La agonía de ‘El Salón’, refugio del cabaret y el transformismo en la conservadora Menorca del fin de siglo
En el número 28 de la calle Victori, en el pueblo de Es Castell (Menorca), el paso del tiempo descascarilla con paciencia la fachada de un edificio de dos plantas. Según los arqueólogos Borja Corral y Carlos Salort, que trabajan en las entrañas del lugar, los orígenes del inmueble se remontan a finales del siglo XVIII o principios del XIX, cuando Menorca era británica, Es Castell se llamaba Georgetown y era apenas un puñado de casas pintadas de rojo y blanco. Tras la fachada herrumbrada, este lugar albergó una vivienda, luego un casino, posteriormente una fábrica de zapatos y, finalmente, el café-teatro “El Salón”.
Hace dos años, el Ajuntament de Es Castell compró el edificio e inició una reforma para poner fin al deterioro de este espacio que ocupa un lugar destacado en la cultura y en la memoria colectiva de la isla. Pedro Sánchez Jurado es el encargado de abrir a elDiario.es las puertas del teatro. Es oriundo de Jabalquinto (Jaén) y actual regidor de Cultura. Llega puntual y camina despacio, al ritmo de la vida de los lugares pequeños. Lleva en las manos las llaves de El Salón. “Cuando los arquitectos comenzaron con la excavación para verificar el estado de los cimientos descubrieron que había un subsuelo, sobre el que se construyó a mediados del XIX el Casino La Armonía, fundado por Joan Ludovid Damas, y que duró hasta la primera década del XX”, cuenta a elDiario.es.
No fue su etapa como casino ni su devenir en fábrica de zapatos bajo la firma de Carles Homs lo que hizo famoso y querido al edificio de la calle Victori, sino su época dorada como teatro de variedades. En 1983 la familia Ferrer adquirió el inmueble e instaló un escenario, donde cada fin de semana se interpretaban obras de transformismo y cabaret. Por allí desfilaron, hasta 2004, decenas de artistas escénicos y actores amateur envueltos en boas de plumas y medias de rejilla, que daban rienda a la sensualidad sin hacerla explícita y a la imaginación sin ponerle límites, mezclando familias enteras con artistas, intelectuales y músicos en un aire de libertad y bohemia de pueblo pequeño e insular.
“Era un lugar muy reconocido y querido por todos los vecinos. Nuestra propuesta es poner en valor el lugar y abrirlo a la comunidad para que exista en el pueblo un punto de reunión. Un espacio donde se puedan organizar actividades y que esté a disposición”, señala Sánchez Jurado.
La libertad en una isla conservadora
Pere Antoni Sastre es el director del documental que se está grabando estos días sobre la historia del café-teatro. “Resumiendo mucho, este era un punto de unión entre artistas, amistades, matrimonios y en general, gente humilde del lugar. El local se fue profesionalizando con los años, hasta llegar a ser un punto de referencia indiscutible en Menorca, para sus habitantes, para sus visitantes e incluso para gente muy famosa”, afirma a elDiario.es. “Yo siento que fue algo más. Fue el sitio donde Andrés Ferrer, junto a Paco y sus compañeros, pudieron explotar su personalidad, a través de unos espectáculos inauditos, ingeniosos y burlescos, sin pensar en el que dirían los demás”, añade.
A lo impensado de un teatro de variedades en una isla de tradición conservadora como Menorca se le suma la audacia de los propietarios y aun del público, que asistía a sala llena cada sábado para disfrutar, reír y aplaudir funciones que habitaban el difuso terreno que divide los géneros. Cristian Ortiz y su familia acudían asiduamente a El Salón cuando él era apenas un niño. “Para mí personalmente fue muy importante. Me pareció fabuloso ver a Andrés Ferrer bailando y cantando vestido de mujer. Recuerdo un personaje llamado Gigi el amoroso que hacía sátira sobre la heterosexualidad. Fue un acercamiento temprano a la diversidad, la posibilidad de entender que no es condición excluyente ser parte del colectivo gay o lésbico para habitar lo queer. Hoy no existe un local con esas características en Menorca y es más necesario que nunca”, señala a elDiario.es.
Fue un acercamiento temprano a la diversidad, la posibilidad de entender que no es condición excluyente ser parte del colectivo gay o lésbico para habitar lo queer. Hoy no existe un local con esas características en Menorca y es más necesario que nunca
Pere Sastre, que estrenará el próximo diciembre su documental sobre este mítico teatro, destaca lo siguiente: “Hace mucho que me pregunto si sería posible en Menorca un lugar así hoy en día. Después de vivir tres meses en Es Castell he llegado a la conclusión de que no. En mi opinión, El Salón es el fruto de la necesidad de construir un espacio de libertad e intimidad después de muchos años de dictadura franquista. Y no en cualquier sitio, sino en una isla. Además, era un espacio esencialmente popular, donde convivían todo tipo de mentalidades e ideologías. Y eso es una de las cosas que personalmente más me interesan. En la actualidad, organizamos nuestra cotidianidad en función de espacios o colectivos demasiado afines a nosotros mismos. Y paralelamente, el ocio y la noción de lo que es popular están más presentes dentro de las pantallas que fuera. Para mi, El Salón representa profundamente lo contrario”.
Entre las bambalinas carcomidas por la humedad todavía quedan restos de cuadros eróticos. Sobre el escenario hay una procesión de botellas polvorientas de licores raros. En el primer piso, tras una escalinata que parece sacada de un cuento de Oscar Wilde, están los camerinos donde el elenco variopinto del teatro se maquillaba y vestía frente a espejos ovalados color rosa pastel. Un espacio gigante que espera paciente dar su última función y mostrar que la diversidad es posible, necesaria y –aún más– siempre estuvo ahí.
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