Conventos, fortalezas militares y pubs para dormir: la 'fiebre' por convertir todo en hoteles arrasa en Mallorca
En poco más de dos semanas, el pub Club Mutante y su vermutería pondrán fin a su último verano. Después, vendrá su último otoño y, con suerte, llegarán al invierno. “Lo que tenemos claro es que antes de final de año habremos cerrado”, asegura su propietario, David Valle. Ambos locales son lo último que queda por vaciar en el número de 73 de la avenida Joan Miró de Palma antes de que el edificio se transforme en un hotel de cuatro estrellas. Para Valle, el enésimo cierre y búsqueda de un nuevo espacio en el que mantener una oferta musical alternativa. Para el resto, además, un paso más en la escalada de turistificación de una ciudad y un archipiélago que en las últimas décadas han convertido en alojamientos turísticos casales históricos, conventos, fortalezas militares e incluso bloques de viviendas.
En los años 60, cuando estalló el boom turístico, la cosa era distinta. “El 90% o 95% de los alojamientos eran edificios de nueva planta”, explica la doctora en Historia del Arte, Maria Sebastián, autora de la tesis La construcción turística en las Illes Balears (1939–2005). Arquitectura, urbanismo y fotografía. De hecho, el ritmo de edificación fue tan alto que, según el catedrático en Geografía, Macià Blàzquez, se levantaban 1,7 hoteles al mes sólo en Platja de Palma.
Tres décadas después, la fórmula del turismo de sol y playa comenzó a dar signos de agotamiento. Para entonces, los hoteles se habían multiplicado por centenares hasta ahogar buena parte del terreno. Fue entonces cuando se comenzó a hablar de diversificación. “Cuando hay muchos competidores con una misma oferta, ésta deja de ser atractiva y exclusiva. Por eso algunos buscaron nuevas alternativas que atrajeran a otros viajeros y que incrementaran la rentabilidad”, explica Blàzquez. Esta búsqueda de nuevas vías de explotación turística –sumada a las políticas de protección del territorio– desembocó en la aparición de alojamientos que, en lugar de construirse desde cero, se instalaban en edificios preexistentes. Muchos de ellos –por no decir todos–, inmuebles de alto valor patrimonial e histórico. Una tendencia que se ha expandido por todo el archipiélago y que, para los expertos, ha convertido ciudades como Palma en un auténtico “parque de atracciones”.
De possessions a agroturismos
Uno de los primeros –y más emblemáticos– ejemplos de esta conversión fue el de las possessions mallorquinas: fincas rurales históricas –su aparición se remonta al siglo XIV– que constan de vivienda y explotación agrícola. Su importancia en la isla fue tal que llegaron a contabilizarse más de 1.250 a finales del XVIII. Los cambios económicos, sociales y la transformación de la agricultura supusieron su declive y su posterior abandono. Para quienes heredaron alguna, el mantenimiento comenzó a hacerse muy cuesta arriba. “Como viviendas no sirven porque son construcciones inmensas y las explotaciones agrarias ya no dan lo suficiente para sostenerlas”, señala Blàzquez.
Fue entonces cuando el turismo apareció como alternativa. El fenómeno comenzó en los años 90. Las cifras del Institut Balear d'Estadística muestran que el primer agroturismo apareció en las islas en 1993. Un año más tarde, el número se había disparado hasta los 47. En 2022 se contabilizaban 359, el 81% de ellos en Mallorca. “Antes, las viviendas de las possessions eran un reflejo de la riqueza, de las tierras, pero ahora son las que mantienen la finca gracias a ese uso turístico”, reconoce el vicepresidente de la Asociación para la Revitalización de Centros Antiguos (ARCA), Josep Massot. De hecho, en 2018 surgió su propia comercializadora, Itinerem, que ofrece reservas de alojamiento, además de organización de eventos y otras experiencias turísticas y culturales en una veintena de fincas.,
Por su valor histórico y arquitectónico, muchas de estas fincas están incluidas en los catálogos municipales de patrimonio o están declaradas como Bien de Interés Cultural (BIC), el grado máximo de protección. Un reconocimiento que conlleva restricciones a su reforma y cambio de actividad, pero que no ha impedido su transformación. “El patrimonio tiene un problema de uso que a veces no es rentable económicamente. Y si no hay un uso, no hay mantenimiento y, por lo tanto, llega la degradación. Yo he visto pasar muchos expedientes por la comisión de Patrimonio y la tendencia siempre ha sido favorecer esta conversión”, asevera Massot.
El resultado ha sido que prácticamente no queda municipio de la isla que no cuente con su possessió transformada en alojamiento, ya sea agroturismo u hotel rural. Según cálculos de Itinerem recogidos en un reportaje de Ara Balears, más de 300 se dedican a usos turísticos y de ocio. Las más pequeñas se han lanzado al alquiler vacacional. Uno de los casos más recientes ha sido la inauguración, este mismo verano, de Son Bunyola, catalogada como BIC. El magnate británico Richard Branson ha transformado esta antigua possessió del municipio de Banyalbufar en un hotel de lujo con 26 habitaciones. Según Blàzquez, se trata de la mayor inversión hecha en Mallorca hasta el momento en este tipo de proyectos: “Unos 60 millones de euros”. Ahora, la estancia ronda los 600 euros por noche.
La hotelización del patrimonio rural balear no ha alcanzado sólo a las possessions. En 2010 se inauguraba en Llucmajor el Hotel Cap Rocat en una antigua fortaleza militar de finales del siglo XIX. El antiguo depósito de pólvora se transformó en sala de fiestas y las troneras de los cañones al borde del acantilado se aprovecharon para crear suites con unas increíbles vistas al mar. También tenía origen militar la antigua batería de Llucalari (Alaior, Menorca), que próximamente abrirá como hotel rural. En Ariany (Mallorca), un convento del siglo XIX se ha transformado en hotel rural, promocionado ahora como “un refugio de armonía y tranquilidad”. También es decimonónico el convento de les Monges de la Caritat de Sineu que, desde hace dos años, está en trámites para su conversión en alojamiento turístico.
Prácticamente no queda municipio de la isla que no cuente con su 'possessió' transformada en alojamiento, ya sea agroturismo u hotel rural. Según cálculos de Itinerem, más de 300 se dedican a usos turísticos y de ocio
Del lujo a los hoteles boutique
Con contadas excepciones, todos estos nuevos hoteles instalados en edificios patrimoniales tienen en común su afán por un turismo exclusivo y de lujo. Una tendencia que las instituciones también han favorecido en los últimos años con el argumento de ser una alternativa al turismo de excesos. Para Blàzquez, en realidad ha conllevado una “elitización” del turismo en la que los precios –como el caso de los alojamientos– ya no sólo son inaccesibles para los residentes sino también para los propios turistas.
Hace varios años, el geógrafo Francesc Casañas tomó conciencia del fenómeno en la capital balear y le dedicó un trabajo final de máster que ha resumido en el artículo De casal a hotel boutique en el centro histórico de Palma, 2012–2020. En los ocho años que abarca su estudio, el número de alojamientos turísticos en el casco antiguo pasó de 30 a 105.
Un nuevo boom que no sólo ha supuesto una auténtica “burbuja hotelera” en Ciutat sino que ya ha tenido un gran impacto entre los residentes. Casañas sitúa el origen de esta revolución en la crisis de 2008. El pánico que la recesión provocó hizo que tanto el gobierno balear como el municipal “promovieran” un crecimiento de la oferta hotelera con el pretexto de “dinamizar” el sector turístico. A través de campañas como Passion for Palma se vendía la capital mallorquina como un destino perfecto para las escapadas de fin de semana “los 365 días del año”, para contribuir a esa idea ya tan manida de la desestacionalización.
El crecimiento que ha investigado Casañas llegó cuando en la Ley de Turismo de 2012 se crearon dos nuevas modalidades de alojamiento: el hotel de ciudad –los llamados hoteles boutique– y los establecimientos de Turismo de Interior. En ambos casos se trataba de establecimientos que se instalaban en inmuebles ya existentes, por lo que las instituciones se escudaban, también, en que la nueva fórmula no suponía la ocupación de más suelo. Los llamados hoteles de ciudad serían de un mínimo de cuatro estrellas, debían instalarse en edificios emblemáticos o amparados por la legislación de patrimonio histórico y siempre situados en el núcleo antiguo de Palma. Requisitos que, para Casañas, más allá de contribuir a la supuesta “reactivación” del centro histórico que también buscaba la ley, suponían “mercantilizar el patrimonio urbanístico de las edificaciones señoriales”.
Poco a poco, el casco antiguo comenzó a experimentar una “proliferación” de hoteles de lujo en casals históricos: Can Alomar, Can Bordoy, Posada de Terra Santa, Can,Cera, Can Marqués, etc. “Para la pequeña burguesía y nobleza que aún queda, estos edificios eran un muerto. Generalmente las casas de ciudad es lo último que venden, pero eso hicieron: venderlas”, asegura el geógrafo. En la mayoría de los casos, aclara, la conversión de estos palacetes en alojamientos no llegó de la mano de sus propietarios mallorquines, sino de su compra por parte de alemanes, suecos y, cada vez más, por grupos de inversión. “Ocurre lo mismo con las possessions: cada vez hay menos que sean negocios familiares y, de hecho, ya existe incluso un grupo financiero especializado en inversiones en este tipo de fincas”, añade Blàzquez.
Del Turismo de Interior a la expulsión de residentes
Francesc Casañas asegura que la segunda fórmula que contemplaba la nueva ley, la del Turismo de Interior, ha sido aún más perversa para Palma. Esta modalidad ha permitido la transformación en alojamientos turísticos de bloques enteros de viviendas construidos antes de 1940 o catalogados por sus valores patrimoniales. En ocho años, se abrieron en el casco antiguo 54 establecimientos de este tipo con 930 plazas. Una cifra que, considera, va “más allá de lo asumible por la sociedad palmesana”.
“Las autoridades no previeron las consecuencias que tendría en la población residente y el problema es que se han instalado en edificios que ocupaban familias de clase baja y las ha expulsado”, afirma. Sus estadísticas hablan de una pérdida de residentes de entre el 10 y el 15% en barrios como Sant Nicolau, la Seu o Cort. La mayor bajada de toda la ciudad. En 2015, con su entrada en el Govern y el Ajuntament de Palma, el Pacte constató los graves efectos negativos que estas fórmulas estaban teniendo sobre la población. Las restricciones municipales que se fueron planteando desembocaron en 2019 en la prohibición total de abrir nuevos establecimientos de Turismo de Interior y albergues juveniles en el casco histórico.
Los alojamientos turísticos instalados en edificios que ocupaban familias de clase baja las ha expulsado y han provocado una pérdida de residentes de entre el 10 y el 15% en barrios del casco antiguo de Palma como Sant Nicolau, la Seu o Cort
Sin embargo, el fenómeno ha conseguido resistir desplazándose hasta el extrarradio. De hecho, es precisamente este fenómeno el que está detrás de que el edificio del Club Mutante –ubicado en el barrio de El Terreno, obra del arquitecto Francesc Casas y construido en 1932, según Ultima Hora– pase de constar de dos locales y nueve viviendas a ser un alojamiento de 4 estrellas con 19 habitaciones. “Palma será una ciudad muerta para los palmesanos, todo van a ser espacios para los turistas que vendrán, estarán y se marcharán. Cada vez hay menos lugares de ocio nocturno y apenas quedan salas para programar conciertos”, lamenta David Valle.
Tanto para quienes lo han vivido en primera persona como para los expertos, las conclusiones son las mismas: los hoteles boutique y los de Turismo de Interior han contribuido a la “turistificación y gentrificación” de la ciudad. La situación tiene evidentes consecuencias sociales en la población balear. Macià Blàzquez subraya que este nuevo boom ha ido en “detrimento” del acceso a la vivienda, agravando un problema ya crónico en Balears. A ello se suma la transformación absoluta del “tejido comercial” y los servicios. “Cuando diseñas un barrio para uso residencial proyectas una guardería o un centro para la gente mayor. Pero si el barrio adquiere un uso turístico casi por completo no necesitas esas infraestructuras”, añade el geógrafo. Los cambios en el “paisaje comercial” de Palma son evidentes desde hace años: “Las tiendas de toda la vida han desaparecido del centro. Ahora todo son franquicias, cafeterías, heladerías o tiendas de ropa”, coincide Maria Sebastián.
Las consecuencias en el patrimonio
Que la última burbuja hotelera esté vampirizando edificios históricos también está teniendo graves consecuencias sobre el propio patrimonio en Balears. “Siempre ha existido una sinergia entre patrimonio y turismo, y de hecho el uso turístico de estos bienes no es negativo per se, pero es cierto que esta relación no siempre ha sido beneficiosa”, reconoce Massot. En muchas ocasiones, explica, estas conversiones han conllevado intervenciones arquitectónicas que no sólo han modificado y desvirtuado los bienes patrimoniales, sino que incluso han provocado “su desaparición” aunque estuvieran protegidos.
“Muy pocos arquitectos tienen la sensibilidad de preservar la historia de esos inmuebles y nos hemos encontrado con actuaciones que han conservado las paredes exteriores pero han borrado completamente el interior”, afirma. Uno de los casos más flagrantes para Massot es el de la possessió Sa Torre de Llucmajor, catalogada como BIC desde 1993 y convertida en hotel. Tras formar parte de la cadena Hilton, hoy es Zoëtry Mallorca. “Fue un despropósito en la destrucción de una possessió histórica”, sostiene.
La alteración de la distribución original o la desaparición de estancias completas con el objetivo de conseguir un mayor número de habitaciones es una constante. No sólo entre el patrimonio rural, sino también en el urbano. “El nivel de destrucción patrimonial que se ha dado en Palma en los últimos años ha sido muy elevado. Ahora existe una mayor conciencia sobre la conservación de los interiores, pero ha dejado muchos cadáveres por el camino”, valora. Otra de las consecuencias es lo que Josep Massot define como la “falta de un discurso histórico”. Hoteles y agroturismos se instalan en edificios históricos con la idea de atraer turistas con el reclamo de hospedarse en un espacio singular. Pero lo cierto es que son pocos los que ofrecen algún tipo de información sobre el pasado del inmueble, tanto en su página web como en sus propias instalaciones más allá de un escueto “antiguo palacio” o “finca histórica”.
Proceso de turistificación en el que “cualquier cosa se convierte en hotel”
“En ese sentido, Son Bunyola, por ejemplo, es un cero a la izquierda, no cuenta con ningún discurso”, asegura. Esta ausencia de contextualización histórica se extiende a otros edificios históricos reconvertidos. Massot cita el caso del Hotel Cap Rocat de Llucmajor y el del Convent de la Missió: un antiguo convento del siglo XVII en pleno corazón de Palma. “En la reforma, y pese a haber estado abandonado mucho tiempo y a haber sufrido muchas modificaciones, se decidió preservar el refectorio y otros espacios interiores. Sin embargo, tampoco te explican absolutamente nada de qué era el edificio”, detalla el experto.
La lista de proyectos en plena tramitación y la de inauguraciones previstas demuestra que esta hotelización –para Blàzquez, también “mercantilización”– del patrimonio balear no ha terminado. En Palma la amenaza acecha al extrarradio. En la Mallorca rural, a los casals urbanos de los municipios pero también, añade Massot, se extenderá cada vez más entre los edificios religiosos. “La Iglesia siempre lo ha hecho con las hospederías, y es cierto que con la caída de vocaciones hay muchos inmuebles cerrados. Creo que cada vez veremos más conventos de primer orden reconvertidos”, augura.
Otro síntoma de que este proceso sigue en marcha es que muchas inmobiliarias de las islas que cuentan con edificios históricos en sus carteras han utilizado el éxito económico de estas transformaciones como un aliciente para atraer compradores. El 'casal señorial' de finales del XVII que Mallorca House Finder vende cerca de la Catedral ya no tiene habitaciones, sino 24 posibles “suites”. De la possessió de Montblanc en el municipio de Maria de la Salut –a la venta por 3,67 millones de euros–, ni siquiera se menciona de qué época data, pero sí que es “ideal para convertir en hotel rural o agroturismo”. “Vivimos un proceso de turistificación en el que cualquier cosa se convierte en hotel”, resume Blàzquez.
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