Una extraña en Iowa: los relatos de la gallega Lara Dopazo miran Estados Unidos desde el asombro y lo sobrenatural

La mirada es de extrañamiento porque la realidad es extraña. Personas desconocidas esperan a que las atiendan en urgencias, los roedores dominarán el mundo, si un ciervo te clava los ojos, la maldición de una lentejuela, un infierno doméstico tras el brillo azul de las redes sociales. El jardín oculta lo sórdido, como aquella oreja sobre la hierba en el arranque de Blue Velvet. Contos gringos (Galaxia, 2024) se asoma a los Estados Unidos de América desde el asombro, intuye su sustancia profunda desde lo sobrenatural, sucumbe a fenómenos meteorológicos extremos. El segundo libro de relatos de Lara Dopazo Ruibal (Marín, Pontevedra, 1985) nació y se desarrolló precisamente en el corazón del imperio. Lo hizo durante dos años, al amparo del prestigioso máster de escritura creativa de la Universidad de Iowa. Fue casi seguro la primera autora en lengua gallega en cursarlo.

“Recibían con sorpresa el hecho de que escribiese en gallego”, relata Dopazo a elDiario.es. Se refiere a profesores y compañeros del MFA Spanish Creative Writing, al que asistió entre 2021 y 2023. El idioma vehicular era el castellano, pero todos sabían que ella usaba otra lengua, sus libros se encuentran en la biblioteca del centro y durante su estadía estadounidense, su Claus e o alacrán, de poemas, se publicó traducido al inglés, en edición bilingüe. “Quizás es impresión mía”, añade, “pero tengo la sensación de que es más fácil de encajar algo así para gente de Estados Unidos o América Latina que para gente del propio Estado español”. Los cuentos, en cualquier caso, los presentaba en español a las sesiones de trabajo del máster. Entonces los tallereaban.

El neologismo significaba someter los escritos al juicio de estudiantes y docentes durante hora y media. De inicio podía resultar incómodo, porque los análisis eran a fondo, sin demasiados paños calientes. “Escribir es algo supersolitario y de repente te expones ante los demás”, explica Dopazo, “pero si se hace con cierto cariño, es muy constructivo”. La autora, después, era libre de incorporar o no las críticas, sugerencias, avisos. Que, en todo caso, nunca aludían al estilo de la escritora, si la separación resulta posible al hablar de literatura. “Nadie te daba trucos. Los consejos eran técnicos y siempre dentro de la dinámica interna de cada texto. No es como un taller literario de iniciación en el que aprendes a escribir.”, aclara, “allí todos saben ya escribir”. Una escena no es verosímil, en determinado tramo emerge un problema de estructura, la coherencia de ese personaje no encaja. “Los talleres hacían crecer lo que escribías”, aduce. Y allí surgieron casi todos los Contos gringos de Dopazo, a los que dio remate en una residencia literaria de la Xunta de Galicia en la Illa de San Simón (Redondela, Pontevedra), campo de concentración franquista durante la Guerra Civil.

Escribir en un país de naturaleza desatada

“Tenía clarísimo hacia donde iba, pero, la verdad, era fácil despistarse por el camino. Bajé en un campo de maíz, o lo que quedeba de un campo de maíz, porque estaba todo segado”, escribe en Mol (traducido “blando”), “y la tierra, seca, sequísima, gritando por un poco de agua, y tuve ganas de decirle 'no te preocupes tierra, pronto te va a llover”. Habla un tornado. El cuento es a la vez un trávelling asombrado ante las dimensiones del territorio y la síntesis más acabada de uno de los asuntos del libro: la naturaleza desatada. La nieve como fin del mundo, la niebla que, como en aquel viejo filme de John Carpenter, se adueña de los individuos. “Para mí es difícil responder sobre qué une estos relatos, pero hay elementos que reconozco: la presencia de lo sobrenatural, personajes obsesivos y mucha animalidad, que es marca de la casa”, señala.

Lo es porque está presente en sus obras anteriores, en los poemas de aliento narrativo recogidos en Claus e o alacrán (Espiral Maior, 2018) o en O axolote e outros contos de bestas e auga (Galaxia, 2020). También lo está, aunque en menor medida, lo sobrenatural. Que en Contos gringos le ayuda a construir una geografía que no es la de la literatura fantástica, sino una en que lo sobrenatural se integra en lo cotidiano. Eso es lo inquietante. “Como gallegas no debería resultarnos raro”, dice, “por lo menos en el pasado, lo sobrenatural estaba normalizado en nuestra cultura”. A casa de bloque vermello, Reptiliana o Os diques son algunos de los ejemplos que incluye el volumen. También Brooklyn, angustioso y claustrofóbico, como una reescritura tardomodernista de Allan Poe pero con el saboteado derecho a la vivienda de fondo.

La mayoría de las narraciones transcurren, claro, en los Estados Unidos de América. “Pero no en unos Estados Unidos cualquiera, en los Estados Unidos profundos”, asegura con retranca. Iowa pertenece al incomnesurable Medio Oeste, que abarca 12 Estados y unos 58 millones de habitantes. Ese es el paisaje, y el paisanaje, que a Lara Dopazo le provocaba la “sensación de extrañamiento constante” que, ella misma lo confiesa, hace de pegamento de las historias gringas. “Es la posición que adopto como narradora, pero es que además yo era una extranjera en Estados Unidos, mi posición como persona era esa”, apunta. Cierta mirada poética -que no lírica- acaba de completar el tono.

La debilitada tradición del relato

“Mi poesía es muy narrativa y, cuando empecé a escribir prosa, mis primeros intentos eran líricos. Ahora ya no. Los cuentos son muy narrativos”, asegura. El hilo que cose su escritura es la voluntad de indagar: “Busco responderme preguntas”. Ahora, la fértil tradición estadounidense de la narrativa breve, de Poe a Lydia Davis, respira en una prosa que, de momento, no cede a la tentación de la novela. “Nunca digo de esta agua no beberé, aunque de momento no estoy escribiendo una novela. Echo de menos el cuento en la literatura gallega”, lamenta, “no sé si se debe a los autores o es una decisión editorial. Quizás se apuesta por la novela porque la identificamos con lo ”normal“. Tengo la sensación de que se publican menos libros de relatos”. Dopazo se reconoce deudora de los escritores gallegos que lo practicaron en los 60 y 70, de Carlos Casares a Méndez Ferrín o Ánxel Fole. Samuel Solleiro -Gran tiburón branco (Xerais, 2012)-, Manuel Darriba -Elefante (Xerais, 2018)-, Ismael Ramos -A parte fácil (Xerais, 2023)- o Antón Dobao -O tigre na boca do lagarto (Xerais, 2024)- lo han revitalizado en los últimos años. Contos gringos, ajenos y oscuros, un lugar donde la línea entre lo real y lo extraño adelgaza hasta casi desaparecer, alimenta esa corriente.