En otoño de 1989 el tripartito que apenas dos años antes había tumbado el débil Gobierno gallego de Alianza Popular se ponía a prueba en las urnas. El PSdeG, que lideraba la peculiar alianza completada por Coalición Gallega -escindida de la propia AP con el impulso de tránsfugas- y el PNG, había logrado el que aún ahora es su mejor resultado en el Parlamento gallego, con 28 escaños. Pero el PP, liderado por un Manuel Fraga debutante en la política autonómica, consiguió los 38 diputados que marcan el umbral de la mayoría absoluta.
Las posteriores hagiografías acabarían retratando la victoria que inauguró el fraguismo como aplastante, pero realmente fue muy ajustada y en ella fue clave la provincia de Ourense, la misma en la que tres décadas después peligra ahora el poder absoluto de los populares. Allí, entre votos sospechosos que el PSOE había amagado con recurrir ante la Justicia -proceso que la dirección del partido acabaría frenando en lo que fue interpretado como un afán de Felipe González por asegurar que Fraga se quedaba en Galicia-, el Partido Popular recién refundado había asegurado su mayoría absoluta. Lo hacía en gran medida gracias a su coalición con Centristas de Galicia, la formación en la que pocos meses después emergería definitivamente como líder José Luis Baltar, que había logrado colocar como primer presidente del Parlamento del fraguismo a Victorino Núñez mientras él se quedaba con su puesto en la presidencia de la Diputación de Ourense.
Comenzaba así una provechosa alianza que orgánicamente derivó poco después, en 1991, en la integración de Centristas en el PP. Pero lo de Baltar con el PPdeG nunca fue una disolución, sino una coalición de intereses. El barón ourensano aseguraba el enorme granero de votos engrasado desde la presidencia de la Diputación y el patrón de la derecha española dejaba hacer en todo lo demás. Incluso padeciendo desafíos y amenazas de escisión a modo de exhibición de poder que nunca llegaron a mayores. El apellido Baltar se convertía de este modo en piedra angular de la inmensa maquinaria desplegada por el PP en Galicia durante los años 90 y así ha seguido siendo, con más o menos turbulencias, hasta las últimas elecciones municipales. El 26M el PP de Ourense perdió la mayoría absoluta en la Diputación provincial. La piedra angular del poder del PPdeG tiene, ahora sí, una grieta.
“Baltar o fillo no es Baltar”
Baltar o fillo no es BaltarQuien ahora ha perdido la mayoría absoluta del baltarismo ha sido José Manuel Baltar, hijo del autodenominado “cacique bueno”, quien en 2012 había recibido de su padre a presidencia de la Diputación a modo de legado político. Dos años antes, en 2010, el padre ya había transmitido al hijo la presidencia del PP de Ourense en un Congreso provincial que acogió el único intento real de Alberto Núñez Feijóo por tumbar a la saga. La cúpula del PPdeG había escogido para enfrentarse a los dos Baltar al entonces alcalde de Verín, Juan Manuel Jiménez, cuyo equipo no había ahorrado acusaciones de caciquismo durante el proceso. Pero la operación de Feijóo acabó en fracaso y Baltar hijo, triunfando en un cónclave antes del cual, según dio por probado la justicia en 2014, Baltar padre había enchufado 104 personas en la Diputación, muchas de ellas vinculadas a la trascendental votación.
El fundador de la saga actuaba como cacique -“bueno”, añadía- y no ocultaba, sino todo lo contrario, su capacidad para repartir pequeños o grandes favores por toda la provincia mientras, al son del trombón, cantaba aquello de “Si no eres del PP, jódete, jódete”. Mientras esto sucedía, su heredero, que acompañaba con un bombo el trombón de su padre en aquellas charangas, acumulaba cargos públicos desde poco después de terminar la carrera de Derecho en 1992. Asesor de la Consellería de Agricultura, delegado provincial de este mismo departamento, diputado en el Parlamento autonómico y, poco después, vicepresidente del mismo.
A pesar de no ser posible explicar el ascenso del hijo sin el influjo del padre, cuando llegó a la presidencia de la Diputación quiso hacer ver que comenzaba una nueva era con una nueva imagen. La imagen de Manuel Baltar, el presidente del “Gobierno Provincial”, como suele referirse a la Diputación, una institución a la que presentó como adalid de la transparencia. “Baltar o fillo no es Baltar” [Baltar el hijo no es Baltar], se cantaba en el irónico Festival Intercultural do Barbanha mientras el heredero anunciaba innovadores planes de control y transparencia y aseguraba sentir “asco” por cualquier tipo de práctica corrupta. Pero también mientras las pesquisas de la eterna operación Pokémon sembraban dudas sobre la financiación del PP ourensano en la etapa de su padre.
Sustos judiciales, fatiga de materiales
Pero la imagen que el segundo Baltar quiso proyectar de sí mismo comenzó a sufrir erosiones no solo por ser heredero de quien es. En el año 2015 una mujer lo denunciaba asegurando que le había ofrecido un puesto de trabajo en la Diputación a cambio de sexo. La denuncia, revelada por eldiario.es, acabó en imputación judicial de Baltar hijo pero también de Baltar padre por ser todavía presidente en el momento de los hechos. Pero el caso quedó en un susto judicial para ambos, ya que en 2017 la jueza instructora lo archivó al no ver “suficientemente justificado” que lo sucedido hubiese sido constitutivo de delito.
Aquel proceso judicial había servido, no obstante, para devolver al debate público la cara menos simpática del baltarismo. Para que, casi siempre por lo bajo, resurgieran en Ourense voces que recuerdan que por detrás del trombón, los repartos de favores y los edificios con incontables porteros hay también férreo control político, mediático y social y obstáculos múltiples para los no afines. Los materiales del baltarismo comenzaban a mostrar tras tres décadas una fatiga que ha quedado plasmada en las urnas aunque el PP haya vuelto a ser primera fuerza de la provincia el 26M.
José Manuel Baltar se aferra a esa condición de primera fuerza para defender su derecho a retener el poder. También al hecho de que la pérdida de la mayoría absoluta haya tenido gran parte de su origen en Ourense ciudad, donde el ex-conselleiro Jesús Vázquez, colocado por Feijóo, sufrió una fuerte caída tras cuatro años de turbulenta alcaldía. Pero, de cualquier modo, lo cierto es que el baltarismo ya no es lo que era, porque su poder ya no es absoluto y la propia continuidad de Baltar en la presidencia de la Diputación ya no depende enteramente de él sino también, al menos, de lo que determine la dirección de Ciudadanos, a quien el PP ourensano ofrece pactar. Todo, a menos de un año de unas elecciones gallegas en las que el granero ourensano volverá a ser trascendental.