Cuando la memoria se hace necesaria: el campo de concentración de Castuera
La guerra civil de 1936 se caracterizó por el brutal alcance y profundidad de la represión franquista, particularmente sangrienta en la provincia de Badajoz. Uno de los dispositivos que empleó el ejército rebelde, a la postre vencedor de la guerra, para ejercerla, fueron los campos de concentración que, en numerosas ocasiones, eran edificios u otros espacios, como plazas de toros, habilitados como recintos concentracionarios. Sin embargo, algunos fueron construidos ex profeso, como el Campo de Concentración de prisioneros de Castuera, que funcionó entre la primavera de 1939 y 1940. Desmantelado, un pesado manto de olvido cayó sobre el lugar, milagrosamente conservado por el único y exclusivo uso ganadero que dio el propietario al espacio durante décadas.
Desde su clausura en 1940, la primera alusión al Campo de Concentración la hizo Justo Vila en su pionero trabajo La guerra civil en Extremadura (1984). Un nuevo jalón fue la emisión en TVE, en el desaparecido programa línea 900 del documental La pesadilla de Castuera (2004). Pero indudablemente es la monografía de Antonio López titulada Cruz, Bandera y Caudillo (2006), el referente historiográfico que da a conocer la configuración, estructura y funciones del Campo de Concentración. Y es precisamente en 2006, febrero, cuando se constituye la Asociación Memorial Campo de Concentración de Castuera (AMECADEC). Apenas un año antes, abril de 2005, una iniciativa ciudadana en la que participaba activamente la Asamblea Local de Izquierda Unida, realizaba el primer Homenaje a las víctimas y liberaba simbólicamente el Campo de Concentración, sesenta y cinco años después de su clausura.
El surgimiento de AMECADEC se enmarca en el amplio ciclo de activismo y reivindicaciones de la memoria de las víctimas de la guerra civil, iniciado tras la exhumación de la fosa de Priaranza del Bierzo y la constitución de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (2000). Así, AMECADEC se constituye para articular, por una parte, las demandas de familiares que reclaman conocer el paradero de sus deudos, y por otra, para preservar el espacio que ocupó el Campo de Concentración, considerado como “lugar de memoria”, conscientes del intrínseco valor memorial, moral e histórico que alberga el recinto. Desde 2006 AMECADEC viene celebrando un homenaje a las víctimas del franquismo en general, y a las del Campo de Concentración en particular, en una performativa marcha al Campo donde se trae al espacio público el sufrimiento de las víctimas, como un singular ejemplo de memoria peregrina, toda vez que recrea el trayecto que hacían los prisioneros del Campo cuando tenían que declarar ante las autoridades franquistas en Castuera.
El espacio que ocupó el Campo de Concentración de prisioneros de Castuera actualmente es Bien de Interés Cultural con la categoría de Sitio Histórico, mediante resolución publicada en el Diario Oficial de Extremadura de 13 de mayo de 2009. Sin embargo, este blindaje jurídico es consecuencia del sostenido esfuerzo y lucha por parte del movimiento social, impulsado por AMECADEC. Y este blindaje se debe a las propias singularidades del espacio. El recinto alambrado, donde se pierde el rastro vital de un número indeterminado de personas, desprende una indescriptible carga emocional. Pero además, hace converger dos legados que es perentorio preservar: por un lado, la radical defensa de los derechos humanos, toda vez que el Campo de concentración, cualquier campo de concentración, niega a la persona y la despoja de su dignidad y, por ende, viola de modo flagrante esos mismos derechos humanos trabajosamente conquistados a lo largo de más de dos siglos; por otro lado, los valores de justicia, igualdad y fraternidad que atesoraba el proyecto político republicano, violentamente truncado en julio de 1936, y que encarnaban los miles de prisioneros que pasaron por sus instalaciones. Por ello, este singular “lugar de memoria” despliega sus propiedades simbólicas en tres planos.
Uno, primero, el universal, que alude al campo de concentración como mecanismo represivo por antonomasia, cuyo epítome es el lager nazi. En este sentido, la existencia del Campo de concentración de Guantánamo nos interpela como ciudadanos y nos enfrenta al espejo de la memoria: es decir, rememorando a T.W. Adorno, si la barbarie ha vuelto a tener lugar es porque no hemos sabido recordar. En consecuencia, es urgente contribuir a la elaboración de discursos contra el olvido desde privilegiadas plataformas como la que representa el Campo de Concentración de Castuera.
El segundo plano alude a la memoria de la guerra civil en España, donde nuestra democracia sigue sin ajustar cuentas con su pasado. En este plano, el Campo de Castuera simboliza la represión sistemática que ejerció la dictadura y contribuye a explicar la naturaleza del régimen, convirtiéndose en un excepcional referente desde el que implementar políticas públicas de la memoria que aborden las dos vertientes básicas que componen el “deber de memoria”: por un lado, el interés de la comunidad política en que la historia no se repita; por otro lado, las demandas de justicia de las familias y las víctimas. Además, la preservación del Campo como “lugar de memoria”, nos pone en guardia ante los discursos complacientes con la dictadura franquista y eventuales tentaciones negacionistas.
El tercer y último plano, es el extremeño, no sólo por el significado que tuvo el Campo en el contexto de la guerra civil en la región sino también, y sobre todo, en posguerra: referente de represión, muerte y olvido. Es necesario integrar en nuestra historia reciente el Campo de Concentración de Castuera porque precisamente el olvido que sembró nos interroga como colectividad, en cuanto que oculta el castigo infligido a unas clases populares que combatieron injusticias de siglos. En este sentido, el Campo de Concentración es útil para interpretar la historia reciente de la región desde el punto de vista de los olvidados, porque los derrotados de la guerra representaban a los oprimidos de siglos. Precisamente, cuando comenzaron a hacer política estos explotados, cuando se organizaron en partidos y sindicatos, fueron brutalmente represaliados. Simbólicamente, este “lugar de memoria”, nos ayuda a ver la historia a la manera de Walter Benjamin: desde el punto de vista de los oprimidos. Cuando el fascismo vuelve con bríos al solar europeo, el recuerdo de los campos de concentración debería ser un antídoto contra su crecimiento y despegue. En consecuencia, recordar y defender la memoria de las víctimas del Campo de Concentración representa, en definitiva, un radical compromiso con la democracia y la justicia.