El limbo del Panteón dos Galegos Ilustres, la capilla donde están enterrados Rosalía de Castro y Castelao

Daniel Salgado

1 de julio de 2022 21:59 h

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Aquellas imágenes de junio de 1984 impactaron. Los restos de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao regresaban a Galicia 34 años después de morir en el exilio en Buenos Aires. Se dirigían al Panteón de Galegos Ilustres, en Santiago de Compostela. Sucedía bajo un Gobierno de Alianza Popular, el primero conformado en la comunidad tras la restauración de la democracia. Cientos de personas protestaban en las calles contra lo que entendían una manipulación de su figura, la del principal teórico y líder nacionalista, y además diputado por el Frente Popular. La policía no tardó en arremeter contra los manifestantes. Entre carreras y persecuciones, el ataúd de Castelao volvía a su país natal. Fue el penúltimo de los entierros en el lugar -cuatro años más tarde sería trasladado el geógrafo Domingo Fontán- pero, sin duda, el más emblemático. La capilla, propiedad de la Iglesia y símbolo galleguista, permanece ahora en una especie de limbo que el nutrido elenco de agentes implicados intenta regular.

Al igual que tantos otros elementos de la simbología gallega, incluido su himno, la idea del Panteón de Galegos Ilustres nació en la emigración. En concreto, en las asociaciones de gallegos que, durante el siglo XIX, habían viajado a Cuba en busca de un futuro mejor. La capilla de la Visitación, en el interior de la iglesia gótica de San Domingos de Bonaval, en Santiago de Compostela, fue el emplazamiento elegido para sepultar a algunos de los personajes más relevantes de la cultura gallega. La primera, en 1891, fue Rosalía de Castro, trasladada desde el cementerio de Adina (Padrón, A Coruña) seis años después de su muerte. Entonces la iglesia, la capilla y el convento que integra toda la zona no pertenecían al Arzobispado. La desamortización de Mendizábal los había convertido en públicos.

El siguiente inquilino en llegar fue Alfredo Brañas, ideólogo del regionalismo gallego y precursor del nacionalismo. Era 1906. Entre esa fecha y 1961, cuando fue enterrado el escultor Francisco Asorey, no hubo ningún otro sepelio. En 1967, en plena dictadura, fue el turno de Ramón Cabanillas, que había fallecido ocho años antes. Era el Poeta da Raza, autor de libros incendiarios y anticaciquiles como No desterro (1913) o Da terra asoballada (1917). Nadie más hasta Castelao, en 1984, en medio de unos incidentes que todavía son objeto de debate en el mundo nacionalista. La expulsión del Parlamento gallego de los tres diputados del BN-PG, organización impulsora de las protestas y principal antecesora del actual BNG, por negarse a acatar la Constitución había dejado a Camilo Nogueira, de Esquerda Galega, como el único diputado nacionalista presente en el acto oficial. La polémica sobre cuál había sido la actitud correcta duró años. El traslado de Domingo Fontán, el geógrafo que mapeó Galicia en el siglo XIX, cerró, en 1988, el sexteto de gallegos y gallegas ilustres que acoge el Panteón.

Pero no solo para entierros ha servido la capilla. Situada en un hermoso enclave de la ciudad, adyacente al convento propiedad del Ayuntamiento que alberga el Museo do Pobo Galego, el Panteón de Galegos Ilustres ha funcionado como escenario de incontables actos políticos y culturales. El pleito arrastrado desde la época de la desamortización provocó, a inicios de este siglo, un nuevo giro. En 2006, el Tribunal Supremo delimitó las propiedades. La iglesia, y por lo tanto la capilla de la Visitación, y el adyacente cementerio del Rosario pertenecen al Arzobispado de Compostela. El convento, al municipio, al igual que la entrada a la iglesia. La autorización para usar el Panteón corresponde, así, a la Diócesis de Santiago de Compostela. “Es necesario pedir permiso. Su uso está ahora más medido. Algunas peticiones se niegan”, advierten a elDiario.es fuentes del Arzobispado, “para utilizar lo que hay dentro de la propiedad de alguien se necesita autorización”.

En busca de una fórmula

Que los restos mortales de Rosalía de Castro, Castelao o Ramón Cabanillas, colocados en un panteón con intención de símbolo comunitario, se encuentren sometidos a la ley de una institución privada preocupaba al Consello da Cultura Galega, organismo oficial independiente que figura en el Estatuto de Galicia. En conversaciones con el Parlamento de Galicia desde hace años, impulsa la búsqueda de una fórmula para regular los usos del Panteón de Galegos Ilustres. ¿Los actores a poner de acuerdo? El Arzobispado, las fundaciones Rosalía de Castro, Castelao y Alfredo Brañas, el Ayuntamiento, la Xunta de Galicia, el Museo do Pobo Galego y los tres partidos con representación parlamentaria, PP, BNG y PSdeG.

“Este es un tema que siempre está a punto de solucionarse, pero acaba descarrilando por algún problema”, señalan fuentes del grupo parlamentario del PP, muy activo en un proyecto que incluye ampliar el panteón con el jardín trasero, de titularidad municipal, pegado al ábside gótico. Las complicaciones aparecen en los momentos menos esperados. E incluso dentro de cada propiedad. Cualquier actuación que afecte a la iglesia debe contar con la aquiescencia del párroco. Y además de la capilla de Visitación, hay también la capilla del Rosario, regida por la cofradía del mismo nombre y con derecho a enterrar allí a sus cofrades. Por lo tanto, con derecho de paso. En cualquier caso, esas misma fuentes aseguran que solo faltan dos o tres cuestiones de carácter técnico para cerrar un acuerdo “suficientemente representativo” y poco frecuente desde las unanimidades parlamentarias alcanzadas en el inicio de la autonomía sobre la bandera o el himno.