El vigués Óscar Pazos ha publicado recientemente Madrid es una isla, un análisis del proceso de centralización del poder (económico, político, universitario...) en la capital del Estado y en unas pocas manos. Una concentración que, denuncia, bloquea la economía y la propia democracia. Pazos presenta su obra el próximo martes 28 en la Galería Sargadelos de Compostela en un acto organizado por Compromiso por Galicia.
El Diario publicó en febrero un adelanto editorial del libro, en el que Pazos explica que “gracias al secuestro de los órganos de poder, en Madrid se ha creado una trama de instituciones e intereses mediante la que el complejo político-económico español gobierna el país desde la distancia y en su propio provecho”, derivando en un “Estado burocrático, judicializado y funcionarizado que vive de espaldas a la ciudadanía, de la que es su principal enemigo”. También destaca que “Madrid se ha apropiado de la idea de España y parece que todo lo que no es Madrid es antiespañol” y que el Estado de las Autonomías no sólo no ayudó a corregir esta situación sino que las Comunidades Autónomas “funcionaron como réplicas a pequeño tamaño del Estado Central y crearon capitales centralizadoras a imitación de Madrid”.
En tu libro vas más allá de las habituales críticas a Madrid desde la periferia y analizas un problema que afecta a como funciona toda la política o la economía en España: la concentración del poder en unas pocas manos. ¿Cómo se lleva a cabo este mecanismo?
Sí, intenté huir de las argumentaciones típicas en el nacionalismo y fundamentadas en unos agravios territoriales sobre un determinado lugar y, en cambio, busqué analizar las dinámicas centralizadoras de Madrid con respecto a toda España. Madrid centraliza el poder, lo cierra y lo concentra en las manos de unos pocos. El problema es que Madrid hace un discurso político que usa a los nacionalismos y basado en argumentos antiperiféricos para esconder algo mucho más grave: el monopolio del poder en manos de una poca gente. No quise entrar en esos debates de nacionalismos o antinacionalismos y de agravios regionales comparativos, que Madrid utiliza siempre en su provecho. Se presenta como un poder equilibrador cuando es exactamente lo contrario: Madrid se ha apropiado de la idea de España y parece que todo lo que no es Madrid es antiespañol. Hay un discurso que parece que invalida todo lo que no venga o no pase por la capital.
¿Cuándo comienza este proceso?
Yo comienzo el relato en el traslado de la capital a Madrid por parte de Felipe II. Y evidentemente este proceso se intensifica a mediados del siglo XIX con el proceso de construcción del Estado con un esquema radial, no sólo en las vías de comunicación sino también en la cultura o la universidad. No lo hacen con la industria, que se desarrolla en la periferia sobre todo en Catalunya o el Pais Vasco, pero también en Valencia, Cádiz, Asturias o Vigo. La captura de este poder económico comienza en los años veinte del siglo XX cuando la dictadura de Primo de Rivera lleva a cabo una centralización económica a través de la nacionalización de muchas empresas, con la instalación de los monopolios estatales en Madrid. Y esa es la estructura económica que arrastramos hasta hoy y que trae déficits de competitividad, de balanza exterior y de crecimiento económico.
Hablas mucho del sistema bancario y de la centralización del poder financiero, muy de actualidad...
Siempre pasó lo mismo: la solución para cada crisis fue la centralización. En vez de abrir el mercado para que hubiera competencia, la solución fue centralizar para disminuir el número de actores. En la crisis de los noventa se les dio a BBV y a Santander las facilidades para hacerse con otros bancos y, a cambio, tuvieron que trasladar sus sedes operativas a Madrid. En España creció mucho más el sector financiero que la industria productiva, se deriva el dinero a los bancos, que lo emplean en grandes negocios de inversión intensiva de capital: las eléctricas, petróleo, el mercado inmobiliario...
¿El Estado de las Autonomías ayudó a corregir esta situación?
Es cierto que al morir Franco hay una mayor liberalización y descentralización, pero esta descentralización se quedó a medio camino. Las Comunidades Autónomas funcionaron como réplicas a pequeño tamaño del Estado Central y crearon capitales centralizadoras a imitación de Madrid, como sucedió en Galicia con Santiago. Además se crearon estas estructuras cuando fuera de Catalunya, País Vasco y algo menos en Galicia, no había demanda de autonomía. Y lo hicieron así por no hacer esa España asimétrica que tanto asusta a Madrid, porque Madrid necesita una España homogénea para controlarla desde el centro. Y se habla mucho de la deuda de las autonomías pero la gran deuda sigue siendo del Gobierno central. El Estado central tiene hoy más funcionarios que hace 30 años a pesar de que se crearon las comunidades autónomas.
¿Esto pasa en otros países, por ejemplo, en Francia un país muy centralizado? ¿La relación que establece París con el resto de Francia es la de Madrid con España?
París no es Madrid y además en París le cortaron la cabeza al rey y eso siempre da otra cultura. En España nunca hubo una auténtica revolución burguesa y, por lo tanto, el poder siempre estuvo centralizado. Y París supo funcionar como una capital cultural y liderar a Francia de una forma natural. Madrid no fue capaz de hacer eso y su crecimiento fue artificial: creció a costa de los demás y siempre cogió del resto de España más del que pudo dar. París o Londres centralizan el poder económico de la misma manera que lo hace Madrid pero este proceso fue más natural en esos países.
¿La tesis del libro puede resumirse en que un poder concentrado limita la actividad de los ciudadanos?
El otro día Josep Piqué denunció muy acertadamente que “no hay dinero para las empresas y para la gente, porque el dinero los está llevando el Estado”. El Estado está utilizando la centralización para salvar sus estructuras. Hablan de recortar ayuntamientos o de recortar las autonomías, pero no hablan de adelgazar sus estructuras. Están utilizando el dinero de todos para favorecer esas grandes empresas que ellos mismos ocuparán en cuanto dejen la política. Empresas que viven de concesiones, de contratos públicos y del BOE. Es una cultura en la que el éxito depende de tener un amigo en el Ayuntamiento, en la capital autonómica o en Ferraz o Génova. El director de la asociación americana de lobbistas, que estuvo en Madrid hace unos meses, dijo que lo que más le había sorprendido de España era como el poder estaba centralizado en unas pocas personas.