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Marina tenía un precio

El conocido filósofo José Antonio Marina ha recibido el encargo de un nuevo Libro Blanco de la Educación (en contexto preelectoral) y dicen que podrían ser el germen del ansiado Pacto por la Educación. Su declaración ‘el buen maestro no puede cobrar lo mismo que el malo’ ha lanzado la polémica. Pienso que empezar firmando la guerra no parece la mejor estrategia para avanzar hacia ese difícil Pacto de Estado.

Beatriz Muñoz, profesora de Sociología de la UEX, responde con rigor, en el artículo de opinión “Calidad docente y salarios” basado en el conocimiento que aportan las ciencias sociales; me adhiero a sus argumentos y conclusiones. Sólo quiero recalcar que soy firme partidario de la evaluación, porque considero que es un elemento esencial para la mejora; evaluación claro está de todos los elementos que configuran el sistema. Pero cabe preguntarse si esta polémica es una manera de desviar la atención, culpabilizando al profesorado, en un panorama en el que los servicios públicos han sido deteriorados a propósito por políticas orientadas a disminuir el estado de bienestar.

Como sindicalista recuerdo que no es una idea original, ya en los años 90 se lanzaron propuestas similares y provocaron gran conflicto en la enseñanza. Esta experiencia debería servirnos a quienes aspiramos a ese gran Pacto de Estado por la Educación a promover dinámicas que aúnen los distintos enfoques e intereses en lugar de estrategias propias de pirómanos. La dificultad de un Pacto por la Educación es grande por la polarización partidaria en este asunto. El último intento lo protagonizó Gabilondo, también filósofo, sin éxito a pesar de su mejor talante y procedimientos.

También como sindicalista recuerdo que incentivar la mejora profesional y de los resultados, en lo que afecta a condiciones de trabajo, es un asunto de la negociación colectiva y disponemos de una amplia experiencia que se debería aprovechar en lugar de exhibir con frivolidad este tipo de ocurrencias

En otro orden de cosas y en este intento de innovación: leyendo las propuestas de Marina en sus propios documentos, da la sensación de que está anclado al pasado. Dibuja un mundo de hombres y para los hombres un mundo de profesores, inspectores, niños, directores y padres. ¿Es ciego a que la mejora de la escuela tiene que incorporar a las mujeres y a la igualdad? (que por cierto esos profesores son en su mayoría mujeres) ¿no sabe que los sesgos androcéntricos también influyen en los resultados educativos, en la elección de las carreras en la generación de expectativas, en el fracaso o en abandono escolar?

Por otro y ahora invocando a la filosofía. Estamos hablando de innovar y se nos presenta una concepción antigua, maniquea y simplificadora: una clasificación dicotómica de buenos y malos. Por lo menos podía haber incorporado alguna otra categoría “profesorado bueno, feo y malo”. Así los primeros irían al cielo los últimos al infierno y los segundos al purgatorio. ¿Esto es innovación?

Y siguiendo con la filosofía ¡Qué disfrute este verano en el teatro de Mérida escuchando a Sócrates!: ante una sentencia injusta, pudiendo salvar su vida, no lo hizo para ser consecuente con sus principios, porque durante su vida había aceptado esas leyes y por ello debía aceptar las consecuencias (hay quien podía tomar nota, lo digo por el lío de la independencia).

Y ¡Qué decepción Marina!: obediente a un encargo. Yo que últimamente estaba ilusionándome con la filosofía porque llego a la conclusión de que es una faceta esencial, que es necesario actualizar, mimar y refrescar. La filosofía: amor a la verdad, la ciencia de las preguntas primeras y últimas, de los porqués y los paraqués de los dedónde y adónde ¿Acaso se puede canjear ese amor por un puñado de dólares?