No se puede decir que no estaban avisados. Lo decían las encuestas. Lo contaban los medios de comunicación. Lo comentaban unos pocos políticos sabiendo que eso les iba a ocasionar recibir llamadas airadas de sus compañeros de partido. Lo sabían los republicanos, que no desperdiciaban ninguna oportunidad de sacar el tema. Sus asesores y los que lo conocen desde hace tiempo respondían que era el mismo Joe Biden de siempre con sus errores, fallos de memoria y algunas frases entrecortadas (había superado la tartamudez de joven).
El catastrófico debate del jueves puso sobre la mesa la evidencia de la que se venía hablando como mínimo desde el momento en que anunció en abril de 2023 que se presentaba a la reelección. Tenía entonces 80 años. Un 68% de los norteamericanos ya creía en febrero de ese año que Biden era “demasiado viejo” para un segundo mandato. En unos meses, los números crecieron. Un 73%, según un sondeo de The Wall Street Journal. Un 77%, según otro de la agencia AP. La mayoría de los votantes demócratas pensaba lo mismo y no ha cambiado de opinión.
La imagen ofrecida por Biden en el debate fue desoladora. “Biden y Trump están separados por tres años” (Trump tiene 78), dijo David Plouffe, que fue director de la campaña de Barack Obama. “Esta noche parecía que les separaban treinta años. Esto es algo que los votantes van a tener muy en cuenta”. En una imagen que no se vio en directo en el debate, se apreció cómo tuvo problemas para bajar los cinco escalones del escenario.
En los últimos meses, los republicanos se han cebado con las escenas en que la edad del presidente, de 81 años, era más patente. En algunos casos, con imágenes recortadas para que pareciera que Biden ni sabía dónde estaba. No todas han sido manipulaciones. La realidad está delante de todos y los votantes ya han tomado nota. A pesar de que la situación económica de EEUU es mucho mejor que cuando llegó a la presidencia durante la pandemia, su índice de apoyo está hundido con unos números similares a los de Trump en su mandato.
En la última encuesta de Gallup, está en el 38%, con un 58% que lo rechaza. Sólo Carter, Bush padre y Trump estaban en torno a esas cifras a cuatro meses de las elecciones y todos salieron derrotados en las urnas.
De cara al debate, era imperativo que Biden desmintiera los ataques de los rivales y las preocupaciones de sus votantes. “Joe Biden sólo tenía que hacer una cosa esta noche y no la ha hecho. Sólo tenía que convencer a América de que está a la altura del cargo con su edad. Y ha fracasado en eso”, comentó la exsenadora demócrata Claire McCaskill. Lo mismo dijo la mayoría de los periodistas. “Al final, Biden se ha parecido a la caricatura que los medios conservadores han estado creando”, opinó Chuck Todd, de NBC.
Hace doce años, cuando Biden tenía 69, destrozó al republicano Paul Ryan en el debate de los candidatos a la vicepresidencia. Es como si fuera otra persona.
La actuación de Trump pasó a segundo plano. “Una ametralladora de mentiras”, dijo un periodista de ABC News. CNN hizo la cuenta y llegó a treinta falsedades identificadas. Alguna tan ridícula como afirmar que los demócratas están a favor del aborto hasta “después del nacimiento” (a eso se le llama infanticidio), y no es la primera vez que lo dice.
Nada que sorprenda a los que no son sus votantes e incluso a algunos de los suyos. El expresidente también ofrece frases inconexas con una sintaxis ininteligible en sus mítines. Sin embargo, al hablar en público presenta una imagen de energía –digamos que demuestra mucha convicción en sus mentiras– de la que carece Biden.
Sólo en el discurso del Estado de la Unión en marzo, Biden dio sensación de seguridad y fortaleza, lo que todos los medios destacaron. Pero sólo estaba leyendo en el autocue un texto que se había preparado antes. La Casa Blanca es consciente de sus limitaciones y lo ha mantenido alejado de la prensa siempre que ha podido. No ha concedido ninguna entrevista a los tres periódicos más importantes del país. En las distancias cortas, hay cosas que no se pueden ocultar.
Hay otro dato que hay que tomar en consideración y que está relacionado con la edad. Su agenda oficial no suele programar actos a partir de las cuatro de la tarde. El debate de 90 minutos comenzó a las nueve de la noche.
'Pánico' fue la palabra que más se repitió después del debate sobre la reacción de los demócratas ante lo que habían visto. No tardó nada en aparecer en portadas como la de la revista Time. Algunos dirigentes confirmaron que habían recibido muchas llamadas sobre la necesidad de buscar otro candidato. “Los partidos existen para ganar. El hombre que estaba en el escenario con Trump no puede ganar”, dijo un consultor demócrata a The New York Times. “El miedo a Trump había anulado las críticas a Biden. Ahora ese mismo miedo va a propiciar los llamamientos para que se retire”.
Su problema es que el presidente ganó las primarias sin oposición. Sólo él puede permitir la búsqueda de otro candidato anunciando su retirada. Nunca ha dado muestras de creer que la edad le descalifica para volver a presentarse, a pesar de que tendría 86 años al final de su segundo mandato.
La única esperanza para los demócratas es que el debate no sea vital. Hillary Clinton ganó los tres debates que tuvo con Trump en 2016 y acabó perdiendo las elecciones.
Más allá de las condiciones físicas y mentales de Biden, los demócratas corren el riesgo de cometer el mismo error que en 2016 y pensar que les bastará con centrarse en los defectos de Trump. Después del asalto al Capitolio de 2021 y de su negativa a aceptar el resultado de las elecciones de 2020, el mensaje es aún más dramático. El republicano sería un peligro para la democracia y utilizará su regreso al despacho oval para vengarse de todos los que le han atacado.
Esa perspectiva sombría no ha tenido una clara repercusión en las encuestas. La media de los sondeos da una ventaja no definitiva a Trump y, lo más preocupante para Biden, le pone por delante en seis de los siete estados que serán decisivos. Si EEUU se lo juega todo en estas elecciones, poner su futuro en manos de un candidato que lo tiene muy difícil para ganar después del debate de jueves podría ser una gran irresponsabilidad, y ese es el mensaje que Biden escuchará en los próximos días y semanas.
En su editorial del sábado, The New York Times exigió que el presidente renuncie a la reelección: “Biden no es el hombre que era hace cuatro años”. El periódico elogió su presidencia, pero afirmó que mantenerse en la carrera es “una apuesta temeraria” a causa de las dudas razonables sobre su capacidad para asumir el cargo.
Al día siguiente del debate, Biden intentó dar la vuelta a la discusión. No se puede negar que puso todo de su parte. En un mitin en Carolina del Norte, ofreció una intensidad que no se le veía desde hace tiempo. Más que hablar con energía, elevó la voz todo lo que pudo y casi acabó gritando en los momentos más importantes.
Estaba obligado a afrontar el tema de su edad y lo hizo. “Ya sé que no soy un hombre joven. Es bastante obvio (en ese punto, los asistentes empezaron a gritar para animarle). No ando tan bien como antes. No hablo tan claro como antes. No estoy en los debates como antes. Pero dejadme deciros algo. Sé cómo decir la verdad. Sé cómo hacer este trabajo”.
Biden no tiene ninguna intención de retirarse. En una de las frases mejor recibidas en el mitin, dio a su discurso un aire épico de remontada: “Cuando te derriban, te vuelves a levantar”. Es una forma de admitir que en el debate pasó más tiempo en la lona que peleando.
Lo que no puede conseguir es que los 51 millones de espectadores que presenciaron el debate por televisión, y unos cuantos millones más por internet, olviden lo que vieron. Las imágenes del mitin de Carolina del Norte han aparecido en todos los medios, pero no tendrán tanta influencia como lo que se pudo comprobar en el duelo de Atlanta.
Falta mucho para la próxima oportunidad de desmentir a sus críticos y desarmar a Trump. El próximo debate, que podría ser el último, no se celebrará hasta el 10 de septiembre. Otra actuación como la del jueves y es probable que los daños sean irreparables para su candidatura.
Dwight Eisenhower sufrió con 65 años un grave infarto en septiembre de 1955, catorce meses antes de presentarse a la reelección. Ni él ni su partido estaban seguros de que pudiera recuperarse a tiempo. Era una época muy diferente en la que los votantes sabían muy poco del estado de salud de sus políticos. Al final, volvió a ganar con el 57% de los votos.
Un tiempo después, confesó a un amigo en una carta la dificultad de asumir el deterioro físico: “Todos sabemos que cuando pasan los años y la energía es menor, el último que es consciente de la situación es la propia víctima”.