Así maquillan sus cuentas los gigantes de internet para ocultar que pierden dinero
Cuando compañías como Twitter, LinkedIn o Salesforce presentan sus resultados económicos, el optimismo es la tendencia imperante. A pesar de registrar pérdidas, estas empresas tecnológicas han convertido en habitual ofrecer sus números de forma maquillada para que los inversores y el público general se queden con el dato más positivo. Esta contabilidad un tanto fantasiosa ayuda a mantener el precio de sus acciones, pero excluye los costes reales del negocio.
Según los datos ofrecidos por la propia Twitter, en el primer trimestre de 2016 la compañía tuvo unos ingresos totales de 595 millones de dólares (unos 533 millones de euros) y unos beneficios de 180 millones de dólares (unos 161 millones de euros). En la misma carta a los inversores, pero de manera escueta, apuntaban que, según otro indicador, las pérdidas ascendían a 80 millones de dólares (unos 71 millones de euros).
La diferencia entre los supuestos 180 millones de beneficios y los 80 millones de pérdidas es abrumadora y ejemplifica la particular manera en la que muchas empresas del sector ofrecen sus datos, excluyendo del resultado principal los costes reales del negocio.
Aunque están obligadas a ofrecer sus cifras respetando los GAAP (siglas en inglés de Principios de Contabilidad Generalmente Aceptados), por lo que Twitter se resigna a consignar los 80 millones de pérdidas aunque sea en segundo plano, las compañías están optando por destacar otros indicadores que permiten que sus números mejoren. El EBITDA (siglas en inglés de Beneficio antes de Intereses, Impuestos, Depreciaciones y Amortizaciones) es el más popular.
Optar por una u otra forma de pintar la realidad es lo que hace que, en el primer trimestre del año, LinkedIn haya anunciado unos beneficios de 220 millones de dólares (unos 197 millones de euros), agarrándose al EBITDA, aunque reconozcan con la boca pequeña que sus pérdidas ascienden a 46 millones de dólares (41 millones de euros) de acuerdo con los GAAP.
“El GAAP se rige por unos criterios que permiten comparar el rendimiento de una empresa a lo largo de muchos años o comparar empresas del mismo sector en el mismo año. Entonces, es muy conservador”, explica David Camino, catedrático de Contabilidad y Finanzas de la Universidad Carlos III de Madrid, a HojaDeRouter.com.
Por el contrario, según el experto, el EBITDA es un indicador más financiero, referencia para los inversores y Wall Street, que busca no penalizar a las empresas por su juventud, su dependencia de capital ajeno o la cantidad de impuestos que tengan que abonar.
Con él se calcula el beneficio operativo, es decir, lo que ganaría la empresa si estuviera financiada con capital propio y no tuviera deuda, si no tuviera que amortizar las instalaciones, las patentes o las invenciones tecnológicas ni tuviera que enfrentarse a depreciaciones y pagar impuestos.
“Así se consigue una medida del potencial de la empresa. Pero no es una cifra real, en el sentido de que la empresa está endeudada, tiene que pagar intereses e impuestos y tiene que amortizar equipos”, concreta el catedrático.
Esta forma creativa de presentar las cuentas se ha convertido en práctica habitual para muchas empresas tecnológicas. En casos como los de Netflix, Facebook o Microsoft, los datos también se ofrecen de las dos formas, pero como ambos arrojan cifras en positivo no se puede considerar que intenten maquillar sus pérdidas. Empresas de otros sectores también prefieren fomentar una visión optimista de las cifras: Home Depot, Frontier Communications o H&R Block son algunas de las que practican este camuflaje. Sin embargo, no es una triquiñuela empleada por todos: Apple solo presenta sus resultados a los inversores ateniéndose a los GAAP.
La polémica exclusión de las acciones
Uno de los aspectos más controvertidos de esta forma de mostrar las cuentas es que deja fuera los costes asociados a la concesión de acciones a empleados. A menudo, las compañías tecnológicas buscan aumentar el compromiso de sus trabajadores, sobre todo los de más alto nivel, ofreciendo este tipo de incentivos. Además de pagarles un sueldo, les otorgan acciones de la empresa para que, en un futuro, si la compañía tiene éxito, puedan venderlas o quedárselas cuando se haya incrementado su valor. Sin embargo, eso tiene un coste que prefieren olvidar cuando presentan resultados.
“Pongamos que una empresa tiene un millón de acciones que vende al público, a inversores que creen que va a ser muy rentable y que van a poder ganar dinero. Por otro lado le da 100.000 acciones más a los altos empleados. Entonces, el valor de la compañía, sea el que sea, no será el mismo al dividirlo por 1.000.000 de acciones que por 1.100.000 acciones”, explica Camino.
Como consecuencia del reparto, aclara el catedrático, se produce una “dilución”. Si el valor de un título en el mercado es el resultado de dividir lo que vale la empresa entre el número total de acciones, el aumento de los trozos en que se divide el pastel hace que el valor real de cada parte (de cada acción) disminuya.
Patrones repetidos
Desgraciadamente, maquillar la imagen de las cuentas para acentuar su lado bueno no es una práctica nueva en el sector tecnológico. Durante la burbuja de las 'puntocom', a finales de los 90, la exageración de resultados fue un recurso habitual. En aquella época, eso sí, las cifras eran aún más creativas.
“Esas empresas estaban incluyendo como beneficios futuros el número de usuarios únicos que entraban a través de su portal. Según sus estimaciones, esos usuarios podían convertirse potencialmente en clientes, que eventualmente compraran o gastaran. Pero es lo que se llama ‘wishful thinking' [pensamiento ilusorio], confundir deseos con realidades”, detalla Camino.
Aunque el retrato que hacen de sí mismas es ahora un poco más cercano a la realidad, este juego de manos puede confundir a los inversores con menos experiencia, cambiar la percepción de los accionistas e incluso convertirse en una especie de autoengaño para las empresas acerca de su desempeño.
“No se puede decir que una de las medidas esté bien y otra mal”, admite Camino. “Tienen criterios distintos y van destinadas a públicos diferentes. Un inversor a largo plazo se fiará del GAAP, pero si alguien quiere conocer el potencial de una empresa que está empezando se puede recurrir al EBITDA para ver si, aunque no gane dinero contablemente, tiene posibilidades de hacerlo”.
El GAAP tiene en cuenta todo lo que tiene que pagar, lo que hay que amortizar, los intereses del dinero prestado, los impuestos y el coste de las acciones otorgadas a los empleados, entre otras cosas. “Eso hace que el resultado a corto plazo sea menos atractivo pero más cierto”, sentencia el catedrático.
Poco a poco, tras las quejas de algunos inversores, algunas compañías empiezan a cambiar sus políticas. Broadcom, por ejemplo, ha anunciado que ya no dejará el coste de las acciones concedidas a sus trabajadores fuera de sus resultados. Otras, como Apple, apuestan por ignorar las medidas no contables cuando se dirigen a los inversores. Mientras, los analistas nos recuerdan que hay que andarse con cuidado, pues confiar en datos maquillados puede deparar desagradables consecuencias.
La realidad es que excluir los impuestos, las amortizaciones o el coste de las acciones concedidas convierte la presentación de resultados en una fantasía —la de empresa con beneficios— que puede llegar a materializarse o, simplemente, desaparecer por el camino.
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Las imagenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Anthony Quintano (1), Ken Teegardin (2 y 3) y bfishadow (4)