El otro día me llegó la noticia sobre el último asesinato machista ocurrido en España. Se trataba de Mar, una estudiante de filología hispánica de veintiún años a la que su pareja decidió disparar en la nuca en un campo de tiro y posteriormente, tras matarla, se suicidó.
Tengo por costumbre anotar cada asesinato machista, incluidos aquellos que el Gobierno y el Poder Judicial no computan como tal por razones peregrinas, como el hecho de que la víctima solo llevara quince días saliendo con su asesino, o por el hecho de que la mató por cuestiones económicas y no por violencia de género, como si la violencia económica no lo fuera.
Leyendo la historia de Mar casi podemos conocer su vida al dedillo, incluso su voz, porque los audios que envió a sus amigas a través de la aplicación de mensajería WhatsApp también han sido públicos. Cuál es mi sorpresa cuando tengo serias dificultades para saber sobre la vida de su agresor. Algunos diarios dieron sus iniciales, pero no había ninguna imagen de él. Esta “singularidad” me llevó a revisar el resto de asesinatos producidos este año y en la mitad de los casos el autor del crimen es desconocido. No hay huellas, ni un solo rastro, ningún testimonio sobre su vida, su lugar de trabajo; ni tan siquiera su nombre de pila.
Teniendo en cuenta que las penas impuestas a los asesinos de género se sitúan en una media de 20 años según el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género, esto quiere decir que un asesino como el de Mar saldría de prisión a la de edad de 40 años y quiere decir que ninguna mujer sabrá que es un criminal. La circunstancia de conocer las vidas de las mujeres asesinadas no es casual, siempre se ha puesto el foco en ellas siendo un manjar muy suculento para la prensa de tendencia amarillista.
Subyace la idea de que la violencia de género sigue siendo una cuestión de mujeres, de esta manera aleja al agresor del foco convirtiendo a la asesinada en la pieza medular, ahuyentando así la problemática de la estructura y evadiendo el compromiso adicional de la responsabilidad civil y política de esa muerte. El agresor nunca es señalado, es sentenciado a 20 años de prisión sin preguntarnos qué ha llevado a estos asesinos a cometer los crímenes y el motivo. El motivo lo sabemos todas: privar de libertad a una mujer aunque el hecho lleve implícito degollarla o propinarle dos disparo en la nuca. Ahora queremos soluciones.
Sabemos que Valentín lanzó por la ventana a Laura, pero sabemos que Laura desayunaba todas las mañanas zumo de naranja y tostada de tomate. Salía a pasear por las acacias y compraba regaliz en el kiosco de la esquina. De Valentín sabemos que era un buen vecino y saludaba.
De César sabemos que asfixió con una almohada a Sacramento, sabemos que Sacramento luchó hasta el final por mantenerse con vida y que las sábanas que colgaban en su patio de luces desprendían olor a lavanda. De César sabemos que era un buen vecino y saludaba.
También sabemos que Heraldo envenenó a Celia en una residencia de ancianos donde ambos vivían. A Celia le gustaba ver sus programas de televisión favoritos, los baños de agua caliente y la leche sin azúcar. Heraldo siempre fue un buen vecino y siempre saludaba.
Javier apuñaló a su ex mujer de nombre María José y a su madre una madrugada en Vitoria. Madre e hija vivían juntas y tenían una relación cercana y entrañable. Bebían mosto sentadas en una terraza en los veranos y les gustaba visitar la playa los días de bochorno. De Javier sabemos que era buen vecino y siempre saludaba.
Siento no poder dar el nombre del asesino de Roxana, atropellada hasta su muerte en Navarra en pleno mes de abril. No hay ningún periódico que haya recogido su nombre, ni tan siquiera sus iniciales. A Roxana le gustaba ir a trabajar, era peluquera y tenía amistades entre las clientas. Le encantaba escuchar las canciones de Serrat, dar de comer y pasear a su perro de raza pequinés. No sabemos si su asesino saludaba a los vecinos.
Lo mismo sucede con el agresor de Isabel, asesinada a puñetazos en Burgos por su pareja. Isabel tomaba café tibio y acudía cada domingo al cine a la sesión de las ocho de la tarde. Pero no sabemos de qué manera empieza la inicial del nombre del salvaje que le arrebató la vida. Supongo que era buen vecino y siempre saludaba.
El asesino de Mercedes decidió quitarle la vida una tarde de frío toledano, luego hirió de gravedad a su hijo, pero tampoco sabemos su nombre ni su cara. Mercedes compraba el pan todos los días en una pequeña tienda cerca de su trabajo, quería a su hijo y jugaba a las cartas con su mejor amiga los viernes por la noche. De él dicen que era buen vecino y siempre saludaba.
Todas tienen algo en común, han sido asesinadas a causa de la violencia machista, todas son mujeres, algunas con hijos, todas con una vida que ya no existe. Tienen en común que a sus agresores no se les ha puesto cara y desconocemos en muchos casos sus nombres y sus vidas. Vidas que la mayoría de ellos siguen en prisión, hasta que dentro de veinte años puedan volver a la calle.
No es casual que se dé el mismo caso en asesinatos de hijos a madres, ni de compañeros de trabajo hacia sus compañeras. No hay datos, ni fotos, ni rastro de sus vidas porque serán protegidas para que puedan ser rehabilitadas.
Todos ellos tienen algo en común:
Eran buenos vecinos y siempre saludaban.