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La revista que enseñó a programar a los primeros entusiastas de los ordenadores

Los contenidos de MicroHobby estaban enfocados principalmente a los ordenadores Sinclair ZX Spectrum

Lucía Caballero

A mediados de los años 80, la informática doméstica brillaba por su ausencia en España. Los ordenadores estaban prácticamente relegados al ámbito profesional y a los hogares de los entusiastas que decidían ahorrar durante meses para hacerse con alguna de las máquinas de la época: arcaicos aparatos como los ZX Spectrum, Commodore, AmstradCommodore y primigenios Macintosh. El precio de los XT de IBM rondaba el millón de pesetas.

Estos dinosaurios de silicio escaseaban incluso en los lugares donde protagonizaban todas las conversaciones. “El único ordenador que vi era el que tenía el gerente, que se había comprado un Mac que me dejó alucinado”, cuenta Rafael Prades a HojaDeRouter.com. Así describe la redacción de MicroHobby, una de las primeras revistas españolas dedicadas a la informática (concretamente, al mundo del ZX Spectrum), donde trabajó como colaborador durante varios años –también era empleado de Standard Eléctrica, una empresa de telefonía filial del grupo ITT–.

La publicación era semanal. “Teníamos que diferenciarnos del resto, que eran mensuales”, justifica Prades. Llegó a los quioscos en noviembre de 1984 con un precio (95 pesetas) asequible para su público, compuesto sobre todo por adolescentes interesados en los videojuegos. Sus redactores fueron, además, pioneros en otro campo: la revista instruía a sus lectores en programación, con cursos aptos tanto para “quienes se hayan comprado un ordenador Spectrum para pasar el rato y matar marcianitos, como para aquellas personas que, teniendo cierta experiencia, deseen ampliar sus conocimientos”, rezaba la primera entrega.

Este miembro del equipo que concibió el magazín se encargaba de las lecciones sobre lenguaje de programación BASIC que MicroHobby incorporó –en las páginas centrales, como separatas encuadernables– desde su primer número. “Era un lenguaje sencillo que me atrapó, aunque mis estudios estaban enfocados al ‘hardware’”, explica Prades, especializado en electrónica.

Él mismo había hecho algunos cursos con anterioridad para aprender aquel idioma de sintaxis intuitiva desarrollado en los 60 por dos matemáticos de la Universidad de Darmouth, pero intentó que el suyo fuera diferente a lo que ya existía: “Quería que fuera muy ameno, que se participara desde el principio, que se empezaran a hacer programas”, rememora.

Estructuró los temas según su experiencia (había impartido cursos de otras materias) y sus conocimientos. El problema era que no sabía BASIC para Spectrum –“no era un lenguaje estándar, cada fabricante lo adaptaba un poco: el del Commodore y el del Spectrum no tenían nada que ver”–, así que tuvo que comprarse un ordenador y estudiar cada semana el conjunto de instrucciones que había decidido sacar en la revista. “Tenía que ver todas las posibilidades que un usuario podía encontrar si se confundía al poner el valor de un rango o cosas similares para explicar por qué salía un mensaje de error o qué hacer para evitarlo”, recuerda.

Además de unos párrafos de teoría, en las páginas abundaban los ejemplos “sencillitos”. Porque las lecciones estaban pensadas “para gente que no sabía nada de nada”: avanzaban poco y desde lo más elemental, incrementado la complejidad de los programas poco a poco.

“En el primer ejercicio les advertía que no iban a entender nada, pero que hicieran el ejercicio para que vieran cómo lo que tecleaban se transformaba en algo que hacía la máquina”, nos cuenta Prades. Comenzó con operaciones matemáticas sencillas y acabó proponiendo crear un videojuego muy básico.

También en la redacción y en la imprenta tuvieron que aprender: “Al principio había errores, ‘input’ lo escribían con eme antes de pe y para diferenciar los ceros de las oes mayúsculas tenían que ponerles una rayita a mano”, relata Prades. Pero el esfuerzo mereció la pena, porque “el curso fue un éxito”, asegura el excolaborador de MicroHobby. Prueba de ello es que sus enseñanzas fueron publicadas posteriormente en forma de libro.

El lenguaje del procesador

El de BASIC sirvió de base para el siguiente curso de la revista, uno dedicado al código máquina y el lenguaje ensamblador estrenado en el número 42. Su responsable era Jesús Alonso, actual jefe de sistemas en el Ministerio de Fomento, por entonces un aficionado a la informática que había contestado al anuncio de trabajo de MicroHobby sin saber muy bien lo que le esperaba.

“Les mandé una carta escrita en soporte magnético que se podía leer en el ordenador. Además, la escribí con 64 caracteres por línea [el Spectrum admitía 32] con un sistema mío”, relata Alonso. Así fue como entró a formar parte del núcleo que gestó la revista, dirigido por el periodista Domingo Gómez y completado por Primitivo de Francisco, especialista en ‘hardware’. “No se iba a llamar MicroHobby, sino S15. La ese era del Spectrum y el número porque iba a ser quincenal”, recuerda el informático, que escribió la última entrega del manual de BASIC tras la marcha de Prades por motivos profesionales.

A diferencia de sus predecesoras, las nuevas lecciones de código máquina y ensamblador eran complejas y “estaban pensadas para gente que ya tuvieran un poco de conocimiento”, afirma Alonso. De hecho, después de varios capítulos, tuvo que elaborar uno explicativo para intentar rescatar a los alumnos que se hubieran perdido porque en la editorial les sonaba todo a chino –sirvió luego de prólogo para el libro que recoge el curso completo–.

Después de explicar los conocimientos básicos, el curso comenzó a incluir las diferentes instrucciones del lenguaje, su utilidad y ejercicios. “Cuidábamos mucho la motivación. Por eso metíamos muchos ejemplos prácticos que el lector pudiera teclear y ejecutar para ver que el ordenador hacía cosas que no estaba acostumbrado a ver porque en BASIC no se podía”, señala Alonso.

Haber sido autodidacta le ayudó a “saber qué podía necesitar el lector y en qué orden lo tenía que aprender”. Nada podía darse por sentado porque se trataba de “chavales”, no técnicos. “Hay una parte donde se explican los sistemas de numeración. No podías asumir que sabían lo que era numerar en binario”, advierte el informático.

Comunicarse con el equipo a través de código máquina y lenguaje ensamblador –ambos sirven para dar órdenes directamente al microprocesador, sin utilizar lenguajes de programación de alto nivel como el BASIC– constituía la única opción para quienes querían tener más control sobre el equipo y conseguir los gráficos o los movimientos de los videojuegos profesionales. Aunque pueda resultar más trabajoso, “un programa escrito directamente en ensamblador es siempre más eficiente y se va a ejecutar en menos tiempo”, ya que el ordenador lo entiende sin necesidad de traducírselo.

Pese a que algunos usuarios usaban estas máquinas como meras consolas, la mayoría terminaban por ir un poco más allá porque, según Alonso, los equipos de la época “estimulaban la curiosidad y las ganas de hacer cosas”. Prades está de acuerdo: “Ahora, con los sistemas operativos tipo Windows o Mac no necesitas saber programar, pero antes para casi cualquier cosa tenías que escribir pequeñas rutinas o instrucciones”.

Los juegos suponían el mayor de los incentivos para aprender código, una habilidad que muchos llevaron al terreno profesional. “Era muy raro encontrarte a un programador de videojuegos que fuera titulado en informática [estos trabajaban sobre todo en empresas tecnológicas], solían ser autodidactas”, recuerda Alonso.

Nuevos y antiguos alumnos

Aparte de los cursos, la revista tenía una sección de consultorio donde los lectores podían preguntar cualquier duda tecnológica. Solía responder Alonso, aunque todo el equipo colaboraba para resolver las cuestiones. Las preguntas y apreciaciones sobre los manuales servían a sus responsables de ‘feedback’ para conocer la acogida que tenían, si los temas se estaban entendiendo o incluso las historias de aquellos que acudían cada semana al quiosco. “Recibimos una carta de una persona que estaba en la cárcel y que gracias al curso estaba estudiando”, rememora Prades algo emocionado. 

Han sido muchos los que, después de treinta años, han contactado con ellos para recordar aquellas lecciones, la mayoría dedicados profesionalmente a la programación y amantes de la retroinformática. “Me he encontrado a gente en mi vida profesional que me ha dicho que aprendió a programar gracias a mí”, cuenta Alonso, quien admite que le ha sorprendido descubrir tanto tiempo después el impacto que tuvo su labor “porque en aquel momento yo no era consciente”. A Prades, actualmente centrado en la gastronomía y el diseño audiovisual, también le ha parecido “muy fuerte” encontrar antiguos lectores en casi cualquier ámbito.

“Mi pasión por el ZX Spectrum hizo que MicroHobby fuera mi revista de referencia”, nos cuenta Ignacio Prini, uno de aquellos acérrimos fans de la publicación, más conocido en el mundo de la retroinformática y los videojuegos ‘vintage’ como Neil Parsons. “La compraba religiosamente cada semana, aun cuando no tenía todavía un Spectrum en casa”.

Prini admite que, por entonces, era todavía un aprendiz en “esto de la informática”. A pesar de que había asistido a un curso completo de BASIC, “con la llegada de la revista y sus cursos de BASIC y código máquina, profundicé más en el conocimiento de estos lenguajes”, asegura.

La revista y sus apreciados contenidos educativos desaparecieron en 1992. Prades recuerda aquella época como la mejor de su vida profesional, por el buen ambiente que se respiraba en la joven redacción. Además de “una escuela y una fuente de ingresos”, su etapa en MicroHobby representa para Alonso “la ilusión de que lo que escribíamos sirviera para despertar vocaciones” entre aquellos adolescentes entusiastas que aprendían a programar antes incluso de poder pagarse un ordenador.  

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Las imágen principal de este artículo es propiedad de Tomislav Medak. El resto aparecían en diferentes números de la revista MicroHobby/HobbyPress.

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