El difícil trayecto de los migrantes que llegan en patera hasta Balears: “Había muchas olas, ha sido muy duro”

Tomeu Mesquida

Mallorca —
11 de enero de 2023 08:48 h

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De lejos, dos chicos de pie haciéndose un selfi. En cuestión de segundos encuentran el mejor encuadre. Sonríen. Hasta que uno baja el móvil y les cambia el rostro. Están con un grupo. Son dieciocho, puede que diecinueve. Entre ellos hay solo una mujer. Son jóvenes, altos, atléticos y con una estética cuidada en los pequeños detalles a pesar de las circunstancias. Son originarios de Mali y de Guinea-Conakri. O al menos lo son aquellos con los que hemos conseguido hablar.

Es el día 7 de enero del 2023 y, acompañados de trabajadores de Cruz Roja, están esperando en el puerto de Palma un autobús que les lleve al ferry que sale hacia València. Un trayecto más en su ruta migratoria. El siguiente tramo después de haber cruzado unos 250 km del mediterráneo desde Argelia hasta Mallorca. Llegaron el día de Reyes en una embarcación de fibra de vidrio, con un motor de 40 caballos. Tras más de dos días de travesía. 

Los chicos del selfi no necesitan muchas explicaciones para empezar a hablar. Todo son facilidades. Les sorprende un poco el interés que pueden generar en los medios de comunicación. Tienen 26 y 27 años y vienen desde Mali. “De Mali a Argelia se tarda como máximo una semana en autobús. Nosotros llegamos a Argelia hace más de un año, estuvimos trabajando para conseguir dinero y poder cruzar”. Trabajaron de lo que encontraron: “En la construcción, limpiando casas, en lo que fuera”. ¿Cómo encontraron la forma de venir? “En la misma zona donde trabajábamos ya conocimos a gente”. Preguntados sobre si la ruta Malí-Argelia y Argelia-Mediterráneo con expectativas de tocar Europa se ve como una ruta migratoria más o es una alternativa minoritaria en Mali, contestan: “No somos una excepción, es una ruta conocida”.

“El viaje nos costó unos 1.500 euros”

La llegada de migrantes a Balears se ha intensificado en 2022. A lo largo de ese año, un total de 176 pateras con 2.637 personas a bordo (la mayoría de ellas de origen argelino) han llegado a las costas del archipiélago, sobre todo a Mallorca y Formentera.

Es muy difícil tener certezas de algo tan cambiante como es una ruta migratoria, pero se empieza a ver una nueva tendencia en el perfil de los migrantes de esta. Todas las entrevistas a personas que llegaban desde el 2017 hasta el 2019 fueron exclusivamente a jóvenes de origen argelino. Se llamaban entre ellos harraga. Ahí está el primer cambio. Aquello que se empezó a notar en 2020 (la llegada de jóvenes subsaharianos en cuentagotas dentro de los grupitos de argelinos) ahora ya es habitual y vienen en mayor proporción.

De esto nacen varias preguntas. Si acceden a las pateras como uno más o tienen más dificultades. Si hay racismo. Si las condiciones de vida allí son dignas. Porque siempre puede haber alguien por debajo. En lo económico parece que al menos no hay diferencias. “El viaje nos costó unos 1.500 euros”, cuentan los chicos de Mali. La misma horquilla que pagan los argelinos. 

Hay otro cambio. En esas primeras entrevistas, tras el asentamiento de la ruta en 2017, contaban cómo se juntaban unos pocos y compraban la barca entre todos, a la vez que buscaban a alguien que quisiera hacer el mismo trayecto y que supiera conducirla. Ahora los testimonios apuntan a una pequeña profesionalización, a gente que ya ofrece el trayecto y que va acomodándolos en las embarcaciones a medida que hay plazas. De ahí también las llegadas de varias embarcaciones en periodos cortos de tiempo. Varias voces de trabajadores de la mar desmienten el bulo de la supuesta “embarcación nodriza” que los dejaría a pocas millas de las islas. Todo, se dice, supuestamente dirigido por “mafias” y otras palabras grandilocuentes para decir que de la miseria se puede sacar ganancia. “Llegan agotados, van cargados de comida y bebida, y llevan muchas garrafas de gasolina, si una barca les dejara tan cerca, ¿todo esto para qué?”, comentan estas fuentes. 

Camino a València

No queda mucho para el embarque a València. Preguntados por qué quieren hacer ahora con su vida, los chicos de Mali responden que “trabajar para ganar dinero”. Tras preguntar si van a quedarse en València o van a seguir, dicen que aún no lo tienen claro; uno de los dos menciona Madrid, pero tampoco se le ve muy seguro. Como si no tuvieran mucha información. Salieron ayer por la noche de comisaría, donde estuvieron varias horas sentados en la rampa del aparcamiento, luego fueron a Son Tous, un CATE (Centro de Atención Temporal de Extranjeros) de reciente construcción y gestionado por la Policía Nacional donde pueden estar un máximo de 72 horas.

En esa sala de espera del puerto se les podría describir por lo que se repite. Por ejemplo, todos llevan el mismo calzado. Unas zapatillas de un tejido elástico azul oscuro, sin cordones, y con una suela blanca a estrenar. Algunos llevan la misma sudadera color verde oscuro, casi militar. Muchos llevan un macuto de color azul eléctrico bien lleno. La mayoría llevan un pantalón de chándal gris. Y ya tienen un pícnic en la mano proporcionado, como los pasajes y todo lo demás, por Cruz Roja. Pero eso dice tan poco de ellos como la manta naranja que les arropa cuando Salvamento Marítimo les recoge. Es algo transitorio. Habría que fijarse en los vaqueros desteñidos que lleva uno que camina dando zancadas, en los anillos y pequeños medallones que llevan muchos de ellos, en el peinado y las mejillas bien afeitadas o en las fotos que se hacen para dejar constancia que siguen en la ruta.

“Hemos llegado muy fatigados”

Cuatro chicos guineanos responden a coro a las preguntas. ¿Qué tal la llegada, todo bien? “Sí, sí, todo bien”. ¿Os han atendido bien los servicios médicos y la Policía?. “Los médicos muy bien y con la Policía ningún problema. Hemos comido bien y hemos dormido muy bien esta noche”. ¿Todos habéis llegado en buen estado de salud o alguien ha sufrido hipotermia o alguna complicación durante el viaje?. “Hemos llegado fatigados. Muy fatigados”, se repiten unos a otros, como si lo hablaran por primera vez.

“Ha sido un trayecto largo”, comenta uno. Ahora parece evidente, tienen los ojos brillosos, hinchados. Sobre las horas que ha durado el trayecto, hay contradicciones, pero acaban aclarando que más dos días. “Había muchas olas. Ha sido muy duro”, dice el más carismático y menos tímido de todos. Enseguida se ha sentado inclinándose hacia adelante para que se le escuche mejor sin quitarse la capucha que lleva puesta a medias.

Tres de ellos tienen 16 años, el más mayor 18. “No somos familia, somos amigos”. ¿Y habéis avisado a vuestras familias que habéis llegado? “Aún no. Hasta que no llegue, no”, dice uno. Otro dice que sí, que su familia lo sabe ya. Los otros dos no dicen nada. Los trabajadores de Cruz Roja indican que deben subir al bus y ahí se acaba. Hemos podido hablar con ellos, pero no ha sido fácil. 10 minutos de entrevistas en una sala de espera del puerto con mucho ruido de fondo.

“No hay futuro en Argelia”

Justo el día antes, el día de su llegada, en los alrededores de la Jefatura Superior de Policía de Palma había tres chicos argelinos inquietos. Apurando cigarrillos entre videollamada y videollamada. Solo habla castellano uno de ellos, que hace de traductor de los otros dos. Él llegó hace tres meses en patera y está en un centro de menores. Solo tiene buenas palabras para los centros por los que ha pasado, está aprendiendo castellano, estudiando. Se le ve radiante. Tiene mucho carisma y los 16 años de alguien que ha crecido muy rápido.

Los otros dos tienen 17 y 18 años, no hablan ni castellano ni francés y están durmiendo en la calle. Estos últimos llegaron el 3 de enero, con la primera patera del año. El de 17 años, tras enseñar una foto de un carnet de identidad argelino, explica que no le creyeron cuando dijo ser menor. Se le ve agobiado, no para de moverse. Se coloca cada dos por tres una chaqueta de plumas negra con detalles de camuflaje y se ajusta la visera de la gorra. El que hace de intérprete lo nota, le coge la cara y vacilando, dice: “Es que le han visto cara de delincuente”. Ríen. Enseguida enseñan el papel que le dieron en el que se informa que ha entrado de forma irregular al país, una falta administrativa, pero que de alguna forma tiene libertad de movimiento.

No saben dónde van a ir los dos recién llegados. Barcelona les parece la mejor opción y luego igual suben a Francia. No lo tienen claro aún, pero aquí no se quieren quedar. “Hace frío, necesitamos comer. Es muy complicado todo aquí”. Sobre el viaje no quieren hablar mucho, resoplan y hacen gestos con la mano como de mala mar. Desaparece el tono burlón. El viaje les costó unos 2000 euros. Salieron de la zona costera de Boumerdes. Uno trabajó de cocinero y el otro de pintor. El que traduce, de fontanero.

Explican que, para comprarse unos pantalones buenos, tenían que trabajar un mes, ganando unos 150 euros. Se nota que les importa la estética, la ejercen pese a todo. Los motivos que dan para haberse ido de su país arriesgando su integridad lo explican en términos económicos, pero son vitales. “El dinero en Argelia…”, y escenifica con la mano una rampa en picado. “No hay futuro”. El chico que está en el centro lo tiene clarísimo, quiere estudiar, trabajar y luego saldrá de Mallorca.

Una última pregunta porque se quieren ir ya. 

- Harraga. ¿Qué significa? 

Se ríen, sacan el móvil y lo traducen con Google. Les preguntamos otra vez y nos corrigen la pronunciación. Cortan la entrevista amablemente, chocamos las manos y se marchan. Harraga es la palabra con la que se autodefinen muchas veces, en las redes sociales, los argelinos que deciden migrar. Vendría a ser “los que queman”. Los que salen como pueden porque quedarse es morir en vida.