La crisis llegó como si fuera algo irremediable e imprevisible. Aunque para los que hemos vivido en una permanente crisis no era algo llamativo, porque al final los que sufrimos somos los de siempre. Tiempo atrás, un grupo de insensatos veníamos avisando ya de que vivimos en un sistema basado en la especulación y las maniobras de trilero que ejecuta la banca. Éramos tomados como unos agoreros en la época de las vacas gordas; pero la cuestión es ¿de verdad ha habido vacas gordas?
Cuando los jóvenes de esta región nos marchábamos en busca de un futuro mejor alejados de nuestras amadas dehesas, no era precisamente para disfrutar de ese supuesto bienestar que la tele nos incitaba a comprar en cómodos plazos y a un tipo de interés irrepetible. Nos íbamos a trabajar como técnicos, ingenieros, albañiles o abogados por menos de mil euros mensuales a la espera de esa oferta de trabajo que nos permitiera tener un nivel de vida digno. Que nunca llegó. ¡Delicia del capitalismo!
Pero claro, ¿quién puede pensar en quedarse en Extremadura si no podemos trabajar?, ¿quién puede pensar en realizar un proyecto vital? Y mientras tanto, los partidos tradicionales se llenan la boca con mensajes grandilocuentes pero haciendo lo contrario de lo que deben: tenemos una población cada vez más envejecida y, sin embargo apoyan ampliar la edad de jubilación a los 70, no planifican una política efectiva de protección a la maternidad y permiten reformas laborales que facilitan el despido de las mujeres embarazas. ¡Delicia del capitalismo!
Y en este festival neoliberal que arrasa nuestro mundo desde la caída del Muro de Berlín, nuestros gobernantes se deciden a externalizar parte de los servicios públicos con la única y falsa excusa del abaratamiento de costes. ¿Pero acaso nuestros preclaros próceres políticos no supieron ver lo que todos aquellos que no estábamos en el Gobierno sabíamos y sufríamos? Las contratas de las Administraciones se convirtieron (como estamos viendo todos los días) en trasvases de recursos y dinero públicos a manos privadas que han llenado sus bolsillos a costa del sudor de los trabajadores y trabajadoras de las distintas empresas contratadas; y que han servido como nido de políticos corruptos y empresarios corruptores que, en muchos casos, escapan de rositas como si con ellos no fuera la cosa y se tratara de casos puntuales, intentando hacernos creer que son sólo unos cuantos sinvergüenzas que se metieron en política. ¡Delicia del capitalismo!
Además, en nuestra querida tierra hemos tenido que ver cómo a determinadas empresas, que recibían millones de euros en subvenciones para la creación de empleo, se les permite irse con los beneficios incumpliendo los acuerdos firmados o dejando nuestras tierras contaminadas sin hacer frente a sus responsabilidades civiles. ¡Delicia del capitalismo!
Hay tantas de estas delicias que quizás algún día nos demos cuenta de que estamos agonizando por una indigestión y que el problema no se resuelve con una limpieza de estómago sino con un cambio de sistema.