Rafael Álvarez, 'El Brujo': “O la vida es un chiste, o no hay quien la aguante”
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Rafael Álvarez (Lucena, Córdoba, 1950), conocido artísticamente como 'El Brujo', es un actor y dramaturgo que ha dedicado su vida al teatro, consolidándose como una figura de referencia en los escenarios gracias a sus monólogos, que combinan humanidad, humor y profunda sabiduría.
Con un estilo inconfundible, ha creado una alquimia escénica única que no deja a nadie indiferente. Durante más de tres décadas, ha conquistado al público en los principales teatros de España, convirtiéndose en un explorador de las grandes cuestiones metafísicas, siempre con su característico toque de humor.
Hombre independiente, curioso, prolífico y generoso, ha hecho de su vida una gira perpetua, con varias obras en cartel como Mi vida en el arte, Iconos o la exploración del destino, El viaje del monstruo fiero, Autobiografía de un yogui y Lazarillo de Tormes. El 20 de septiembre, 'El Brujo' presenta en el Teatre Trui de Palma su monólogo Los dioses y Dios, una adaptación del clásico de Plauto, donde reflexiona sobre lo divino y lo humano.
¿Qué le va a ofrecer a su público? ¿Con qué les va a embrujar?
Esta obra es una adaptación muy libre de la comedia Anfitrión de Plauto, que representé en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida en 2021. En Anfitrión, Plauto relata en clave de comedia cómo el dios Júpiter se hace pasar por un general romano mientras este se encuentra en la guerra, con el propósito de acostarse con su esposa.
Este asunto, que es humorístico y que está muy bien llevado por Plauto, en una de sus mejores comedias, sirve también para hacer una reflexión sobre la relación entre los dioses y los humanos en el siglo XXI, es decir, sobre el concepto de lo humano y lo divino. Nos permite observar cómo esta idea ha evolucionado desde aquella época hasta nuestros días.
También revela cómo los clásicos vislumbraban una noción de lo divino mucho más avanzada que las religiones de su época.
Explora la pluralidad de dioses y la idea de un solo Dios. ¿Cómo concilia estas visiones y qué mensaje quiere transmitir sobre lo divino?
Es curioso porque el origen de esta comedia proviene de una obra llamada Heracles, que relataba el nacimiento de un semidios, Hércules. Era una obra griega que, lamentablemente, se perdió. Sin embargo, en la época de Plauto, este adaptó una tragedia griega que exploraba la divinidad y el concepto de lo divino. Aunque la obra original parecía tener un tono mucho más serio, el trasfondo revela una idea que considero clave: la divinidad, en las mentes más avanzadas de la época, se concebía como una potencia inherente a cada ser humano. Dios no solo está en el universo, está también en cada uno de nosotros, en forma potencial. Tenemos la capacidad de desarrollar ese potencial humano y alcanzar la inmortalidad a través de la piedad, la ciencia, el arte, y sobre todo, el amor.
En una sociedad cada vez más descreída, sigue insistiendo en hacer invitaciones a descubrir lo sagrado. ¿Qué le impulsa a mantener esta visión profunda, trascendental y mística en su obra?
He tenido una vida marcada por muchas turbulencias hasta que llegué a este camino espiritual. A partir de ese momento, todo en mi vida comenzó a ordenarse. Desde entonces, veo todo desde esa perspectiva, y descubro que, en la cultura, en el arte y en la literatura, hay muchas personas que han recorrido un camino similar.
Hoy mismo leí un artículo en un periódico sobre el físico Heisenberg, quien, hasta el último momento de su vida, se comunicaba con Dios a través de las fórmulas matemáticas. En su agonía, seguía formulando preguntas sobre la física: ¿por qué la relatividad?, ¿por qué se dirigía a Dios usando el lenguaje de las matemáticas? Esperaba que Dios le respondiera de la misma manera, en ese lenguaje que para él representaba la esencia del universo.
El físico Heisenberg, hasta el último momento de su vida, se comunicaba con Dios a través de las fórmulas matemáticas. En su agonía, seguía formulando preguntas sobre la física: ¿por qué la relatividad?, ¿por qué se dirigía a Dios usando el lenguaje de las matemáticas? Esperaba que Dios le respondiera de la misma manera, en ese lenguaje que para él representaba la esencia del universo
Bueno, Pitágoras ya decía que las matemáticas son el lenguaje de Dios.
Es un lenguaje que expresa lo infinito a través de los números, con una precisión y una fuerza lógica asombrosas, absolutamente fascinante para la mente humana.
¿Cómo logra conciliar el humor con la trascendencia? ¿De qué forma realiza esa alquimia tan fascinante que hace comprensible y digerible lo que a menudo resulta difícil de captar?
Porque la vida, vista con perspectiva, es un chiste. O la vida es un chiste, o no hay quien la aguante. Si te tomas demasiado en serio esto que estamos viviendo —y no solo me refiero a la política o al mundo, que claramente son un chiste con mayúsculas—, sino tu propia vida, el absurdo de tu propia existencia.
Puedes estar bien, y de repente, en una revisión, te dicen que tienes una enfermedad incurable, y en 24 horas todo cambia por completo. Esto le sucede a muchas personas. Como decía Eurípides al final de Medea: “Lo que esperamos no llega, y llega, en cambio, aquello que jamás hubiéramos imaginado posible”. Esto es lo que siempre ha llevado a los seres humanos a preguntarse: ¿Qué significa todo esto? ¿Por qué estamos aquí viviendo esta realidad? Algunos han encontrado la respuesta y, con ella, la serenidad.
O la vida es un chiste, o no hay quien la aguante. Puedes estar bien, y de repente, en una revisión, te dicen que tienes una enfermedad incurable, y en 24 horas todo cambia por completo
Si se encontrara cara a cara con el Creador, ¿qué le preguntaría?
Probablemente, lo primero que haría sería tratar de escucharle antes de preguntarle nada. Recuerdo una experiencia similar cuando me encontré con un gran gurú de la India, un místico que me enseñó las primeras reglas sobre la meditación yóguica. Asistí a una reunión llamada satsanga, una especie de encuentro filosófico donde los discípulos hacen preguntas y el maestro responde, algo así como un diálogo socrático, pero a la manera india.
Llegué a esa primera reunión con mucho entusiasmo y curiosidad, llevando un papelito con una serie de preguntas que había preparado para aprovechar mi turno. Cuando el maestro llegó, nos saludó, nos levantamos en señal de respeto y él se sentó a la manera tradicional. Nos pidió hacer una breve pausa de meditación, tres minutos de silencio, antes de iniciar la charla.
En esos tres minutos de meditación, experimenté una iluminación tan profunda que, de repente, me pareció ridículo formular cualquiera de las preguntas que llevaba anotadas. Sentí que todas las respuestas ya estaban en ese silencio. No tenía ni el más mínimo deseo de preguntar nada, ni curiosidad. Las preguntas que llevaba me parecían pueriles, sin sentido. La respuesta ya estaba dentro de mí, en mi mente, en mi corazón.
Pasé el resto de la charla escuchando las preguntas de los demás y las respuestas del maestro, pero yo me sentía completamente en paz. Y con esto, creo que te respondo un poco a la pregunta que me haces.
Los actores tienen la capacidad de trascender el ego a través de su trabajo. ¿Eso no es también una herramienta valiosa para el desarrollo personal?
Bueno, bueno, bueno… (risas). El ego en un actor está bien infladito, te lo digo por experiencia. Pero eso no importa. He pasado mucho tiempo en movimientos de autoconocimiento, desarrollo personal y meditación, donde el ego siempre parece ser el enemigo a batir, ¿no? Sin embargo, el ego es en realidad un instrumento a través del cual conectas con los demás, con la sociedad, con la creación, con el universo que te rodea. El ego es solo eso: una herramienta. El problema surge cuando el ego se vuelve patológico, porque te hace sufrir, igual que cualquier cosa que, si no la usas bien, puede lastimarte y generar problemas.
Pero el ego, en sí mismo, no es un problema. Cuando tu fascinación por la divinidad, tu interés en lo trascendental crece, y tu percepción de lo divino se intensifica, el ego pierde su importancia, deja de ser un obstáculo. El ego sigue ahí, pero incluso si te ves a ti mismo como miserable o insignificante, no le das muchas vueltas. Eso queda en segundo plano. Le dedicas más atención a la maravilla que estás descubriendo por ese otro camino más profundo.
Usted es actor, dramaturgo, meditador... pero también tiene algo de chamán, ¿no?
No tengo poderes chamánicos de curación, pero en ese encuentro con el público, en esa relación del teatro con lo sagrado, hay algo de magia chamánica. El público se conecta conmigo de una manera muy directa, me esperan, y a menudo experimentan cosas al verme, cosas positivas. Vuelven, incluso vienen desde otras ciudades, y tengo muchos seguidores fieles. Además, hay algo que siempre digo: a veces me repito mucho, pero cada vez es diferente. Hay quienes nunca se repiten y, sin embargo, siempre hacen lo mismo.
Se repite, pero cada día es diferente, como el río, que nunca es el mismo. ¿Cómo influye su estado emocional o espiritual en el desarrollo de la puesta en escena?
Por supuesto, porque cuando llega el momento de la representación, es un momento de intensificación de la conciencia, de plena conexión con el presente, de vivir totalmente en el ahora.
A veces, puedes estar atravesando situaciones complicadas. Me ha pasado: antes sufría de asma, ya no, pero hace años era muy alérgico, sobre todo en primavera, y me daban ataques fuertes, hasta el punto de quedarme sin aire. Recuerdo una vez en el camerino, faltaban tres minutos para salir a escena y estaba ahogándome. No podía respirar, mucho menos hablar, y estaba usando el Ventolín, no sabes lo que es eso…. Salí a escena aterrorizado, convencido de que no podría hablar. Pero en cuanto salí, mi voz resonó fuerte, con una respiración profunda. Estuve una hora y media en el escenario y todo fluyó de manera increíble, con facilidad. Fue maravilloso. Y justo cuando volví al camerino, el ataque de asma regresó.
Es un dramaturgo y un actor que trabaja de manera solitaria ¿Cómo es su proceso de ensayo?
En el proceso de ensayo hay dos partes. Una es cuando estoy solo, escribiendo los textos. A medida que los escribo, los recito, a veces en voz alta, y luego los plasmo en el papel. Así, me familiarizo con lo que quiero transmitir, integrando lo que estoy escribiendo y trabajando a la vez.
Y luego viene la segunda parte, en la que entra Javier Alejano, el músico. Entonces revisamos el texto juntos y, a veces, cambiamos el texto porque no encaja bien con la música; otras veces, cambiamos la música porque no se ajusta al texto.
De esa interacción surge una tercera síntesis, una mezcla que ya es el espectáculo en sí, donde música y texto se entrelazan. Después llega Óscar Diego, quien se encarga de poner las luces, lo cual sucede cuando ya falta aproximadamente una semana para el estreno.
¿Y cómo es el proceso de tomar un texto literario, como Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda, y transformarlo en una obra teatral viva? ¿Cómo conecta con ese texto o cómo decide que sea su piedra de toque para llevarlo al escenario?
Parto de algo muy básico, algo elemental y sencillísimo: que el público entienda lo que quiero transmitir. Me lo planteo como si estuviera leyendo Autobiografía de un yogui y luego tuviera que contárselo a cuatro amigos que no lo han leído ni saben nada del libro. Mi objetivo es explicarles qué me ha parecido el libro, lo que dice, y la potencia transformadora o inspiradora que he descubierto en él. Intento que esos cuatro amigos, que no tienen ni la más remota idea del texto, entiendan lo que yo viví al leerlo.
Recito fragmentos del libro y luego les explico qué significan para mí, qué me han transmitido. Con el público hago exactamente lo mismo. No busco hacer algo más complejo ni espectacular; solo quiero que comprendan lo que a mí me dicen los textos. Esa es mi prioridad: transmitir de manera sencilla y directa.
¿En qué momento siente que la obra está lista para ser presentada al público?
Últimamente, siento que la obra está lista cuando, en mi cabeza, todo está asimilado, cuando ya puedo cambiarla, improvisar, y aún así el mensaje permanece intacto. Es decir, cuando la he comprendido completamente desde todos los ángulos, la he mirado desde arriba, abajo, por delante y por detrás. Cuando puedo cambiar las palabras, pero la esencia, el mensaje, sigue siendo el mismo. En ese momento sé que la obra está lista, porque ya no dependo de la rigidez del texto, sino que la transmisión fluye con naturalidad.
Ahora es una persona con una trayectoria dilatada; ya no tiene la juventud, sino la madurez. ¿Cómo ha cambiado su perspectiva sobre la creatividad a lo largo de los años?
Gracias por eso de la madurez… (Risas). Aunque va más allá de la madurez, pero bueno…
Pues mira, a lo largo de los años he notado que esa progresión de la que hablas tiene un marcador claro: la ausencia de miedo. Cuando eres joven, trabajas con la presión del miedo a no cumplir expectativas, del deseo de obtener resultados rápidos, de la necesidad de aprobación, del éxito, de alcanzar un objetivo concreto. Todo eso genera una presión constante. Pero, a medida que te liberas de esos miedos —el miedo a las expectativas, a los críticos, a las opiniones, e incluso al público, ya sea que venga o no venga, que llenen o no llenen—, cuando logras superar esos frenos y dejar atrás el miedo al fracaso, la creatividad fluye de manera natural. Es una maravilla, porque deja de ser algo forzado y se convierte en algo espontáneo.
Cualquier cosa es creativa. O sea, tú miras a un niño, un niño es creativo.
Cuando eres joven, trabajas con la presión del miedo a no cumplir expectativas, del deseo de obtener resultados rápidos, de la necesidad de aprobación, del éxito, de alcanzar un objetivo concreto. Todo eso genera una presión constante. Pero, a medida que te liberas de esos miedos, cuando logras superar esos frenos y dejar atrás el miedo al fracaso, la creatividad fluye de manera natural. Es una maravilla, porque deja de ser algo forzado y se convierte en algo espontáneo
¿El juego, verdad?
El juego, sí, el juego. Un niño, de repente, ve a un indio que dispara una flecha, y lo está viviendo completamente. Cuando me preguntan sobre esto, siempre repito una frase de un helenista, un profesor, un erudito de estudios sobre la tragedia griega, cuyo nombre no recuerdo. Él decía lo siguiente: “Una obra es realmente clásica cuando no queda en ella ningún rastro del esfuerzo que implica todo el proceso”.
¡Qué bonito!
La obra es clásica cuando no detectas en ella esfuerzo ni búsqueda de reconocimiento. No se percibe ese “yo lo he hecho, yo lo he hecho” de los artistas que intentan dejar una huella evidente. Muchos pintan un cuadro y lo cargan con esa estela de “yo lo hice, yo lo hice”, queriendo marcar su presencia personal en, por ejemplo, un atardecer. Sin embargo, el sol no deja ningún rastro que diga “me he puesto, mirad qué belleza”. El sol simplemente sigue su camino de manera impersonal, y es precisamente en esa impersonalidad majestuosa donde radica su belleza y grandeza.
Entonces, estará de acuerdo en que el verdadero arte no se crea, sino que se canaliza.
Sí, sí, sí. Y el conocimiento también se canaliza. No creamos nada. Mezclamos cosas que ya están. Todo está ahí en el universo, en el éter está todo. El arte consiste en que tú puedas canalizarlo, que tengas una receptividad grande. Einstein lo que hizo fue recoger a través de la potencia de su mente un conocimiento que estaba en el universo.
No creamos nada. Mezclamos cosas que ya están. Todo está ahí en el universo, en el éter está todo. El arte consiste en que tú puedas canalizarlo, que tengas una receptividad grande. Einstein lo que hizo fue recoger a través de la potencia de su mente un conocimiento que estaba en el universo
¿Es usted una persona realizada?
¿Realizada a qué nivel?
Se lo pregunto, por un lado, a nivel profesional y también a nivel personal. Hay algo en usted —no quiero ponerle un nombre exacto—, un carisma, digamos, que transmite un brillo especial.
Bueno, la realización en el sentido espiritual es una meta suprema, y me encuentro muy lejos de alcanzarla. La realización espiritual es la unificación con la divinidad, y el sánscrito tiene una palabra maravillosa para describirla: Kaivalya, que significa unificación. Es el nivel de conciencia de un Buda, de un Cristo. Cuando Jesucristo dice “mi Padre y yo somos uno”, se refiere a que esa fuerza misteriosa del universo, esa inteligencia de la que hablábamos antes, está plenamente realizada en el cerebro y en la mente de esa persona. A ese nivel, evidentemente, no estoy realizado.
¿Pero ha vislumbrado algo, no?
Yo sí he visto, sí, sí, sí… No te quepa la menor duda de que hay otros mundos. Muchos mundos. No solo el que vemos. Ya sabes que Hamlet, después de su experiencia con el más allá al encontrarse con el fantasma en la torre de Helsingor, cuando baja de esa experiencia, por decirlo así, sube a la torre, ve el fantasma de su padre, quien le revela que ha sido asesinado, y luego, cuando vuelve al mundo, le dice a Polonio: “Hay más cosas en este mundo de las que jamás soñó tu filosofía”.
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