Jesús Prieto Mendaza (Vitoria, 1957) es antropólogo, profesor de la Universidad de Deusto y analista en medios de comunicación. Cuenta que el histórico dirigente del PNV Iñaki Anasagasti le dijo un día con ironía que solamente le faltaba haber sido “catador de aceitunas rellenas”. Así las cosas, ha optado por incorporar “la visión de un catador de aceitunas rellenas” a su nuevo libro, titulado ‘Tras la dictadura de ETA’ y que ha sido presentado en los últimos días. Prieto Mendaza tiene claro que, con las armas de ETA ya silentes, “la sociedad vasca está mucho mejor”. “Estamos mejor porque la gente ya no vive con el miedo terrible a perder al padre, a la madre o al compañero. Eso es así”, afirma. Pero el libro busca recordar qué ocurrió y dejar claro que, a su juicio, todavía queda pendiente un ejercicio de ética que deslegitime la violencia. “Todavía hay mucho que hacer para evitar el sectarismo en determinados lugares”, afirma.
Porque, explica, en Euskadi no solamente hubo violencia física en forma de eliminación de seres humanos, secuestros o extorsión, sino otro tipo de violencias más sutiles o “simbólicas” a las que llama “estigmatización”. “Hay una violencia que es mucho más sibilina, que es mucho más imperceptible, que no se puede datar o no se puede registrar por un observador internacional. Y es esa violencia a la que me refiero. Es esa violencia que te excluye de los espacios de poder. No es una violencia directa, evidentemente, pero sí es una exclusión. Es manejar la estigmatización. No es la estrella amarilla que llevaban los judíos en el gueto de Varsovia, pero sí es una estrella de alguna forma”.
Y añade: “Es una violencia imperceptible, pero de un poder impresionante. Insisto, esto tiene una importancia radical para entender lo que ha sido la sociedad vasca”. Su conclusión es que en Euskadi se había creado un ambiente por el cual se podía vivir tranquilo siempre y cuando no se alzara la voz “más allá de lo prudente”. “No era quizá por miedo a un asesinato o a una agresión, era miedo al insulto y a la exclusión. Es el miedo a que los padres de mi novia se enfaden si ven que yo cojeo de determinado pie. Eso que en sociología se llama la muerte social”, explica. Él mismo dice haber perdido amigos nacionalistas vascos cuando, tras el asesinato de Fernando Buesa en el año 2000 y la división social que siguió a aquellos días, decidió posicionarse contra ETA más activamente. “Pierdo amistades, pierdo saludos y pierdo afectos. Pierdo relaciones y posibilidades de progresar”, lamenta el autor del libro.
En sus páginas, cuenta que, hace ya años, trabó una intensa amistad con unas “mujeres de Eusko Alkartasuna” que, como él, se manifestaban contra la violencia. Ese partido está ahora coaligado con la nueva marca de la izquierda abertzale, Sortu, dentro de EH Bildu. Lo explica: “Intento ser ecuánime. Yo valoro también determinados pasos, como los de Julen Mendoza cuando fue alcalde de Errenteria. Evidentemente, considero válido lo que hizo Arnaldo Otegi para que ETA dejara el terrorismo. Y también ha habido muchos sectores del nacionalismo moderado, del nacionalismo institucional, que se han posicionado a favor de las víctimas y que han sufrido por ello. Aguantaron lo que no está escrito aquellas mujeres. En 2020 nos encontramos con la paradoja de que, efectivamente, ese partido suyo, EA, está dentro de EH Bildu, donde hay otros sectores que están mucho más cómodos con el discurso de Arkaitz Rodríguez [líder Sortu que hace unos días apoyó los recibimientos a presos de ETA tras su salida de prisión porque ”no son violadores“ y tienen apoyo social]”.
elDiario.es/Euskadi
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