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El Despertar, café de la comunidad jazzística de Madrid y museo de los artesanos desaparecidos de Antón Martín

Ciierres de la fachada con las caras de Nina Simone y Billie Holiday

Luis de la Cruz

28 de noviembre de 2024 16:30 h

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Hay en el esquinazo de las calles Torrecilla del Leal y Tres Peces un secreto escondido a la vista de todos. Un café modernista con tantos detalles decorativos que es imposible acabárselo. Cuenta con una pequeña sala de conciertos en su interior donde la cercanía del público con los músicos subidos a la tarima es tal que uno puede casi verse reflejado en las gotas de sudor del saxofonista. Un espacio mágico que lleva abierto 43 años y que, si saliera en una película sobre la era dorada del jazz, aparecería fotografiada llena de humo.

 “El Despertar es un poco ese sueño que todos tenemos y que, de alguna manera, lo has conseguido”. Con esas palabras comenzaba un reportaje documental de hace once años en el que Juan Ruiz Cuevas, creador del café, explicaba su idiosincrasia. Él, que ahora vive en un pequeño pueblo de Cantabria, dedicó la vida a El Despertar hasta la llegada de la pandemia, cuando cogió el relevo su hija, Carolina Ruiz, con quien hemos mantenido una conversación sobre el sitio de los sueños de su familia.

 Ella no había nacido aún cuando su padre, que era ingeniero e hijo de la posguerra, empezó a viajar y a descubrir la música. Acababan de morir sus padres y esto, unido a los vientos de cambio y libertad que arreciaban, le lanzó a cambiar de vida. La madre de Carolina, Mercedes García, también se unirá desde el principio al proyecto.  “Y yo siempre estuve allí ayudando a mi padre en todo, viendo cómo se relacionaba con los músicos, los conciertos.. He tenido la suerte de poder venir a refugiarme aquí, iba a la facultad y luego volvía. Todo eso me ha nutrido y me parecía imposible no seguir con ello”, explica.

 El Despertar como lugar es también un museo vivo. Juan Ruiz es ingeniero y un gran dibujante técnico, lo que le ayudó a concebir su proyectoen base a alzados y planos. Así, convirtió el local de una gran tienda de alimentación de barrio llamada Las siete puertas en El Despertar y lo hizo en conexión con el ambiente que bullía en el barrio durante aquellos años.

  “El Despertar cuenta mucho de cómo debieron ser los primeros ochenta en Madrid, de la explosión en época de La Movida, también de los talleres en Torrecilla del Leal, Esperanza, Tres Peces, Escuadra…Eran todo talleres de oficios, muchos abiertos por gente que entonces tenía la edad de mi padre (alfarerías, ceramistas, metalistas…). Él tenía amigos restauradores –uno hizo la barra – y fue encargando a todos estos talleres los elementos del café, con sus dibujos, que denotan su pasión por el art decó y el modernismo, . Los azulejos de la fachada con el globo terraqueo, la cenefas con pinturas griegas de bailarines y músicos del salón, los tiradores de las puertas con la clave de sol…todo son piezas encargadas”.

 Durante la pandemia, Carolina estuvo ordenando papeles viejos y encontró todo un archivo con los dibujos de su padre. No fue casual que ideara un espacio para la tertulia, “por fin se empezaba a hablar de todo”, explica. Un café de tertulia que también es un lugar para la música en vivo. A ella, que es historiadora y restauradora de bienes culturales, le llegó la vocación por el local familiar y, ahora que es la capitana de la nave, aplica su conocimiento a mimar cada elemento del café. “Siempre está en restauración”, dice.

 Pero hay en El Despertar un espacio especialmente mágico, en el que un trabajador te acomoda llegada la hora de la actuación, quizá compartiendo mesa con un desconocido. Esl teatro, una cueva para el jazz semi esondida donde “se produce comunidad cuando suena la música y todos empiezan a mezclarse; las miradas, las sinergias, una magia que hace que todo el mundo salga con la misma cara: músicos, público y trabajadores”, cuanta con tono apasionado Carolina.

 Es ella misma quien se ocupa de todo, tal y como hacía su padre, tirando de los mimbres aprendidos del oficio a lo largo de toda una vida. “Sigo haciéndolo como lo hacía él, con una agenda”, cuenta divertida. Los músicos ya tienen su contacto y, los que no, les contactan a través de la web. “El Jazz es un circuito muy pequeño, cuando vienen músicos del extranjero a tocar a un festival buscan un espacio más pequeño y auténtico para entrar en contacto con el resto de los músicos. Es el lugar de Madrid donde se cultiva el circuito local del jazz”, asevera.

 E igual que sucede con los artistas, pasa con la clientela. “Ese es el rollo del café –así lo llamo yo en casa y entre amigos–, que sigue siendo un refugio. Vienen parejas de Nueva York que se conocieron aquí, gente del barrio que viene con los hijos y los hijos con los novios…”

 Resulta difícil sacar a Carolina actuaciones destacables, “cuatro conciertos a la semana durante cuatro décadas, imagínate si es difícil destacar uno”, dice con satisfacción. Luego, ejemplifica con un par de nombres que le vienen a la cabeza y que son buena muestra de la calidad de la comunidad de músicos que pasa por su esenario. “Han venido desde músicos de muchísima calidad y que son muy conocidos, como Jorge Pardo, hasta jóvenes emergentes, como Daniel Juarez, un saxofonista de primera que lleva viniendo desde que tenía dieciséis o diecisiete y acaba de cumplir 32 y publicar su tercer o cuarto disco. Pero te podría nombrar un montón”, dice.

 Durante esto días de Festival de Jazz de Madrid –“aunque me pasa como con el Ocho de Marzo, que el festival son todos los días en El Despertar”, dice Carolina“– intenta programar siguiendo la máxima de hacerlo para ella misma. Empezaron el mes de festival con Alvaro del Valle y Sara Nilu,  Baldo Martínez, o  Dani González. Quedan aún las formaciones de dos grandes saxofonistas, Guillem Ferrer el día 23 de noviembre e Inoidel González, el día 30 para cerrar. ”Observo a los músicos que vienen al café durante todo el año, sus proyectos, y cuando va llegando el verano voy haciendo la selección“, cuenta desgranando su receta para programar la gran cita anual.

 En el café modernista de Antón Martín se rodó una escena de la película Cara de acelga en la que Marisa Paredes le dice a Pepe Sacristán, “Me pone triste que la gente se haga vieja”. La ciudad, sin embargo, necesita de lugares como El Despertar –clásicos, que no viejos–, importantes para ayudarnos a no perdernos en la uniformidad de una ciudad en la que suene toda igual.

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