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Dentro de una fosa común en la playa: desenterrar antes de que lleguen los turistas

En la playa de Sa Coma, en Mallorca, cuatro arqueólogos esperan mientras una pequeña excavadora saca paladas de arena. El sol aprieta, pero una nube lo interrumpe repetidamente. Con las manos en las rodillas, de brazos cruzados o apoyándose con el palo de una pala, no pierden de vista la franja que se va abriendo. Buscan cambios de color, texturas diferentes, cualquier cosa que pueda indicar la presencia de restos humanos. De vez en cuando, el viento se levanta un poco. Chaquetas puestas y al poco, fuera. Se miran. Aún queda por excavar, pero hay cierta calma tensa que solo los chascarrillos y el tabaco apaciguan.

La excavadora da marcha atrás. Ha llegado al nivel freático. Agua salada. Sale del hoyo para que puedan documentar el trabajo. Durante 10 días estarán prospectando esta playa en busca de las fosas de la guerra civil. Aquí, en 1936, se estableció la base de operaciones de la ofensiva que intentó recuperar Mallorca. Aquí, en esta playa flanqueada hoy por hoteles, yacen algunos de los que perdieron, de los que murieron en combate. Casi 87 años después, aquí, se libra un pulso al tiempo y sus inclemencias.

El desembarco de Bayo

En la isla de la calma también se libró una batalla. El desembarque empezó la madrugada del 16 de agosto. Su intención era abarcar una buena zona del levante mallorquín. Eran miles y pocos militares reglados. Vinieron principalmente de Catalunya y de las otras islas vecinas. La dirección fue el Capitán Alberto Bayo. Contaban tanto con el apoyo de la Generalitat como el del Comité Central de Milicias Antifascistas de Catalunya. El Gobierno legítimo central se mantuvo expectante, hasta que un día dieron la orden de parar.

En esta playa, unas casas sirvieron de centro de operaciones. En la misma zona los telegrafistas, el polvorín y, cerca de allí, una pequeña fábrica de leche condensada se usó de hospital. Lucharon, y llegaron a controlar unos 14 km tierra adentro. Pero según el Capitán, faltó organización y disciplina, o eso escribió en un libro desde el exilio. Tenía bajo sus órdenes, más o menos acatadas, a diferentes grupos milicianos, cada uno con sus mandos, sus reglas.

El paso del tiempo no perdona

La excavadora no cesa. Es un zumbido constante. La zanja ya baja metro y algo. “No tratamos de confirmar la existencia o no de estas fosas. Esta primera intervención es para conocer en qué estado está lo que pueda quedar y hacernos una idea de la dinámica y los cambios de la playa”, dice el arqueólogo catalán Cesc Busquets, que dirige esta prospección y es coordinador del 4º plan de fosas del Govern. Encontrar algo, en este arenal de unos 800 metros de largo, tantos años después, puede ser complicado. El paso del tiempo no perdona. Los temporales, las intervenciones humanas, el salitre o la abrasión minúscula e implacable de la arena podrían haberlo borrado casi todo. Han pasado 87 años, nada más y nada menos. Aun así, hay que buscar. “Prudencia mucha, esperanza también mucha”, le gusta repetir a Busquets.

Tienen 10 días. Los festivos de Semana Santa están cerca y el acuerdo con los hoteleros de la zona es hacer esta primera cata y, cuando acabe la temporada, si hay que volver, ya se volverá.

Los expertos tienen 10 días para hacer las excavaciones. Los festivos de Semana Santa están cerca y el acuerdo con los hoteleros de la zona es hacer esta primera cata y, cuando acabe la temporada, si hay que volver, ya se volverá

Hay que imaginar dichosos a los milicianos y milicianas llegando a Mallorca. Salieron de Barcelona entre vítores. En Formentera y Eivissa apenas encontraron resistencia. Antes de ir a por la isla mayor, pararon a rearmarse en Menorca, la única isla que se mantuvo republicana. Fueron miles, pero las cifras bailan: “Es muy difícil saber cuantas personas llegaron a Mallorca”, dice Antoni Tugores, historiador y eminencia local que elaboró el informe sobre las fosas en esta zona de la isla. “A la primera flota que salió de Barcelona se les fue uniendo gente y luego fueron llegando más”, añade. A pesar de la informalidad de las filas, inicialmente dispusieron de cierta ventaja. Según sus investigaciones, acabaron llegando hasta “trece embarcaciones, entre ferris, buques de guerra, submarinos y embarcaciones más pequeñas”. “Disponían también de cuatro hidroaviones”, comenta.

Delante de una duna de la que salen muchas raíces, hay una pila con las herramientas y utensilios para la excavación y varios cuadernos tamaño DIN A3 con documentación. Estos también son útiles para las explicaciones que van dando a la prensa y visitantes. Va con el trabajo. “Tenemos la certeza absoluta, por la parte de la documentación y testimonios orales de los que lucharon, que aquí se abrieron varias fosas, y que también hicieron enterramientos individuales”, dice Busquets, que ya se ha puesto las gafas de sol porque la arena blanca refleja la luz como si fuera nieve. Enseña un croquis de la época y sigue: “La gente de la zona cuenta cómo salían huesos tras los temporales o cómo no les dejaban venir de pequeños, e incluso algunos mapas lo llamaban el arenal de los muertos.” Y ya, para zanjar cualquier duda, está lo que pasó en 1991.

El 1 de junio de 1991, concretamente. Nada dice la crónica en el Diario de Mallorca sobre los utensilios que utilizaron; si rastrillos, cubos de plástico o sus propias manos. Sí dice, que en esa duna dos niños, turistas, estaban jugando cuando “hallaron una calavera y se la enseñaron a su padre”. No sabemos su reacción, pero al llegar a su hotel, el padre informó al encargado de recepción y este pasó de él; porque a saber lo que llegaba a escuchar cada día ese trabajador. Por eso, el padre “optó por ir a buscar la calavera y ponérsela en el mostrador.” Ahí, ya sí, se informó a la policía local, quienes acabarían siendo los primeros -oficialmente, por orden del juez de paz- en hacer “ciertas excavaciones” hasta desenterrar huesos de una fosa de la guerra civil. 

En 1991, dos niños encontraron una calavera y se la enseñaron a su padre. Al llegar al hotel, el padre informó al encargado, que pasó de él, así que le puso una calavera en el mostrador. Ahí fue cuando el encargado llamó a la policía y se exhumó Sa Coma

Buscando en la arena

Llevan pocos días, pero lo que se ha abierto ya casi ni se ve. La arena removida se seca rápido. Parece todo igual. La franja, que casi está, se ha hecho dirección al mar. “Supuestamente, había una gran fosa paralela al agua. Por eso estamos haciendo franjas transversales”, dice Busquets, que señala una zona marrón, que es la que produce olor a alga. Parece que le han echado un metro de arena nueva encima. “Buscamos estas diferencias, así es más fácil que encontremos algo y podamos delimitar”, añade.

Encontrar huesos ayudaría, claro, pero sobre todo quieren entender lo que ha ido pasando en la playa, ver lo que no se ve. “También estamos sondeando en aquellos puntos en los que el georradar nos ha marcado alteraciones”, comenta. ¿Alteraciones? “Si todo es arena, marca aquello más duro y lo más blando. Pueden ser piedras, o varillas antiguas de sombrilla, que es lo que nos ha salido ahora”. 

Otro de los arqueólogos, Jordi Ramos, se agacha en la zanja, coge algo y mira a sus compañeros sin dar pistas. Lo mira de cerca, le quita arena con el pantalón y tras pasar el dedo encima como quien saca brillo dice que “nada”, que es “una moneda de 100 duros, moderna”. Sale agua y Cesc explica que “a partir de ahí ya no bajamos más, si queda algo tiene que estar encima del nivel del mar”.

Ahí salta la arqueóloga y antropóloga del equipo, Eulàlia Díaz, y empieza a fotografiar con la cinta métrica y la flecha que usan para marcar el norte. No parará de hacer fotos todo el rato. Es la más joven de equipo, una temporera de las excavaciones: en este oficio muchos van de aquí a allá trabajando como autónomos. Ahora hay mucho trabajo, pero quién sabe en mayo o noviembre. Nico, el cuarto del equipo de hoy, maneja los aparatos más tecnológicos. Antes de cerrar una franja, hace volar el dron y saca fotos aéreas. Si sale algo, con un GPS ultrapreciso que parece un cetro futurista, marca el punto exacto.

El frente de Mallorca duró menos de 20 días. Antoni Tugores explica que seguramente la intención era llegar hasta Manacor el primer día, de improvisto y con más facilidades: “Así podrían haber tenido algo grande para negociar con Palma”. Pero no fueron del todo rápidos y avanzaron desviándose lo que pudieron. Los fascistas tuvieron tiempo de organizarse y no dejarles llegar. La guerra se estancó en cierto modo. Fue decisiva la gestión que hizo el empresario Juan March, conocido por financiar el golpe de estado y llegar a ser una de las fortunas más grandes de España. En pocos días March consiguió traer un barco “tan lleno, que el agua le llegaba casi arriba”, cuentan. En él iban cazas italianos, gasolina, de todo. Los aviones se montaron nada más llegar en el aeropuerto de Son Sant Joan (en Palma) y al día siguiente ya castigaban a toda velocidad. Fue todo un golpe de moral para el frente. 

Mientras Jordi dice que, efectivamente, al ver manchas en la arena “hay que ser prudente, porque el agua puede infiltrarse y parece arena más oscura”, Cesc mueve con los dedos la arena que va sacando la excavadora. Y añade: “Los primeros días hasta que encuentras un indicio, un resto, algún hueso suelto o una hebilla… pues es complicado avanzar”. Cesc coge algo y el tiempo parece pararse. Mira fulminantemente a Jordi y le asiente con la cabeza. “¡Yep!”, dice fuerte, sin chillar, sin perder la calma. La excavadora se pone al ralentí y su conductor, baja y les pregunta “¿Sí?”. Ellos dos, de un salto, ya están abajo con las rodillas en la arena, mirando muy de cerca lo que había bajo la mancha. “Sí”, responden. Huesos. Pero no hay celebración. Avisan a la antropóloga: “¡Tráelo todo!”, “¿Todo?”, pregunta ella desde lejos con cierta emoción contenida. Tarda menos de un minuto en llegar, pero mientras se aproxima ya le avisan: “Es un animal”. Ella lo acaba certificando: “Un equino, joven”. A pocos metros pastan y alquilan animales para que paseen los turistas. Los arqueólogos dicen que algún vecino les contó que no es el primero que sale.

La retirada de Bayo

“Esta batalla no la ganaron los sublevados”, dice Tugores. El día 3 de septiembre, tres semanas después del primer desembarco, aparecieron refuerzos. Llamaron a Bayo a bordo del recién llegado crucero Libertad. Y le dieron un ultimátum, órdenes del gobierno central. Tenía 24 horas para que su ejército de ejércitos abandonara la isla. Bayo no vio otro camino que decir a sus tropas que se iban a luchar a Palma directamente. Dejaron gente en tierra, unas 200 o 240 personas. Fueron capturadas y asesinadas. Aunque no todas acabaron enterradas en la playa. Muchas acabaron en Manacor, seguramente en el cementerio que se convirtió en centro de represión: Son Coletes. Unos días antes de empezar las prospecciones, en Son Coletes se desarrolla la tercera fase de exhumación y anuncian el posible hallazgo, a falta de confirmación, de cinco milicianas. En esta batalla combatieron muchas mujeres en el frente. Ellas cinco hicieron de enfermeras y se tiene constancia por una fotografía previa a su muerte y por un diario que escribió una de ellas y que fue difundido años después por los mismos vencedores.

Ya en el mar, Bayo, comunicó que en realidad se retiraban. Suponer un enfado general no es aventurado. Aquella gente quería ganar, costara lo que costara. Eran voluntarios. Bayo y sus soldados fueron recolocados en otros frentes. Él, cuando todo hubo acabado o todo acababa de comenzar, se exilió en México. Allí acabaría entrenando a los revolucionarios cubanos que aplicarían su técnica de guerrilla en la Sierra Maestra. Él, de raíces cubanas, se encandiló de Fidel Castro y fue contrincante habitual del Che en el ajedrez. En México durante los entrenamientos estaba convencido de que lucharía con sus alumnos, pero el día de la verdad, el yate Granma partió a liberar Cuba sin él. Lo dejaron en tierra. Después del triunfo de la revolución, pasó sus últimos días en la isla, donde descansan sus restos con un epitafio escrito por Ernesto Che Guevara.

Una fosa entre hoteles

Detrás de la playa, la mayoría de hoteles acaban las últimas reformas. En la arena esta pequeña excavadora no dará tregua hasta el último día. Se trata de la primera excavación de una fosa de la Guerra Civil en una playa. Un entorno donde la climatología no perdona y donde la dificultad técnica se incrementa. Además, se nota la sensibilidad medioambiental. En la excavación, cerca de la duna hay una zona tapada con una malla donde cuidan de las plantas que han arrancado para poder excavar. Cuando acaben las volverán a sembrar. Ahora deberán estudiar lo que han observado y hacer un informe en el que se valore si es viable o no seguir excavando, dónde habría que hacerlo o por ejemplo si sería de interés mirar bajo las dunas, lo que requeriría primero un estudio ambiental. Quedan pocas dunas en esta isla, son más delicadas de lo que parece. “Ahora que hemos empezado a estudiar esta zona, también indagaremos en el paradero de los huesos que se encontraron en 1991”, comenta Busquets.

Aquellos huesos trajeron cola. La primera excavación improvisada duró unos días. Encontraron huesos, unas botas, tela, un botón y una bala de fusil. El juez decidió que era suficiente: “Hasta que acabe la temporada de verano”. ¿El motivo? “Aquello no podría hacer ningún favor a la zona turística”, dicen las crónicas. Pero claro, los huesos siguieron ahí, a la vista de todos. La arena no dejó de escupir huesos y más huesos. Hay una foto. En ella se ve la duna con varios huesos y unos turistas delante con su toalla.

Por eso, un mes después, esperar a que se fueran los turistas no fue viable. Tres especialistas vinieron a excavar. El primer día se dejaron por desenterrar la calavera de un cuerpo completo. “Durante la noche, un grupo de personas no identificadas llevó a cabo una gran expoliación”. En la portada de algunos periódicos locales directamente apuntaban a los turistas como responsables de “llevarse como souvenirs los huesos que consiguen localizar”. Se habla también de marcas de coches en la arena. Quién sabe el desastre que se hizo allí. Lo que se recuperó se llevó al Instituto Anatómico Forense de Madrid y de allí se les perdió la pista. “Me llegó alguna información al respecto”, comenta Tugores, que no puede acreditar fuentes, pero comenta que “se decía que podían haberse depositado en el Valle de los Caídos”. 

En los últimos días, la prospección se ha centrado justo al final de la playa. El jueves 30 de marzo fue, de hecho, el último día. El Govern balear y el catalán han demostrado colaboración para intentar recuperar todo lo que quede y sus representantes han visitado la playa. La Dirección General de Memoria Democrática de la Generalitat de Catalunya está investigando y ha hecho pública la información sobre 372 desaparecidos en la batalla de Mallorca. El mismo jueves se ha anunciado el hallazgo de una trinchera. No se han encontrado huesos, pero ahora disponen de mucha información para lograrlo. Ese era el objetivo. Ahora, se plantarán esas matas arrancadas y se quitarán las vallas amarillas que cercaban la zona y cuando acabe la temporada en octubre, si hay que volver, ya se volverá con más certezas y la misma prudencia.

De vez en cuando pasa algún turista que mira curioso. También hay locales, claro, viviendo su verano. Algunos han parado a informar de lo que les habían contado sus mayores. Aquí, están, estuvieron o fueron escupidos al mar algunos hombres y mujeres que lucharon bajo una poderosa convicción. Pero el paso del tiempo no perdona. Ahora, y como ha sucedido otros días en plena excavación, un turista se pone a tomar el sol a no más de cien metros de la excavadora tronando. Nada espera a que estemos dispuestos a mirar bajo la arena.