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Dicen que murió Arsenio, pero no estoy de acuerdo

5 de mayo de 2023 19:35 h

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Dicen en los noticieros que ha muerto Arsenio Iglesias. Yo no estoy de acuerdo. Pero él no va a molestar a nadie desmintiéndolo. Creo que le gustaría quedar al margen de este asunto. Y que no le entusiasmaría verse enterrado por una avalancha de necrológicas, obituarios, esquelas, alabanzas y hagiografías. Más que nada porque dificultan la vista.  

Andará por la línea del horizonte. Era un habitual en esa posición, la de mirar la línea del horizonte. Allí donde se une lo visible y lo invisible, lo posible y lo imposible, el pasado y el porvenir. Buscaba la soledad para mirar el mar, y en esa hipnosis laboriosa, si algún pelma le importunaba, “¿Qué, Arsenio, mirando el mar?”, él tendría derecho a responder: “¡No, estoy trabajando!”.

Hay quien va al fútbol porque le ayuda a olvidar. El estadio como un lugar donde sacudirse los pesares de la vida, donde gritar contra el mundo y bajar todos los santos del cielo. Y acaso ganar. Ser un vencedor. Pero el fútbol también puede ayudar a recordar. Contra la amnesia, el estadio como un lugar de anamnesis, donde también juega la memoria.

Y esa era la posición de Arsenio Iglesias en el estadio. Como ante la línea del horizonte. Jugar recordando. A veces, la pelota se volvía una pequeña esfera precaria, de trapo, en una infancia bajo la sombra de la guerra. El hambre de balón, en la posguerra. Aprender a caer y levantarse, en los campos de lodo del fútbol modesto. Se recuerda poco al Arsenio como jugador. Se cuenta la historia de su debut en primera división, como delantero del Depor. Un 28 de octubre de 1951, en Barcelona. El equipo gallego va perdiendo seis a cero. Arsenio se revuelve y bate la portería que defiende el gran Ramallets. Lo que se cuenta es que Arsenio recogió el balón y se lo entregó al mítico arquero con una disculpa: “Perdón, señor”. Una leyenda que Arsenio desmentía siempre con vehemencia. Era humilde, pero no un pazguato: “Hacer eso sería como humillarme y humillarlo”. 

Espero que no pase a la historia con la fanfarria de entrenador del “Super Depor”. Aborrecía esa denominación. Y no lo disimulaba. Pronunciaba “Super” como si le estallara una castaña en la boca. El fútbol le ayudaba a recordar. Y frente a tanto chillón, el estadio era un lugar donde sentir y pensar. En Irlanda escuché esta malicia sobre un jugador: “No le llegan las ideas a los pies”. Si recordamos tanto a Arsenio, si lo queremos tanto, es por la gesta del piloto que, como en “El corazón de las tinieblas”, representaba “todo aquello en que se puede confiar”. Armó la tripulación de una nave modesta con algunas estrellas y no pocos náufragos veteranos. La simpatía hacia aquel Deportivo liberto y espartaquista tenía que ver con el saber perder y el saber vencer. En el mundo del capitalismo impaciente abundan los vencedores que no saben vencer. O que solo saben vencer.

Arsenio había aprendido esa simetría jugando con la memoria. El saber perder y el saber vencer estaba en el corazón central de aquel equipo. Cuidaba con mimo las palabras. Lo que decía. Y ese esmero, ese respeto, se reflejaba en la forma de jugar. Su estrategia era la saudade del porvenir. Y siempre se dirigía a la gente sin infantilizarla como fanáticos: “¡Cuidado con la fiesta que nos la quitan de los fuciños!”. 

Su esposa, maestra, tuvo una librería en A Coruña. Y Arsenio tenía fama de lector. Ha habido, y hay, entrenadores a los que sentaría bien la credencial de “intelectuales”. Empezando por Helenio Herrera, El Mago, que tuvo la sinceridad de titular sus memorias sin eufemismos: Yo. Arsenio mantenía a raya la primera persona de singular. Había días, incluso, en que el “yo” quedaba bajo arresto domiciliario. Sí, era buen lector. Pero a la pregunta de qué libros le habían marcado o conmovido, respondía con el aguijón de la ironía: “A mí lo que me impresionan mucho son las obras completas de Ángel Jove y Rodolfo Lama”. ¿Quiénes eran estos “autores”? Pues dos potentes constructores coruñeses, cuyos carteles de obras imperaban en la ciudad.  

Reaccionaba con ironía a la imagen de viejo sabio de rústico que había hecho un milagro en el fútbol mundial. Se reía cuando algún periodista extranjero venía en búsqueda de “filósofo campesino” que las tardes de domingo ejercía de entrenador y revolucionaba el fútbol desafiando el establishment futbolístico. Pero no era tampoco en los grandes poderes en quienes pensaba Arsenio. Si queremos entender que algo especial sucedió en el fútbol en los años 80 y 90 en A Coruña, esa especie de acuerdo emotivo entre generaciones, recomiendo oír, y por Youtube anda, la intervención de Arsenio Iglesias la noche en que, en la última jornada de 1994, y por un penalti fallido, el Deportivo supo perder la Liga.

Saber vencer. Saber perder. Lo que vino a decir: Estar orgullosos de lo que hicimos y de lo que no hicimos.   

-Lo que no quiero es que nadie me maldiga.

Y se fue a caminar solitario por la línea del horizonte.  

Dicen en los noticieros que ha muerto Arsenio Iglesias. Yo no estoy de acuerdo. Pero él no va a molestar a nadie desmintiéndolo. Creo que le gustaría quedar al margen de este asunto. Y que no le entusiasmaría verse enterrado por una avalancha de necrológicas, obituarios, esquelas, alabanzas y hagiografías. Más que nada porque dificultan la vista.  

Andará por la línea del horizonte. Era un habitual en esa posición, la de mirar la línea del horizonte. Allí donde se une lo visible y lo invisible, lo posible y lo imposible, el pasado y el porvenir. Buscaba la soledad para mirar el mar, y en esa hipnosis laboriosa, si algún pelma le importunaba, “¿Qué, Arsenio, mirando el mar?”, él tendría derecho a responder: “¡No, estoy trabajando!”.