- El 30 de diciembre de 2004, 194 jóvenes morían en un incendio en la discoteca República Cromañón de Buenos Aires, ocasionado por una bengala. Basado en el libro Generación Cromañón, lecciones de resistencia, solidaridad y rocanrol y en la película El sexto sentido de M. Night Shyamalan, el programa de radio “Una Línea sobre el Mar” (donde participo) dedicó en octubre de 2009 una emisión a hacerse preguntas sobre estos acontecimientos de muerte joven. ¿Cómo podemos relacionarnos con ellos? ¿Cómo escuchar lo que los chicos protagonistas tienen qué decir (incluso si son balbuceos o silencio)? ¿Cómo dar espacio a otras preguntas, más allá de la simple denuncia?
“Lo que nos pasó es lo que somos”
Buenos Aires. Treinta de diciembre de 2004. 194 personas, en su mayoría jóvenes, fallecen en un incendio en la discoteca República Cromañón, ocasionado por una bengala. Las salida de emergencia estaba cerrada con candado. El sistema anti-incendios no funcionada. El aforo era el triple del permitido y el techo estaba cubierto por un material que, en contacto con el fuego, emanó cianuro de hidrógeno y dióxido de carbono, entre otras sustancias letales. Luego del incendio se generó una situación de caos.
El sector vip estaba arriba, se cortó la luz, y no pudimos bajar porque la gente subió, escapándose del fuego. Pasaron unos minutos, llamé a mi vieja por el celular y le dije “Nos estamos quemando, te quiero un montón”. Ella no entendía nada y me decía “Salí, salí”. Le digo, mami no puedo salir y corté para no matarla más todavía. No respiraba y vomitaba todo ese humo. Sacaron a todos los chicos muertos y los bomberos no querían subir (Sonia, superviviente de Cromañón)
Madrid. diecisiete de diciembre de 1983. 81 personas fallecen en un incendio en la discoteca Alcalá 20. El Estado, declarado responsable civil subsidiario por los jueces, pagó 12 millones de euros en indemnizaciones a las familias de las víctimas en el verano de 1997, casi 14 años después de la desgracia.
Lo que nos pasó es lo que somos. Pero, ¿podemos crear a partir de lo que nos pasó?
Alcalá 20 y República Cromañón son dos modos distintos de lo que pasa y nos pasa. En la España del año 83, recién terminada la transición y con un gobierno de mayoría absoluta del PSOE, la lucha política, enferma de desencanto, no podía ocuparse de los alienantes estilos de vida discotequeros. La lucha política tenía otros asuntos más importantes que atender. En Alcalá 20, por tanto, se consideró que “no pasó nada”.
En la Argentina del 2004, la insurrección del 2001 ha quedado atrás. Ahora el gobierno es progresista y la sociedad está muy preocupada por la inseguridad. Pero después de la tragedia de Cromañón, la marchas reclamando Memoria, Verdad y Justicia han ocupado las calles y todavía se celebran, siempre hasta Plaza de Mayo. Los chicos de Cromañón han mostrado sus modos de vida, su pasión por el rock, sus trabajos de 14 horas, su sentido de la fiesta, sus cálculos a corto plazo. Así fue como conocimos a la generación Cromañón.
El sexto sentido
En el año 1999, M. Night Shyamalan dirige la película El sexto sentido. Un gran éxito de público y crítica. Las fichas técnicas la describen como una “película de suspense y de intriga”. Pero El sexto sentido también habla de jóvenes que tienen que cuidar de los adultos, de la indiferencia social, de la muerte joven, del contenido trágico de la precariedad, de aprendizajes dolorosos que convierten la cercanía con la muerte en un motivo de continuidad vital. [Lo que vas a leer a continuación contiene spoilers]spoilers
Malcolm Crowe (Bruce Willis) disfruta de una agradable noche junto a su esposa Anna (Olivia Williams), compartiendo un título prestigioso recién conseguido como psicólogo. Son una pareja feliz, en un entorno feliz, como en un anuncio publicitario, pero de repente alguien irrumpe violentamente en la casa. Alguien que lleva muchos años esperando ayuda, alguien que lleva muchos años sintiendo un miedo que los demás han querido etiquetar y cancelar como “posible desorden emocional”: “un pirado”.
Se trata de un paciente, tratado por Malcolm cuando aún era un niño, y que entra en su casa para vengarse del sufrimiento acumulado. Culpa al psicólogo de no haber sido fiel a las promesas hechas y de no haber sabido intuir su verdad más allá de las categorías psicologizantes. Un disparo y Malcolm cae sobre su cama con una profunda expresión de dolor. Otro disparo y Vincent Gray (el “pirado”) pone fin a su vida. Fundido. Ha pasado el tiempo. Ahora es un día luminoso, la cámara sigue el recorrido de un niño de expresión tierna.
Cole Sear (Haley Joel Osment) es un niño que presenta un historial muy similar al de Vincent Gray. Malcolm se dispone a su observación y tratamiento. Cole, al verle, acelera el paso y se refugia en una iglesia. Malcolm le sigue y dentro de la iglesia se conocen. Este encuentro en un lugar sagrado abre un espacio de comunicación entre terapeuta y paciente.
Cole es hijo de padres separados, vive con su madre, Lynn Sear (Toni Collette). Ella se desvela en cuidados. Observa con comprensión y paciencia las insólitas situaciones que rodean la vida de su hijo. Cole es un niño extraño. No tiene amigos, pero no quiere que su madre lo sepa. Así que busca maneras de cuidar de ella. Para ahorrarle preocupaciones, inventa historias bonitas sobre su vida en el cole que en realidad no han ocurrido. No hay trastorno en su mente, no hay una confusión entre realidad y ficción: hay una representación de una realidad que presume más beneficiosa para esa madre cansada por el trabajo, herida por la separación afectiva y preocupada por él. Cole soporta las burlas de los demás chicos y acepta su soledad porque “es un pirado”. Pero le resulta más difícil aceptar la preocupación de Lynn, que siempre está atenta y no es ajena al aislamiento de Cole. Y por esta razón, se las ingenia para encontrar a alguien que simule ser su amigo.
Malcolm se ha entregado al caso de Cole. Le visita en su hogar, desea poder ayudarle. Le propone un juego de preguntas y respuestas, para ir extrayendo palabras al silencio interior de Cole. Así conocemos más detalles de su biografía, y también la violencia de algunas de sus imágenes mentales y la sutil manera en la que Cole construye herramientas para sobrevivir a la mirada fría y condenatoria de su entorno.
“Me cae bien, pero no puede ayudarme”.
La rotundidad de estas palabras hacen flaquear a Malcolm. Este paciente, a pesar de su corta edad y de su “posible desorden emocional” muestra una sensatez que pone más en cuestión su contexto social y la eficacia del tratamiento que su equilibrio mental.
“Me cae bien, pero no puede ayudarme” es la situación que parece marcar el límite de nuestras relaciones. Tragedias personales, secretos, dolores íntimos que no consiguen realizar el recorrido hasta un dolor colectivo, público, capaz de dar lugar a la lucha y de revelar cómo cada catástrofe, personal o colectiva, no es más que un momento concreto del modo de gestión de nuestra existencia hiper-precaria. “Me cae bien, pero no puede ayudarme” significa que el acercamiento al otro está bloqueado por un abismo que el voluntarismo no puede salvar. “Me cae bien, pero no puede ayudarme” explica la barrera entre el adentro y el afuera, barrera que solo puede saltarse estando ahí donde se elaboran los modos de entender, sentir y actuar.
La relación entre Malcolm y Cole está cambiando. Cuando Malcolm sale de su papel de psicólogo y empieza a relacionarse con Cole como un amigo, éste intuye la posibilidad de una ayuda real. Y Cole sonríe por primera vez. Pero desde que Malcolm ha iniciado el tratamiento de Cole, el entorno personal del psicólogo va de mal en peor. La evidente felicidad que disfrutaba al comienzo de la historia se está desvaneciendo. No consigue comunicarse con su mujer y esta brecha de silencio e incomunicación parece abrir para Anna la posibilidad de otras relaciones. Pero Anna también está triste y un compañero de trabajo que ha observado su decaimiento de ánimo insiste en visitarla. Malcolm sufre viendo cómo su mujer se aleja de él, sin poder hacer nada para evitarlo.
Así, mientras el psicólogo busca remedio a sus males conyugales, Cole continúa su lucha particular. Aunque ha elaborado mecanismos con los que intentar normalizar su conducta para no ser definido como problemático, a la vez una fuerza interior le empuja a ir desvelando su verdad, su secreto ha de salir afuera. En el colegio, se produce un momento de máxima tensión. Pero Malcolm le ha dicho que no es un pirado, que no consienta que piensen de él esa gilipollez, así que Cole se va haciendo fuerte y su resistencia a soportar la mirada condenatoria le ocasiona un nuevo conflicto.
Cuando son los chicos los que cuidan y enseñan a sus padres
¿Cuál es el secreto de Cole? Cole sabe cosas que los demás no saben. El desconcierto del profesor intentando restituir su autoridad sobre un alumno que sabe cosas que los demás no saben, que sabe incluso cosas sobre él, refleja lo que hay de cómico y patético en las propuestas que hablan de restituir la autoridad de los adultos y las instituciones, sin verificar la magnitud de lo que se ha roto. Sin asumir ese discurso implícito de Cole que dice: “Usted no me puede enseñar nada que yo no sepa. Es más, yo se algo que usted no sabe”. Los adultos no pueden contarles lo que es la vida a los chicos y las chicas, sino que las cosas se dan un poco al revés. Las preguntas con las que una generación revela progresivamente los sentidos del mundo a la generación que continúa han cambiado de dirección y parecen ser los chicos los que saben algo más sobre el presente. Esta situación transforma radicalmente el significado de la resistencia contracultural de las décadas pasadas.
Nuestra historia continúa. Cole es invitado a una fiesta de cumpleaños. De repente, algo le llama la atención en una pequeña puerta que da a un cuarto oscuro. La cruel imaginación de sus compañeros de fiesta se traduce en un encierro en ese cuarto. Al oír sus gritos de angustia pidiendo ayuda, su madre intenta rescatarle. Durante unos instantes algo impide que la puerta sea abierta. Finalmente la puerta cede y la madre rescata a Cole que, tras este ataque de pánico, se ha desmayado. En el hospital, la madre no consigue un diagnóstico claro sobre qué le ha pasado a su hijo y ha de soportar las insinuaciones sobre posibles malos tratos al niño. Mientras tanto, Cole, en la cama del hospital, recibe la visita del psicólogo.
Malcolm ha abandonado su modo profesional de acercarse a Cole. Se ha confiado a él, revelándole detalles de su vida familiar, su drama cotidiano, su crisis de sentido, su secreto. Cole sólo tiene 9 años, ¿puede entender estos problemas? Claro que sí y tiene capacidad de escucharlos. Esta apertura por parte de Malcolm hace que Cole se atreva a confiar en el psicólogo y revelarle el enigma de su comportamiento: su gran secreto, lo que hace que sienta miedo, lo que hace que le llamen “pirado”. “En ocasiones... veo muertos”. Pero estos muertos no son como los zombis típicos de las películas de miedo. Van “andando como personas normales, no se ven unos a otros, solo ven lo que quieren ver, no saben que están muertos”. “¿Los ves muy a menudo?”, pregunta Malcolm. “Todos los días, están en todas partes”.
Buena parte de la sociedad se relaciona hoy con los chicos como los adultos lo hacen con Cole: sin capacidad de ver la muerte, de rebelarse ante ella. Como si los chicos se estuvieran haciendo cargo de nuestras muertes no sabidas aún, porque no sabemos que estamos muertos, no nos vemos unos a otros y sólo vemos lo que queremos ver.
Los discursos que nos llegan de tiempos pretéritos cuentan historias de familias opresivas que reproducían el orden social y de jóvenes que se rebelaban contra ambas instancias igualmente domesticadoras. Poco queda de esas opresiones y, por tanto, de aquellas rebeliones. Tanto la familia, o lo que queda de ella, como el rock, por igual, son terrenos por donde transcurren las propias vidas de la generación Cromañón. La familia, sin embargo, ya no es la vía que garantiza la conexión de los jóvenes a una comunidad. Una inversión extraña parece haberse operado: son más bien los chicos quienes intentan inscribir a la familia en la realidad social. Da la impresión, incluso, de que son los chicos quienes crían a sus padres.
¿Cómo es que esos chicos de vidas callejeras, sin horizonte largo, de existencias repletas de posibilidades fragmentadas, con trabajos de 14 horas, pueden hacerse cargo de los adultos, de los muertos que no saben que están muertos? Los chicos saben cosas sobre el presente. Cosas que los adultos no saben. Lo que para unas generaciones se ve como horror y amputación, para otras es el punto de partida. Los chicos ven la realidad, mientras que los adultos solo ven lo que quieren ver.
Te vienen con que la juventud está podrida. Ustedes son los que fuman marihuana, y se drogan en las esquinas. Son esto y lo otro. La culpa es siempre de los jóvenes. Pero digamos la verdad: ¿quién nos dejó esta Argentina de mierda? Nos la dejaron los grandes. No la hicimos nosotros. Ellos no se dan cuenta. Marchamos a la calle, ¿dónde están muchos padres? No están. Dejan que vayamos nosotros. Buenísimo, pedí justicia por Cromañón. No vienen pero dicen “Negrita voy a luchar con vos”. Al menos mi mamá, porque papá no tengo, dice “Vamos, te acompaño”. Pero la mayoría se queda en casa y lo ve por la tele (Mauge, superviviente de Cromañón)
Cole le ha hecho a Malcolm una revelación tan insólita que el psicólogo no sabe qué pensar, por lo que decide abandonar la terapia. Pero Cole reclama su ayuda. Están avanzando, siente que sólo Malcolm puede ayudarle, pero éste parece haberse desalentado. Sin embargo, Malcolm sigue dándole vueltas al caso de Cole y buscando material antiguo descubre una vieja grabación de una sesión de terapia con Vincent Gray, aquel primer niño con desorden emocional. Es una sesión en la que el doctor abandona durante unos minutos la habitación en la que está hablando con Vincent. La grabadora ha permanecido encendida. Durante esos minutos, tras el aparente silencio, Malcolm descubre que al elevar mucho el volumen del aparato se percibe una voz que afirma “Yo no quiero morir, yo no quiero morir”. Malcolm oye una y otra vez la grabación. Ahora está seguro de que Cole dice la verdad.
El sexto sentido contra la mirada fría
¿Qué es el sexto sentido? Ver cosas que los demás no ven. ¿Y cuáles son esas cosas que los demás no ven y que pueden verse a través de un sexto sentido? Que los muertos no saben que están muertos, no se ven entre sí y sólo ven lo que quieren ver. Y también que los muertos están pidiendo ayuda. Los muertos de El sexto sentido han muerto en circunstancias violentas: una niña que ha sido envenenada por su madrastra, una ciclista que ha muerto en accidente de circulación, un niño que se ha matado jugando con la pistola de su padre... Muertes más o menos accidentales, pero todas absurdas.
Cromañón plantea la cuestión de la muerte joven. Muertes que complementan vidas callejeras, en las que los tiempos de vida que quedan se hacen muy cortos. Una generación que está permanentemente en estado “Cromañón”, es decir, al borde de una catástrofe por el mero hecho de habitar unas condiciones de existencia ultraprecarias. Cromañón, entonces, es el nombre de una tragedia que se derrama por el cuerpo social. Cromañón señala que, para el capitalismo corrupto, la gente es solo basura.
Los personajes de El sexto sentido pertenecen a las clases medias. Esos muertos tienen casas unifamilares, juguetes, un aceptable nivel de vida. Pero la precariedad no sólo son largas jornadas de trabajo sin derechos laborales. También es que nadie cuide de tí. También es que incluso los que te caen bien no puedan ayudarte. Cole tiene una madre que le quiere mucho, pero no le comprende. Malcolm y su mujer se aman, pero entre ellos hay un abismo. La niña envenenada también tiene un padre que la quiere. Se aman, pero no pueden ayudarse, porque cada cual está en su realidad, cada cual solo ve lo que quiere ver y cada uno no para de pedir ayuda.
“¿Qué crees que pretenden cuando hablan contigo? ¿Qué crees que quieren?”, le pregunta Malcolm a Cole. “Solo ayuda”. Malcolm no está seguro de que no quieran hacer daño, pero el afecto que está poniendo en su relación es suficiente para que Cole se sienta fuerte e intente lo que este le ha sugerido: hacerles caso. Así que valientemente, comienza a salir de su miedo y empieza a escuchar a esos muertos que se dirigen a él. Algunos le piden ayuda y le guían sobre cómo debe materializarse esa ayuda. Una niña le pide que se acerque a su propio funeral y le haga llegar al padre un vídeo donde se recogen unas imágenes que desvelan que ha sido envenenada por la esposa de éste. Tras este hecho la niña no vuelve a aparecer. Cuando presta ayuda a los muertos Cole está siempre con Malcolm, que ya no es su terapeuta. Le escucha y le acompaña. Y Cole ha perdido el miedo a los muertos.
Los muertos sufren y piden ayuda. Cole ve cosas que los demás no ven, y tiene miedo. El padecimiento da lugar a un replanteamiento de la vida, un camino de iniciación de una experiencia directamente política. Hace largos años que vemos desplegarse una politización que surge ante la tragedia. Cromañón hace de espejo de los elementos de esa politización que emerge en medio de la precariedad y, alcanzada por la catástrofe, se abre desde el dolor hacia lo público, sin respetar las vías instituidas. La politización de lo íntimo indefine las reglas de juego y requiere una sensibilidad muy singular. Los chicos de Cromañón descubren la indiferencia social, una mirada fría que precisamos comprender. Algunos sectores sociales verán en ellos jóvenes despolitizados. Otros sospecharán que son las formas actuales de “ser joven”, sus maneras de divertirse, las culpables de lo ocurrido. Como si esos modos descuidados de vidas actuales hubieran recibido un castigo bíblico por sus modos amenazantes de abandonar ciertos códigos sociales.
Pero el nuevo protagonismo que emerge del dolor posee una capacidad brutal de elaboración, un enorme “saber hacer” disponible para el encuentro, la denuncia, la expresión, la convocatoria. Y es precisamente esa capacidad de acción de gente que tendría que estar inmovilizada por el dolor lo que resulta más potente de estos procesos.
¿Qué sería concientizar?“ ”Contar una experiencia. Ayudar o que te ayuden a abrir los ojos contando cosas de la vida, cosas que no habías visto con esa perspectiva (Gera, superviviente de Cromañón)
Cole recompensa la ayuda de Malcolm. Le ha sugerido una manera de vencer la barrera de incomunicación que se había levantado entre él y su esposa: hablarla cuando esté dormida. ¿Por qué? Porque Malcolm es uno de esos muertos que no sabe que lo está. En las secuencias siguientes, nuestro psicólogo descubre esta verdad: que él es uno de esos muertos que está pidiendo ayuda, que necesita del sexto sentido. Así que habla a su esposa mientras ella duerme y le dice todo lo que necesita que ella sepa, lo que no pudo decirle porque aquel disparo interrumpió abruptamente su vida en común. Entonces ella descansa y él puede retirarse tranquilo. Cole, mientras tanto, toma una decisión muy importante: hablar con su madre, esa madre angustiada.
La revelación transforma la relación entre madre e hijo, el vínculo de cuidado mutuo se ha hecho más fuerte. En adelante, tendrán un lugar común desde el que enfrentarse a sus miedos, desde el que ayudarse, desde el que acompañarse, un lugar donde se ha diluido la barrera entre dos generaciones y su modelo normalizado de relación jerárquica. Lynn ha aprendido que ese niño de nueve años desenmascara el sentido del mundo y abre un tiempo donde sus vidas ya no podrán volver a ser lo que eran.
Sobre Madrid Arena
Le pregunto a Marga, co-autora del guión de radio que acabas de leer, sobre sus impresiones en torno a lo que ha sucedido en Madrid Arena y me dice lo siguiente:
“Me llama más la atención lo que no está pasando que lo que está pasando.
La verdad es que no percibo mucha afectación con lo ocurrido, como si no hubiéramos quedado tocados por esas muertes. No digo que no sintamos lo ocurrido, sino que, aunque lo sintamos, es como si no nos hubuera ocurrido a cada cual en particular, en primera persona. Es por eso que cuando se pide la dimisión de Ana Botella, percibo algo de instrumental en ello, como si la vida estuviera siendo usada por la política. Es justo exigir responsabilidades, pero no es suficiente. Hay que abrir preguntas nuevas y compartidas sobre el mundo en que vivimos, preguntas vitales, intergeneracionales, que vayan más allá de la política.
Tampoco conozco que se hayan abierto nuevos espacios donde puedan hablar otras voces. Así que no sé qué están viviendo los supervivientes, las familias, los profesores (muchos con seguridad participando en la Marea Verde), las asambleas 15-M de los barrios de las chicas que han muerto, los dj y trabajadores del sector, etc. Hay un mutismo ensordecedor. ¿A qué se debe?
En la concentración del otro día los chicos estaban muy solos. Había muchas más chicas que chicos, porque las muertas son todas chicas (¿por la menor potencia física? No lo sé). Teniendo en cuenta la cantidad de chicos y familias afectadas por lo ocurrido (se habla de 20.000 personas en la fiesta), había muy poca gente. Pocos chicos (en especial varones), menos familias, casi ningún profesor, nada de la ciudadanía ni de los indignados, etc. ¿Por qué?
En la concentración no se gritaba pidiendo la dimisión de Ana Botella, sino más bien cosas como:
todos somos ellas
la avaricia y el dinero se han llevado la inocencia
menos mirar y más humanidad
menos codicia y más humanidad
que den la cara
justicia
Todo muy “humanista” y “poco político” desde una percepción codificada de lo que es y no es político. Pero no podemos limitarnos a ver lo que queremos ver y a escuchar lo que queremos escuchar, hay que activar un sexto sentido para ir más allá.
Es cierto que hay un clima de luchas y mucha gente haciendo cosas muy valiosas, pero noto un muro que hace que las luchas estén “separadas” en el fondo (y aunque aparenten lo contrario), sin un intercambio real de preguntas, afectos y aprendizajes. ¿De qué está hecho ese muro? ¿Cómo podemos derribarlo?“
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