La Supercopa, “la libertad” y “la normalidad”: cuatro días en la trampa de Arabia Saudí para lavar su imagen
“Un orgullo presenciar cómo Arabia Saudí da pasos para la igualdad”, dijo Isabel Díaz Ayuso. La imagen de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la entrega de trofeos de la Supercopa de España, celebrada en el país del Golfo, ha sido aplaudida por el PP y muchos ciudadanos en redes sociales por salir al campo sin velo. Un gesto “valiente”, un desafío “verdaderamente feminista” en defensa de los derechos de las mujeres, se ha dicho, en un país donde estas prendas son obligatorias dentro de un sistema de tutela masculina.
En realidad, Díaz Ayuso, que ha asegurado que quiso “reivindicar la libertad”, no desafió ninguna ley. El velo no es obligatorio para las mujeres extranjeras que vayan a Arabia Saudí desde que hace unos meses se aprobó una reforma precisamente para dar una imagen de apertura al exterior. Un ingrediente más en la trampa del lavado de imagen con el que Arabia Saudí va gestionando las polémicas que salen al paso de sus negocios internacionales, como la celebración de la Supercopa de España organizada por la Real Federación Española de Fútbol.
También ha recibido críticas la reportera Mónica Merchante, que afirmó que estaba trabajando “con absoluta normalidad”. “Es el principio del cambio”, remató en un comentario que muchos consideraron que “blanqueaba” la situación de las mujeres en el reino ultraconservador. Lo mismo ha defendido la Real Federación Española de Fútbol, que celebró en un tuit que las mujeres hayan entrado sin restricciones al estadio, calificándolo de un “momento para la historia” de la igualdad en este país.
Mientras el régimen saudí ha tratado durante cuatro días de exportar esta imagen de “normalidad” al mundo valiéndose de la organización de un macroevento deportivo como la Supercopa, una de las activistas feministas saudíes más destacadas permanece encarcelada desde mayo de 2018. Se trata de Loujain al-Hathloul, una de las mujeres que reclamaron el derecho a conducir y el fin del sistema de tutela masculina, que sigue vigente, a pesar de que las autoridades intentan vender cierto aperturismo.
“Es de celebrar que durante los días en los que ha tenido lugar la Supercopa, la situación de las mujeres haya sido positiva, por ejemplo a la hora de acceder en condiciones de igualdad a los estadios. Pero esto no puede ocultar la realidad detrás de este torneo, la de un largo y preocupante historial de violaciones de derechos humanos”, comenta Carlos de las Heras, portavoz de Amnistía Internacional (AI) España. “No todas las mujeres han podido acudir al estadio, varias mujeres están detenidas o en libertad con cargos acusadas de defender precisamente eso, los derechos de las mujeres. Si bien hay pequeños avances, la realidad es muy diferente y no puede ser maquillada y ocultada”, apostilla.
En esta línea, De las Heras considera que “es muy llamativo que a partir de hoy, que ha terminado el torneo, la información sobre Arabia Saudí vaya a desaparecer”. “Pero la situación de los derechos humanos es preocupante, en concreto los de las mujeres. Varias mujeres van a seguir detenidas, va a seguir habiendo dificultades. Ahora volvemos a la realidad, que es muy compleja en lo que se refiere a derechos humanos”, agrega.
Desde que empezó a sonar el nombre de Arabia Saudí como anfitrión de la competición española –que también se disputará en los próximos dos años allí a cambio de 40 millones de euros por temporada, según apunta la prensa española– la federación nacional de fútbol ha tenido que lidiar con la polémica que supone elegir como sede un país que vulnera sistemáticamente los derechos humanos. RTVE renunció a retransmitirla. Mediaset y Atresmedia decidieron también que no pujarían en la subasta.
Pero la Supercopa ha sido solo el último evento internacional con el que el país del Golfo consigue acaparar, durante unos días, la atención a nivel mundial. Medios como The Guardian sitúan el punto de partida del “interés estratégico” de Arabia Saudí en los acontecimientos deportivos en 2016, cuando el príncipe heredero Mohammed bin Salman ordenó establecer un Fondo de Desarrollo Deportivo para reforzar este tipo de actividades en el país. Desde entonces ha albergado, por ejemplo, el combate de boxeo entre el campeón Anthony Joshua y Andy Ruiz, la Supercopa italiana o un torneo de golf del European Tour.
Varias voces han acusado a Arabia Saudí de lo que en inglés se llama 'sportswashing' [lavado de cara deportivo], como se denomina a la estrategia de utilizar la organización de eventos deportivos o el patrocinio de equipos para mejorar la cuestionada reputación de un país, tapando su historial de abusos. En el caso del régimen saudí, estas van más allá de la discriminación contra las mujeres: la represión de las voces disidentes, los ataques contra la guerra de Yemen o el alto uso de la pena de muerte son algunas de las vulneraciones mencionadas con más frecuencia para oponerse a la celebración de competiciones deportivas en el país.
“Este tipo de eventos son una herramienta que las autoridades saudíes usan para blanquear su imagen. Ofrecen de cara al exterior una imagen de reforma, de aperturismo, que poco tiene que ver con la realidad en el país”, señala el portavoz de AI. Preguntado hasta qué punto se trata de una estrategia efectiva para las autoridades, De las Heras reflexiona que “para algunas personas, si solo les llega esa imagen de normalidad y aperturismo, seguramente sea positiva”. “Pero las organizaciones estamos para mostrar la fotografía completa. En este caso, ha sido positivo ver que la gente aquí en España no solo comentaba la celebración del torneo, sino la situación de las mujeres”, continúa.
De Azerbaiyán a Israel, otros casos de 'sportwashing'
La práctica no es nueva, como recuerdan medios como la BBC, que rememora los esfuerzos de la Sudáfrica del apartheid para organizar este tipo de acontecimientos. El término sí es más reciente, de 2015, y se atribuye a la campaña Sport for Rights, contra los Juegos Europeos de Bakú (Azerbaiyán), muy criticados por el hostigamiento, la detención y los ataques de periodistas, defensores de derechos humanos, opositores y activistas en el país.
“El legado de estos Juegos será el de animar aún más a las autoridades represivas de todo el mundo a considerar los eventos deportivos internacionales como una licencia para el prestigio y la respetabilidad internacionales”, denunciaron entonces desde AI. Las denuncias volvieron a resonar en mayo del año pasado, cuando la capital azerí acogió la final de la Europa League de la UEFA entre el Arsenal y el Chelsea.
En 2018, el Giro de Italia arrancó en Israel. La polémica, como era de esperar, estaba servida con campañas como #ShameOnGiro, con el que activistas de todo el mundo llamaron al boicot a la vuelta ciclista italiana por las violaciones de derechos documentada contra la población palestina. “El inicio en Jerusalén inevitablemente pondrá el triste historial de derechos humanos de Israel en el centro de atención”, denunció Kate Allen, directora de AI de Reino Unido. “La carrera comienza justo al lado de Jerusalén Este, donde los palestinos se enfrentan a la demolición de viviendas, la construcción de asentamientos ilegales y una serie de restricciones a su movimiento”.
Criticas similares han estallado contra Emiratos Árabes Unidos o Bahrein y sus GP de Fórmula Uno. “En lugar de tratar de lavar su imagen con un evento deportivo y ocultar tras el brillo de la alta velocidad su lamentable historial de derechos humanos, el gobierno bahreiní debe derogar de inmediato las leyes que criminalizan la libertad de expresión y debe acelerar la excarcelación de todos los presos de conciencia”, sostuvo Samah Hadid, directora de campañas para Oriente Medio de Amnistía Internacional.
“A nivel global, no podemos ignorar que este tipo de grandes eventos, como los mundiales de fútbol y Juegos Olímpicos, sirven para que determinados regímenes y Gobiernos limpien su imagen”, resume De las Heras que enumera otros ejemplos, como el Campeonato Mundial de Atletismo que se celebró el septiembre pasado en Doha, Qatar, que también albergará el Mundial de Fútbol en 2022. “De cara al exterior sirvió para vender, por ejemplo, la tecnología de los estadios pero nadie hablaba de que habían sido construidos por migrantes en situación de esclavitud”, señala. También recuerda el Mundial de Rusia, en 2018. “Se celebró en un momento en el que la libertad de expresión era tremendamente restringida”, indica.
Este 'lavado de cara' no se limita a la organización de grandes eventos deportivos, también a la inversión en el patrocinio de equipos, como los ciclistas del Bahrain McLaren, cuya participación en vueltas como el Tour de Francia ha sido cuestionada, o grandes clubes de fútbol europeos como el Real Madrid –patrocinado por la aerolínea Emirates–, el Manchester City y su conexión con Abu Dabi o el Paris Saint-Germain, propiedad de Qatar.
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