La edad, la veteranía y la profesionalidad pueden jugar a favor del resultado final en un festival de leyendas de la música. Eso no es noticia. Y esa máxima se ha vuelto a contrastar este sábado en el BBK Bilbao Music Legends Fest si nos atenemos a lo que disfrutó el público congregado en el Bilbao Arena para ver a dos bandas míticas de la música contemporánea como los británicos Deep Purple o los estadounidenses Canned Heat.
Pero a veces las gemas, las piedras preciosas aparecen en el escenario más inesperado o a la hora más intempestiva. Algo de eso también ha ocurrido esta noche en Bilbao ante un público que se ha rendido ante los de Ian Gillan desde que han sonado los primeros acordes del Highway Star. O que ha simulado tocar con los brazos extendidos cuando la guitarra solista de Simon Mcbride -digno sucesor de Ritchie Blackmore, The man in black- ha tocado de nuevo ante sus miles de seguidores uno de los riffs más emblemáticos del hard rock: el arranque de la canción Smoke on the Water. Y llevan en la brecha, con sus diferentes formaciones, desde 1968.
Lo mismo ha pasado con Canned Heat, que este año han podido finalmente inundar el recinto del Music Legends con sus guitarras, su boogie, el sonido de las armónicas y su buen hacer. El próximo año cumplirán 50 años haciendo lo que mejor saben hacer, poner a disfrutar al respetable con la misma pócima de antaño: un poco de blues por aquí y un mucho de boogie woogie acelerado por allá.
Estos últimos, un grupo formado en 1965 en Los Ángeles, son memoria viva de la música. Entre otras cosas porque participaron con su reconocible boogie en un festival como Woodstock, celebrado en agosto de 1969. Allí dejaron para la posteridad, enmarcado en letras de titanio de la época, un tema registrado como Going up The Country.
De la formación original solo queda el baterista mexicano Adolfo Fito de la Parra. Pero el resto de la banda, con Jimmy Vivino a la guitarra solista y Dale Sapalding a la armónica y voz y el bajo Rick Reed han facturado un último disco titulado Finyl Vinyl del que han desgranado temas que han llevado al público bilbaíno a otra época. Con elegancia, sin aspavientos, agradeciendo en castellano la complicidad del respetable. En una hora exacta. Y todo facturado con una profesionalidad y un buen hacer encomiables.
Uno escucha dos temas nuevos de ese último trabajo como Goin’ to Heaven (in a Pontiac) o One Last Boogie o echa la vista atrás para disfrutar de un clasicazo como Lets Work Together y se le van los pies. De inmediato, sin solución de continuidad. Y con una sonrisa de oreja a oreja. Tiene su gracia porque The Waterboys quisieron homenajear a los angelinos en su concierto del año pasado -en el que estaba previsto que tocaran los Canned Heat aunque finalmente no pudo ser- y arrancaron entonces su bolo precisamente con esta última canción. Un tema que, como bien ha recordado de la Parra en perfecto castellano con acento mexicano de LA, “aún se usa todavía en comerciales (sic) en España y en Europa”,
Así que sí, se demuestra una vez más que la veteranía funciona como un seguro a todo riesgo. Si a eso añadimos un ramillete de canciones en donde se combinan los clásicos con alguna que otra novedad en el repertorio y se le pone el lazo de las luces, un sonido cristalino y unas proyecciones molonas y bien trabajadas, todo vuelve a funcionar. La máquina del rock no deja de facturar.
Los Purple por ejemplo tocaron hasta tres canciones nuevas. Además, han acompañado su concierto con un despliegue de luces, exhibición de imágenes en una pantalla gigante y varios solos del teclista Don Airey -que prácticamente nos ha hecho olvidar las manos del inconmensurable John Lord-, además del virtuosismo del guitarra Mcbride y el valor seguro que sigue siendo Roger Glover al bajo.
La garganta de Gillan responde
Y eso que con la garganta de Ian Gillan nunca se sabe. Este sábado ha respondido en buena medida a las expectativas. Hay cosas que ya no es posible pedirle, y parte del concierto se ha refugiado en la zona de atrás del escenario o ha desaparecido en un habitáculo oscuro situado tras el baterista, Ian Paice. Pero las cuatro primeras canciones las han tocado del tirón. Y cuando el concierto parecía que llegaba a su fin han encadenado otros cuatro temas; la cover de otra leyenda de la música soul como los Booker T & MG’s (Green Onions), el Hush de Joe South, el Black Night y justo antes el Space Trucking y el Smoke on the Water. Y la voz de Gillan estaba en su mejor momento de la noche.
Si a eso añadimos al bueno de Airey tocando al teclado el Txoria Txori de Mikel Laboa, el himno del Athletic de Bilbao y poniéndose para los bises finales una camiseta rojiblanca el año en el que los de Valverde han ganado la Copa del Rey, la receta parece del todo redonda. Y lo es.
Pero, ¡ay!, las gemas en el rock aparecen donde uno menos se lo espera: en los tiempos de asueto, cuando el cabeza de cartel aún no se ha subido al escenario o cuando esperas a la cola para tomar una cerveza o descargar las que ya te has bebido.
Ocurrió a las 20:55 de este sábado, justo cuando los Canned Heat habían terminado su bolo. Unos jóvenes de Durango como Nevadah se apoderaron del escenario exterior del Bilbao Arena y descargaron toda su adrenalina sin pedir permiso a nadie. Una tormenta de rock acelerado, con un cantante Ehki Arrieta con una presencia en el escenario (y fuera de él) apabullante y un guitarra solista que, entre salto y salto, surfeaba entre el rock y los sonidos más garajeros. Hasta con una versión de David Bowie se han atrevido. Un soplo de aire relativamente nuevo. El grupo lleva casi ocho años en la pelea y en 2023 registró su tercer disco, Still Goes On.
No fue la única sorpresa agradable de la noche. Cuando buena parte de los viejos rockeros que se habían reunido para disfrutar de Deep Purple había abandonado el recinto principal, surgió la magia de Blues Pills, la banda liderada por la rubia sueca Elin Larsson. Ataviada con un vestido azul vaporoso que bien podía haberse puesto la frontwoman de Florence and The Machine, no paró de moverse por el escenario hasta casi la una de la madrugada.
La voz mas blusera y sesentera nos recordaba a veces a la malograda Janis o incluso a Stevie Nicks, la cantante de los Fleetwood Mac. La música, de la que también es responsable el guitarrista estadounidense Zack Anderson, es una mezcla consolidada de rock y blues, con una pegada a la batería del también sueco André Kvarnström.
Larsson agradeció la entrega de los que aguantaron hasta el final. “Los grandes ganadores de esta noche, aunque casi nadie se haya enterado”, aseguraba un metalero de pro cuando las luces estaban a punto de encenderse en el Bilbao Arena. Un recinto donde los que han comprado la entrada de grada han tenido que ver los conciertos del escenario exterior desde las alturas, como animales enjaulados.
Tal vez por eso no podemos cerrar esta crónica sin reiterar nuestra apuesta por que algún día la organización vuelva a los orígenes y traslade el festival a las campas de La Ola, en Sondika, un sueño que tal vez algún año pueda hacerse realidad.
No parece fácil. Pero, después de medio siglo, ¿quién nos iba a decir que los Canned Heat o los Deep Purple estarían aún girando por el mundo?
elDiario.es/Euskadi
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