El lunes 23 de abril se cumplían 15 días del comienzo de la operación militar lanzada por el gobierno de Emmanuel Macron sobre la Zone A Défendre (Zona A Defender) cercana a la ciudad francesa de Nantes. Aunque la existencia de esta ZAD, por sus siglas, y la enorme importancia que su lucha contra la construcción del que habría sido el tercer aeropuerto más grande de Francia ha pasado relativamente desapercibida en el territorio español, nos encontramos ante el movimiento europeo de defensa del territorio y de denuncia del modelo de crecimiento contemporáneo y sus consecuencias más grande de los últimos años.
La ZAD ha supuesto a la vez la articulación de un movimiento nacional vertebrado en torno a los diferentes comités de apoyo en innumerables poblaciones francesas, la construcción de un frente de lucha local plural que ha incluido desde organizaciones ecologistas a sindicatos agrarios y plataformas urbanas, la revitalización en el debate público francés de una crítica al capitalismo y su delirio productivista, la ocupación efectiva de un territorio de en torno a 1200 hectáreas en las inmediaciones del municipio de Notre-Dame-des-Landes, el desarrollo en el mismo de innumerables iniciativas que van de la artesanía y la agroecología a escala local (carpinterías, ganadería, queserías, panaderías, huertos) a la autoconstrucción, pasando por experiencias de organización asamblearia del territorio, construcción de medios alternativos (radio Klaxon o el periódico ZAD-News), la construcción de una biblioteca, etc.; y, por último, la renovación y construcción parcial de un nuevo modelo de lucha basado en la idea de la ocupación de territorios como a la vez estrategia de defensa frente a la construcción de grandes infraestructuras y laboratorio de nuevas formas de habitar y de relacionarse(1).
Todo este magma de movimientos, amparados bajo el lema “Contra el aeropuerto y su mundo” y tras casi cinco décadas de lucha, consiguieron forzar al gobierno de Macron a anunciar el pasado 17 de enero el abandono definitivo del proyecto aeroportuario. Sin embargo, lejos de haber supuesto el final de la lucha, a esta victoria le ha seguido un nuevo ciclo de conflictos. Por un lado, conflictos internos al propio movimiento que, momentáneamente desprovisto de un objetivo común y unánimemente compartido que eclipsara sus diferencias, se enzarzó en debates políticos profundos sobre la actitud a tomar de cara al Estado, los siguientes pasos a seguir y las prioridades de la lucha. Una guerra de trincheras algo difusa enfrentó a aquellos que quisieron priorizar el mantenimiento del territorio de la ZAD como ejemplo de una manera diferente de comprender el mundo campesino, incluso pagando el precio de una oficialización y una aceptación de la regulación bajo el marco estatal; y aquellos que, aferrándose a la segunda parte del lema bandera del movimiento, denunciaron cualquier propuesta de diálogo, negociación o encuadramiento con el mundo al que se oponían.
Otro de los caballos de batalla de este enfrentamiento fue la reapertura del corazón de la zona, la carretera D281, clausurada y parcialmente ocupada tras el intento fallido de desalojo del gobierno de Hollande en 2012. La restitución de la normalidad del tráfico de vehículos se convirtió rápidamente no sólo en una de las reivindicaciones centrales del gobierno y de parte de los integrantes locales del movimiento, sino en la simbolización de una división en el interior de la zona entre una parte oeste compuesta fundamentalmente por granjas y talleres más abiertos a una negociación encaminada a la estabilización de los habitantes de la zona, y una parte este salpicada de cabañas y edificios autoconstruidos donde el centro de la experiencia había sido la experimentación radical de otras formas de vida articuladas de manera notable en torno al rechazo al trabajo.
En paralelo al desarrollo de este debate, las en principio tímidas declaraciones oficiales sobre una necesidad de regulación y normalización de la zona culminaron el 9 de abril en un despliegue militar masivo (más de 2500 gendarmes) que imponía por la fuerza no sólo la reapertura de la D281 sino la destrucción de una enorme cantidad de cabañas y viviendas autoconstruidas en la zona este de la ZAD, además de cortes de agua y luz generalizados. A este escenario de guerra relámpago le seguía la oferta de negociación por parte de la prefecta del País del Loira, Nicole Klein, que amparada por el gobierno de la República lanzaba un ultimatum con fecha 23 de abril. Esa sería la fecha límite para que todos los proyectos que quisieran tener alguna oportunidad de seguir existiendo sobre el terreno procedieran a presentar informes individuales en los que justificaran la pertinencia y viabilidad de su existencia.
Este ataque brutal ha suscitado reacciones de todo tipo y marcado la actualidad francesa durante los últimos 15 días. Por un lado, sobre el terreno, las diferencias han pasado a un segundo plano y se ha construido un movimiento de resistencia y defensa de los espacios aún en pie que, tras un tímido comienzo el mismo lunes 9 de abril, culminó en la masiva jornada de solidaridad sobre el terreno que, según los organizadores, congregó el pasado 15 de abril en torno a 15.000 personas en la zona, y que se mantiene con mucha fuerza hasta el día de hoy.
Todos los que estuvimos allí aquel domingo 15 y los días que le han seguido sabemos que es difícil explicar lo que se siente, lo que se vive, lo que se comparte y lo que se respira ahora mismo en ese pequeño rincón del mundo. Como nos sucedió a muchos en el laberinto de la acampada de Sol, allí tienes la sensación no ya de que otro mundo es posible, sino de que ya estás en él. El dinero no importa y no hay nada por lo que competir y todo por lo que luchar junto a los otros. Y a la alegría del compartir trabajos y espacios, comidas, construcción, música y sueños con desconocidos que se convierten en familia, se le une la alegría de la defensa compartida por todos los medios de esa isla de mundo en el desierto que nos ha tocado vivir.
A esta alegría se superpone el terror de una operación militar que, aunque oficialmente finalizara el 12 de abril, sigue generando en miniatura todos los horrores y angustias de la guerra. Más de 150 heridos por gases lacrimógenos, gases inhabilitantes, granadas ensordecedoras, cañones de agua, bolas de goma, porras…, travesías entre el barro de los campos de la ZAD para tratar de cruzar las fronteras invisibles dibujadas por el dispositivo policial, casas que permanecen durante horas rodeadas por cordones policiales que impiden cualquier movimiento…
Y pese a todo, la sensación de que cualquier cosa es posible. ¿Cómo explicar sino que una treintena de personas se echaran al hombro una estructura de madera y, atravesando bosques, fango y fosos se lanzaran a cruzar toda la ZAD y trataran de atravesar el cordón policial para comenzar la reconstrucción de uno de los espacios destruidos más emblemáticos, el mercado libre de Le Gourbi? ¿O qué casi trescientas, esa misma noche, repitieran con éxito una hazaña similar pero esta vez con la estructura de todo un edificio que sería brutalmente destruida por la policía la mañana del 16 de abril?
En el conjunto de la sociedad francesa estas dos semanas de enfrentamientos ha supuesto también la apertura de un debate público que no deja de preguntarse, como hiciera Stéphane Foucart en su artículo de Le Monde «L’Etat, monstre froid face aux zadistes», ¿por qué esta insistencia y brutalidad para acabar con la experiencia de la ZAD? En esta época en la que el ciclo que abrieran Thatcher y Reagan comienza a dar a luz a monstruos de lo más variado, desde Trump al mismo Macron, parece que el famoso TINA (There Is No Alternative) ha dejado de ser una evidencia y su defensa e imposición por la fuerza ha pasado ser la prioridad número uno de cualquier gobierno instalado en el fin de la historia. Y sin embargo la ZAD, como lo hicieran las revueltas árabes, el 15M, la revolución en Siria, la ocupación del parque Gezi y un etcétera que comienza a ser ya muy extenso después de casi dos décadas de siglo XXI, es una muestra más de la estupidez de pretender que nuestro mundo suicida y sus dinámicas están destinadas a durar y a no encontrar oposición alguna.
Una muestra más que tiene además una ventaja añadida. Lejos de limitar su crítica a la bancarrota de los estados del bienestar o a la naturaleza profundamente antidemocrática, precaria y desigual de nuestro mundo, la ZAD ha apuntado al corazón del conflicto al que se enfrenta la humanidad en este siglo XXI. En sus granjas, en sus mercados de trueque, en sus cultivos agroecológicos, en sus medios locales, etc. la ZAD y sus habitantes han denunciado y desertado del mundo industrial, de su dinámica de crecimiento, artificialización y burocratización, de una supuesta dominación de la naturaleza que ahora nos acosa bajo la forma de un fantasma de nocividades ecológicas y catástrofes industriales. En sus asambleas se ha puesto en cuestión el dogma del estado y sus edificios autoconstruídos y talleres de artesanía dan muestra de una voluntad inquebrantable de no sólo criticar, pedir y esperar; sino tomar, construir y aprender. La ZAD ha sabido combinar la crítica al mundo existente con la construcción de una autonomía concreta que supera todo dogma progresista, toda esperanza ingenua en la salvación por parte de la técnica y del Estado, y que se hace radicalmente responsable de la vida y de la defensa de ésta.
Y en esta batalla de ideas, la opinión pública bascula del lado de la ZAD porque cada vez más comprende que ésta simboliza la posibilidad de una alternativa imprescindible hoy. Al mismo tiempo, los defensores de este orden caduco no dudan en lanzar toda su artillería para tratar de hundir este frágil esquife que, acorazado por unos derechos adquiridos tras siglos de lucha que impiden que la represión supere el límite del asesinato en su despliegue militar, sigue resistiendo a día de hoy.
Los próximos días serán determinantes para el destino de la ZAD. Tras una semana en la que la presencia militar en la zona ha impedido la reconstrucción y reocupación de las zonas destruidas, el último fin de semana los habitantes de la ZAD han dado un paso hacia el diálogo mediante la presentación de un informe a la prefectura. Éste, aunque supone aceptar parcialmente las condiciones del gobierno, torna en su contra su estrategia al argumentar legalmente que la ZAD está compuesta por 40 proyectos simbióticos que para sobrevivir necesitan ocupar la totalidad del terreno y, lo que es más importante, se necesitan los unos a los otros. Desactivando cualquier posibilidad de utilizar este registro como una herramienta para desarticular y fragmentar el movimiento en pequeñas iniciativas emprendedoras individuales, los habitantes del este y el oeste de la ZAD han devuelto el golpe en la negociación negando la mayor y poniendo en tela de juicio la ideología del gobierno Macron. Si se quedan lo harán juntos, y si siguen existiendo será compartiendo como una única experiencia.
Pasada la fecha del ultimatum, y tras este gesto de diálogo, es al gobierno al que le toca mover ficha. En la ZAD las cosas están muy claras. Se ha solicitado el apoyo masivo tanto en el terreno como a través de comunicados de organizaciones y personalidades solidarias. La defensa de la zona va a continuar y, en caso de un desalojo masivo, el movimiento ya ha señalado el domingo 29 de abril como fecha para una concentración masiva y un reocupación de la ZAD. Por ahora, el silencio del gobierno tan sólo viene roto por las declaraciones del mando al cargo de la operación, el general Lizurey, que en declaraciones de prensa afirmaba ayer: «Entramos ahora en una nueva fase que tendrá como objetivo, en los próximos meses, asegurar la zona para que los proyectos autorizados por la prefectura puedan ver la luz […]». Lo que suceda en los días por venir dependerá de la correlación de fuerzas que se mantenga, y sobre todo de que se extienda una toma de conciencia de la importancia de que un lugar como la ZAD siga existiendo.
Adrián Almazán Gómez es miembro del colectivo editor Ediciones El Ediciones El Salmón/revista Cul de Sac y del GRA «La GRA «La Torna». Trabaja además en una tesis doctoral en el departamento de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid.
(1) Existen a día de hoy como mínimo 15 territorios ocupados y defendidos bajo la fórmula ZAD en el estado francés. Un antecedente claro de este modelo de lucha fue la oposición a la ampliación del campo militar de Larzac, cuyo lema “Larzac partout” [Larzac en todas partes] sería recuperado tal cual por la ZAD y su “ZAD partout”.