Entrevista Expresidente de la Xunta de Galicia

Emilio Pérez Touriño: “La Unión Europea no son los Estados Unidos ni ese es un modelo que deba seguirse”

Daniel Salgado

19 de enero de 2023 23:07 h

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Emilio Pérez Touriño (A Coruña, 1948) presidió, entre 2005 y 2009, el último gobierno gallego de signo progresista. socialista, lo hizo al frente de una coalición con el BNG. “La construcción de una alternativa al PP en Galicia pasa por un entendimiento entre el nacionalismo y la socialdemocracia, aunque desde el Partido Socialista no siempre se haya comprendido así”, asegura 14 años después de que Núñez Feijóo derrotase a la coalición por un escaño -y 100.000 votos menos que la suma de PSdeG y Bloque. Profesor universitario ya jubilado de economía y político reflexivo, con militancia inicial y significada en el Partido Comunista, estos días presenta su último libro, El horizonte europeo (USC Editora, 2022). Es una defensa de la idea comunitaria como único horizonte posible, afirma, para reconstruir las políticas progresistas y socialdemócratas. No olvida, eso sí, sus defectos. “Hay una Europa que se construye desde los Estados, todavía no hay una Europa que se construya desde la ciudadanía”, dice, “necesitamos mayor densidad democrática”. Y alerta contra la tentación de imitar a los Estados Unidos de América: “No es un modelo que deba seguirse”.

¿Por qué es necesario a estas alturas escribir un libro para defender la Unión Europea?

La idea surgió allá por 2015. En ese momento la Unión Europea creaba bastante recelo y había cierta deslegitimación de su papel. Todavía se notaba la resaca y las consecuencias de la Gran Recesión. Estaba la crisis de los refugiados y una cadena de atentados en suelo europeo. Aparecieron movimientos populistas que cuestionaban en algunos casos las limitaciones de la Unión Europea y en otros todo el proyecto. Paradójicamente aquella crisis, provocada por los excesos del neoliberalismo, la pagaron más caro gobiernos progresistas. Ahí nace el libro, para saber qué está pasando desde una perspectiva socialdemócrata.

El libro no evita cierta mirada crítica. Recoge, por ejemplo, los reparos de algunos economistas al diseño del euro. ¿Hasta qué punto esas críticas impugnan el modelo de la Unión Europea?

La historia nos muestra con claridad la importancia estratégica y decisiva del proyecto de construcción de una Europa unida. Con sus limitaciones, a las que después me referiré. En la segunda mitad del siglo pasado heredamos un continente destrozado por las guerras, los nacionalismos expansivos y los fascismos. El proyecto de construcción de la Unión Europea hizo posible una senda de paz, democracia y bienestar social. En el siglo presente vivimos tres grandes crisis: la Gran Recesión, la crisis del COVID y la crisis derivada de la invasión rusa de Ucrania. Si uno examina cada una de ellas, concluye que no tendrían salida si no hubiese una respuesta desde la Unión Europea, común y compartida. Los Estados nación por sí mismos, aisladamente, no tienen instrumentos para afrontarlas.

Durante la Gran Recesión esa actuación fue desde luego cuestionable.

Incluso en ese caso a la altura de 2012, cuando la economía de tres países europeos estaba intervenida –Grecia, Irlanda, Portugal–, fue necesario el rescate de dos sistemas financieros –España e Italia– y la crisis de la deuda soberana estaba a punto de entrar en Francia, no es la respuesta desde cada Estado nación la que resuelve la situación. Fue la toma de posición del Banco Central Europeo, alterando su línea fundacional, con la famosa declaración de Draghi. Con la pandemia está más claro, hay un salto adelante decisivo: es el BCE el que toma una posición federalizante y asume todo el gasto público, toda la deuda emitida por los Estados miembros, y suministra crédito. La Unión Europea emite deuda conjunta por primera vez y pone en marcha el plan de recuperación.

¿Pero no se trata, precisamente, de una corrección respecto de la actuación en 2008 y 2012?

Hay que entender que Europa es un proceso inacabado, en construcción permanente. No podemos mirar una foto fija. Aún ahora la conclusión que debemos extraer es que necesitamos más Europa. Cada crisis acumulada sobre la anterior debe hacernos pensar que necesitamos una Europa más capaz económicamente, con más instrumentos comunitarios, con mayor densidad democrática y capacidad de respuesta. No trato de construir una crítica a la Unión Europea, sino una reflexión positiva sobre su papel decisivo. La respuesta adecuada no es la respuesta de los populismos de los nacionalismos de Estado, ni la extrema derecha, ni Hungría ni conservadores tipo Trump. Lo que ellos llaman la patria no nos puede proteger frente a los riesgos de la globalización.

Pese a la rectificación de las políticas comunitarias, la brecha entre el norte y el sur no acaba de suturar.

Hasta ahora, la Unión Europea no fue capaz de resolver la auténtica convergencia, ni económica ni en términos políticos, de los distintos Estados nación que la componen. La crisis de 2008 se caracterizó, entre otras cosas por una brecha brutal entre los países del norte y del sur. Entre países muy endeudados y otros menos. Los países del norte, encabezados por Alemania, cargaron la crisis sobre el sur y obligaron a los países del sur europeo a una devaluación generalizada a un coste social brutal. Sin embargo, la crisis del COVID o la actual, derivada de la invasión de Ucrania son más transversales.

¿En qué sentido?

Afectan por igual a todos los países, lo que facilita que haya una respuesta más unitaria. Y hay un salto histórico. Es la primera vez que la Unión Europea toma medidas que, frente a la tradición de acuerdo entre gobiernos, ponen en marcha objetivos e instrumentos compartidos. Es un avance sin precedentes en la necesaria federalización de la UE. Pero los ciudadanos no solo viven en mercados. Los ciudadanos vivimos en comunidades territorialmente organizadas en Estados y estos forman la Unión Europea. Éste es un proyecto muy complejo, porque se construye a partir de los Estados y va poniendo en común elementos de federalización. Pero la política se desarrolla todavía en el marco estatal. Los Estados siempre tendrán un papel.

Hay una crítica recurrente, y estimable, a la Unión Europea: lo que falta en Europa es pueblo soberano, el demos común.

Por esto la Unión Europea es un proyecto único y diferente. Es imposible definirla, no tiene parangón. No son los Estados Unidos de América ni pueden llegar a serlo ni es un modelo que deba seguirse. Es un modelo diferente y construido históricamente de otra forma. Es un proceso vivo, irrepetible, singular, construido a partir de una alianza en principio económica que después va tomando transcendencia política a través de Estados que obviamente van a seguir existiendo. Hay una Europa que se construye desde los Estados, todavía no hay una Europa que se construya desde la ciudadanía. Los ciudadanos no somos soberanos.

No es un asunto menor.

En la medida en que las crisis se suceden -no olvidemos que desde 1980 hay seis grandes crisis financieras sistémicas-, vemos que cada Estado no es capaz de encontrar por sí solo una solución. Necesitamos compartir competencias y ceder espacios de soberanía. La soberanía clásica de los Estados nación cada vez es más un residuo de los siglos anteriores. Los grandes desafíos no tienen respuesta desde el Estado nación: piénsese en el cambio climático, en la transición a la economía digital, en los cambios migratorios, en la regulación de los mercados financieros o en la lucha contra la desigualdad creciente y la precarización. Creo que éste es un proceso histórico irreversible. Y creo que un día llegaremos a una constitución europea que pueda proclamar: “Nosotros, los ciudadanos”.

En el inicio del libro asegura que podemos estar ante el retorno de las políticas públicas y de la intervención del Estado. Pero la construcción del Estado de bienestar europeo fue resultado de una coyuntura muy concreta: la Segunda Guerra Mundial, un potente movimiento obrero y la existencia de la Unión Soviética. Eso ha desparecido. ¿Cómo se vuelve a edificar un sistema así?

Es cierto que los 30 años dorados de la socialdemocracia están asociados a una etapa histórica muy determinada. La historia difícilmente puede repetirse en esos términos. ¿Qué ocurre? El New Deal de Roosevelt -la respuesta más socialdemócrata a la Gran Depresión del 29- se produce debido a que, a raíz de la profundidad de la crisis, todas las posiciones políticas, incluso sectores de la derecha liberal, perciben la necesidad de la intervención de lo público. El papel del Estado. En el nacimiento de la UE, tras la debacle de la Segunda Guerra Mundial, sucede algo parecido: hay un consenso socialdemócrata en el que entran también los democristianos y el liberalismo político.

Pero hoy no existe.

Hoy la situación es radicalmente diferente, pero la pandemia hizo que la mirada volviese de nuevo hacia el sector público. Asumimos políticas de gasto público que eran inasumibles. Asumimos la necesidad del endeudamiento público tras 40 años de hegemonía neoliberal. Hay un cambio de paradigma y aparece la necesidad de un Estado emprendedor y capaz de ser motor de tracción del crecimiento económico. Aparece la necesidad de una regulación pública para luchar contra el cambio climático. Aparece la necesidad de lo público para superar la desigualdad y la precarización. Eso puede abrir la puerta a que una socialdemocracia revisitada en alianza con otras fuerzas progresistas pueda volver a tener un papel político relevante.

¿Percibe, entonces, una salida para la crisis que atravesó la socialdemocracia en las últimas décadas?

No necesariamente tiene por qué ocurrir eso. No hay nada automática en la vida política y en la vida socia. Pero sí es verdad es que el mercado por sí mismo, tal y como defiende los conservadores y neoliberales, no es capaz de resolver la crisis climática, ni regula el empleo ni la cohesión social, ni garantiza la estabilidad económica. Desde el mercado no hay capacidad de respuesta a los grandes temas que se plantean en la actualidad. Pero precisamente por eso necesitamos más Europa. No es posible avanzar en un espacio de políticas socialdemócratas o progresistas si no tenemos más Europa y mejor Europa. En el ámbito de un Estado es imposible materialmente avanzar en respuestas progresistas y respuestas socialdemócratas. La otra respuesta es el autoritarismo, sistemas autocráticos, populismos de derechas y la puesta en riesgo del modelo social.

Esa respuesta reaccionaria también implica intervencionismo estatal, pero a favor de políticas autoritarias.

Muchas veces se afirma que para la izquierda y la socialdemocracia todo lo resuelve el Estado. Y no. En un momento de crisis todos recurrirán al Estado, desde la derecha y desde posiciones de no derecha. Pero la cuestión no es que tenga que haber más Estado, sino que haya políticas diferentes.

“La alternativa al PP en Galicia pasa, aunque desde el PSOE no siempre se ha comprendido, por un entendimiento entre el nacionalismo y la socialdemocracia”

Habla de la construcción europea sobre como una operación entre Estados. ¿Cuál es entonces el lugar de un país como Galicia? Una parte del nacionalismo gallego la entendió como una vía para esquivar Madrid.

El nacionalismo gallego hegemónico no apoyó la Constitución europea, ni siquiera la construcción europea. Lo veía más como un enemigo o como un instrumento inútil. Con excepciones notorias y sobresalientes, pero de modo excepcional.

Camilo Nogueira, eurodiputado del BNG entre 1999 y 2004, es el caso más conocido.

Sí, por supuesto Pero felizmente creo que se va avanzando y hoy, con distancia y críticas lógicas y necesarias, el proyecto de la Unión Europea es común y compartido. Recuerdo algo que para mí es una lección histórica de la que convendría aprender. Cuando Galicia entra en el mercado común europeo, tenía una gran parte de su potencial productivo en el sector lechero y de carne de vacuno. Se decía entonces que la introducción de las cuotas de leche iba a ser un desastre y iba a acabar con nuestra producción lechera.

¿Qué sucedió, a su juicio?

Que en realidad las limitaciones fundamentales a la transformación del sector lechero y vacuno de Galicia estaban dentro del propio Estado y de la propia Galicia. El sistema de cuotas de leche posibilitó que Galicia pasase a ser la principal productora lechera de España, la quinta de Europa, y un proceso de transformación y modernización sin precedentes. Europa no era el enemigo, sino la falta de transformaciones estructurales. Europa aportó una extraordinaria capacidad de transformaciones estructurales a la economía y a la sociedad gallegas. Evidentemente con taras y limitaciones y consecuencias también negativas en el sector pesquero o industrial.

¿Y el futuro?

Nuestro destino como comunidad es el ejercicio de nuestras propias competencias, de nuestras demandas delante del Estado y en el seno de la propia UE. Si tomamos la década de gobiernos del PP, entre 2009 y 2019, vemos que Galicia pierde peso económico, pierde peso poblacional, pierde peso demográfico, gastamos menos en educación y en sanidad, perdimos el liderazgo en energía eólica, perdimos el sistema financiero gallego.

El ejercicio de competencias se paralizó.

Está completamente bloqueado. A mí me gusta mirar nuestras propias resonsabilidades, nuestras propias capacidades, y creo que las hay: en la sociedad civil, en el mundo cultural, en la industria audiovisual, en la energía de las universidades, en el mundo empresarial. Hay capacidad para cambiar esta situación, alentar un futuro más progresista y mejor, y desempeñar un papel más activo en Europa y dentro del propio Estado. Aquí intentamos reformar el Estatuto y no fue posible por la obstrucción descarada y la oposición frontal del PP. Necesitamos revertir esa hegemonía política. La respuesta está en manos de la ciudadanía y de la oposición.

¿Cómo vivió su partido, ahora enredado en una nueva crisis de liderazgo, esta década convulsa?

En Galicia tenemos un sistema político definido por la existencia de tres grandes corrientes: la conservadora, expresada electoralmente entre el 45 y el cincuenta y algo por ciento; la nacionalista, con una fuerza política continua muy importante en la sociedad gallega; y luego la corriente socialdemócrata, que se expresa básicamente en torno al Partido Socialista. La construcción de una alternativa pasa obligadamente, aunque a veces desde el Partido Socialista no se haya entendido así, por un entendimiento entre el nacionalismo y la socialdemocracia. Eso fructificó en el gobierno de coalición que tuve la honra de presidir.

Pero se había construido antes, por lo menos desde el pacto global en las municipales de 1999.

Efectivamente. Fue decisivo ese paso en las municipales en las mayoría de las ciudades gallegas [pactos entre PSdeG y BNG para arrebatar alcaldías al PP]. Pero los mundos municipal, autonómico y estatal son diferentes. Ganamos las elecciones de 2005 por un diputado y por más de cien mil votos respecto a los conservadores. Y perdimos en 2009 por un diputado y por una diferencia de seis mil votos favorables al gobierno de coalición.

¿Y a partir de ese momento?

Eso se convirtió, y ahí empiezan los errores, en una especie de drama existencial para el Partido Socialista e inicialmente también para el BNG. Da la impresión de que el nacionalismo lo ha superado y tengo la impresión de que al Partido Socialista le costó mucho más trabajo superarlo. Tengo la confianza de que, cuando se cumplan 14 años de gobierno de continuidad grisácea del PP, haya capacidad de reacción y de creación de una alternativa. Para eso es necesrio construir un liderazgo y un proyecto para el país. Esa es la tarea en la que están, quiero creer, el Partido Socialista y el propio Bloque.

En todo caso, los resultados en las elecciones municipales cuestionan que la hegemonía política en Galicia sea tan claramente conservadora.

Esa hegemonía política del PP esconde la realidad de que la suma del nacionalismo y de la socialdemocracia dibuja una Galicia en dos mitades. Pero el bloque conservador concurre unido a las elecciones autonómicas y el mundo electoral progresista concurre compitiendo y dividido electoralmente. La respuesta en asignación de diputados es siempre más complicada. Y después está el hecho de que en las elecciones locales son un mundo diferente. Pero a nivel autonómico debemos construir un proyecto común para Galicia, una visión que no es la suma de los ayuntamientos.