De un día para otro, sin salario, sin ahorros y sin prestaciones. El frenazo a la actividad que supuso la cuarentena cambió inesperadamente la realidad de muchas personas pero también reforzó redes vecinales y servicios sociales y entidades para dar respuesta a las necesidades más inmediatas de la población: comida, gas, medicamentos. Los números que evalúan su actividad han multiplicado a los habituales durante el estado de alarma y reflejan situaciones recurrentes de muchas personas que vivían al día, sin ahorros, o que no han cobrado prestaciones de los ERTE. Es la curva que no para de crecer.
Sin poder salir de casa pero con ganas de ayudar y de hacerse compañía, en A Coruña los vecinos se han organizado por barrios para detectar necesidades y buscarles una solución rápida. Son los Grupos de Apoio Mutuo (GAM), que también funcionan en Ourense. Cosen y regalan mascarillas de tela a quien las necesitan, defienden el derecho a la vivienda, apoyan al comercio local y mantienen un grupo de emergencia alimentaria. “Somos vecinos y vecinas que ayudamos a vecinos y vecinas. Damos una respuesta puntual y rápida para conseguir comida o medicamentos, pero insistimos mucho en que hay recursos sociales municipales y de entidades a los que se pueden dirigir”, explica una de las voluntarias. Desde finales de marzo hasta el pasado jueves recurrieron a esta red vecinal unas 366 personas en la ciudad. “Y siguen subiendo cada día, no hemos doblado la curva aún”, explica.
Es la misma realidad que transmiten entidades asentadas como Cruz Vermella o Cáritas, que ha multiplicado por tres el número de familias atendidas. “La gente no puede salir de casa, se agotan sus ahorros, no cobran las prestaciones, los servicios sociales se desbordan... Es un cóctel en el que la gente busca ayuda dónde puede”, explica el coordinador autonómico de Cruz Vermella en Galicia, Joaquín Varela. A su labor habitual se sumó en las últimas semanas la atención a muchas otras personas que no habían recurrido a los servicios sociales. “Esta situación coloca a muchas familias en un lugar delicado, personas con trabajo que viven al día, gente que no tiene liquidez o que no le han abonado aún los ERTE”, enumera.
Son perfiles que se repiten, como constatan desde los GAM: “Escuchamos como las personas se justifican por encontrarse en esa situación. Psicológicamente es muy difícil cruzar la línea y recurrir a una ayuda”. En la experiencia de las pasadas semanas han visto cómo gente que en un momento necesita del apoyo de sus vecinos para hacer la compra se acaba implicando en los grupos y buscan cómo ayudar a otras personas. “Es muy bonito ver cómo se crea una red, lo bien que responden los vecinos y vecinas y cómo la gente se implica”.
En Vigo, la Oficina de Dereitos Sociais del barrio de Coia lleva años creado una comunidad de apoyo entre la vecinanza. Una base de relaciones horizontales, entre iguales, que es un punto de referencia en la ciudad. “El modo de vida que tenemos nos lleva a vivir con vergüenza la falta de recursos. Desde aquí buscamos respuestas colectivas que nos lleven a pensar que nuestros problemas tienen mucho que ver con los de las vecinas”, explica Diego Lores. En estos días de estado de alarma mantienen su trabajo de información y coinciden con los GAM en la necesidad de derivar a los servicios sociales públicos “que deben garantizar la atención”. “Pero son lentos, así que elaboramos mientras estrategias de apoyo mutuo: hacer compras, estar pendientes de las personas en situación de calle, compartir nuestros recursos”, explica.
Lores considera que la emergencia alimentaria es “llamativa” pero que no deja de ser la consecuencia final de un problema mayor. “Que no nos vuelvan a contar que el reparto de comida es la respuesta para un problema estructural. No se saca a nadie de la pobreza dándole alimentos, sino con una política que garantice la vivienda y los derechos sociales”, indica.
Las administraciones públicas recurren continuamente a las entidades sociales para derivar parte de la atención, en ocasiones porque éstas no tienen las limitaciones de un gobierno para ayudar a personas sin permiso de residencia o con una cuenta embargada, como explica la responsable de Cáritas en A Coruña, Pilar Farjas. Dentro de su colaboración con el ayuntamiento ha pasado de gastar 16.000 en mes y medio a consumir 30.000 en un mes, ya que de los servicios sociales municipales han derivado a más de 300 personas. En la misma situación se encuentran los dos economatos que tienen en la ciudad, que han multiplicado por tres el número de personas atendidas y el valor de los alimentos que se entregan. “Son muchas familias que antes tenían un trabajo en la economía sumergida o con contratos muy temporales o por horas, en la restauranción”, apunta Farjas.
La Cocina Económica de A Coruña cumplió 134 años el pasado 1 de mayo, con su comedor cerrado, pero trabajando más que nunca. Las medidas de distanciamiento social han supuestos cambios en su funcionamiento habitual y ahora reparte menús de comida y cena y alimentos en los barrios dos días por semana. Los números se les disparan. Entre el 16 de marzo hasta el 1 de mayo han repartido casi 42 toneladas de alimentos, cifra Pablo, responsable de la atención social, y en 15 días de abril gastaron el doble en alimentos que en todo el mes del año anterior.
La previsión para los próximos meses es difícil de calcular pero en la cocina económica dan por hecho que van a manterner ese nivel de atención “lo que resta de año” porque cada día les llegan 15 o 20 nuevas peticiones de ayuda. También desde los GAM notan que cada día crecen las solicitudes para garantizar necesidades básicas y esperan que la situación se agrave “cuando a la gente se le vayan agotando su ahorros”. Desde la Cruz Vermella, Varela considera que “a medida que se vayan pagando las prestaciones” las peticiones de ayuda se reducirán. “Hay mucha gente que viene y nos dice que lo que es necesita un préstamo, una ayuda para tirar hasta que vuelva al trabajo”, cuenta.