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La patata caliente del turismo, entre la euforia y la fobia: más visitantes que nunca, grandes eventos y la tasa a debate

Vista del Guggenheim al paso de la etapa 1 del Tour de Francia de 2023

Belén Ferreras

Bilbao —

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Euskadi está de moda. Lo corroboran los 4,5 millones de visitantes con los que se cerró el año 2023, un año récord en entrada de turistas con un aumento del un 8,3% respecto al anterior. Se culminó la línea ascendente que ha marcado toda la legislatura y que ha permitido superar las cifras anteriores a la pandemia, cuando el turismo frenó en seco por las restricciones de movilidad. Salvo el turismo de larga distancia, con una recuperación más lenta, tanto el nacional como el internacional más cercano, especialmente el europeo, tiene Euskadi como uno de sus destinos favoritos. Puede ser que este año se firme un nuevo récord. Si los expertos no se equivocan, se empezarán a recoger los frutos del spot mundial sobre las maravillas de paisaje vasco que supusieron las imágenes del Tour de Francia saliendo el pasado mes de julio de la explanada del Guggenheim de Bilbao y recorriendo buena parte de la geografía vasca, que vieron mas de 150 millones de personas. Al margen, claro está, de las personas que ya viajaron a Euskadi durante las tres etapas vascas de la carrera francesa.

Si el Tour fue una carta presentación única, tampoco ha sido mala la postal que se ha difundido con las imágenes de la Gabarra del Athletic surcando la Ría de Bilbao para celebrar el triunfo en la Copa del Rey, que se han emitido en todas las cadenas de televisión nacionales y muchas internacionales. La gente quiere viajar Euskadi y eso lo notan las agencias de viaje, los hoteles, los restaurantes, los bares, los museos y el comercio, pero también los habitantes de las ciudades vascas que atraen más viajeros. Y lo notan, para bien o para mal.

Tradicionalmente era Donostia la capital que atraía viajeros y la capital guipuzcoana se consolidó como destino turístico a principios del siglo XX. Pero el 'efecto Guggenheim' ha convertido Bilbao -transformada completamente desde el punto de vista urbanístico desde la construcción del museo- en un foco de atracción de visitantes, impulsando además el turismo de cruceros y los viajeros internacionales. El fin de la violencia de ETA supuso además el impulso definitivo para la llegada de esos viajeros que se extienden cada vez más por todo Euskadi. No se quedan sólo en Bilbao, en Donostia, o en Vitoria, sino que se mueven por distintos pueblos extendiendo el fenómeno turístico a la mayor parte de Euskadi, sobre todo a las localidades costeras. Cada vez es más normal ver el Casco Viejo de Bilbao o de Donostia saturado de grupos de turistas que siguen las explicaciones de un guía, es más difícil para los habitantes locales encontrar una mesa libre en un restaurante para comer, o sitio para tomar un café en una terraza, porque los bares prefieren reservar las mesas para las comidas del turista, y algunos pueblos se ven obligados a reducir al máximo su aparcamiento para los visitantes para impedir estar saturados de coches mal aparcados las jornadas veraniegas.

El turismo ha llegado a Euskadi para quedarse y eso es una muy buena noticia para unos. De hecho, desde el punto de vista económico, el turismo supone ya el 6,5% del PIB vasco y 100.000 empleos, el 11% del total, además de las repercusiones positivas que supone para otros sectores que se benefician del posible consumo del turista. Pero, para otros, las actuales cifras de viajeros suponen como mínimo una intensa señal de alarma que deben obligar a repensar el modelo antes de que sea demasiado tarde y se encuentre con problemas de masificación como ha ocurrido en otras comunidades autónomas. Entre la euforia por las cifras que ofrece el turismo, que emerge como pilar económico e industrial, y la fobia que supone para otros ver como las ciudades se saturan de servicios al turismo, incluidos los pisos reservados a este fin, que encarecen los alquileres y empiezan a ocupar cada vez más espacio en las ciudades, emerge con fuerza el debate sobre la necesidad de una tasa turística, que se presenta más que como medio de recaudación, que también, como forma de limitar la entrada viajeros.

La posibilidad de implantarla, como se hace ya en otras ciudades europeas, se ha debatido en en el Parlamento Vasco esta pasada legislatura aunque no se ha llegado más allá de la constitución de una mesa para analizar esa posibilidad con los agentes que conforman el sector. No parece una tarea fácil.

De momento, no hay un consenso sobre la implantación de ese impuesto ni siquiera entre las distintas capitales, aunque estén gobernados por los mismos partidos, Por ejemplo Eneko Goia , alcalde de Donostia, es partidario de implantarla, Juan Mari Aburto, acalde de Bilbao, no cree que sea necesario porque no estamos tan saturados de turistas como para poner barreras a su llegada. Ambos son del PNV.

Pero el debate está abierto y en los programas electorales de los diferentes partidos se trata el tema desde diferentes perspectivas, muchas veces contraponiendo modelos turísticos al calor de los grande eventos, sobre todos deportivos - Bilbao será sede en 2026 las finales europeas de rugby y tanto Bilbao como Donostia aspiran a acoger partidos del mundial de fútbol de 2030- o de grandes museos como el Guggenheim Bilbao y la posibilidad de una segunda sede en Urdaibai, con un turismo más sostenible, que evite las grandes aglomeraciones. Aunque todos parecen coincidir en que el pico del crecimiento es el momento de repensar el modelo para evitar caer en los errores de otras comunidades autónomas a las que llegó mucho antes que a Euskadi el fenómeno del turismo de masas.

“La gente quiere venir a Euskadi, eso está claro. Por eso creo que ha llegado ya el momento de hacer menos promoción y más acogida de los viajeros. De intentar desestacionalizar y buscar ese otro tipo de cliente que pueda venir en otras temporadas fuera de los meses de verano”, dice Lorea Uranga, responsable de relaciones institucionales de las Agencias Turísticas Receptivas Asociadas de Euskadi (Atrae) . Aunque puntualiza que a Euskadi le queda mucho para estar masificado al nivel de otras zonas -“esto no es Venecia”, afirma- señala que “la globalización ha llegado a Euskadi” también en el turismo.

Uranga es partidaria de la tasa turística, porque serían “unos ingresos que vendrían muy bien” aunque cree que “habría que explicar muy bien qué es lo que se va a hacer con ese dinero”. Sin embargo, cree que no es una tarea fácil imponerla porque “¿cómo se hace?”, se pregunta. “Si se penaliza a los alojamientos gestionando la tasa turística se deja fuera de esta tasa a cientos de miles de personas que no vienen con alojamiento, que son excursionistas, que muchas veces son los que más saturan nuestras ciudades”. Y recuerda, por ejemplo, las personas que cruzan la frontera con Francia para pasar el día en Donostia y saturan la ciudad. “Vienen, pasan el día y se van. ¿Cómo gestionas eso?”, dice.

Reconoce que hay puntos como la Parte Vieja de Donostia o Gross que empiezan a ser zonas en las que “hay momentos que es complicado llevar gente, la verdad”, pero recuerda que son muchos también los beneficios que trae el turismo vía empleo y vía ingresos para las arcas forales. “Lo que hay que intentar es luchar contra que se pierda la identidad de los sitios”, señala, “que el turista no sepa ni dónde está porque todos los sitios turísticos se acaban pareciendo”. “Ese es mi miedo”, dice, por eso advierte de que “tenemos para copiar mucho de quien lo hace bien y no copiar de los que lo hacen mal”. 

Pese a las dificultades que reconoce que pueda ocasionar el turismo en ciudades o pueblos de Euskadi, Lorea Uranga no esta de acuerdo en que se culpe al turismo de “ser el gran mal de todos los tiempos”. “Hay sitios que se han puesto de moda por el turismo y eso permite que una persona ponga su piso en venta y venda en un mes a buen precio y eso te parece bien. Si luego vas a la playa y se habla en inglés, está saturada, Te parece mal”. Tampoco cree que se deba culpar al incremento del turismo de los problemas de vivienda y de la “gentrificación de las ciudades”, es decir, que se este echando poco a poco de determinados barrios a sus habitantes por la proliferación de los pisos turísticos. Aunque lo cierto es que cada vez son más los alojamientos para el turismo en nuestras ciudades y es una realidad que encarecen los precios de la vivienda y alquiler para las viviendas habituales al reducir la oferta.

El Gobierno vasco tiene registrados 4.478 pisos o alojamientos turísticos. Hace cinco años eran poco más de 2.000. Esa es la cifra oficial, es decir, los “legales” porque se trata de un negocio en el que todavía hay muchos alojamientos “clandestinos” que la propia administración reconoce que es difícil acotar.

El Ayuntamiento de Donostia (de PNV y PSE-EE) ha decidido suspender la concesión de nuevas licencias para la instalación de hoteles y pisos turísticos en la ciudad, una especie de moratoria para intentar racionalizar el crecimiento, aunque en la capital guipuzcoana existe un malestar creciente ante lo que consideran cada vez más una ciudad “volcada en el turismo y que olvida a sus habitantes”, lamenta Félix Soto, presidente de la Asociación de Vecinos de de Ulia, una agrupación que está volcada ahora en contra de la construcción de la segunda sede del Basque Culinay Center (BCC) en la ciudad. “Todo va dirigido al turismo”, dice. “Lo único que importa es el negocio, hacer negocio con todo. Y claro, ya están influyendo en los espacios que en teoría atraen a la gente con eso, como es el el paisaje”. En su opinión “se está vendiendo a trozos la ciudad” para atraer turismo. “Bueno, en algunos casos ni siquiera se está vendiendo, se está regalando, como estamos viendo en el caso de la nueva sede del BCC”, dice.

Mientras tanto, las comunidades de vecinos empiezan a incluir en sus reuniones el acuerdo para que no se puedan destinar pisos a uso turístico porque si no lo tienen reflejado en sus estatutos es muy difícil pararlo. “Los vecinos son cada vez son más proactivos a organizarse para intentar la prohibición en sus comunidades”, dicen los administradores de fincas.

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