En el Palacio de Blenheim está el pequeño dormitorio donde nació Winston Churchill hace casi 150 años. Aquí se exponen hoy sus tirabuzones rubios cortados cuando tenía cinco años, sus notas de primaria (“débil” en geografía, “bueno” en historia y “muy travieso”) y su maletín como ministro de la guerra. Y aquí se reunían los espías británicos durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy, entre paisajes pintados por Churchill y retratos de Sargent, se pueden ver los enormes lienzos del iraquí Mohammed Sami sobre la guerra y el poder.
Churchill será la referencia continua este jueves en la reunión de una cincuentena de líderes en la cumbre de la Comunidad Política Europea, un foro de debate ideado por el presidente francés, Emmanuel Macron, para incluir a países que están fuera de la UE, como el Reino Unido, que hace ahora de anfitrión. Blenheim suele ser sinónimo del primer ministro de la Segunda Guerra Mundial, pero el lugar elegido también es reflejo de la actualidad en el país, con su aristocracia decadente y las tensiones nacionales por el Brexit y el ascenso de la extrema derecha.
En este lugar el nuevo primer ministro, el laborista Keir Starmer, quiere reafirmar sus ganas de un nuevo acuerdo de seguridad y cooperación con la UE y su apoyo a Ucrania contra la invasión rusa mientras los europeos afrontan el posible escenario de una nueva presidencia de Donald Trump y tener que asumir más responsabilidades de su propia seguridad. La Comunidad Política Europea es un foro informal, pero podría necesitar más capacidad ejecutiva con un Estados Unidos hostil a los intereses de Ucrania y el resto de Europa.
“Se nos da muy bien tener conversaciones sobre Trump y cómo preparar a Europa”, explicaba este miércoles Anand Menon, director de la red académica UK in a Changing Europe en una charla sobre la cumbre. “Podemos tener todas las cumbres que queramos, y esto pasa en todas las instituciones, pero en realidad tenemos que encontrar una manera de actuar. En noviembre es demasiado tarde”. Las elecciones presidenciales de Estados Unidos son el 5 de noviembre.
Para el Gobierno de Starmer, la reunión busca cambiar “el tono” con sus colegas europeos después de años de desconfianza, sobre todo cuando el primer ministro era Boris Johnson. Después de la cumbre, Starmer ha invitado a Macron a cenar en el palacio.
Amor y guerra
En Blenheim, los líderes tienen mucha metáfora de la que tirar. Hay rastros de historias de amor y de guerra. En un templete en el jardín, Winston le pidió matrimonio a su esposa, Clementine. Y el palacio lleva el nombre de la batalla que el propietario original y primer duque de Marlborough, John Churchill, ganó contra soldados franceses y bávaros en 1704 en la Guerra de Sucesión española.
Esa victoria se recuerda en un fresco en el techo a 20 metros del suelo del gran hall con la diosa Victoria que le muestra unos planos al duque, representado como Marte, dios de la guerra. Ahora también está expuesto aquí un enorme cuadro de Sami que retrata una mesa de reuniones rodeada de sillas y la sombra de unas aspas, tal vez de un ventilador o de un helicóptero. El título es The Grinder, la picadora.
Junto al retrato del duque (el noveno) y su familia de John Singer Sargent de 1905 y una lámpara colgante, luce Chandelier de Sami, que representa lo que podría ser un candelabro o una araña sobre un panel de aglomerado, como el que se usa de protección de las ventanas, y una fecha: “03/2003”, es decir, marzo de 2003, cuando empezó la invasión de Irak.
Los cuadros de Sami forman la última exposición contemporánea, algo habitual en Blenheim y que coincide por casualidad con la reunión de los políticos europeos. Los cuadros del artista iraquí, que fue acogido como refugiado en Suecia y ahora vive en Londres, “reflejan los relatos del poder y las maneras en las que nuestra historia ha sido enfocada desde la perspectiva de los ganadores”, según explica la fundación artística del palacio.
Tal vez el más impresionante es un lienzo de cinco metros de largo en medio de una sala que se titula Massacre. El cuadro apenas muestra el borde de un campo de girasoles, algunos pisoteados por cascos de caballos, como símbolo de destrucción.
De niño en Irak, Sami sembraba con sus padres esta flor, típica de su país y también de Ucrania. “A pesar de todo, los girasoles en el borde del lienzo se mantienen en pie, sugiriendo que la esperanza puede prevalecer”, apunta la explicación del palacio. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, también asiste este jueves a la cumbre.
El duque
Blenheim no era propiedad de Winston Churchill, sino de la rama de su familia que había heredado el título del ducado de Marlborough. De hecho, el futuro primer ministro nació en el palacio el 30 de noviembre de 1874 de manera casual durante una visita de sus padres a la que era la casa de su abuelo y sus tíos, los herederos.
El palacio sigue perteneciendo al ducado, pero lo administra un consejo que intenta mantener lo más alejado posible al actual duque, Jamie Blandford. El heredero, que ahora tiene 68 años, estuvo a punto de ser desheredado en los 90 por su padre después de pasar tres veces por la cárcel y hoy es un declarado admirador de Donald Trump y Nigel Farage.
En 2018, dio un banquete en honor al entonces presidente de Estados Unidos y se presentó como supuesto asesor suyo sobre cambio climático. Le había invitado desde 2017 y hablaba orgulloso de su supuesta relación con Trump de años atrás.
Hace unas semanas, Blandford apoyó al líder de la extrema derecha británico en las elecciones generales del 4 de julio. Farage lo presentó como el “sobrino nieto” de Churchill (cosa que no es, más bien un primo lejano) y compartió una foto suya con la escarapela turquesa de su partido.
El ahora duque estuvo tres veces en la cárcel después de más de una veintena de condenas por robo, asalto y conducción bajo la influencia del alcohol, la heroína y la cocaína, entre multitud de cargos entre los años 70 y 90.
Su padre intentó desheredarle, pero la batalla judicial en 1994 acabó con un acuerdo a medio camino: Blandford asumiría el título de duque de Marlborough, pero Blenheim quedaría administrado por una fundación presidida por su hermanastro Edward. El duque se ha instalado en la parte privada del palacio y ahora quiere construir otra casa en la finca porque dice que no tiene suficiente “privacidad”.
Derrota ‘tory’
A Farage no le fue bien entre los vecinos del duque. En las elecciones, el partido de extrema derecha sacó el 10% de los votos en la circunscripción de Woodstock donde está el palacio y el Partido Conservador perdió el escaño que tenía a favor de los centristas liberaldemócratas.
Fue el Gobierno de Rishi Sunak, que perdió las elecciones, el que eligió Woodstock como sede de este foro europeo que se reunió por última vez en Granada.
El ex primer ministro conservador había retrasado la cita que supuestamente estaba prevista para el primer semestre del año y algunos europeos dudaban de que tuviera ganas de ser anfitrión de un foro con poca estructura y de donde no salen acuerdos concretos, ni siquiera una declaración conjunta. Cuando convocó las elecciones, Sunak ya sabía que había muchas posibilidades de que él no fuera el anfitrión.
La derrota de su partido fue tan contundente que en el condado de Oxford no ha quedado ni un diputado conservador, un hito casi inesperado. La ciudad de Oxford siempre ha estado más a la izquierda, pero el campo de ricos conservadores y los pueblos alrededor, como Woodstock, llevan más de un siglo votando tory. En Woodstock hoy se puede ver algún cartel laborista asomado en la ventana de la calle principal, aunque el 4 de julio votantes laboristas se unieron a los que apoyaban al partido que tenía más posibilidades de derrotar a los conservadores en esta circunscripción, en otro ejemplo de “voto táctico”.
Así el Partido Liberaldemócrata, el centrista, ganó en Woodstock, una zona tradicionalmente rica, conservadora, aunque no partidaria del giro más radical de los tories. En el referéndum del Brexit de 2016, aquí ganó la opción de quedarse en la Unión Europea. Este pueblo fue uno de los perjudicados de manera concreta por la salida del Reino Unido de la UE.
La orquesta
En Woodstock, de unos 3.000 habitantes, estaba la sede de la Orquesta Barroca de la UE, fundada y dirigida por dos británicos, Paul James y Emma Wilkinson, en 1985, para promocionar el acceso a la música de jóvenes de toda Europa, con formación y oportunidades de tocar.
Su proyecto de décadas tuvo que abandonar el país tras el Brexit ya que dependía directamente de la financiación de la UE y sus gestores temían las trabas para viajar a sus músicos. Era difícil justificar el nombre o el uso de fondos europeos en un tercer país. “Somos embajadores culturales para la UE, no tiene ningún sentido de ninguna manera dirigir una entidad de la UE desde fuera de la UE”, decía en 2017 James a la BBC justo antes de su último concierto. Él, que ideó la orquesta, se quedaba en el Reino Unido y contaba que era “un momento difícil”.
Después de un traslado temporal a Bélgica para reorganizarse, la orquesta barroca tiene ahora su base en Lodi, en el norte de Italia. La orquesta juvenil de la UE, que tenía su sede principal en Londres desde 1976, también tuvo que marcharse del país, y ahora está en Grafenegg, Austria.
El Gobierno conservador de Boris Johnson que negoció los detalles del acuerdo de salida no prestó ninguna atención a estos efectos. Su obsesión con una ruptura total con la UE ha perjudicado, de hecho, en particular al sector de la música, muy dependiente de las giras europeas, que se han convertido en prohibitivas para la mayoría por el papeleo y los costes extra.
La orquesta barroca de la UE dio su último concierto como orquesta británica en Londres en mayo de 2017. El título de su serie de despedida fue Betrayal and Betrothal, “traición y compromiso”.