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Talegón y la liberación de las putas

Alicia Díaz

Dice Beatriz Talegón que “está hasta el coño” y a partir de este momento va a dar la cara por las mujeres prostitutas porque son libres y porque cierto sector del  feminismo trata a este gremio de manera paternalista y moralista. Y eso no puede ser. Así que será ella, la neo-libertadora de moda;  la Che Guevara de la prostitución, la política quijotesca del proxenetismo, la Adela de Otero contemporánea la que siembre la nueva moral de manera mucho menos paternalista que las  anticapitalistas del abolicionismo de la displicencia.

Beatriz Talegón es de izquierdas. O eso cree. La misma que se puso el mundo por montera liderando una recogida de firmas a favor de los vientres de alquiler. Podemos decir que Talegón es una progre atemporal capaz de adaptarse a las circunstancias políticas y sociales con una facilidad darwinista insólita digna de ser estudiada. Pero ella es así, mujer leída y ducha en materia feminista porque se pasó todo un fin de semana debatiendo a quemarropa en una reunión en Madrid dentro de la formación de Juventudes Socialistas. Y no se hable más.

Hablando de moral debemos recordar que los primeros datos relacionados con el inicio de la  prostitución se remontan al siglo XIII  en la antigua Mesopotamia definida como “prostitución religiosa”. Los historiadores Heródoto y Tucídides documentan su existencia en Babilonia con la obligación para todas las mujeres, al menos una vez en su vida, de acudir al santuario de Militta para practicar sexo con un extranjero como muestra de hospitalidad, a cambio de un pago simbólico. Por tanto, podemos deducir de esta raíz que la prostitución nació de la moral religiosa. Ahora toca cambiar las cosas.

 “¿Querrías que tu hija fuera puta? Te preguntan siempre. Y no creo que esa sea la manera más adecuada de plantear una cuestión como esta. Porque el hecho de que yo no quisiera prostituirme o no quisiera que mi hija lo hiciera no significa que por ello, por una cuestión en la que evidentemente mi cultura y mi moral me predisponen, yo pueda juzgar algo alguien que sí decida hacerlo. Libremente, por supuesto”. Y con este limosnero argumento comienza Beatriz Talegón su defensa por los derechos de las prostitutas.

Cuando el feminismo pregunta si te gustaría que tu hija fuera prostituta, no se refiere a tu hija de forma expresa, sino a todas las niñas del mundo ya que el ejercicio de la prostitución está sujeto a condiciones sociales y políticas que hace de las niñas la población más vulnerable. Rosa Cobo hace referencia en su ensayo sociológico sobre la prostitución a Richard Poulin, uno de los mayores expertos mundiales   sobre prostitución. Explica que esta industria revela las tendencias actuales en la agenda  de la globalización neoliberal, pues nos “permite entender mejor la mercantilización  de la vida y de los seres humanos, la discriminación étnica, la opresión sexual y la   sumisión de mujeres y niñas al síndrome del placer masculino”

 La prostitución en la actualidad es mercantilización, discriminación y opresión; afecta a las niñas desde la infancia socializadas como objeto para el placer masculino a través de su legitimación y la aceptación social.

A Beatriz Talegón le pasa como a Ada Colau: ellas no lo harían porque están condicionadas por factores culturales y sociales que les impide ser la puta libre  que defienden. Las prostitutas no se educaron bajo ninguna religión ni contexto cultural al parecer. Lo de defender al 80 por ciento de las obligadas a prostituirse ya lo dejan para otro momento; que esas, las mujeres precarias, las inmigrantes y las que están en la calle ya se defenderán solitas.

Reconoce, sin embargo, que ante las preguntas que le planteó en su momento Lucía Etxebarria no tiene respuestas. “Si se regulan las putas, ¿qué pasaría? ¿Darían una factura a sus clientes? ¿Tendrían que tomar los datos de los usuarios de sus servicios para poder hacerlo de manera legal?”

El problema, Beatriz, no está en si las mujeres prostituidas emiten factura, sino en que ningún consumidor de prostitución la requeriría por no dejar rastro. Es muy ingenuo pensar que la prostitución puede ejercerse de la misma manera  que cualquier otro trabajo, porque no lo es. La prostitución es denigrante, crea cultura colectiva albergando el convencimiento de que las mujeres pueden ser consideradas mercancía. A una prostituta su cuerpo no le pertenece, ni tampoco su mente ni sus emociones; su identidad pasa automáticamente a pertenecer a otro: el que ostenta el poder. El poder lo tiene el que tiene el capital, el que lo utiliza para apropiarse y lucrarse de las clases más desfavorecidas oprimiendo a los más vulnerables.

No se puede emitir factura con un sello que constituya un delito ético por cuestión y diferencia de clases. La desigualdad y el concepto de clase es una cuestión ideológica y ética siendo la prostitución un claro ejemplo de disparidad. Además de la obligatoriedad de facturar existirían hojas de reclamaciones en el caso de hacer de la prostitución una actividad regulada. Supongo que los consumidores podrán dirigir las quejas hacia aquellas mujeres que han prestado el servicio; por supuesto, podrán exigir que se les devuelva el dinero si no quedan satisfechos, solicitar que les cambien el género defectuoso por otro o, en su defecto, un vale canjeable en un plazo de treinta días. Si se exige la regulación hay que regular todo, incluidos los derechos de los consumidores y empresarios: los puteros y proxenetas. “La prostitución no es un trabajo dicen las abolicionistas.

Personalmente me parece que este argumento es igualmente aplicable para cualquier otro trabajo. Precisamente la diferencia entre un trabajo y una afición es hacerlo por dinero, o sea, con unas obligaciones que, de no ser retribuidas no se asumirían.“ Para Marx la fuerza de trabajo consiste en  la capacidad de trabajo del trabajador empleado en el proceso de trabajo que, junto con la materia objeto de transformación y los medios de producción, forma parte de las llamadas ”fuerzas productivas“. El trabajador no puede ser el producto, sino la mano de obra.

En las sociedades de explotación el trabajo se vive como una experiencia alienada, y no como una actividad de autorrealización. Tanto es así que ni siquiera en los países donde la prostitución se ha regularizado y, donde las mujeres trabajan en apartamento autogestionados, lo hacen de manera libre ya que es el proxeneta el que pone el precio de los gastos. “No pretendo que nadie se prostituya si no lo desea. Ni que nadie geste al hijo de otra mujer si no lo desea. Ni que nadie aborte si no lo desea. A veces parece que quienes defendemos la regulación es que queremos obligar a todo el mundo a prostituirse, abortar o gestar” No es que parezca, lo es.

Si se regula la prostitución obligas a las mujeres que están dentro a seguir en ella por falta de políticas sociales que las ampare; de la misma manera obligas a las mujeres utilizadas como vientres de alquiler a renunciar a un derecho inalienable: el derecho de filiación y, por último, obligas a las mujeres con embarazos no deseados a tener un hijo por falta de leyes que puedan salvaguardar los derechos reproductivos de todas las mujeres del mundo. Lo llamamos internacionalismo y democracia.

“Parece ser que según el gobierno y las posturas abolicionistas, regular la prostitución supondría blanquear todo lo que se mueve alrededor de ella: la explotación.” Decía respecto al derecho a sindicarse de las prostitutas. No lo dice sólo el gobierno y el abolicionismo, lo dice también la Audiencia Nacional cuya sentencia aclaraba que no es posible con arreglo al derecho la celebración de un contrato de trabajo cuyo objeto sea la prostitución por cuenta ajena, siendo el contrato que así se celebre considerarse como nulo.

Desde el momento en que un sindicato incluye en sus estatutos la prostitución, admitirlo supondría dar carácter laboral “a una relación contractual con objeto ilícito”, admitir que el proxenetismo, prohibido en nuestra legislación, es “una actividad empresarial lícita” y aceptar el derecho de los proxenetas a crear asociaciones patronales con las que negociar condiciones de trabajo. “Y como suele pasar, son siempre las mujeres las que terminan pagando los platos rotos. Las putas, las gestantes por subrogación, como en su día se señaló a las abortistas.” Concluye Talegón.

Efectivamente somos las mujeres las que terminamos pagando el pato en un sistema impregnado por el pensamiento neoliberal, imbuido y acoplado en la estructura capitalista en el que la perspectiva de clase ha desaparecido bajo banderas que ondean al compás de la supuesta libre elección enarbolando las acciones más virulentas bajo el manto de lo neo- revolucionario.

No hay nada más reaccionario que una sociedad donde los hombres puedan prostituir a las mujeres. Y claro, nosotras también estamos hasta el coño, Beatriz. El sistema capitalista considera a las mujeres sólo una fuente conveniente de mano de obra barata y parte del “ejército de reserva de trabajadores”, las incorpora para explotarlas hasta que ya no son son necesarias y acaban expulsadas. La prostitución no puede plantearse en la dirección del individualismo, ya que está insertada en la estructura social y como tal ha de ser abordada desde la radicalidad para que pueda producirse el cambio colectivo que permita plantearnos una sociedad progresista menos desigual.

Las prostitutas no son indignas, lo indigno es pertenecer a un mundo donde las mujeres tienen que vender su cuerpo para sobrevivir.