatro lados y guarecido por tres árboles. Ortega lamenta que las paredes que acogieron al emperador no den constancia de ello: “No estaría de más —escribe— en una de las paredes del edificio, una placa de mármol, en la que constara que allí moró Napoleón y que entonces dio comienzo la gran empresa libertadora que España realizó contra el más formidable caudillo de los nuevos tiempos”. Ahora, más de dos siglos después, la placa, aunque no en mármol, existe. El restaurante cuenta con espacios como ‘el campo de batalla’ y ‘la conquista’ y también sirve un ‘menú Napoleón’. La huella del pequeño cabo, aunque su paso por Vitoria fuera efímero, sigue impresa en la ciudad.