Como quien rueda plano por plano el remake de una película, el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, sigue calcando el manual de estrategia que en 2009 lo llevó a la presidencia de la Xunta de Galicia. Y les ha llegado el turno a los debates electorales. La historia reciente nos señala a dos Feijóo opuestos ante este tipo de citas: el candidato con encuestas a favor, que no debate, pero enreda hasta el último momento por si puede hacer creer que son sus rivales los que lo impiden; y el presidente, que impone las normas de los cara a cara en función de sus necesidades. De momento, el que nos hemos vuelto a encontrar es el primero.
“Estaba absolutamente todo preparado, organizado y previsto. Se iba a repetir la dinámica del debate de las elecciones generales, que había funcionado de vicio en cuanto a audiencia. Entonces, la mayor fricción habían sido los tiempos de intervención, y ya que habíamos alcanzado una solución de consenso, íbamos a repetirla, no era necesario abrir de nuevo ese melón”.
Así de felices se las prometían en la TVG en el arranque de aquella campaña. La experiencia del debate a tres un año antes había sido más que satisfactoria y todo hacía pensar que ésta podría ser aún mejor. Al fin y al cabo, en 2008, ni el presidente –el socialista Touriño–, ni el vicepresidente –Quintana, del BNG– ni aquel joven engominado que trataba de labrarse un perfil propio lejos de la sombra de Fraga –Feijóo, claro– se jugaban nada. Ninguno era candidato. Pero la cita del 20 de febrero era distinta. Uno de ellos sería el próximo inquilino de San Caetano. Y sólo un puñado de votos lo decidiría.
“Yo creo que Feijóo tenía mejores encuestas que el bipartito”, recuerda alguien que asistió a las negociaciones entre los grupos, “y por eso no quería arriesgarse a un debate en el que podía perder el escaño 38”. Coincide con uno de los responsables de aquel programa especial, que dice estar “viviendo un déjà vu”. “La impresión, desde el primer momento, era que estaba jugando. Fue ahí donde empezamos a darnos cuenta de quién era, de su calidad de trilero”.
“Daba esa sensación: ahora pedimos una cosa, luego la contraria… pero nosotros estábamos obligados a seguir adelante, a intentar superar todos los obstáculos que ponían, porque era nuestra obligación como televisión pública. Sin embargo, cada vez que solucionabas un problema, venía otro nuevo”.
La propuesta del canal autonómico –incluida en su plan de cobertura– era, de nuevo, un único debate entre los tres candidatos a la Xunta, el viernes, en horario de máxima audiencia, la franja del histórico programa de variedades Luar. Pero esta vez, lo que un año antes era perfecto, a Feijóo ya no le servía. “Entonces le gustó trasladar esa imagen de campeón, de que hacen falta dos para enfrentarse con él”. Ahora, lo veía como una inferioridad. Así que el PP presentó una contrapropuesta: tres cara a cara para que cada uno de los líderes pudiese enfrentarse a los otros dos. PSOE y BNG, socios de gobierno, lo descartaron.
Mientras se estiraba el chicle, Feijóo y Mariano Rajoy, de campaña por Galicia, acusaron de “cobarde” al presidente socialista, Emilio Pérez Touriño, por no acceder a esa confrontación de todos contra todos en grupos de dos. Así llegamos a un miércoles. 48 horas antes de la cita, el director general de la Televisión de Galicia manda un ultimátum al PP en el que da de plazo hasta las seis de la tarde para que confirmen si acudirán o no a la convocatoria.
El número dos de Feijóo, el actual presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, le contesta por carta pidiendo un aplazamiento para dar tiempo a PSOE y BNG a que valoren su última propuesta: ya que no quieren debatir entre ellos, que se enfrenten por separado con el candidato popular. La respuesta de la televisión pública es contundente: “Los recursos con limitados y no se puede hacer un plan de cobertura a la carta”. El debate se cancela de forma “definitiva”.
La decisión “obedece al hecho de que uno de los tres candidatos, el señor Núñez Feijóo, no atendió a los diferentes requerimientos hechos por la CRTVG de que confirmase, de forma indudable, su participación en el citado debate”, tal y como aseguró el ente en un comunicado. Conseguido su objetivo, el candidato popular siguió culpando de la cancelación a la “cobardía” de Touriño.
Cuando sí hubo debate
Las cosas son diferentes cuando Feijóo es presidente, controla los medios públicos e impone las condiciones de los debates. Así, cuatro años después de aquella cita consiguió su objetivo: un triple cara a cara entre los tres candidatos de PP, PSOE y BNG. El que protagonizaron socialista y nacionalista –que ya no eran ni Touriño ni Quintana–, condenados a pactar si los populares no revalidaban la mayoría absoluta, es historia del audiovisual gallego. Un auténtico biscotto, uno de esos partidos en los que los dos equipos quieren el empate y por eso ninguno pasa del medio campo.
En 2016, la fórmula cambió y la oposición pudo evitarse esa hora y media de ridículo. El PP, que en 2009 se negó a un encuentro a tres bandas, impuso un debate a cinco. Allí estaban los populares, PSOE, BNG, la Marea –que heredaba los 9 diputados de AGE– y Ciudadanos, que ni tenía representación en la cámara gallega ni posibilidades de alcanzarla.
Aquel batiburrillo donde la dación de cuentas de su líder se diluía entre tantas voces gustó en la Xunta, que decidió ir un paso más allá en 2020, con siete formaciones. A las del anterior encuentro se incorporaron Galicia en Común (al entender que Marea Galeguista era la heredera de la entonces segunda fuerza en el Parlamento) y Vox. De los siete, sólo tres consiguieron escaño en el Parlamento, pero se había cumplido el objetivo, que era transmitir que sólo había dos posibilidades para gobernar Galicia: Feijóo o un maremágnum de partidos.
Esa es una de las fórmulas que ha propuesto ahora Feijóo para las elecciones del 23J, incorporando a ERC, Bildu y PNV, esos a los que presenta como “los socios de gobierno de Sánchez”. En la otra, ya no se cierra a un debate a tres –sabe que en Madrid nadie compraría un duelo Sánchez vs Díaz– pero se niega a sentar a Vox en la mesa. Juega la misma carta que en Galicia, pero la situación hoy es muy diferente: esta vez ni la encuesta más favorable dice que pueda gobernar en solitario. Así que la ultraderecha podría usar sus argumentos contra él… y darle la excusa que está buscando.