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Libros, lecturas y contenidos dignos

Libros.

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La semana pasada amenazaba con escribir sobre lo que leo, y reflexionar sobre libros, editoriales y librerías. Pues aquí estoy para cumplir mi amenaza. 

En el año 2019 Sandra Ollo, editora de Quaderns Crema y Acantilado, lanzaba una reflexión al aire, en una entrevista periodística: “se publica tanto porque se escribe demasiado” y “el exceso perjudica el gusto lector, y quizás banaliza el libro, que en mi opinión es un objeto lo suficientemente importante en la historia de la cultura como para albergar contenidos dignos, más de lo que a veces se ve por las librerías”.

En nuestro país se publica en el mismo porcentaje que se hace en los países de la Unión Europea, de modo que en eso no le doy la razón a la editora, aunque supongo que del otro lado, todas pensamos que falta calidad en los textos que nos encontramos en el mercado. Como soy escritora, y ese comentario me ataca fuerte por el lado de la vanidad, yo no me atrevería a decirle a nadie que no tiene calidad suficiente para publicar. Incluso cuando una editorial te rechaza, no te lo dice directamente, seguro que Sandra tampoco. A mí una de las más grandes editoriales me escribio amablemente rechazando una de mis obras: “Lamentablemente, y sin merma de sus indudables méritos, nuestros asesores han desaconsejado su publicación en nuestras colecciones”. Paños calientes, obviamente. 

En números redondos se publican unos 70.000 libros al año en nuestro país, similar a la media europea, aunque se venden menos ejemplares. La media en España está en 3.762 ejemplares por libro publicado, mientras que en Francia, la media es de 5.341. 

Pero hablemos de libros, de esos libros que no ocupan los escaparates y que sin embargo, uno agradece que alguien tenga el valor de editar, aunque a veces es posible que no lleguen a alcanzar ni la media de ventas estimada. Uno de los últimos libros que he leído es “Conversaciones” de Ediciones Ulises, que trae de regreso dos entrevistas que se hicieron a Benito Pérez Galdós cuando estaba en su mejor momento vital, y ya era un escritor consagrado con obras que se traducian al inglés y al francés, y con dramas teatrales que se representaban en París. 

Le insistía el primer entrevistador a Don Benito que le contara algo sobre sus duros comienzos, en la página 130 encontramos este diálogo: 

  • Una pregunta: ¿imprimió usted La Fontana por su cuenta? 
  • Sí, como todas mis novelas. Yo he tenido dinero. En realidad, yo no he luchado. No me han faltado nunca el dinero para realizar mis sueños literarios ni los elogios para alentarme … 

Ahora, si ustedes han llegado hasta aquí, quizás se pregunten cuántos ejemplares se pueden vender de una edición de entrevistas realizadas en 1910, a un hombre al que el mundo académico admira, pero al que ya nadie de la calle parece haber leído por placer. Desde luego yo me siento muy feliz del riesgo que ha tomado la editorial, y he disfrutado muchísimo la lectura. 

Pero las declaraciones galdosianas nos llevan a otro terreno, el terreno de las autopublicaciones. En la misma carta de rechazo, de la importante editorial, me animaban a autopublicarme bajo su sello creado para este menester. A fin de cuentas, para las editoriales, la autopublicación es otra forma de hacer negocio, sin necesidad de inversión previa.  

Pero volviendo al tema de las lecturas, y aparte de mi fijación, quizás enfermiza, con Galdós, el resto de mis lecturas son mayormente ensayisticas, y tengo tres editoriales de cabecera, las tres principalmente antiespecistas, y ninguna parece tener el favor del gran público. Entre las autoras que leo, está Carol J. Adams una neoyorkina feminista y activista por los derechos de los animales. Para mí es una escritora de exito, aunque supongo que no podría reconocerla por la calle. 

Otra de mis admiradas es Alicia Puleo, y al mismo nivel Marta Tafalla, con su capacidad de ser rigurosa al tiempo que poética. Y tengo otra Marta, Marta Navarro a la que admiro como poeta y también como activista. 

Sí, también leo poesía, soy de esas a las que le gusta que le estalle la cabeza. Y relato breve, mucho relato breve también. Lo último que he leído, un día antes de sentarme a escribir esta reflexión, han sido los cuentos de Purificación Claver, en su libro descatalogado “Partir de cero”. Ojalá lo reediten porque hay verdaderas joyas entre ellos. 

Claro que debo nombrar a dos grandes, como son Alice Munro y Svetlana Aleksiévich, cuyos nombres espero que si les sean familiares. Me gustaría decirles que leo a Maryse Condé o a Anne Bogart, pero aún no es verdad, están en mi lista de pendientes. Pensar en Anne Bogart me recuerda que a veces también leo teatro, sobre todo las obras de Nicolás Paz, que es a la vez un magnífico cuentista. Y también me gusta leer guión cinematográfico, será por que soy disléxica pero puedo ver las películas perfectamente al leer los guiones. Y me encanta ser parte de la construcción de los decorados, los enfoques de cámara y los efectos especiales. 

Desde que me hice mayor me encanta la Literatura Infantil y Juvenil. Y soy muy de los clásicos, Roal Dalh y Beatrix Potter me siguen maravillando, pero disfruto muchísimo descubriendo tesoros como los cuentos de Susanna Isern o los de Jimmy Liao. O mis admiradas y cacereñas Pilar Alcántara y Pilar López Ávila. 

Ya ven, hay muchas formas de literatura y todas son apasionantes, y en todas te puedes encontrar con personas que piensas para ti; ¡cómo puede escribir tan bien! Y te das cuenta, con dolor, que setenta mil títulos al año son demasiados para abarcarlos por mucho que dediques a la lectura más tiempo que a todo lo demás, cosa imposible. Y eso sin contar con que a veces repites, porque hay algunos libros que se te quedan agarrados a las neuronas del corazón. Yo regreso a Jane Austen, Simone Weil, Margaret Mead, Cortazar o a Jared Diamon más de lo que me gustaría confesar.   

No sé quién se puede considerar una persona erudita en este tiempo de interconexión, en este tiempo maravilloso en que tantos millones de personas tenemos acceso a la cultura, y eso nos lleva a poder comunicarnos fluidamente, construyendo o deconstruyendo realidad. 

Cuentan, y no sé si es cierto o parte del mito, que Juan Rulfo decía de sí mismo que  escribía como un aficionado, pero leía como un profesional, y al final de su vida tenía una biblioteca de 17.000 ejemplares. Tuvo una importante labor como editor, sobre todo de estudios antropológicos, e incluso colaboró durante un año en la revista cultural El cuento, donde se publicaban relatos breves que seleccionaba el mismo y que incluían la leyenda “Selección de Juan Rulfo”, esos relatos que él disfrutaba y compartía eran, y son aún de autores poco conocidos. 

No sé a ustedes, pero a mí no me asusta probar sabores nuevos, ni nuevas lecturas, y nunca siento que leer sea, me guste el libro más o menos, perder el tiempo. 

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