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Guardianes espaciales de los derechos humanos: cuando los satélites son los únicos testigos de la destrucción

Están a cientos de kilómetros de altitud y son capaces de ver que ayer, anteayer o hace un mes, los bombardeos indiscriminados de Bashar Al Assad destruyeron varias regiones de Siria. También que miles de seres humanos que hace días abandonaban sus casas huyendo de la guerra se encuentran ahora en territorio seguro. Son satélites que en los últimos tiempos se están convirtiendo, casi, en los únicos testigos de la destrucción que se cierne sobre algunos rincones del planeta.

A principios de enero, Amnistía Internacional recibió información sobre ataques masivos de Boko Haram en la ciudad de Baga, al noreste de Nigeria. Según explica a HojaDeRouter.com Christopher Olof, uno de sus activistas, no hay ni periodistas ni investigadores de derechos humanos capaces de acceder a la zona y algunas de las infraestructuras de telecomunicaciones han sido destruidas.

“Los medios de comunicación apenas publicaron información porque era escasa”, dice. La ONG, sin embargo, fue capaz de despejar las dudas gracias a dos imágenes satélite de los momentos inmediatamente anterior y posterior al ataque. Con ellas pudieron comprobar que cerca de 3.700 estructuras habían sido dañadas o destruidas. Su posterior análisis “arrojó luz sobre un crimen que, de otra forma, habría pasado inadvertido”.

No es la única organización que utilizan las imágenes. Son numerosas las que necesitan observarlas y analizarlas para obtener acceso, aunque sea visual y en la distancia, a aquellos lugares donde sus trabajadores no pueden estar físicamente por cuestiones de seguridad, como suele ocurrir con las regiones en conflicto.

Explica Olof que también sirven para realizar evaluaciones detalladas y sistemáticas de un área específica donde encontrar, por ejemplo, centros de detención secretos, demoliciones generalizadas de viviendas o desplazamientos forzados.

Human Rights Watch también ha utilizado la información de estas herramientas para, entre otras cosas, calcular el uso indiscriminado de bombas que el régimen sirio ha utilizado en Alepo y Daraa (Siria), ver las decenas de miles de casas que han sido destruidas en el país, localizar fosas comunes y el lugar de ejecución de cientos de soldados iraquíes asesinados por el Estado Islámico el pasado junio en Tikrit, documentar la destrucción de pueblos en Sudán o en Burma e incluso en Turquía o identificar a los sirios atrapados en un campo de minas cercano a la ciudad de Kobane.

Esta organización realiza investigaciones en más de noventa países de todo el mundo entrevistando a activistas locales, autoridades, supervivientes y testigos de importantes violaciones de los derechos humanos, y apoya su trabajo con los datos proporcionados por estos satélites. Con ellos no solo certifican masacres perpetradas en un determinado lugar, sino que también pueden, por ejemplo, planificar nuevas misiones comprobando si sus investigadores tendrán acceso a trabajar sobre el terreno.

“Fue así como conseguimos identificar más de treinta pueblos en República Centroafricana donde la mayoría de los hogares habían sido quemados durante 2013. Era una situación que hasta el momento no había sido documentada por los medios de comunicación y que tanto la ONU como Cruz Roja desconocían”, explica Josh Lyons, uno de los investigadores de HRW. Gracias a los satélites, la organización pudo confeccionar mapas y algunos de sus activistas viajaron hasta los pueblos para encontrar supervivientes, documentar los ataques e investigar a los responsables.

Habitualmente, dice Lyons, las imágenes obtenidas por satélite ayudan a encontrar evidencias que apoyan lo que un testigo ha dicho sobre un incidente en particular. “Buscamos pistas en esas imágenes que coincidan con los testimonios”, y que a veces también sirven para demostrar qué imágenes – de todas las que consiguen llegar por las redes sociales desde zonas de conflicto y que han sido tomadas con ‘smartphones’ - son reales.

Capaces de superar obstáculos

Los satélites que toman estas imágenes suelen ópticos o de radar, y son capaces de rastrear millones de kilómetros cuadrados por día. Por ejemplo, el GeoEye-1 de DigitalGlobe, uno de los mayores proveedores de imágenes satelitales, que actualmente tiene cuatro en funcionamiento, recoge información de más de 350.000 kilómetros cuadrados cada jornada, con un margen de error de menos de cinco metros. Mientras tanto, el WorldView-1, también de DigitalGlobe, recoge hasta 1,3 millones de kilómetros cuadrados diarios.

Los satélites ópticos tienen incorporadas cámaras bastante potentes, con mucho 'zoom', y a diferencia de las cámaras normales, “no sólo captan la radiación del color rojo, verde y azul, sino que también recogen aspectos que no son del espectro visible, como pueden ser las frecuencias de infrarrojos”, explica Mateo Burgos, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid.

Algunos de esos infrarrojos son sensibles a la vegetación y pueden utilizarse para ver cómo los bosques crecen, o cómo han variado las cosechas. Otros pueden medir el calor y captan zonas brillantes donde hay focos como consecuencia de incendios o explosiones.

Este tipo de satélites necesitan la luz del día para poder tomar sus imágenes. Sin embargo, los satélites con radar son capaces de tomar imágenes de noche y de día, y pueden ver incluso superando obstáculos como la niebla o las nubes. “Son capaces de atravesar esos obstáculos e incluso pueden ver cosas enterradas en el suelo, a escasa distancia de la superficie”, explica Burgos. De ahí que se haya estudiado su aplicación para la detección de minas antipersona.

Barreras en el camino

Las imágenes que toman estos satélites tienen que ser interpretadas por analistas humanos. En este sentido, los ópticos juegan con ventaja, ya que las imánges que obtienen son muy similares a las que nuestros ojos están acostumbrados. Las que se toman con radar son más díficiles de analizar, no tienen color y si lo tienen no suele corresponderse con el real.

Por eso necesitan de un proceso muy complejo para ser entendidas e interpretadas, y aunque las imágenes son realmente de ayuda en muchas ocasiones, “es difícil confirmar una masacre utilizando sólo imágenes satélite”. Eso hace que, en la medida de lo posible, intenten contrastarlas con datos recogidos desde el terreno, nos explica Micah Farfour, analista en DigitalGlobe.

Por otra parte, estos satélites circulan de un polo a otro, dando vueltas, y siguiendo habitualmente una órbita concreta. En ese camino van tomando las fotos, y a cada vuelta que dan se desplazan un poco en la órbita para no pasar siempre por el mismo sitio. Por eso el tiempo que tarda en visitar de nuevo los lugares por los que pasó ayer es más o menos largo (puede tardar varios días), lo que hace difícil conseguir información detallada y al minuto de cada lugar.

Aunque hoy no podamos saber que acaban de bombardear una ciudad en Iraq, sí podremos saberlo mañana. Al fin y al cabo, “si han masacrado un lugar, cuando el satélite vuelva a pasar verá las casas destruidas, verá que algo ha cambiado, verá el recorrido que ha hecho un grupo de personas que huye de sus países en guerra”, afirma Burgos.

España también controla, a través del Ministerio de Defensa, dos satélites de este tipo: el Paz (radar) y el Ingenio (óptico). El primero tiene un tiempo de revisita de un día, es bastante rápido y puede colaborar con otros satélites para que esa visita se realice, por ejemplo, cada 12 horas.

Prueba ante un tribunal

Este tipo de información visual se ha utilizado en varias ocasiones como prueba en tribunales, en la Corte Penal Internacional y hasta en el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY). “Por ejemplo, la aplicación en 2008 de una orden de arresto contra Omar Al-Bashir, presidente de Sudán, se hizo gracias al uso de imágenes de satélite que demostraban la destrucción de aldeas en Darfur”, explica Olof.

También son utilizadas en investigaciones independientes que, a menudo, influyen en procesos judiciales. Así se han utilizado para investigar el conflicto entre Rusia y Georgia o las violaciones de derechos humanos en las cárceles secretas de Corea del Norte.

Desgraciadamente, la tecnología aún plantea muchas limitaciones. El principal reto a la hora de utilizar estas imágenes en un contexto legal es el análisis e interpretación exahustivos que requieren. Un tribunal podría no aceptarlas como prueba si lo que muestran no es muy evidente.

Al fin y al cabo, como explica Burgos, son imágenes digitales tomadas a cientos de kilómetros de distancia (por ejemplo, el GeoEye-1 está a 681 kilómetros de altitud). “El tamaño del píxel es muy gordo, y físicamente hablamos del orden de dos por dos metros cada uno”. Por eso ver cosas pequeñas, como personas, es realmente difícil. Para hacer frente a este problema, se está empezando a investigar con aviones no tripulados equipados con sensores que actúan de forma similar a los satélites.

En cualquier caso, estas imágenes satelitales proporcionan “una evidencia irrefutable y casi de carácter científico” de que se está produciendo una violación de los derechos humanos, afirma Olof. Las imágenes son poderosas y ayudan, añade, a movilizar a los ciudadanos. Lyons recuerda que esta debe ser una herramienta más para la denuncia, no la única, e insiste en que los defensores de los derechos humanos deben volver, siempre que sea posible, a andar sobre el terreno. La defensa de esos derechos ni puede ni debe reducirse a la tecnología.

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Las imágenes utilizadas en este artículo son propiedad de DigitalGlobeAmnistía Internacional