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Un descuido complejo

Las intuiciones de Sennett

“Cooperación puede definirse como intercambio en el cual los participantes obtienen mutuo beneficio del encuentro”. Esta definición, que pudiera parecer tope utilitarista, es una de las que Richard Sennett maneja en Juntos, un ensayo de 2012 subtitulado Rituales, placeres y política de cooperación.

Mutuo beneficio suena al famoso win-win de la charlatanería del emprendizaje, sí. Pero ese beneficio mutuo también es el motor de las comunidades y los proyectos cooperativos donde la interdependencia está en el núcleo de su sostenibilidad. Si yo gano y tú ganas, ganamos todas y por eso seguimos juntas y adelante. OK.

El ensayo, altamente recomendable, es el segundo volumen de una trilogía que Sennett ha denominado “la trilogía del Homo Faber”. El primero, El artesano, versaba sobre el trabajo manual, y el tercero, aún inédito, abordará el tema de la vida en las ciudades. A pesar del tono de Abuelo Cebolleta que en ocasiones adopta Sennet (a ver, el hombre tiene 71 años: ni tan mal), el ensayo tiene una introducción y unas conclusiones bastante luminosas acerca de los comportamientos, características y potencias de las comunidades.

Una de las más importantes: aunque molaría que la cooperación estuviera siempre inserta en experiencias de placer mutuo, no siempre es así, ya que la cooperación rigurosa requiere de habilidades de comunicación no sólo dialécticas sino sobre todo dialógicas. Requiere de trances y conflictos. De un aprendizaje de la gestión del disenso.

Las preguntas de Cooperland

¿Qué pasa cuando una iniciativa colectiva se acaba personalizando en uno de sus miembros más visibles? ¿Siempre terminamos poniendo en juego las mismas ideas? Si nos ponemos al servicio de los tiempos de la productividad, ¿nos perderemos muchas cosas que quedan fuera? Y si el objetivo de un proyecto es él “en sí mismo”, ¿qué hacemos con el proyecto inicial en el momento en que se nos exijan resultados externos?

Individualismo, frustración, falta de creatividad, pragmatismo...

Enemigos declarados de la cooperación. Hace un par de semanas, en la ciudad de Vigo, tuvo lugar la segunda edición de Cooperland, Encuentro Europeo de Prácticas cooperativas, donde éstas y otras preguntas rondaban en el aire. Durante dos días, personas procedentes de cooperativas y otros proyectos basados en la cultura de la cooperación se dieron cita para debatir acerca de los desafíos fundamentales que conlleva la misma y tratar de trasladar a las administraciones algunas medidas prácticas para favorecer infraestructuras y legitimidad que garanticen su desarrollo y reproducción.

Los enemigos de la cooperación según Sennet

“Aparte de la razones materiales e institucionales, las fuerzas culturales operan hoy en día contra la práctica de la cooperación exigente. La sociedad moderna está produciendo un nuevo tipo de personaje: el individuo proclive a reducir la ansiedad a la que pueden dar lugar las diferencias, ya sean de índole política, racial, religiosa, étnica o erótica. (…) El deseo de neutralizar la diferencias, de domesticarla, surge de una ansiedad relativa a la diferencia, que se entremezcla con la cultura económica del consumidor global. Una consecuencia de ello es el debilitamiento del impulso de cooperar con los que siguen siendo irreductiblemente Otro”.

Al otro lado de las posibilidades cooperativas, Sennett sitúa al yo no cooperativo (abordado por Sennett ampliamente en su conocido ensayo La corrosión del carácter, 1998), movido por la psicología del retraimiento, tan proclive a ser caldo de cultivo de las necesidades creadas por el capitalismo, sus instituciones y reglas.Para Sennet hay dos fuerzas principales que debilitan la cooperación: la desigualdad estructural y las nuevas formas de trabajo (cortoplacismo e intermitencia y flexibilidad de las contrataciones). “En la sociedad moderna hace su aparición un nuevo tipo de carácter, la persona que no puede gestionar las existentes y complejas formas de compromiso social y se aísla. Este sujeto pierde el deseo de cooperar con los demás, convirtiéndose en un ”yo no cooperativo“.

Y un descuido colectivo

“Cooperar no es sencillo, es exigente y difícil, tiene sus propios enemigos. Cooperar implica responder a los demás respetándolos como son, exige de la actividad práctica y exige de la práctica de la escucha activa. Cooperar nos desafía a deshacernos del fetiche de la aserción, esto es, evitar la simpatía o la antipatía inmediata en virtud de la empatía”. Cooperar, sobre todo, implica hacer cosas juntos, obviedad que hemos Ì£visto cómo suele suponer el punto más peliagudo y a la vez más valioso de los proyectos desde abajo o del 99%, cuya energía parece haberse visto recientemente desactivada o reformulada por el proceso electoralista. En aquel juego, el de ganar las instituciones, las reglas están claras y por lo tanto es más fácil participar: hay un objetivo claro y los roles se definen en función de la urgencia en la consecución de ese objetivo. Por el camino puede que se quede (siquiera momentáneamente) parte de la escucha, la diversidad, la complejidad.

Podríamos visibilizar el fracaso de creación de condiciones que favorezcan la complejidad. Cada día de estos tres últimos años hemos experimentado nuevas muestras de como “las capacidades de la gente para cooperar son mucho mayores y más complejas de lo que las instituciones permiten”. ¿Cómo haremos ahora para trasladar a las instituciones la complejidad y la vitalidad (con todo el tanathos que contiene el eros) de los procesos cooperativos?

Puede que una de las claves del desenvolvimiento de la cooperación compleja radique en el cuidado mutuo, en escucharnos como se escuchan los músicos en un ensayo o los actores durante una improvisación. Dejar de sobreentender las palabras del otro para escucharnos dialógicamente. Y que la conversación nos desborde.

El otro día, alguien dijo que, en otras circunstancias, es decir, sin elecciones municipales a seis meses vista y con la casi totalidad de las energías puestas en el proceso de respuesta a través de una nueva institucionalidad, hubiéramos estado todas liándola en Génova al minuto uno de conocerse el contagio y la pésima gestión de la crisis que éste desencadenó. El sábado se convocó una concentración-marcha bajo el hashtag #TeresaSomosTodos y apenas 50 personas concluyeron el recorrido de la misma (lluvia mediante). Se acusa un debilitamiento de la cooperación compleja que implicaban e implican las respuestas ciudadanas no formales, un debilitamiento post-vampirización por parte del proceso de tomar las ciudades “desde arriba”. Y es que las reglas del juego de lo electoral son mucho más claras que el informe movimiento orgánico de multitud de iniciativas simultáneas y horizontales. Pero quizá haya personas cansadas que necesiten delegar. Jugar a un juego conocido. Volver a creer en la representación, en otra representación. Y no está mal.

Puede también que el origen del contagio de Teresa Romero, además de una cuestión de responsabilidad vertical, sea de cuidados horizontales. De sentido de la cooperación radical. Si tú estás bien, yo estoy bien. Estamos bien. Si alguien hubiera acompañado a Teresa y la hubiera vigilado en igualdad de condiciones, y no bajo el yugo de la jerarquía y del cumplimiento del deber, sino radicalmente comprometida con ella, se hubiera producido el éxito de la cooperación compleja que analiza Sennet en su libro. Y no existiría “el descuido de Teresa”. No, existiría, en todo caso, un descuido colectivo. Un descuido complejo.

Las intuiciones de Sennett

“Cooperación puede definirse como intercambio en el cual los participantes obtienen mutuo beneficio del encuentro”. Esta definición, que pudiera parecer tope utilitarista, es una de las que Richard Sennett maneja en Juntos, un ensayo de 2012 subtitulado Rituales, placeres y política de cooperación.