'Ready Player One': un mundo virtual para la lista de augurios futuristas de Spielberg
El padre de E.T. regresa a las pantallas. Esta semana se estrena en España Ready Player One, el último largometraje de Steven Spielberg. El conocido como rey Midas del cine adapta una novela de Ernest Cline. Ambientada en el año 2045, está protagonizada por un adolescente, Wade Watts (Tye Sheridan), que pasa el tiempo en Oasis, un mundo exclusivamente digital de éxito planetario al que se accede mediante gafas de realidad virtual y que nos puede recordar, salvando las distancias, a Second Life. Su creador organiza una búsqueda del tesoro cuyo premio es toda su fortuna y regir el futuro del juego, dos atractivas recompensas por las que Watts se enfrentará con un sinfín de enemigos.
De nuevo, Spielberg ambienta una de sus películas en el futuro, en un mundo que puede parecer lejano pero que cada vez está más cerca. Y no lo decimos solo porque queden poco más de 20 años para ese 2045 en el que se ambienta la acción, sino porque otras cintas del estadounidense han presentado avances científicos y tecnológicos que en su momento eran una quimera y hoy, si no son ya una realidad, están cerca de serlo.
Solo hay que verlo en una de sus películas más futuristas, Minority Report Minority Report (2002), inspirada en un relato de Philip K. Dick. Para ese título, Spielberg tuvo un equipo de asesores que lo ayudaron a vaticinar el futuro. “Quería que todos los juguetes se hicieran realidad algún día. Quería que allí hubiera un sistema de transporte que no emitiera tóxicos a la atmósfera. Y que el periódico se actualizara por sí mismo”, dijo en una entrevista de 2002. Y advirtió: “En el futuro, la televisión nos estará viendo, y se personalizará con lo que sabe sobre nosotros. Lo emocionante es que nos hará sentir que somos parte del medio. Lo escalofriante, que perderemos nuestro derecho a la privacidad”.
Aquel mundo en el que la policía era capaz de presagiar delitos y detener a sus responsables antes de que los cometieran está más cerca de lo que se cree. La tecnología predictiva de crímenes ya se está probando en algunos cuerpos policiales, incluso en el Ministerio del Interior español. Herramientas como HunchLab o CrimeScan analizan big data o perfiles en redes sociales de presuntos criminales para vaticinar qué lugares tienen más probabilidades de sufrir un crimen y mandar allí a las fuerzas de seguridad.
También C.S.I. está sirviendo para probar estas tecnologías predictivas. Un equipo de la Universidad de Edimburgo ha desarrollado una inteligencia artificial que usa los episodios de esta franquicia televisiva para detectar al posible malhechor. Para ello se basa en imágenes y diálogos, pero también en sonidos o en las descripciones de lo que está sucediendo en cada secuencia. De acuerdo a las conclusiones de su estudio, la máquina acertó en un 60 % de los capítulos que se le proporcionaron, un porcentaje que los responsables consideran positivo dada la complejidad de la tarea.
No es la única tecnología de Spielberg que se está haciendo realidad. Aquellas pantallas flotantes y holográficas de Minority Report tienen el mismo creador en la vida real: John Underkoffler, un ingeniero formado en el MIT y que, mientras completaba su doctorado, asesoró al equipo del film diseñando la tecnología de ese 2054. Entre otras, aquel sistema de pantallas que manejaba Tom Cruise con unos guantes y sin siquiera rozar la superficie.
De aquello surgió su empresa Oblong Industries, con la que quería llevar a la realidad esas pantallas. A grandes rasgos, ya lo ha conseguido: Mezzanine es una especie de monitor que pueden usar varias personas a la vez en otras tantas pantallas o dispositivos diferentes. Los píxeles se pueden trasladar de una tableta a un entorno compartido, con la ayuda de unos guantes con sensores como los que vestía el actor.
Al proyecto de Underkoffler se pueden sumar los coches autónomos en los que viajaba el progagonista. Cuando todavía colea la polémica por el primer accidente mortal con un vehículo de Uber, hay que recordar que Minority Report proponía una ciudad con un sistema de automóviles sin conductor en la que el tráfico parecía regulado a la perfección y sin accidentes. También eran vehículos voladores, o por lo menos capaces de elevarse unos centímetros del suelo como los trenes magnéticos.
Todo esto, aunque en camino, todavía está bastante lejos, así que tendremos que seguir soportando los atascos. Y eso que, aunque el primer coche volador data de 1973 (con estrepitoso resultado), las ansias de tener un vehículo que no pise la carretera siguen hasta hoy: empresas como Intel o Uber han presentado sus prototipos de taxis, que recuerdan a una mezcla entre dron y helicóptero. También tendremos que esperar al Hyperloop, ese sistema de transporte público parecido a un tren de levitación magnética que Elon Musk está desarrollando, sea una realidad, con sus más de 320 kilómetros/hora.
Animales robots… y animales resucitados
Tan innovadora es Minority Report que la lista de predicciones tecnológicas no acaba aquí. Seguro que quienes la hayan visto no habrán olvidado esas rápidas arañas que correteaban en busca del iris de Cruise, como si de escáneres de retina con patas se tratara. Esos robots arácnidos, que por sus formas estilizadas recordaban a una medusa y que daban un poco de repelús, ya están entre nosotros. Los microrrobots con forma de animal se están desarrollando desde los años 90 y reproducen muchas características de los animales, como saltar, volar o correr. Uno de ellos, de apenas unos milímetros, es capaz de impulsarse casi 40 centímetros, toda una proeza para su pequeño tamaño.
De acuerdo a Sarah Bergbreiter, una investigadora que ha diseñado varios de estos animales, en un futuro podrían ayudar en tareas de rescate, moviéndose entre escombros en busca de supervivientes. También, a conocer mejor la vida en las colmenas: existen colonias de abejas robóticas, capaces de volar a gran velocidad, que podrían introducirse en la vida real de estos animales. Y quién sabe, quizá lleguen a leer nuestro iris… El principal problema en la actualidad es la falta de baterías o combustible viables que den independencia a su trabajo.
De unas células a una nueva vida
La ciencia más vanguardista también ha estado presente en las películas de Spielberg. Quizá el ejemplo más claro sea Parque Jurásico (1993), que pronto regresará de la mano de Juan Antonio Bayona. Entre velocirraptores, tiranosaurios y vasos de agua que asustan como nunca antes lo habían hecho, la película planteaba un tema que hoy sigue debatiéndose en el seno de la comunidad científica: la resurrección de animales extintos. Si en la película noventera los dinosaurios eran recreados a partir de restos de ADN conservados en ámbar, en la vida real los científicos están intentando recuperar otras especies, como el mamut. Los investigadores llevan años trabajando con esta bestia prehistórica, pero, según contaba el investigador del CSIC Lluis Montoliu a HojaDeRouter.com, “con los conocimientos actuales es imposible”.
Para clonar una especie extinta se necesita un óvulo en el que introducir una célula de esta (con la secuencia de ADN completa y sin daños) y una hembra que haga crecer el embrión; y esta hembra ha de ser de la especie extinguida. Pero si se llegara a buen puerto, la cría tendría problemas y fallecería al poco de nacer. Fue lo que pasó en 2003, cuando biólogos del Parque de Ordesa (Huesca) clonaron el bucardo, una especie de cabra que el hombre había erradicado hacía apenas unos años, y falleció por problemas pulmonares. Sin embargo, los científicos no han tirado la toalla: lo volvieron a intentar en 2014, cuando comprobaron que las células podían seguir siendo útiles.
La película que inspiró un robot con sentimientos
Mientras unos intentan recrear aquellas especies que un día convivieron con nosotros, otros se preocupan por crear nuevas inteligencias. Los problemas que causarían las máquinas centraban la atención en otro título de nombre inequívoco: A.I. Inteligencia Artificial (2001) se ambienta en un siglo XXI en el que el calentamiento global ha dejado una huella ya irremediable en el planeta Tierra, y tener un hijo está casi prohibido debido a la falta de recursos. Para remediarlo, existen los niños robots a los que los humanos pueden dar su amor y cariño. Uno de ellos, David (Haley Joel Osment), es programado para que el sentimiento sea recíproco. Todavía no hemos alcanzado esa sofisticación en los robots humanoides, pero de aquella película salieron intentos de conseguirlo.
Fue tal el mimo por los detalles de Spielberg que contó con Cynthia Breazal, una especialista en robots y relaciones sociales, como asesora. Aquella colaboración fue fructífera para la experta: de ahí comenzó a colaborar con Stan Winston Studios, encargados de efectos visuales de la película, y de su relación surgió Leonardo, el primer robot personal del MIT, con una gran semejanza al Gizmo de Los Gremlins (película producida por Spielberg, por cierto) y con el que se pretendía ahondar en las investigaciones entre humanos y robots.
Leonardo era capaz de localizar objetos, seguirlos con la mirada, memorizar sus nombres y crear vínculos emocionales con ellos: en un experimento con una marioneta del monstruo de las galletas de Barrio Sésamo, y al decirle que era un personaje malo, Leonardo se entristecía y se alejaba de ella. En cambio, cuando se hacía lo mismo con un títere de Paco Pico, diciéndole que era majo, quería acariciarlo.
Entre tecnologías vaticinadas y que han llegado, especies que intentamos resucitar e inteligencias artificiales que todavía tardarán mucho en parecerse a nosotros, Spielberg también posó su prodigiosa vista en lo que hay más allá de nuestro planeta.
Lo hizo en los comienzos de su carrera. Encuentros en la tercera fase (1977), E.T., el extraterrestre (1982)... La cinematografía de Spielberg se ha preguntado en varias ocasiones por lo que hay en el espacio. Este, de momento, es el mayor de los enigmas científicos que quedan por resolver en sus películas. Quizá dentro de unos años, si el oscarizado director vuelve a dirigir una cinta de ciencia ficción, los científicos ya hayan descubierto algún pequeño indicio de vida fuera de la Tierra. Y puede que ese indicio, como los extraterrestres de aquellas cintas, sea el de unos seres entrañables que nos visiten en son de paz. A todos nos gustaría que ese vaticinio también se cumpliera.
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Las imágenes son propiedad de Martha Silva