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Un show lleno de clichés ‘hippies’ a 250 euros el cubierto: la propuesta de Nacho Cano para resucitar el Teatro Pereyra

El 'show' de Nacho Cano en el Teatro Pereyra.

Pablo Sierra del Sol / Marcelo Sastre

Eivissa —

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Fueron los primos de Pedro Matutes quienes le presentaron a Nacho Cano. Ocurrió en Madrid, hará unos ocho años. Por un lado, una saga de hoteleros que, en su larga lista de posesiones, contaban con un teatro en ruinas que querían resucitar. Por otro, una estrella del pop español de los ochenta y los noventa, dueño de una mansión en Eivissa, la isla natal de los hoteleros. Aunque en aquel momento compartía la propiedad de aquella herencia familiar con los herederos de Palladium Hotel Group –e hijos de Abel Matutes Juan, ministro de Exteriores en la primera legislatura de José María Aznar–, Pedro Matutes ejercía de motor sentimental del proyecto de reforma de un teatro que llevaba treinta años mudo. Desde que se hizo más o menos público que el edificio iba a reformarse, promotores, directores de arte y gestores de todo tipo se le habían acercado con propuestas para que aquel elefante blanco caminara de nuevo. Pero algo chirriaba o no terminaba de encajar en las ideas que escuchaba Pedro Matutes.

Con Nacho Cano fue diferente. Hubo match casi a primera vista.

El hotelero ibicenco explica que para entender la relación entre España y América Latina recomienda la lectura de Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond en vez de Las venas abiertas de Eduardo Galeano. Cuando se conocieron, Malinche era una idea sólida en la cabeza del artista madrileño. Años después, Pedro Matutes pudo colarse en los ensayos, a piano y voz, del musical que da su particular visión de la conquista de México comandada por Hernán Cortés y su amante. Le gustaron el montaje, las interpretaciones, la aproximación histórica, “entretenimiento, no academicismo”, y el rigor de su creador para exigir el máximo nivel de cantantes, músicos y técnicos. “A nivel artístico, Nacho no hace prisioneros”. Malinche se estrenó en Ifema el 15 de septiembre de 2022. Seis meses antes, el 16 de marzo, Pedro Matutes y Nacho Cano se daban un apretón de manos en el balcón del Teatro Pereyra.

Un espectáculo de hotel

Estados Unidos, años sesenta. Danny y Tommy son dos hippies que acaban teniendo problemas con las fuerzas del orden por manifestarse a favor de los derechos civiles y contra la Guerra de Vietnam. En el calabozo, después de ser detenidos, imaginan su paraíso particular:

–Imagina un lugar donde puedas hacer lo que quieras.

–¡Ibiza! Vendo mi mejor hierba y compro dos billetes para ir a Ibiza.

Con este diálogo empieza Ibiza Hippie Heaven, el espectáculo que ha ideado Nacho Cano para la primera temporada de verano del Pereyra. Es un miércoles de verano y está ocupado tres cuartas partes del aforo. Un ejército de empleados (camareros, azafatas, personal de seguridad) se mueven escaleras arriba, escaleras abajo con una sonrisa imborrable en la cara. El trato es servicial y cortés, sin ser estirado. Tras un solo de piano, un brindis “por la magia de Ibiza” anuncia que el show está a punto de arrancar. Las luces y el sonido; la pantalla de cine, un trampantojo con el que interactúan los actores para jugar la carta del ilusionismo y entrar y salir del teatro; un escenario móvil, que sube y baja para cambiar la escenografía mientras la banda que pone la música en vivo que suena durante la hora larga de show no deja de tocar; y, sobre todo, la majestuosidad del espacio, con sus cincuenta palcos y un patio de butacas reconvertido en el comedor de un cabaret de aire colonial, impresionan. La función, en cambio, deja un regusto plastificado. 

La premisa es contar la profunda transformación de la isla a través de la llegada de los hippies. El guión, sin embargo, carece de originalidad. Está cargado de clichés (fácilmente encontrables en las campañas de promoción y la literatura turística que en las últimas décadas han explotado el mito de la Ibiza hippy: el amor libre, el uso recreativo de los ácidos, la fraternidad entre los extranjeros, la oda a la naturaleza virgen de la roca mediterránea), y descargado de esencia local. Se pronuncian tan pocas palabras en castellano o catalán durante toda la función (si no se entiende el inglés, hay que leer subtítulos en la pantalla), que el italiano, a través de una aparición de Giorgio Moroder, padre del italodisco, tiene más peso: “Grazie mile, ciao, ciao, bellissima, musica, americani, prossimo, ritornati in America, tutti fuori”. 

Las contradicciones del hippismo (una imagen habitual a principios de los setenta era ver a una fila de melenudos frente a la oficina de correos para cobrar los giros postales con los que sus familias cubrían los gastos de su vida mediterránea) no existen. Los ibicencos apenas aparecen. La gente de campo serán meros paseantes, sonrientes con los recién llegados cuando se cruzan por los caminos. De los miles de personas que migraron del resto de España para poner en pie la industria turística (y que también dejaron su granito de arena en el clima bohemio y libre que Ibiza Hippie Heaven busca reflejar), ni rastro. El contrapunto simpaticón lo pondrá el tercer personaje principal, que pese a hablar inglés con acento americano (“My name is Pep”), se presentará como nativo a Danny y Tommy, y les ayudará a montar una banda de música. 

La premisa es contar la profunda transformación de la isla a través de la llegada de los hippies. El guión, sin embargo, carece de originalidad. Está cargado de clichés y descargado de esencia local. Los ibicencos apenas aparecen. De los miles de personas que migraron del resto de España para poner en pie la industria turística, ni rastro

A ritmo de pop y, sobre todo, de grandes éxitos del rock and roll que todo el mundo se sabe (Here Comes The Sun, en la previa, Every Breathe You Take, What a Feeling, Love Is In The Air, I Can’t Get No (Satisfaction), Video Killed The Radio Star, muchísimo Queen, para recrearse, quizás en exceso, en el cumpleaños que Freddie Mercury celebró en el hotel del aventurero Tony Pikes, Sweet Caroline, en honor al único personaje femenino, que apenas tiene diálogo ni peso en el argumento, Another Brick In The Wall, pero sin mencionar que Formentera fue un hito fundamental en la carrera de Pink Floyd) avanzará una función que recordará bastante más a un espectáculo de hotel o de parque temático que a un musical de Broadway. Algunos gags del trío protagonista podrían aparecer en Resacón en Las Vegas.

“He dejado total libertad a Nacho Cano”

– Ibiza Hippie Heaven es entretenimiento, no tiene más pretensiones. Yo le he dejado total libertad creativa a Nacho Cano, no he querido meter mano porque no estoy para eso ni tengo la capacidad. 

Dice Pedro Matutes, a quien varios hoteleros de su generación, la boomer, lo consideran un referente. Constante, pasional y visionario son los adjetivos que salen a relucir cuando se les pregunta por las virtudes de este hombre canoso y de ojos claros que charla y, al escuchar, sorbe un café solo. Responde a todo, pero no quiere valorar las consecuencias a nivel de imagen que le ha podido causar al Pereyra la detención de Nacho Cano por favorecer presuntamente la inmigración ilegal al traer de México artistas sin visado para trabajar en España: “Se trata de empresas diferentes. En lo que respecta a este proyecto estamos muy contentos con Nacho. Cuando nos pusimos de acuerdo para que él se encargara de la dirección artística del proyecto, entendió dos cosas: que el Pereyra no es un local cualquiera (gestionar este teatro no es gestionar un beach club; hay que tener un cariño especial) y que el invierno es tan importante como el verano”. Por problemas de agenda, el ex componente de Mecano rechazó participar en este reportaje.

En lo que respecta a este proyecto estamos muy contentos con Nacho. Cuando nos pusimos de acuerdo para que él se encargara de la dirección artística del proyecto, entendió dos cosas: que el Pereyra no es un local cualquiera (gestionar este teatro no es gestionar un beach club; hay que tener un cariño especial) y que el invierno es tan importante como el verano

Pedor Matutes Dueño del Teatro Pereyra

Pedro Matutes está sentado en una mesa redonda situada en mitad de una sala rectangular. La luz alegre que filtran unos ventanales ilumina la estancia; la decoración transmite frescura. Palmas verdes y colores mate, a juego con las finas rayas rojas de la camisa de Matutes. Así luce el café que se ha abierto en la primera planta del teatro, justo encima del bar diurno y club nocturno que ocupa la antesala del patio de butacas. Ni el nombre escogido ni el aspecto son caprichosos. La Sandoval y Compañía transporta a la mente hasta La Habana. Cuba está muy presente en la historia de un edificio que abrió sus puertas el mismo año en que se proclamó la independencia que José Martí no llegó a ver.

El estilo arquitectónico no fue tampoco una moda de la época. Mercedes Sandoval del Castillo, la señora que da nombre a la sala, y a la start up que se montó para levantar el gran teatro que demandaba la burguesía ibicenca de finales del siglo XIX, era cubana. Su marido, el coronel Vicente Pereyra, fue uno de los impulsores del proyecto, iniciando una campaña de suscripción popular y asociándose con dos de los comerciantes más prósperos del barrio de la Marina: José Torres y Abel Matutes Torres, el bisabuelo de Pedro. “De alguna manera, seguimos los pasos de los fundadores: ¿cuántos teatros existen en España que se hayan restaurado con inversión cien por cien privada y que estén gestionados sin recibir un euro público? Nuestra idea de negocio va por ahí, estamos a disposición de las instituciones, pero no tenemos subvenciones ni las queremos. El vínculo sentimental con el Pereyra es lo que me ha llevado a meterme en esta historia: si no, nadie apuesta una parte importante de su patrimonio en restaurar un edificio así”.

Estamos a disposición de las instituciones, pero no tenemos subvenciones ni las queremos. El vínculo sentimental con el Pereyra es lo que me ha llevado a meterme en esta historia: si no, nadie apuesta una parte importante de su patrimonio en restaurar un edificio así

Pedro Matutes Propietario del Teatro Pereyra

La lucha de Matutes por abrir el teatro

Diecisiete millones de euros de gasto total y otros tantos años desde que la propiedad consiguió la catalogación como Bien de Interés Cultural hasta que la obra de reforma del edificio terminó. Para Pedro Matutes, que en ese tiempo, además de reformar toda la planta que Sirenis, su empresa, tiene en Eivissa, ha abierto hoteles y resorts en República Dominicana, Cuba, México, Colombia o Costa Rica, ha sido una carrera de fondo. 

Satisfactoria, porque, ahora que el rosa palo de las paredes exteriores brilla con una intensidad que sólo los más mayores recuerdan, ha conseguido lo que pretendía: que el teatro se parezca lo máximo al aspecto que tenía antes de cerrar sus puertas, restaurando, uno a uno, todos los objetos y muebles, hasta uno de los viejos cinematógrafos, que se rescataron de un inmueble que hubo que apuntalar por peligro de derrumbe, y durante el proceso se ha empapado de detalles históricos que desconocía y que de alguna manera narran la historia contemporánea de la sociedad ibicenca: ahora, enmarcados, esos documentos, planos y fotografías cuelgan de las paredes de los espacios anexos al patio de butacas, a la vista y disfrute de cualquier curioso. 

Extenuante, porque más de una vez, desde que el Pereyra volvió a estar a finales de los noventa “en el radar” de los Matutes, sobre todo de su parte, los Matutes Barceló, ahora propietarios al cien por cien del teatro, después de comprar los tercios que correspondían a otras dos ramas de la familia, pensó que “las guerras políticas” entre izquierda y derecha, PP y PSOE, en el Ajuntament y el Consell d’Eivissa frustrarían el proyecto. Este inicialmente se basó en una cesión de uso a la Administración que nunca llegó a culminar antes de que sus propietarios cogieran el toro por los cuernos y se colocaran el casco para arrancar una obra muy compleja que pasaba prácticamente por desmontar para volver a montar un edificio tan peculiar (madera de pino, muros de marès: materiales frágiles para derribarlo, si por interés militar, era necesario crear una explanada junto a las murallas renacentistas de Dalt Vila) como voluminoso, incluso para las medidas actuales.

Pero, en cierta forma, una carrera de fondo exitosa, aunque llegaran a la meta “con la lengua fuera” para abrir puertas el 4 de mayo pasado. Seis meses más tarde de los planes iniciales. La reinauguración se había programado para octubre de 2023, coincidiendo con el 125 aniversario de un teatro que, pese a ser el principal de la ciudad, ha estado cerrado durante treinta y seis años, casi una cuarta parte de su historia: la imagen que los ibicencos menores de cuarenta tenían del Pereyra era el café-concierto que gestionaron los Harmsen, una familia holandesa que alquiló la antigua recepción del teatro para programar música en vivo todas las noches de la semana.

La reinauguración se había programado para octubre de 2023, coincidiendo con el 125 aniversario de un teatro que, pese a ser el principal de la ciudad, ha estado cerrado durante treinta y seis años, casi una cuarta parte de su historia

“Pero en Eivissa las cosas nunca son fáciles: una semana antes de abrir todavía no habíamos conseguido la luz para poner el edificio en marcha. Aún estamos en fase de pruebas, esto es un ensayo y error continuo. Lo que será el Pereyra se verá en invierno”. Habla Pedro Matutes de conciertos de música clásica (“incluso cuando estábamos en obras nos ofrecieron venir a probar un stradivarius y tuvimos que pedir que esperaran a que abriéramos, habrá tiempo para eso”), de funciones teatrales, “si es viable”, de conciertos de artistas internacionales (“alguna propuesta hemos tenido, este teatro es un caramelito”), presentaciones de libros, otros eventos culturales (“tenemos un buzón para recibir propuestas de personas que quieran agitar la cultura de la isla”) y hasta “galas de graduación de los colegios e institutos porque, por encima de todo, debe ser lo que siempre fue: un punto de encuentro para todos los ibicencos”.

Y añade: “Este edificio fue sede de Falange y aquí se firmaron sentencias de muerte durante la guerra pero, luego, en la Transición, acogió reuniones del Partido Comunista y fue el lugar donde el Partido Socialista Popular celebró su primer mitin en la isla. Ser ibicenco es mirarse a la cara y no a la cartera, y reconocerse como iguales dentro de la misma sociedad, aunque pensemos distinto. Durante décadas el Pereyra representó eso: aquí se mezclaba la gente, para disfrutar de la cultura o para pasárselo bien bailando en uno de los saraos de la época. A nadie se le pedía el carné para entrar. Recuperar ese espíritu es lo que queremos: no por casualidad el escudo de Eivissa está en la fachada principal”.

–¿Pero esos planes no colisionan con la imagen de la isla que se da en el dinner show que están representando todas las noches en el teatro?

–Es un espectáculo internacional, de entretenimiento, que se corresponde mucho a la visión del autor, seguramente distinta a las experiencias que pudiéramos tener los ibicencos. Al señor que viene de Múnich y al que viene de Atlanta, probablemente, se queda con cosas más superficiales. Pero a nosotros, si fuéramos a sus ciudades de vacaciones nos pasaría lo mismo. Es difícil encontrar un mínimo común denominador. Estamos bastante contentos con la respuesta del público. Muchos ibicencos nos han dicho que les ha gustado. Hemos enviado invitaciones para que determinados colectivos vinieran a conocer el teatro y disfrutar del show, y ya estamos repartiendo una tarjeta de amigo del Pereyra para consumir con descuento. He tenido que escuchar durante años que íbamos a hacer una discoteca: una de las mayores inversiones se la ha llevado la insonorización del local, queríamos que las distintas salas del edificio pudieran usarse en paralelo de forma independiente. Te cuento una anécdota: durante la obra iba apagando radios cuando sonaba según qué tipo de música. La electrónica está descartada por decisión propia. Fue una línea roja absoluta, si pincha un deejay que sean canciones donde haya lírica. No quiero vulgarizar al Pereyra. Desde un punto de vista de negocio tampoco sería inteligente.

–Pero la entrada no es ni mucho menos accesible para todo tipo de bolsillos. La entrada más barata cuesta 50 euros… en el gallinero.

–Sabemos que este no es un negocio de una gran rentabilidad, no lo hacemos pensando en eso, pero no se puede gastar si no hay un mínimo retorno. ¿Queremos que haya teatro o no? Creo que la gente entiende que para tener programación cultural en invierno hay que servir cenas a 250 euros en verano. Soy consciente de que ha habido críticas, algunas me parecen muy gratuitas y amargas, pero no se puede gustar a todo el mundo. Me gustaría que se juzgara por lo que pase a un año visto, no por los tres meses de verano, y seguro que el segundo, tercer y cuarto año serán mejores que el primero. El equipo artístico de Ibiza Hippie Heaven, que gustará más o menos, pero son profesionales contrastados, hemos tenido que traerlo de fuera. Eso sube el presupuesto, Eivissa tiene muchos costes añadidos, empezando por la vivienda. En total, hemos incorporado a doscientas personas, el personal necesario para hacer funcionar el Pereyra, a Sirenis. No es una broma. Este proyecto será a largo plazo porque donde pusimos la palabra estamos poniendo el dinero. Mi bisabuelo decía que el tiempo compra y vende. Es una frase que le repito mucho a mi hijo Pedro: estos últimos años le han contagiado la misma pasión que siento por el Pereyra.

“Podemos revitalizar la vida del barrio”

Excepto cuando se marchó de Eivissa para estudiar la carrera y durante una reforma doméstica, Pedro Matutes siempre ha vivido a dos esquinas del teatro. Sabe, dice, lo que es mirar por la ventana de casa una tarde de febrero y ver una calle desolada. El efecto más crudo de la gentrificación que puebla de turistas los barrios históricos a fuerza de despoblarlos de residentes. “Y yo soy un hijo de la Marina”, explica el empresario, “aquí tengo mis recuerdos de niño y adolescente, las películas de miedo o la saga de La guerra de las galaxias que vi en este teatro forman parte de mi memoria sentimental”. “Creo que podemos ser una punta de lanza para revitalizar la vida en el barrio. Por eso, porque económicamente es más un riesgo que una necesidad, tenemos abierta la cafetería todo el día, y pedí que los básicos estuvieran a unos precios normales. Quiero que los ibicencos se sienten en esta terraza a charlar”, añade.

Desayunar en el Pereyra cuesta menos de cinco euros. En una isla donde los menús del día están más cerca de los veinte que de los diez euros no es fácil encontrar ese precio por un café, que sepa a café, y media tostada de tomate y jamón serrano, pan de llonguet, blanco y tierno, y un embutido de una calidad más que aceptable. Pasar una mañana en la terraza es disfrutar de un carrusel de gentes. Turistas, segundos residentes, jubilados almorzando con sus nietos, y corrillos de ibicencos que se juntan y separan, comentan sus veranos, se explican qué harán en otoño cuando se apaguen los focos de la temporada turística. La última función del Ibiza Hippie Heavena live dinnershow by Nacho Cano se lee en los títulos de crédito– se representará el 16 de octubre. Con el final del espectáculo, el ambiente del Teatro Pereyra también mudará la piel. En teoría. Como si la cultura fuera un animal empeñado a llevarle la contraria a las leyes de la naturaleza, durmiendo durante los meses de calor y despertándose cuando llega el frío.

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