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El Eligio, la isla de Toralla y el Grial: el universo vigués de Domingo Villar enmudece el día de su muerte

Víctor Honorato

18 de mayo de 2022 22:58 h

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El maestro Miguel Vázquez abre la puerta del taller de cerámica de la Escola de Artes e Oficios de Vigo. Son las 16 horas del miércoles y empieza una clase, pero aquí las lecciones no son como en las aulas magistrales. El ritmo es otro, hay tiempo para la pausa. Hoy es un día de luto especial en la escuela, escenario de ‘O último barco’, la última novela de Domingo Villar, escritor vigués de éxito internacional fallecido este martes a los 51 años. En las novelas del inspector Leo Caldas, los rincones del Vigo y comarca son un personaje más, y la elección de la escuela buscó, recuerda el maestro ceramista, “el fin noble de reivindicar los oficios”. Vázquez acabó convertido en personaje de la historia, principal sospechoso del asesinato que persigue Caldas.

“En este horno es donde Leo Caldas pensaba que Mónica Andrade había sido cremada por una orden mía, bueno, del profesor”, muestra Vázquez, que por un momento funde con su personaje. Recuerda que para la investigación previa a la escritura, que Villar inició e interrumpió en más de una ocasión hasta darle una vuelta completa al libro que tardó 10 años en publicar, el autor le hacía preguntas muy específicas, como la necesidad de diferenciar el caolín de la porcelana o si una cremación a 1.200 grados podría dejar restos de ADN. “Yo le decía que hablase del narcotráfico, que aquí éramos periféricos, pero él quería hablar de lo que nadie habla”, recuerda, entre elogios a un hombre “amable, encantador y humilde” con el que era un placer colaborar.

El escenario más famoso de las novelas de Leo Caldas es, sin embargo, el Eligio, bar ya centenario en el centro de Vigo, que frecuentaban en su día pintores como Laxeiro o Lugrís, también el escritor y periodista Álvaro Cunqueiro. El local está cerrado pero no vacío. Dentro están reunidos amigos y familia del escritor que tratan de celebrar la vida de Villar, brindando con vino, difícilmente, como su hermano Alfonso, que atiende brevemente a elDiario.es, porque Domingo, o ‘Mincho’, como se le conocía familiarmente, era siempre muy cortés con la prensa. Hoy también el entorno del principal representante de la novela negra gallega se ha quedado sin palabras.

El Eligio, que servía introspección y gastronomía local al investigador Leo Caldas llora una muerte de verdad, la marcha prematura de Villar, novelista, celtista, admirador de Cruyff, Montalbán y Camilleri, amigo de casi todos en la ciudad.

No era el único bar del universo vigués de Villar, alguno con mezcla de realidad y ficción, como el Grial, que en la mente del escritor conservaba la fachada pero por dentro era otro, el Manteca. El Grial original había sido primero una librería revoltosa durante el tardofranquismo, ‘A Esmorga’, en referencia a la novela de Eduardo Blanco Amor. El librero era el tío de Domingo, Pepe Ulloa, que acabó cerrando la librería para abrir el bar. Lo recuerda hoy un escrito en la puerta, que evoca el milagro de “la conversión del agua en vino; esto es, de los libros en copas”. Hoy sigue siendo un local hostelero, de los que abren a partir de las siete de la tarde. Subsiste el letrero original de hierro.

Una ciudad entera ha contenido la respiración durante dos días, desde que se tuvo noticia de la repentina afección de Villar. Le pasa al vigilante en la garita de acceso a la isla de Toralla, en cuya gigantesca torre -que según se dice va hundiendo la isla milímetro a milímetro- se cometía el primera gran crimen del autor, en ‘Ollos de auga’. El hombre suspira ante la barrera de esta isla privada donde residen en la ficción y la realidad familias desahogadas. El guardia sabía del ingreso hospitalario, pero no que el escritor ha fallecido finalmente. Toralla es un reducto de otro tiempo, una isla privada en el dominio público, que solo cedió el acceso a sus playas gracias a la primera Ley de Costas de los socialistas. Bajo el mamotreto hay un edifico del Centro de Investigación Marina de la Universidad de Vigo. El vigilante, Tito, ya era vigilante cuando se publicó la obra, y el personal de consejería, más joven, bromeaba con que el personaje de la novela estaba inspirado en él. “Pero no era yo”, dice, negándose a levantar la barrera.

El mar es otro secundario más en la obra de Villar. Arrastra objetos inverosímiles y en las páginas del autor vigués incluso cadáveres. En la playa de A Madorra, en la parroquia de Panxón, en Nigrán, al sur de Vigo, arranca ‘A praia dos afogados’, la segunda novela de la serie de Leo Caldas. La marea sube a media tarde el miércoles, y las algas se acumulan en el arenal. Al otro lado del paseo marítimo vive otro reputado escritor gallego, Bernardino Graña, ya muy mayor, quien a veces baja a tomar algo a A Terrasiña, el bar en el extremo, con terraza casi sobre el agua. La dueña, Fernanda, lamenta la noticia luctuosa. “Algo de él sí leí, sí”, dice. “Está bien que los autores escriban de los sitios de la tierra”, reflexiona. “Aunque hoy ya casi nadie lee”. A Domingo Villar sí lo leían. Por decenas de miles y traducido a varias lenguas europeas.