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ENTREVISTA Cantante y compositor

Kiko Veneno: “La gente joven no sabe ya lo que son las clases sociales, impera la vergüenza de sentirse trabajador”

Kiko Veneno sigue a pie de calle. 45 años después de haber publicado Veneno junto a los hermanos Amador, sus canciones todavía miran, huelen, tocan. Para este andaluz nacido en Figueres (su DNI dice que se llama José María López Sanfeliu) registrar la realidad a través de los sentidos es algo fundamental en estos días de inmediatez, pantallas y consumismo.

El autor que puso en boca de Camarón el Volando voy o regaló al imaginario popular discos como Échate un cantecito es un artista que no evita pisar charcos cuando en vez de preguntarle por el sonido de una guitarra o el temblar de la garganta se le interroga sobre política. Lo comprobamos en Eivissa, horas antes de su último concierto en la isla, apenas unas semanas después de las elecciones que le han dado la vuelta al Parlamento de la comunidad autónoma en la que vive. 

¿Se considera un bohemio?

La etiqueta me gusta, pero no estoy seguro de que sea un bohemio.

¿Qué es para usted la bohemia?

De joven sí era bastante bohemio: una vida irregular, más nocturna (de joven se aprenden casi todas las cosas de noche), pero desde que entré en la música de una forma más profesional soy una persona bastante ordenada. No estoy seguro de que esa manera de vivir case con la bohemia. La bohemia es un poco viva la virgen, apostar por lo que surja y estar en el campo de la improvisación.

¿Con los años se desarrolla un método de trabajo?

Yo creo que siempre he sido un poco así, sin considerarme una persona demasiado racional. Más que bohemio he sido aventurero. Esa palabra quizás se ajuste más. Me ha gustado mucho viajar y conocer cosas que no conocía. Meterme en sitios donde no cuadraba.

Ha publicado sus dos últimos discos justo antes y después de la pandemia. ¿Qué ha sonado en sus oídos en estos últimos años para grabar Sombrero roto y Hambre?

De todo porque soy muy inquieto. Me gusta estar ahí y utilizar los recursos y herramientas que tenemos hoy para grabar y crear sonidos, pero siempre desde una mirada muy personal. Yo parto de mi mundo, mi familia, mi tribu, mi rollo. Ya no soy coleccionista de novedades, como cuando era joven y pensaba que todo me atañía. Ahora la música nueva me interesa muchísimo, pero ya no estoy todo el día pendiente. Bienvenidos sean los sonidos nuevos. Lo mejor que tiene la música pop desde que se establece en los cincuenta es que va cambiando de sonido a cada década. Esa adaptación enriquece mucho: los nuevos instrumentos traen nuevas formas de concebir la música. Eso quizás sea lo más interesante. Hay que pasar por épocas muy nefastas, pero no me refiero solamente al reguetón: hubo también un pop muy ñoño en los sesenta. 

¿Qué ha quedado del rock and roll?

Se le ha dado por muerto, pero sigue siendo un instrumento muy poderoso. Y lo será durante siglos: su papel en el futuro será el que tiene hoy en día la música clásica. O el jazz. E, incluso, de una forma más activa porque el rock se presta como ningún otro estilo a empaparse de nuevas sonoridades. Cualquier estilo que mantenga la rabia y la energía le va a ir bien al rock and roll.

¿Cuánto tiempo recuerda pasar escuchando una cinta o un vinilo cuando era joven?

Muchísimo. Cuando termino de estudiar y viajo a Estados Unidos [a principios de los setenta] estoy todo el día escuchando música. Cuando vuelvo, igual. En casa y disfrutando de la vida nocturna de Sevilla, donde había mucho flamenco. Fueron varios años muy intensos. 

Cuando empieza la Movida, el disco que había grabado con Veneno y su primer álbum en solitario no casan con esa corriente musical que viene de Madrid. ¿Eran unos extraños? 

Sí, cuando hicimos Veneno en el 77 no tuvimos una gran respuesta porque efectivamente éramos unos outsiders. La nuestra era una propuesta artística extraña. Pero algo tenían aquellas canciones porque Veneno se convirtió en un disco de culto durante los años siguientes. Luego vinieron las vacas flacas: tuve un hijo y, como no tenía para comer, puse un bar en Conil. Allí pinchaba salsa –tenía un amigo ecuatoriano que me pasaba unos discos increíbles–, Los Ilegales, rock sureño –Allman Brothers, Lynard Skynard–, el Ocean Boulevard de Eric Clapton, donde por primera vez canta su vida con un sentimiento estremecedor. En aquel chiringuito de playa no había solamente un par de discos: uno de sus atractivos era la música que poníamos. Entonces se oían discos enteros y se consumían obras completas de autores. La música se escuchaba por géneros. Había que ir a la tienda a comprarla.

Ahora esa escucha atenta parece imposible debido a la inmediatez en la que vivimos. Todos llevamos un móvil con conexión a internet en el bolsillo.

Sin duda que hay una relación en eso que estás diciendo. La cultura visual de internet nos ha hecho pensar que una imagen vale más que mil palabras: es una de las mayores atrocidades que se han cometido en los últimos tiempos. No hay nada más falso. La letra a (amor, agua…) vale más que dieciocho mil millones de imágenes. La civilización humana está hecha a base de palabras. Nos damos la palabra para confiar los unos en los otros. Hablar supone mirarse. Entonces, claro, al sistema capitalista de producción le ha venido perfecta esta saturación de imágenes para inundarnos de propaganda.

¿Hay un momento en el que nota que se produce una ruptura o el cambio ha sido paulatino, al compás de la innovación tecnológica?

El proceso fue paulatino, pero hay una ruptura en el cambio de siglo. Es una cuestión profunda: cambian los hábitos de consumo de la cultura. En primer lugar, satisfaciendo con la tecnología sus necesidades de consumo y comunicación más inmediatas, consiguen que la gente esté individualizada. Cuando te separas de los demás pierdes las conexiones con tu tribu y tu clase social. La gente joven no sabe ya lo que son las clases sociales, impera la vergüenza de sentirse trabajador. ¡No me llames obrero, por favor, que he estudiado! ¡Si mi hijo tiene una carrera, no lo pongas a recoger aceitunas! Esa es la segunda consecuencia negativa. Y la tercera es la pérdida de la necesidad de observar el entorno. Muchas personas ni siquiera cruzan la calle sin mirar la pantalla del móvil. Eso se traduce en una grave deficiencia de acción que impide a muchos jóvenes manejarse en la vida real, ya sea a nivel político o sexual.

Cuando te separas de los demás pierdes las conexiones con tu tribu y tu clase social. ¡No me llames obrero, por favor, que he estudiado! ¡Si mi hijo tiene una carrera, no lo pongas a recoger aceitunas!

Uno de los temas de los madrileños Parquesvr, 1992, habla de esa pérdida de conciencia de clase que está comentando y la relaciona con los cambios tan profundos que produjo el año en que España organizó los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal.

En el 92, la decisión del sistema global de confiar la transformación de España al PSOE demuestra ya todos sus frutos: no iban a ser rebeldes, entrarían en la OTAN, serían híper capitalistas… Los partidos socialistas estaban perdiendo fuelle en todas partes. Felipe González hizo lo que veía hacer a sus colegas alemanes o suecos. Nos vimos dentro del bloque proamericano y no hubo opción de replanteárnoslo. En eso consiste la política neoliberal: no dar opción a que la gente se pregunte por qué hacemos las cosas, cuál es el origen y dónde está la raíz. No quieren que exista un diálogo, por eso vivimos en un sistema dual, o conmigo o contra mí. Este sistema es digital (apagado y encendido) y representa el ansia de comercio, dominación y aniquilación. 

La herramienta domina a la mano.

Totalmente. El concepto dialéctico de la vida es mucho más real: el pensamiento fluye, la gente averigua las cosas observando, experimentando y, muchas veces, llegando a conclusiones intermedias. No entiendo por qué Europa se ha dejado meter en algo así, siendo el conjunto de naciones más importante del planeta. Pese a su legado científico, filosófico, cultural e histórico se deja mangonear por Estados Unidos, que a nivel de muchísimas cosas son mucho más paletos que nosotros. Aunque con políticos como [Isabel Díaz] Ayuso ya estamos haciendo esfuerzos para tener a líderes como [Donald] Trump. Es gracioso que a muchos les salga bien el discurso de engrandecer y proteger su territorio a costa de los demás cuando nos vamos a extinguir todos como sigamos así. Esa película que estrenaron en Navidad lo refleja bastante bien.

Es gracioso que a muchos les salga bien el discurso de engrandecer y proteger su territorio a costa de los demás cuando nos vamos a extinguir todos como sigamos así

Don’t Look Up [No mires arriba].

¡Extraordinaria! Es de las pocas películas que te cuentan lo que está pasando en el mundo. Y con mucho humor, si no es imposible contar una historia así. Pero ha sido una efervescencia pasajera, no interesa que deje huella. 

¿Sigue creyendo, entonces, que en España existe una “dictadura de la información”?

En España y en todo el mundo. Totalmente. Después de más de cincuenta años de Unión Europea vemos cómo seguimos supeditados a Estados Unidos, que es quien manda en la OTAN. Curiosamente lo hemos vuelto a ver a través de una guerra teledirigida desde Washington: la veían venir y no les ha interesado evitarla porque les interesaba esa confrontación con Rusia. El conflicto se supone que iba a acabar pronto, pero puede ser infinito. Podría durar décadas. Eso permite a los poderosos aumentar las dosis de miedo, desigualdad e inmigración suicida (ya sea en San Antonio, Texas, o en Melilla) para que veamos que el sistema actual es inamovible y que esto no hay quien lo cambie. En nuestro país los ricos que dejó Franco bien atados no van a querer un cambio hacia un modelo más humanizado y sostenible. Por eso necesitan de la dictadura de la información. ¡Para que los trabajadores voten a Vox esa dictadura tiene que estar muy bien hecha! En cualquier circunstancia un trabajador votaría a Podemos –un partido sindicalista que defiende sus derechos– si tuviera una información mínimamente libre. 

En cualquier circunstancia un trabajador votaría a Podemos –un partido sindicalista que defiende sus derechos– si tuviera una información mínimamente libre

¿Qué le parece el papel que ha jugado Unidas Podemos dentro del Gobierno desde que Rusia empezó la invasión de Ucrania?

Hombre… son los únicos humanoides que hay ahí. Han intentado reflejar la realidad de este conflicto, empezando por explicar de dónde viene la energía que consumimos o quien se está lucrando con la fabricación de armas. Antes lo hicieron con las relaciones laborales o sexuales, o con nuestro folclore. ¿Qué han conseguido? Una persecución como no se había visto antes en España porque no hacía falta, una persecución propia de los aparatos franquistas. Es un lugar común decir que la falta de trigo ucraniano deja a África en una situación muy delicada. ¡Ahora la dependencia es total! Entonces, todas las hambrunas que ha habido anteriormente en muchísimos países africanos, ¿a qué se deben?

¿Esperaba el resultado de las elecciones andaluzas?

Sí, desde hace mucho tiempo.

¿El triunfo de la derecha, con mayoría absoluta del PP, es un fenómeno pasajero o indica un cambio de mentalidad social en su tierra? 

Es una incógnita lo que se pueda estar fraguando ahí, pero lo que está ocurriendo es una perversión. Un mal sueño. Estamos humanamente abotargados. Hemos perdido el sentido de la dignidad. Vemos cómo se muere la gente en las pateras, las vallas y dentro de los camiones, y votamos a Vox. No hemos aprendido nada de la historia ni queremos aprender. Es el palo y la zanahoria. Solamente sabemos que si los negros vienen aquí a limpiar o a trabajar en los invernaderos de Almería podemos salvar al primer mundo, que es el que nos interesa. Las clases populares se reactivarán cuando les falte el consumismo. Entonces podrán preguntarse por qué las manzanas vienen de Chile y en cambio la producción agrícola de la provincia de al lado no les llega a sus casas. Ojalá desapareciera la inviolabilidad de nuestras fronteras. Aunque tuviéramos que sufrir, no veo otra manera de que tomemos conciencia.

Hemos perdido el sentido de la dignidad. Vemos cómo se muere la gente en las pateras, las vallas y dentro de los camiones, y votamos a Vox

¿Qué puede hacer la música en este contexto?

¡Nada! Es una actividad privada y pequeña. A la cultura, mientras sea minoritaria, no la molestan. A los grandes fenómenos de masas –como el reguetón– el sistema sí intentará captarlos para sus campañas de propaganda. Hoy sabemos que los gobiernos encargan los discursos a sus asesores, como hacen las grandes multinacionales. Los artistas no somos tan ingenuos como para pensar que podemos cambiar el mundo con nuestro arte, pero podemos generar momentos en los que la gente piense, discuta, hable, disfrute. El hambre que titula mi último disco son las inquietudes, las ganas de hacer algo aunque no sepas para qué. Enardecer y emocionar para dar ganas de vivir. El arte está hecho para disfrutar de la vida.

Disfrutar es resistir.

Eso está claro, aunque dé mucha vergüenza hablar de ello cuando hay sectores enteros de población que tienen un escenario tan penoso en su día a día.

En algunas entrevistas ha explicado que la chispa rítmica es el elemento diferencial de la música andaluza. ¿Cómo la definiría?

Hay algo en Andalucía (la luz, el clima, la pobreza, el legado cultural e histórico) que incita a la gente a disfrutar de la vida. Eso se nota en el ritmo y los bailes, eso es la chispa rítmica. Mientras se cocina o trabaja en la obra se canta. Los andaluces somos un poquito más felices que el resto, pero sin soberbia. Eso es muy perceptible. Tengo una intuición –compartida con otros–: lo mismo que Andalucía fue la primera comunidad autónoma que metió a Vox en su Parlamento, también ha sido la primera que ha evitado que entren en el Gobierno. Cuidado, voto al PP, pero no quiero a esta bazofia aquí. Una cierta clase que solamente puede mantener alguien que ha sufrido mucho pero mantiene un cierto tono de humildad. Y una cierta luz de felicidad por ver que la vida tiene algo de belleza y de arte. En Vox estaban eufóricos por tener a Ayuso y a [Alfonso Fernández] Mañueco en el bolsillo, pero el resultado de las andaluzas les va a lastrar. ¡Coño, si son Franco! Casi todos los franquistas que conocieron la dictadura se han muerto ya. Ya han desaparecido casi todos. Ellos creen que Franco puede resucitar y no ven que la Historia no es cíclica. Lo que ha pasado no pasará de nuevo. La fórmula del españolismo ya fracasó. 

En Vox estaban eufóricos por tener a Ayuso y a [Alfonso Fernández] Mañueco en el bolsillo, pero el resultado de las andaluzas les va a lastrar. ¡Coño, si son Franco! Casi todos los franquistas que conocieron la dictadura se han muerto ya.

¿Por el diálogo que representa entre pasado y presente, y esa manera de conectar generaciones y culturas, El Madrileño es, en cierta manera, un golpe al sistema, a los criterios de la industria que definen lo que debe escuchar la masa?

No. Es un trabajo muy bien hecho dentro de la minoría que sigue creyendo en la música, la belleza, el arte y la comunicación. Ahí están muchos otros discos. Los de Maluma, no: esos estarán en el anuncio de hamburguesas.

Un inciso. Antes ha hablado de la “época nefasta del reguetón”. ¿Dentro de este estilo ha encontrado alguna flor para añadirla a su ramillete?

¡Sí! Como ya he comentado, no estoy pendiente de todo lo que sale, pero investigo, leo discusiones en las redes, voy escuchando cosas que no conozco. Hay reguetonianos extraordinarios con un contenido social, humano y feminista buenísimo. 

¿Entonces no cree que el disco de C. Tangana le ha abierto la puerta de la música tradicional española latinoamericana (bolero, rumba, corrido, copla, bossa nova, saeta…) a muchos jóvenes que desconocían estos géneros?

Cuidado. El Madrileño ha llegado a un público bastante maduro, a gente de cincuenta años. El disco de C. Tangana es el de un joven viejo, en el sentido de que ha salido de alguien que pone su interés, talento y astucia en vincular la música actual con diferentes legados. Es una jugada maestra porque hasta ahora la música juvenil no se había preocupado demasiado en dar explicaciones porque, en su mayoría, se dirigía hacia el futuro. Es lo que hace Bob Dylan cuando coge una guitarra eléctrica y comienza a tocar un blues. O lo que ha hecho Rosalía en su último disco, que también es buenísimo porque es rabiosamente contemporáneo: sabe que el futuro será cruel y lo cuenta. Su mundo es su propuesta musical. Ahora los jóvenes tienen miedo de lo que pasará mañana. Mi generación, en cambio, tenía esperanza. Cuando tenía veinte años pensaba que el mundo sería un lugar donde hubiera posibilidad de construir justicia y libertad.