La 'yenka' que alejó a Galicia del foco electoral
“Y no hace falta comprender la música”. Esa apelación a la irracionalidad contenida en la letra de la yenka, la canción que en 1965 instaba a bailar moviéndose “izquierda, izquierda, derecha, derecha”, podría resumir la campaña de las elecciones generales en Galicia. Centrada en la polarización entre bloques, y bajo la amenaza de la irrupción de la extrema derecha, la campaña finalizaba el pasado viernes entre llamamientos al voto emocional frente al racional y con los líderes estatales ajenos a la agenda gallega.
Las elecciones de este domingo están llamadas a elegir no sólo la composición del Congreso que decidirá quién preside el Gobierno central, sino también muchas otras cosas: cuántos de los principales líderes políticos estatales verán acabada su carrera política, si eso implica que Alberto Núñez Feijóo vuelve a tener opciones de marcharse a la política estatal, si Gonzalo Caballero y el PSdeG se suben en próximos comicios a la posible ola de ascenso del PSOE, si el BNG confirma o no su recuperación, si el divorcio de En Marea y Unidas Podemos ha sido tan grave como para hundir a los dos o, por el contrario, aclara el panorama sobre la primacía en ese espacio político.
Todo eso se decidirá en parte en Galicia a pesar de que los líderes estatales dieron por amortizado el resultado que pueda salir de las urnas gallegas. Tanto Sánchez cómo Casado pasaron por Galicia en los primeros y más intrascendentes días de una campaña que sufrió un parón por la Semana Santa. Rivera ni se acercó e Iglesias lo hizo el pasado jueves, pero con actos en horario de mañana y no con mítines centrales como los de las tardes, lo que no le impidió protagonizar en Vigo el evento más concurrido de la carrera electoral de En Común.
En el caso de los populares, la defensa de su fortín de votos que siempre ha sido Galicia y que según las encuestas publicadas podría estar en riesgo quedó en manos de Feijóo, que desarrolló una campaña con una agenda personal tan activa como en todos los comicios de la última década y esforzándose en evidenciar su apoyo a Casado a pesar de la incomodidad que han provocado en el PPdeG algunas de las propuestas del líder estatal, como la de recortar el uso del gallego. Feijóo apostó por apelar al voto emocional dejando de lado las propuestas programáticas más allá de insistir en la necesidad de una nueva intervención de la autonomía catalana con el artículo 155 de la Constitución.
Feijóo, que tanto se ha ligado a la figura de Casado que optó por cerrar la campaña en su mitin central en Madrid en vez de hacerlo en Galicia, como solía en la mayoría de los comicios de la última década, tiene sobre la mesa la propuesta de ser lo que quiera en el hipotético Gobierno del líder popular, como ya le había ofrecido Rajoy y había rechazado. Si ese Gobierno no se llegara a concretar, lo que se convertiría en hipotético sería el propio liderazgo de Casado, lo que abriría nuevamente la puerta a las especulaciones sobre las aspiraciones madrileñas de Feijóo.
En el PSOE la campaña, a la margen de la visita de Sánchez en los primeros días, ha servido como primer contacto con la maquinaria electoral del secretario general del PSdeG, Gonzalo Caballero, tras su elección hace año y medio y antes de su entrada en el Parlamento de Galicia tras las elecciones municipales. Del resultado de ambos comicios dependerá la fuerza que puedan tener sus palabras en sus primeros enfrentamientos directos con Feijóo.
Para facilitar los resultados del PSOE, el Gobierno central no ha tenido problemas de aprobar y publicitar en plena campaña electoral medidas que eran reclamadas desde hace años, como la licitación del enlace Orbital de Santiago, la construcción de las fragatas en Navantia, o encargar el proyecto de la intermodal de Lugo. El retraso de la posible solución para Alcoa ha empañado un poco, no obstane, la imagen gubernamental en la recta final de una campaña también decisiva internamente; un nuevo gobierno de Pedro Sánchez contribuiría a la calma en torno a la dirección de Caballero hacia las elecciones municipales y, sobre todo, hacia las gallegas.
Por parte de En Común-Unidas Podemos y de En Marea el 28A es el primer test ante el electorado de lo que antaño fue una única confluencia de la izquierda rupturista gallega. La coalición que tuvo como caras más visibles a Antón Gómez-Reino y Yolanda Díaz confía en obtener, al menos, sendos escaños por A Coruña y Pontevedra, como auguraban para ellos las encuestas. En esta formación la campaña teminó impregnada en la esperanza interna que se expandió a nivel general dentro de Unidas Podemos por la actuación de Pablo Iglesias en los debates y actos de campaña, pero también con abierto temor al ascenso de la extrema derecha. Si, por el contrario, los resultados del 28A permitieran una coalición de izquierdas, En Común asegura confiar en sentarse en el Consejo de Ministros.
La incógnita no es menor para En Marea. Tras una campaña construida con escasos recursos, pero bajo el paraguas de las siglas que obtuvieron notable apoyo en anteriores comicios, la formación que encabeza Luís Villares asegura confiar en sentarse en el próximo Congreso de los Diputados con el aval de la “coherencia”, han reiterado durante toda la campaña electoral. Obtener representación sería todo un aval para la dirección emanada de las últimas elecciones internas del inicialmente constituido como partido instrumental. No obtenerla supondría un duro revés organizativo pero también político, comenzando por el actual grupo en el Parlamento de Galicia.
El BNG, por su parte, finalizó la carrera electoral entre apelaciones a la “remontada” y con un espíritu interno semejante al de las elecciones gallegas de 2016, cuando partiendo de expectativas mínimas acabó logrando 6 representantes en el Pazo do Hórreo. Internamente en el Bloque se admite como muy complicada la posibilidad de acabar obteniendo representación por la gran competencia en la izquierda y la posibilidad de salir perjudicados por las llamadas al “voto útil” en torno al PSOE para frenar a la extrema derecha. Quedarse otra fuera del Congreso no sería leído en la formación como un fracaso irreparable, especialmente si los votos obtenidos son más que en 2016, pero un regreso a las Cortes sería para la organización todo un revulsivo, más allá de una crucial inyección de optimismo hacia las municipales y gallegas.
Y poco hay que contar de una campaña de Ciudadanos que se limitó a pasear por Galicia a algunos de los líderes de segundo o tercer nivel orgánico, como si confiara en que su ola de voto estatal se reproduzca en Galicia sin tener que bajar al detalle de las propuestas programáticas territorializadas, al igual que lo hizo, en una mayor medida, Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, mitineó en A Coruña de manera improvisada tras ser apartado por la Junta Electoral de los debates televisivos.